sábado, 14 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 25,14-30

 

Evangelio según San Mateo 25,14-30
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.

A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida,

el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.

De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos,

pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.

El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. 'Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado'.

'Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'.

Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado'.

'Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'.

Llegó luego el que había recibido un solo talento. 'Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.

Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'.

Pero el señor le respondió: 'Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido,

tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.

Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez,

porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.

Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes'.


RESONAR DE LA PALABRA

«AQUÍ TIENES LO TUYO»

“Aquí tienes lo tuyo”. Esta fue la respuesta del tercero de los empleados. «Misión cumplida, todo en regla. Puedes comprobar que no falta nada. Estamos en paz. Ya no te debo nada. Lo que me diste, tal cual, te lo devuelvo».

Cuando alguien devuelve un regalo sin abrirlo siquiera, o aunque lo haya abierto, pero no lo ha aprovechado en absoluto... está ofendiendo tristemente a quien se lo dio.

Resulta que Dios te dice: «Aquí tienes: dejo en tus manos toda una fortuna (un talento equivalía a al sueldo de unos 20 años de trabajo de un jornalero agrícola). Esto es lo que te encomiendo y dejo a tu completa disposición. Utilízalos y distribúyelos como mejor te parezca, como tú creas que yo los utilizaría. Cuento contigo para hacer mi trabajo, mientras yo estoy lejos. Probablemente tarde en volver.»

La parábola de Jesús quiere concienciarnos de que hemos recibido muchísimo, aunque no todos lo mismo, a cada cual se le ha dado según su capacidad. Fíjate que te lo da todo para que lo uses, para que lo gastes, y no para que lo tengas guardado para ti. Es para invertirlo. Nos quiere creativos, emprendedores, con iniciativa. “Porque el cristiano arriesga, tiene la valentía de arriesgar para llevar el bien, el bien que Jesús nos ha dado, que nos ha dado como un tesoro. Arriesgar significa involucrarse”, “El cómodo criterio del ‘siempre se ha hecho así’ no vale. Hay que actuar con audacia, creatividad y repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores”. (Papa Francisco). 

Limitarse a contemplar, guardar, preservar, proteger, esconder, defender... equivale a enterrar, a desperdiciar.

Aquel último empleado, a los ojos de Dios, había sido holgazán, negligente. No dice que haya hecho cosas malas, sino que ha dejado de hacer cosas buenas, que sus talentos (que son un préstamo, pues siguen siendo suyos) están sin tocar, sin abrir, sin usar. No ha sabido o no se ha atrevido a hacer algo con aquellos dones: algo bello, algo nuevo, algo que haya merecido la pena, no ha hecho que «suceda» algo.

O todavía peor: «tuvo miedo». Su idea de un Dios exigente le paraliza.

"La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto. Nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones. Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”. (Papa Francisco)

 El miedo a equivocarse, el miedo a la crítica y el rechazo, el miedo a quedarse solo, el miedo a que te descalifiquen o te arrinconen... «Prefiero una Iglesia accidentada porque se arriesga y busca caminos para ser servidora en el mundo de hoy, que una Iglesia enferma recluida en sí misma, por miedo o por aferrarse a las propias seguridades y tradiciones».

En cambio, el siervo fiel y cumplidor no “devuelve” nada, Sino que “presenta”. Es distinto. Y además, el amo no le pide cuentas. Le bastan los resultados. Sabe que detrás de ello habrá historias. Me imagino que en «el gozo de su señor», en la eternidad, habrá «tiempo» para escucharlas y gozar con ellas: 

- la bondad que consiguió colocar en los lugares más impensables

- el perdón que regaló a quien menos se lo esperaba

- el cariño sembrado en los corazones más resecos y doloridos

- la libertad y la valentía para levantar la voz defendiendo la justicia, la verdad, al pobre, al emigrante...

- cuando no le importó invertir en las causas de los perdedores (aquí es donde consiguió los mejores intereses, curiosamente, aunque «perdiera» lo invertido)

- las palabras amables que dejó caer en el bolsillo del corazón de aquellos que tanto las necesitaban...

- el empeño en renovar, mejorar y recrear... cuando otros decían «no se puede hacer nada» o «no merece la pena», o «es imposible....

El amo “tarda tanto en volver”, quizá porque quiera darnos tiempo para gastarlo todo, para que calculemos y discernamos dónde y cómo emplear nuestros recursos. Él no preguntó a sus siervos si habrían podido producir más. Sin embargo, estoy seguro de que sí le interesa saber de nuestro cansancio, de la pasión con que hemos trabajado, la esperanza que nos ha guiado, los riesgos que corrimos. incluso nuestros fracasos.... Mejor si no nos hemos guardado nada “por si acaso”. Porque sólo gastando se le pueden presentar resultados. Incluso es probable que su llegada sea la ocasión de caer en la cuenta de cuánto bien hemos hecho, porque con frecuencia no vemos los frutos de lo que hemos sembrado.

“El que había recibido un talento, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor”.

¡Cuántos agujeros vamos haciendo en la tierra, puede que darnos cuenta! ¡Cuánto guardamos, escondemos, arrinconamos, descartamos, minusvaloramos...!

- Aquí tienes «tu» vida, Señor. Te la devuelvo tal cual. He estado tan ocupado, acelerado, estresado... viviéndola... que no me he parado a pensar como aprovecharla. Lo iba dejando... y al final no tuve tiempo.

- "Aquí tienes" «tu» libertad. La usado más bien poco. He preferido obedecer, dejarme llevar por lo que hacía casi todo el mundo, lo que me recomendaban, lo que me mandaban, lo que se esperaba de mí... Así que no me metí en problemas ni complicaciones. Aquí la tienes de vuelta.

- "Aquí tienes" el corazón que me diste. He querido más bien poco, porque te llevas muchas desilusiones, te hacen heridas, descubren que uno es vulnerable y se aprovechan. He amado a unos poquitos escogidos, a los míos, a los que podían corresponderme...

- "Aquí tienes" «tu» Palabra. La recibí con frecuencia “en las misas”, y la «guardaba» bien en mi memoria... algunas veces. Pero a menudo allí se quedaba, sin afectar gran cosa a mi vida, a mis decisiones...

- "Aquí tienes" la comunidad de hermanos en la fe: no me ocupé mucho de ella; y quizá "aquí tienes" una fe poco arriesgada, poco madurada, poco formada, y "aquí tienes"...

Siempre pensé que habría estado bien que Jesús hubiera presentado un siervo con las manos vacías, sin nada. Pero luego me he dado cuenta de que sin parábola, en la realidad, ya hubo un Siervo que lo arriesgó todo, que lo entregó todo, hasta la propia vida, hasta quedarse sin nada, fracasado, abandona... Y fue el Primero en entrar en el gozo de su Señor y Padre. 

La invitación de la Palabra del Señor es a mirarnos las manos, y caer en la cuenta de tantos dones que nos ha encargado cuidar y administrar. No son nuestros. No recuerdo quién dijo que al Señor sólo podremos «presentarle» el día de su regreso aquello que hayamos repartido, y nos pedirá cuentas de todo lo que nos hemos guardado. ¿Qué pesará más? ¿El «aquí tienes»? ¿O el mira lo que he repartido?

Quique Martínez de la Lama-Noriega. cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 13 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 18,1-8


Evangelio según San Lucas 18,1-8
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

RESONAR DE LA PALABRA

Hay parábolas que necesitan ser interpretadas. Los estudiosos de la Biblia han dedicado muchas horas y muchos libros a lo largo de la historia para desentrañar lo que Jesús quiso decir con algunas de esas historias. Pero la parábola de hoy, en principio, no necesita de ese trabajo. Jesús mismo interpreta la parábola para nosotros. 

No es que Dios se parezca al juez injusto, que termina por hacer justicia a la viuda no por hacer justicia en sí, lo que debería ser su principal preocupación, sino porque la viuda no le deja tranquilo y le importuna. Lo que dice Jesús es precisamente lo contrario. Si el juez injusto es capaz de hacer eso, qué no hará Dios con sus elegidos, con sus pequeños, con sus hijos e hijas que claman a él día y noche. Eso es así independientemente de que cuando venga el Hijo del hombre se encuentre con esa fe y esa confianza en la tierra. Dios no depende de nuestra fe. Dios es lo que es: absoluto de vida, de libertad y de justicia. Y su ser no se cambia porque nosotros creamos o no creamos en él. 

Pero me voy a atrever a interpretar de una manera un poco diferente esa historia de la viuda que importuna el juez hasta consigue que le haga justicia. Me gusta imaginar que Dios se parece un poco a esa viuda pesada, que a tiempo y a destiempo, persigue al juez hasta que consigue que cambie, que haga justicia, que haga las cosas bien, como las debe hacer. 

Me gusta pensar que Dios, de muchas maneras, por caminos a veces muy extraños, nos busca y nos sigue, nos persigue, se hace el pesado con nosotros. Hasta que consigue lo que quiere: que descubramos que somos hijos e hijas suyos, que estamos llamados a vivir en el amor, a amar sin límite a nuestros hermanos y hermanas, a perdonar, a reconciliar, a ser misericordiosos como lo es Él. Y que solo por ese camino llegaremos a ser felices, a vivir en paz con nosotros mismos. 

No siempre los caminos de Dios son los nuestros. Nosotros conocemos algunos de sus caminos: la iglesia, la palabra de Dios, los sacramentos, la oración... Todos esos son buenos caminos. Dios los sigue muchas veces para encontrarse con nosotros. Pero Dios es más grande que todo eso. Y sumamente libre. Y muy creativo. Capaz de imaginar siempre nuevos caminos para encontrarse con sus hijos e hijas por medios que nosotros no podemos ni imaginar. Dios es un poco, o un mucho, pesado y no ceja hasta encontrarse con nosotros, hasta tocarnos el corazón y curarnos nuestras llagas. Habrá quien no le sepa poner nombre, quien no le reconozca. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que el amor de Dios llega a todos los corazones. Sin medida. Sin límite. Porque Dios no deja nunca abandonado a ningún hijo suyo. Por más que nosotros no lo veamos ni lo entendamos. Eso forma parte de nuestra fe.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 12 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,26-37


Evangelio según San Lucas 17,26-37
Jesús dijo a sus discípulos:

"En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé.

La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.

Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía.

Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos.

Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.

En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás.

Acuérdense de la mujer de Lot.

El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.

Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado;

de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".

Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»

Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".


RESONAR DE LA PALABRA

Una primera lectura del Evangelio de hoy nos puede asustar, ¡La que se nos viene encima con eso del “día del Hijo del hombre”! Parece que va a ser terrible. Todo va a suceder como es normal. Levantarse, comenzar el día, trabajar, comer, descansar, y vuelta otra vez a la misma historia. Pero, según nos dice Jesús, el día del Hijo del hombre toda esa normalidad va a terminar de golpe. Un corte tremendo que va a hacer parecer tonterías esas películas que hablan de desastres terribles. 

Pero vamos a ser realistas. La vida nuestra tiene algo de ir de susto en susto. Y si leemos un poco de historia pues no haremos más que confirmar esa impresión. ¿Qué siglo se ha librado de guerras, epidemias, terremotos, terrorismo, dictaduras, huracanes y cosas peores? Seamos realistas: ninguno. A veces algún país tiene la suerte de vivir un periodo relativamente largo de paz, sin que sucedan ninguna de esas cosas terribles. Pero eso es casi más la excepción que la regla. 

Por si alguno tiene alguna duda, que repase la historia reciente. Estábamos tan tranquilos, o más bien, creíamos estarlo, y llegó el covid 19 con su potencial de muerte. Está cambiando nuestras vidas, amenazando nuestra economía. Nadie se salva de él. Ciertamente el covid 19 no tiene prejuicios raciales ni de clase social. Y esto por comentar lo que más dicen los medios de comunicación. Porque guerras y terrorismo y mafias y otras cosas siguen campando en muchos países. 

Jesús no nos está amenazando con el fin del mundo ni con el desastre. Más bien. Nos recuerda lo que nos dijo el otro día. El reino de Dios está dentro de nosotros y es hoy, aquí y ahora, donde nos tenemos que jugar nuestra vida. Es hoy, aquí y ahora, donde tenemos que dar el do de pecho como cristianos y seguidores de su buena nueva de amor y misericordia y perdón y reconciliación para todos. Hoy, cuando estamos en paz y tranquilos. Y hoy, cuando llega el covid 19 o cuando la violencia nos cerca o cuando el terremoto sacude nuestras casas o cuando sucede cualquier otra cosa que conmueve nuestras rutinas y nos obliga a cambiar el paso. El que ante esas nuevas situaciones pretenda salvar su vida, la perderá. El que pretenda hacer lo de siempre o esconderse asustado tratando de salvar lo suyo, lo perderá todo. Sólo el que abra los ojos e intente vivir en cristiano la nueva situación en que nos encontramos cada día, es el que gozará de la vida.

Porque la verdad es que cada día es nuevo. Cada día se nos plantean desafíos, retos, situaciones adversas, complicaciones. En el trabajo, en la familia, en el barrio o en el grupo de amigos, en la sociedad, en el mundo. Cada día tenemos que responder en cristiano. Lo nuestro no es hacer del avestruz: esconder la cabeza en el suelo. Lo nuestro es, como Jesús y con Jesús, levantar la cabeza y tratar de responder con la dignidad de los hijos e hijas de Dios a esas situaciones que se nos plantean cada día. Sin miedo. Porque el amor de Dios está con nosotros.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 11 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,20-25


Evangelio según San Lucas 17,20-25
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente,

y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".

Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.

Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.

Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.

Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación."


RESONAR DE LA PALABRA

Cuando leo el Evangelio de hoy se me vienen a la mente las escenas de las películas de romanos en que el general de turno que ha vencido a sus enemigos entra en triunfo en Roma. Todo el pueblo está en la calle aclamándole. Los senadores, los patricios y hasta el mismo emperador le recibe entre trompetas y timbales que no logran apagar las voces de todos los que participan en la ceremonia. A veces nos hemos hecho una idea así del reino de Dios y de la venida de Jesús. Es el fin del mundo. La historia se detiene. Y todos estamos en la calle para recibirle mientras que los ángeles y los santos y los mártires ocupan los primeros puestos. Todos para acoger al señor de los señores, al que va a ocupar el primer puesto y para siempre. 

Pero la realidad es que esa imagen no tiene nada que ver con el Evangelio. Cuando Dios se quiso hacer presente en medio de nosotros, no escogió el camino del poder, del espectáculo, de las maravillas. Lo suyo fue la sencillez, el ocultamiento, el disimulo. Se hizo como uno de nosotros. No pretendió privilegios ni los tuvo. No escogió los primeros puestos sino los últimos. Podía haber nacido en Roma, que era entonces el centro del mundo, y de una buena familia. Pero prefirió la sencillez de un pueblo escondido. Los evangelistas son muy cuidadosos al narrarnos esa simplicidad de su nacimiento y de su vida. ¡Hasta nos cuentan que nace en una cuadra y en medio de los animales! ¡Un lugar impuro e indigno, maloliente y sucio!

Jesús nos da la clave. Para encontrar el reino de Dios, o lo que es lo mismo, a Dios, no hay que esperar grandes y milagrosos y espectaculares acontecimientos. “El reino de Dios está dentro de vosotros”. Dios alienta nuestros corazones y nos anima a amar y querer a nuestros hermanos y hermanas. Y en ese cariño está Dios mismo. Porque Dios es amor. ¿Qué más buscamos? 

Si nos dicen que el Hijo del hombre está aquí o alla, no vayamos a esos sitios. Al Hijo del hombre le encontramos cada vez que abrimos nuestro corazón al hermano, cada vez que nos importan más sus derechos y su bienestar que el nuestro. Cada vez que compartimos el pan, como hacemos en la eucaristía de cada día. Y cada vez que compartimos la vida, como deberíamos hacer en todo momento. Ahí está presente el Hijo del hombre y el reino de Dios y Dios mismo. Sin alharacas, sin trompetas ni tambores, sin grandes ceremonias. Porque todo eso sobra y no hace más que distraer de lo verdaderamente importante: que Dios es amor y que allá donde un corazón ama y da la vida por los hermanos y hermanas –aunque eso implique sufrir–, es Dios mismo el que se hace presente y florece y se renueva la vida. 

Recordemos: el reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros. ¡Dejemos que florezca y crezca y alumbre la vida de los que nos rodean!

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 10 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,11-19

 

Evangelio según San Lucas 17,11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.

Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".

Al verlos, Jes.ús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.

Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta

y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?

¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".

Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado"


RESONAR DE LA PALABRA

Tengo para mí que dar gracias es el secreto de la buena vida. Me explico. Somos capaces de dar las gracias cuando entendemos que se nos ha regalado algo. El regalo, por definición, es algo que no hemos merecido, que no lo hemos trabajado. El regalo es gratuidad. No se espera. No se calcula. El valor del regalo no está en lo que se regala, en su precio, en su tamaño. Ni siquiera en su belleza. El valor del regalo está en la actitud del que lo regala. Detrás de lo que se regala y llenándolo de valor y sentido, está la persona que regala, que me regala. En el regalo, en lo que se regala, el otro me está regalando su vida. 

De ahí brota la acción de gracias, agradecer. También ese agradecimiento es gratuito. No se mide en relación con el valor del regalo. No es que, si me regalan un coche, agradezca mucho y, si me regalan una bicicleta, agradezco menos. La vida se me vuelve agradecimiento porque lo que me toca el corazón es la actitud del que regala. Porque en su regalo se regala él mismo. Y el regalo es apenas un símbolo de ese otro regalo más profundo, que es el don de la persona. 

El Evangelio de hoy va de regalo y agradecimiento. Jesús regala la curación, la salud. Es un regalo de verdad. Es gratuidad que llega a la vida de esos leprosos. Son unos desconocidos para Jesús. Por eso su regalo está más lleno si cabe de gratuidad. El regalo les salva de la exclusión, de la marginalidad. El regalo de Jesús les reintegra a su pueblo, a su familia. De alguna manera, les devuelve a la vida. Porque en tiempos de Jesús, los leprosos eran prácticamente muertos en vida. 

Todos los leprosos son curados. Pero sólo uno vuelve para dar las gracias. Sólo uno parece haber reconocido en el gesto de Jesús, el don de sí, de la persona, que hay siempre implícito en el regalo que se da. Y vuelve, contento y agradecido, a postrarse a los pies de Jesús. Vive agradecido. Reconoce la gratuidad y él se vuelve también gratuidad. 

Quizá la última frase de Jesús nos puede llamar la atención: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” En realidad no es nada extraño. Jesús no hace más que certificar que ese hombre ha descubierto algo más que los otros no descubrieron. Todos los leprosos recuperaron la salud. Gracias a eso comenzaron una nueva vida. Se reintegraron a su familia y su comunidad. Muy bien. Pero éste que ha vuelto a dar gracias no solo ha dado ese paso, de la salud a la enfermedad. Ha dado un paso más allá a la buena vida. Ahora reconoce que todo lo que tenemos es gracia, es gratuidad, que todo es regalo. Y que la única manera de vivir bien es vivir agradecidos. 

Cuando nos demos cuenta de que todo, absolutamente todo, lo que somos y tenemos, lo bueno y lo malo, es vida y es gracia, que todo es regalo inmerecido, entonces empezaremos no sólo a vivir sino a vivir bien, a vivir una buena vida. Y nos volveremos a Dios continuamente para dar gracias. Y compartiremos con los hermanos y hermanas sin medida. Porque todo es gracia y vida y regalo. Esa es la verdadera sabiduría. ¡Ojalá todos la alcancemos!

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 9 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,7-10

 

Evangelio según San Lucas 17,7-10
El Señor dijó:

«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'?

¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'?

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.»


RESONAR DE LA PALABRA


Hay gente que tiene la suerte de trabajar en lo que les gusta. He conocido fontaneros y carpinteros que disfrutaban con su trabajo y con hacerlo bien. Hoy el Evangelio habla de los siervos. Dice que somos siervos y que lo único que tenemos que hacer es cumplir con nuestro deber. Y que más allá de eso no hay nada. 

Así leído el Evangelio es un poco tirano. Parece que al seguidor de Jesús no le queda más que agachar la cabeza, cumplir con su deber, con lo que tiene que hacer, con las leyes que le imponen, y nada más. No hay derecho ni a una sonrisa. Como decía un formador mío en el seminario, la vida de los seminaristas se parecía a un paño de tela. Si hay en el paño una falta, una trama mal hecho, se ve, se señala y se corrige. Pero si el paño está bien tramado y sin faltas, no hay nada que decir. Es lo normal. Aplicado eso a la vida del seminarista, significaba que si había algo que corregir, se corregía, pero si el seminarista, era un buen tipo y hacía las cosas bien, no había nada que decir. Ni una buena palabra, ni de alabanza ni de ánimo. Porque lo normal es hacer las cosas bien. 

Vamos a mirar este Evangelio desde otra perspectiva. Dice Jesús que el siervo no merece gratificación. Cierta. Pero es que el mismo trabajo que hace el siervo ya es su gratificación. Los que estamos en la Iglesia, los que nos sabemos hijos e hijas de Dios, los que trabajamos fomentando la concordia, la fraternidad, la justicia, la misericordia, la comprensión, el perdón, tenemos nuestra gratificación en ese mismo trabajo. Porque ¿qué más compensación queremos que encontrar la mano del hermano y su rostro que nos mira con un gracias en sus ojos? ¿Qué más gratificación queremos que encontrarnos con la mano que nos ayuda y nos invita a levantarnos cuando estamos caídos?

Nosotros, fieles cristianos, somos como esos carpinteros o fontaneros que de que hablaba al principio que están felices de trabajar en lo suyo, que les encanta hacer las cosas bien por pura satisfacción personal. Nosotros tenemos la inmensa suerte de haber sido invitados y llamados por Dios para participar en su reino. ¿Hay mejor destino que ese? ¿Podemos pedir alguna gratificación adicional más allá de sentirnos amados y queridos por Dios? 

Ahora podemos entender a Jesús cuando, una vez cansados del trabajo diario, nos invita a reconocer que "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer." No hay que decir más porque somos conscientes de que somos unos privilegiados. Y que nuestro trabajo no consiste más que en hacer, con nuestros actos y con nuestra vida, que el amor de Dios llegue a todos, que nuestros privilegio lo conozcan y lo compartan todos. ¡Qué gozada!

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 8 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 2,13-22


Evangelio según San Juan 2,13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".

Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".

Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".

Pero él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.


RESONAR DE LA PALABRA

Hoy celebramos la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. Es la Basílica más importante de Roma y la sede del obispo de Roma, es decir, del Papa. Esta basílica es de alguna manera la cabeza de todas las iglesias del mundo. Pero no es más que un edificio. Lo que es santo no son las piedras que lo forman. Lo de menos es que sea un templo artísticos, que su arquitecto sea Borrromini. Todo eso es muy bonito. Los que vayan a visitarla verán una obra de arte. Pero si se quedan en eso, se han perdido lo más importante. 

Lo que hace que una iglesia sea realmente una iglesia, no es la forma ni las piedras ni los arcos ni los altares ni las estatuas. Una Iglesia es iglesia porque en ella sea reúne el pueblo creyente para escuchar la Palabra, para compartir el pan de la Eucaristía, para alabar y dar gracias, para sentir en toda su riqueza la fraternidad de los hijos e hijas de Dios. Esa es la verdadera riqueza. Sin ella, una iglesia, cualquier iglesia, no es más que un montón de piedras más o menos bonitas. Dependiendo de su antigüedad y belleza, podrá ser una especie de museo enorme. Pero nada más. Un cascarón sin nada dentro. 

Deberíamos dirigir la mirada a lo fundamental y no quedarnos en lo accesorio. Deberíamos hacer el esfuerzo, siempre necesario y nunca acabado ni definitivo, de construir la fraternidad que levanta la verdadera iglesia. Cuando existe la comunidad, cuando los hermanos y hermanas se reúnen y acogen a todos, cuando se hacen testigos del amor de Dios que no excluye a nadie, entonces vemos levantarse los muros y paredes de la verdadera iglesia de Dios. En ese momento descubrimos la verdadera belleza, la increíble belleza, capaz de romper los odios y la violencia y de unir a las personas con lazos de amor, de cariño, de fraternidad. Porque las personas son las piedras vivas que forman la iglesia de Jesús. Luego, esas personas necesitarán un lugar donde reunirse, levantarán una iglesia, querrán que sea, en la medida de sus posibilidades, un edificio bello porque lo normal es que el edificio exprese lo que es la comunidad. 

Hay comunidades que cuidan sus iglesias, que expresan en sus iglesias su vida de fe. A veces son iglesias sencillas y pobres, como la misma comunidad. A veces son grandes edificios. En cualquier caso, son la expresión de la vida de la comunidad. Esas iglesias están llenas de vida, de fe, de fraternidad. Y ahí reside su verdadera belleza. 

Conclusión: llenemos nuestras iglesias de vida de fe, de comunidades creyentes porque ahí reside la verdadera belleza y riqueza de la Iglesia.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA