miércoles, 7 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,35-48

 

Evangelio según San Lucas 24,35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,

pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de todo esto."


RESONAR DE LA PALABRA


¡Queridos hermanos!

Aquel domingo había sido intenso. Primero, algunas mujeres tuvieron la experiencia de dos personajes con vestiduras brillantes que anunciaban la resurrección de Jesús. Por la tarde, otros dos discípulos que se dirigían a Emaús tuvieron la compañía de un peregrino que con sus palabras calentó sus corazones y luego se reveló como Cristo resucitado. Gradualmente, la comunidad de los discípulos comenzó a darse cuenta de que Él realmente había resucitado, pero ¿cómo? En el silencio de la noche Jesús aparece entre ellos, no un Cristo glorioso, sino el Resucitado y dice: "¡Paz a vosotros!" La primera reacción es de asombro, duda, miedo. Será necesario un paso más. Luego dice: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.”.

Jesús no pide los discípulos miren su rostro, sino sus pies y sus manos. Aquellas manos benditas que curaron los enfermos resucitaron los muertos, bendijeron los niños, partieron el pan ... esos pies benditos que recorrieron tantos lugares fueron al encuentro de los necesitados, entraron en la casa de los pecadores ...

Lo que Jesús mostró a los discípulos no fueron las heridas de los clavos, sino las cicatrices del amor, amor extremo que los discípulos no pudieron presenciar en la cruz. Aquellas señales serían llevadas a la eternidad: el Resucitado es también el Crucificado. Las marcas de la pasión sellan para siempre la historia del amor de Dios por la humanidad. Esos pies y manos muestran que cuando se vive por amor, incluso el sufrimiento, por muy malo que sea, se convierte en una señal de ternura.

Cuántos sentimos la caricia de manos con las señales del tiempo, manos sufridas, manos acogedoras. Recuerdo con cariño las manos de mis padres. Esa textura arrugada al acariciarnos se convierte en una textura acogedora. En ellas están escritas las más hermosas páginas de amor por nosotros. No tengo ninguna duda de que las manos que trabajaron todo el día para traer el sustento diario y que, incluso cuando están cansadas, son capaces de traer caricias, revelan la caricia del mismo Dios.

Contemplemos la vida y la salvación en las señales de la pasión de Cristo. Estas manos y pies también se pueden ver en todos aquellos que trabajan por el bien de la humanidad. El verdadero discípulo de Jesús también debe ser reconocido por las manos y los pies.

¡Bienaventurados los pies y las manos que están marcados por los actos de amor, porque revelan a Dios! Cuando llegue la noche de nuestra vida, Dios nos pedirá que le mostremos nuestras manos y nuestros pies ...

Nuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 6 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,13-35

 

Evangelio según San Lucas 24,13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.

En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.

Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.

Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.

El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,

y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".

"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,

y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.

Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.

Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro

y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.

Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".

Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!

¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"

Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.

Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.

Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.

Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.

Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".

En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,

y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


RESONAR DE LA PALABRA


¡Queridos hermanos!

Como en la experiencia de los discípulos de Emaús, Jesús viene a nuestro encuentro, también ahora. Siempre se nos acerca, camina a nuestro ritmo y también nos pregunta: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"

El Evangelio muestra el sentimiento de los discípulos: “se detuvieron con aire entristecido” (Lc 24,17). Hablan de una esperanza enterrada, de un sueño roto, de un proyecto fallido: "esperábamos ... pero, a pesar de todo eso ...". Nosotros también esperábamos, pero ... ¿Cuántos planes habíamos hecho antes de la pandemia? ¿Cuántos viajes programados, proyectos personales y comunitarios han caído al abismo de un futuro incierto? ¿Cuántos encuentros se impiden indefinidamente? ¿Cuántas vidas fueron enterradas?

Jesús no cambió la realidad de los discípulos, como tampoco podemos esperar que Dios intervenga repentinamente en ese momento de una manera mágica. Esto no significa ausencia, porque su presencia nos enseña a afrontar estos acontecimientos con realismo, pero con otra mirada: releer nuestras narrativas con una mirada de fe, a la luz de su Palabra. "... explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras" (v. 27).

Al llegar a Emaús, Jesús demuestra que quiere ir más lejos, un peregrino dispuesto a seguir encontrándose con otros. Pero todo cambia con la invitación, que se convierte para nosotros en una de las más hermosas oraciones: “¡Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída!”. Es el momento del crepúsculo, uno de los momentos más bellos del día. Como decía la escritora brasileña Lygia Fagundes: “La belleza no está ni en la luz de la mañana ni en la sombra de la tarde, está en el crepúsculo, en este semitono, en esta ambigüedad”. La belleza de la vida también se puede ver en este crepúsculo en el que nos encontramos. Para nosotros no es tan claro como lo será el futuro, pero hay una luz que ilumina suavemente este momento. La luz de la fe, aunque un poco oculta, nos ayuda a ver este crepúsculo con mirada contemplativa, serena, profunda.

Como los discípulos de Emaús, también queremos compañía, que nuestras casas tengan invitados como en otros tiempos. Este "quédate con nosotros, atardece ..." es tan delicado que parece más una súplica que una oferta de hospitalidad. Parece que los anfitriones piden hospitalidad al peregrino. No pensemos que Dios está encerrado en el tabernáculo, como un prisionero. Nuestro Señor, es un peregrino de la historia, de nuestras historias. Y hoy está en todos los hogares allá donde puede entrar. Basta una invitación: “¡quédate con nosotros!”.

Pasamos de la libertad del camino a la intimidad del hogar. Allí, alrededor de la mesa, hecha para que esté rodeada de comensales, para que la vida se exprese espontáneamente, con el olor a pan y el intercambio de miradas que se buscan, allí, al partir el pan, lo reconocen. Cuánta sencillez y densidad se esconde en este gesto cotidiano: Dios se manifiesta en el pan partido y compartido.

También hoy Jesús viene a nuestro encuentro. También hoy podemos repetir la misma experiencia de esos dos discípulos. “Son tres pasos que también nosotros podemos dar en nuestras casas: primero, abrir el corazón a Jesús, confiándole las cargas, las dificultades, las desilusiones de la vida, confiándole los “si”; y luego, segundo paso, escuchar a Jesús, tomar el Evangelio en mano, leyendo hoy mismo este pasaje, en el capítulo veinticuatro del Evangelio de Lucas; tercero, rezar a Jesús, con las mismas palabras de aquellos discípulos: “Señor, «quédate con nosotros». (v. 29). Señor, quédate conmigo. Señor, quédate con todos nosotros, porque te necesitamos para encontrar el camino. Y sin ti es de noche”." (Papa Francisco, 26 de abril de 2020).

Nuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 5 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,11-18

 

Evangelio según San Juan 20,11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro

y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.

Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".

Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".

Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.


RESONAR DE LA PALABRA


¡Queridos hermanos!

En el evangelio de hoy, María Magdalena está llorando ante el sepulcro vacío. Su corazón está lleno del dolor irreparable por la muerte de quien tanto amaba. Por eso no percibe las señales de la resurrección. Cuando nuestro corazón se llena de dolor o cualquier otro sentimiento negativo (dolor, rencor, ira, odio, miedo ...) tenemos dificultad para percibir entre nosotros los signos de Cristo resucitado.

Con el corazón traspasado por el dolor de la muerte de Jesús, María Magdalena no podía ver más allá de la tumba vacía la presencia de la ausencia de Jesús. No era solo el sepulcro que estaba vacío. Su corazón también estaba vacío. Era necesario que Jesús se manifestara físicamente a ella y la llamara por su nombre para que ella pudiera percibir su presencia.

El tema central de los relatos de apariciones el encuentro y el reconocimiento del Resucitado. Es interesante notar que las apariciones de Jesús son personificadas para cada situación. En varios relatos destaca un hecho significativo: el Resucitado aparece de incógnito y sólo en un segundo momento se da a conocer o es reconocido por los discípulos. Hoy, aparece en la figura de un jardinero. Luego, aparecerá en la figura de un peregrino. Más tarde, le confundirán con un fantasma, con un mendigo junto al mar que pide algo de comer. ¿Qué significa esta figura de jardinero?

Jesús es, de hecho, el jardinero del Padre. Como vemos en el libro del Génesis, el mundo fue creado a imagen y semejanza de un jardín, el Jardín del Edén. Allí se colocó al ser humano, en la figura de Adán y Eva, para cuidar este jardín. Por tanto, Adán sería el jardinero de Dios. Sin embargo, debido a su ambición (deseo de ser como Dios), el jardín fue destruido. Jesús es el nuevo Adán encargado de recuperar la creación.

Que la liturgia de esta semana abra nuestros corazones para ver cómo Cristo resucitado se manifiesta en nuestras vidas y en los acontecimientos diarios.

Nuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 4 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 28,8-15

 

Evangelio según San Mateo 28,8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.

De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.

Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.

Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero,

con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.

Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".

Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.


RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

Empezamos la Octava de Pascua. A lo largo de la semana, la liturgia de la Palabra se centra en las apariciones de Jesús a sus discípulos, en las más variadas formas, buscando así probar la resurrección. Junto con las apariciones están los obstáculos que hacen difícil pasar de la evidencia de la muerte a la fe en la resurrección.

La experiencia pascual de los discípulos y discípulas tiene la forma de un encuentro personal, pero con una circunstancia muy peculiar y sorprendente. Se trata del encuentro con una persona que se deja ver, que les sale al encuentro después de haber muerto y haber sido sepultado recientemente. Por consiguiente, ese encuentro les conduce a una afirmación lógica: Jesús ha resucitado, está vivo.

En el texto de hoy, Jesús se aparece a las mujeres que regresan asustadas pero felices del sepulcro vacío. Fueron las primeras en notar el episodio de la resurrección. Por eso, corrieron a dar la noticia a los demás discípulos, cuando se les acercó el mismo Jesús mismo. Aunque se sientan felices, las primeras palabras de Jesús son que permanezcan en esa alegría: “Alegraos”. La resurrección es la mayor de todas las alegrías. Esta experiencia también está dirigida a nosotros hoy.

Jesús hace otras dos peticiones a las mujeres: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. No tener miedo y pedir a los discípulos que dirijan a Galilea. El tema del miedo se hace recurrente en las horas siguientes a la crucifixión e incluso en las escenas de resurrección, lo cual es más sorprendente. Probablemente tiene un propósito catequético. Los ángeles y mensajeros de la resurrección y el mismo Resucitado tienen que repetir una y otra vez “No tengas miedo” (Mt 28,5.10; Mc 16,6).

El camino de los discípulos hacia la fe en el Cristo, hacia la fe cristiana, es un camino de regreso desde el escándalo de la cruz. Pero tiene como fundamento el largo camino que habían recorrido ya con el Jesús terreno, sobre todo en Galilea. El seguimiento de Jesús en Galilea permite a los discípulos enfrentar el escándalo de la cruz, cuando tienen lugar las apariciones del Resucitado. El camino andado con el Jesús terreno les permite identificar al Crucificado Resucitado. Por eso, las escenas de aparición están cargadas de invitaciones a regresar a Galilea, el lugar del seguimiento, para encontrarse con Él.

Si creemos en todo lo que celebramos estos días, es el momento de salir al encuentro de nuestros hermanos y decirles que también nosotros nos hemos encontrado con Jesús resucitado y que Él está vivo en medio de nosotros. Para ello, es necesario que vayamos a las “Galileas” de nuestros tiempos y allí reencontrar los rostros sufrientes que necesitan la buena noticia de la resurrección.

Nuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONA

sábado, 3 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,1-9

   

Evangelio según San Juan 20,1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.

Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,

y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.


RESONAR DE LA PALABRA

LA EXPERIENCIA DEL RESUCITADO

Es bien llamativo que el Resucitado elija a unas mujeres para su primera aparición. Anoche en la Vigilia, la versión de san Marcos nos hablaba de unas cuantas mujeres camino del sepulcro. Y hoy Juan nos presenta la aparición a María Magdalena. El caso es que el Resucitado no se ha presentado ni a Pilato para darle un tirón de orejas por irresponsable y corrupto. Ni mucho menos al gran César de Roma. Tampoco al todopoderoso Sanhedrín o a las autoridades del Templo, que lo habían condenado en Nombre de Dios y su sagrada Ley. Ni siquiera a aquellos Doce discípulos «varones» con los que tanto tiempo había pasado. Fue como una pequeña broma del Resucitado.

Las mujeres, que en aquella época de la sociedad judía, no pintaban nada, no contaban para nada, tenían al menos dos cosas a su favor: querían a Jesús con toda su alma. Tanto, que se pusieron en camino sin preocuparse de pedir que las acompañara algún hombre para retirar la enorme piedra a la entrada del sepulcro. Y lo segundo: no tienen miedo de dar la cara, de que otros se enteren de que ellas sí le conocían, que sí habían estado con él, y aun muerto y despreciado, siguen queriéndole. Valentía y amor.

Después de ellas, poco a poco, los discípulos y demás apóstoles irán teniendo experiencias parecidas. Pero no penséis que la experiencia de resurrección fue de golpe y porrazo, todos a la vez, todos el mismo día. Ni tampoco creyeron todos inmediatamente. La versión de Juan dice que el discípulo amado «vio y creyó», pero de Pedro no lo dice. La tumba vacía no fue suficiente para él.

 A lo largo de semanas, meses y hasta de años (pensad en San Pablo), los que conocieron a Jesús (y alguno que no le conoció en persona) fueron experimentando que estaba vivo, y que eso alteraba totalmente sus vidas. Ya no podían seguir como hasta ahora. Si Él estaba vivo después de haber muerto, significaba que todo su mensaje, todo su estilo, toda su vida habían sido ratificadas por el Padre que lo resucita. Nunca olvidemos que el Resucitado es un Crucificado, y que lo fue por unos hombres muy concretos y unas motivaciones muy concretas: Porque Jesús había hecho determinadas opciones, se había enfrentado con ciertas mentalidades, había denunciado muchas cosas... Y entonces, al ser resucitado, es como si el Padre estampase su firma sobre la vida y testamento vital de Jesús... ¡Por lo tanto valía la pena tomarlo en serio! Con nadie más había actuado Dios tan clara y definitivamente. Había mucho que replantear y cambiar.

Hace unos días, me comentaba alguien: «el Jueves Santo es el día más importante de la Semana Santa». Y mirando la religiosidad popular, parece que los Nazarenos, las coronas de espinas, el Santo Sepulcro, los latigazos y las Dolorosas se llevan la parte del león, y podrían darnos la impresión de que el Viernes es el día más significativo. Pero no. Si las cosas fueran así, estaríamos haciendo «memoria» de la enésima muerte injusta de un inocente en manos de los poderosos. Y la «memoria» es importante, claro que sí. Pero por sí misma no resuelve nada. Sacaríamos la conclusión de que ganan los de siempre, sin que Dios haga absolutamente nada al respecto.

Menos mal que no es así. La resurrección de Jesús significa que sólo una vida planteada, vivida y ofrecida/entregada desde el amor... tiene sentido, es más poderosa que la muerte. Y por tanto, no es indiferente cómo sea el estilo de vida personal de cada uno. Hay vidas que se «pierden», se desperdician, se condenan. Y otras que están en las manos de Dios, Señor de la Historia y de la Vida, para ser llevadas a la plenitud («Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»).

El sepulcro vacío y la ausencia del cadáver del Maestro... no demuestran nada. Los primeros «remisos» en creer que el Señor estaba vivo fueron los propios discípulos. Lo que les contasen las mujeres (y sobre todo ellas) u otros ttestigos... no era suficiente. La fe no es creer lo que otros han vivido, o nos han contado, sino tener nuestra PROPIA EXPERIENCIA PERSONAL, habernos encontrado con él, experimentar que está vivo y me salva. Este el centro de nuestra fe.

Algunas sencillas pistas que podrían facilitar esta experiencia, atendiendo a la experiencia de los primeros discípulso:

 ♠ En primer lugar sienten a Jesús como uno de ellos cuanto están reunidos «en su nombre». Es decir, en la COMUNIDAD. Por libre no hay nada que hacer. Hay que estar entre los suyos, con los suyos y aceptar ser de los suyos.

♠ En segundo lugar, la EUCARISTÍA. Cuando hacen lo mismo que él hizo, parten el pan, beben la copa y se comprometen a vivir su mismo estilo de vida, él se les hace presente. Con el paso del tiempo, algunos podrán llegar a decir con san Pablo: "Ya no soy yo el que está vivo, sino que es Cristo quien vive en mí". Cada discípulo de Jesús se irá transformando en otro Cristo que seguirá haciendo las mismas cosas que hizo entonces.

♠ En tercer lugar, CUANDO ORAN, dejándose cuestionar por lo que Jesús había dicho y hecho. Cuando escuchan con el corazón, como María, y no sólo con la cabeza, para llevarlo a la vida. Cuando preguntan a las Escrituras: Señor, ¿qué tengo que hacer para entrar en el Reino? ¿cuál es tu voluntad sobre mí?. Cuando se van atreviendo a hacer suyas las oraciones que otros hicieron antes y fueron escuchados: Si quieres, puedes curarme; Señor, que vea; Señor, mi hija está muy enferma; Soy un pecador, he pecado contra el cielo y contra ti" y tantas otras.

♠ Y también, cuando impulsados por la misericordia, reconocen al Señor en aquellos con los que especialmente él se quiso identificarse: Quien acoge a uno de estos niños, a mí me acoge; y el que dé de comer al hambriento, de beber al sediento, el que viste al desnudo, el que hace compañía al enfermo, el que acoge a un refugiado ... a él se lo hacemos. Ahí le seguimos encontrando.

Os decía antes que la experiencia de que Cristo había resucitado fue poco a poco. Y también los apóstoles fueron cambiando, haciéndose hombres nuevos, poco a poco. Por eso la Iglesia celebra este día de Pascua durante 50 días, como diciendo: ya irás resucitando. Y aún más: el último empujón resucitador, el que abrirá nuestras puertas cerradas, nuestros corazones de piedra nos lo dará el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo.

Por eso: oremos con insistencia durante todo este tiempo pascual, deseando resucitar, deseando que el Señor nos resucite (no es cosa de nuestra voluntad) y repitamos a menudo: ¡Ven, Espíritu Santo! Una de las mejores oraciones posibles.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 2 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,1-8

 


Evangelio según San Marcos 16,1-8
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.

A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.

Y decían entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?".

Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.

Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas,

pero él les dijo: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.

Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho".

Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.


RESONAR DE LA PALABRA

Hoy no hay Evangelio. Hoy no hay celebración de la Eucaristía. La Vigilia Pascual es ya parte de la celebración de la Pascua, del Domingo de Pascua. Y no hay que adelantar acontecimientos ni celebraciones. Cada día tiene su afán. Y la liturgia cristiana ha querido hacer de este día un tiempo de silencio, de meditación, de acogida en nuestro corazón del misterio de Jesús muerto y que va a resucitar.

Nosotros, creyentes con casi dos mil años de tradición, ya no vivimos la desolación de los primeros discípulos, de los que vieron a Jesús morir y pensaron que ahí terminaba todo porque pensar cualquier otra cosa iba contra el más común de los sentidos. Hoy nosotros sabemos que a la medianoche vamos a celebrar la resurrección de Jesús. Lo sabemos, lo creemos. Su resurrección es el centro de nuestra fe tanto o más que su muerte. La cruz cobra sentido desde la resurrección. Y sin ella es una realidad aborrecible. Por eso, hoy no toca vivir ni la desolación ni la desesperación en que se hundieron casi con toda seguridad aquel grupito de seguidores de Jesús al ver a Jesús ajusticiado.

Pero quizá sea bueno aprovechar algún momento de este día para echar una mirada al dolor y al sufrimiento que nos rodea. Ciertamente, será una mirada desde la esperanza. Pero también desde el silencio y la compasión. No es tiempo de soltar discursos fáciles. El hecho irrebatible es que el dolor, el sufrimiento, la soledad, la injusticia, la opresión siguen siendo la realidad cotidiana para muchos hombres y mujeres de nuestro mundo. Basta con atender a las noticias que desparraman continuamente los medios de comunicación. Y abrir un poco la mente para darnos cuenta de que hay muchos dolores, muchas injusticias que no llegan ni siquiera a convertirse en noticias porque no interesan.

Es bueno que hoy abramos el corazón a todo ese dolor que está presente en nuestro mundo, ayer, hoy y mañana. Es bueno dejar que se remanse en nuestro interior, que nos duela. Lo viviremos en la esperanza pero en silencio. Como he dicho más arriba, no es un día para dar respuestas facilonas. Con Jesús muerto y enterrado acompañamos las esperanzas muertas y enterradas de tantos hombres y mujeres que viven sin esperanza, que luchan por sobrevivir en un mundo que les es adverso y que quizá se conforman con lograr lo suficiente para llegar hasta mañana.

No hay que adelantar acontecimientos. Ya llegará la celebración de la vigilia pascual. Ahora lo que toca es sentir todo ese dolor del mundo en nuestro corazón.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 1 de abril de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42

 

Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.

Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.

Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".

Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.

Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.

Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".

Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".

Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.

Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".

El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.

Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.

Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".

Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,

mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.

La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy".

Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.

El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.

Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.

¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".

Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".

Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".

Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.

Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".

Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".

Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.

Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.

Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron:

"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".

Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".

Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".

Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".

Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".

Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".

Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".

Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.

Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".

Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.

Pilato mandó entonces azotar a Jesús.

Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,

y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.

Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".

Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!".

Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".

Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".

Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.

Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada.

Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".

Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".

Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".

Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".

Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey".

Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".

Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.

Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota".

Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.

Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.

Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.

Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.

Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".

Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,

se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.

Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,

sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.

Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.

Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.

Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.

Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.

En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.

Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


RESONAR DE LA PALABRA

Hoy tocan lecturas largas y comentario breve. No es tiempo de largos discursos sino de grandes y respetuosos silencios. A pesar de que los creyentes sabemos que esto no es más que una celebración, un recuerdo, una memoria. A pesar de que ya sabemos que a continuación, dos días después vamos a celebrar la resurrección de Jesús, que es el hecho que completa esta memoria de la Pascua de Jesús. A pesar de que es una celebración que hacemos todos los años. A pesar de todas estas cosas, el corazón se nos sigue quedando encogido ante el misterio de la muerte de Jesús.

Jesús en la cruz es un grito permanente contra la injusticia, contra cualquier injusticia. Los cristianos hemos hecho de la cruz nuestro signo. Lo que para otros es signo de suprema humillación. Lo que visto con ojos humanos no tiene sentido ninguno. Lo que es la demostración del fracaso definitivo de Jesús, se convierte para los creyentes en el signo de la victoria. Porque el grano de trigo que muere es el único capaz de engendrar nueva vida. Porque en la cruz, en la muerte de Jesús en la cruz, es cuando comienza la resurrección.

Casi podemos ver este acontecimiento como una especie de apuesta por parte de Jesús. Una apuesta entre él y las fuerzas que pretenden eliminarle, hacerle desaparecer. Es como si unos y otros se hubiesen dicho: vamos a ver si ese Dios Padre del que tanto habla, es capaz de sacarle de este atolladero. Jesús también hace su apuesta. Desde su más completo fracaso pone su confianza en su Dios, en su Padre. Aún sintiendo el abandono más total, el que se puede sentir cuando está clavado en la cruz de la ignominia y de la muerte, Jesús mantiene su fe, mantiene su apuesta. Se juega todo a una sola carta. Y deja que Dios haga su parte. Está convencido de que no lo abandonará, aunque parece que lo ha abandonado del todo.

No se trata hoy de pensar mucho ni de leer pesados libros de teología. Basta con dejarnos llevar por la contemplación de estas últimas horas de Jesús. Basta con que hagamos un ejercicio de “sentir-con”. Y que sintamos también el dolor del mundo, de tantos y tantas que mueren cada día injustamente, que sufren sin sentido. Y ahí, desde ahí, hacernos fuertes en la fe y en la confianza. Como Jesús.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA