sábado, 11 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,1-10

 

Evangelio según San Marcos 8,1-10
En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.

Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".

Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".

El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".

Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.

Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.

Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.

Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.

En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

El pasaje del Génesis que nos ofrece la celebración de hoy es designado por los entendidos como una etiología, es decir, un intento de explicar los fenómenos por sus causas. El autor sabe que las serpientes reptan sobre la tierra, que la mujer da a luz con dolor, que el varón -en aquella sociedad agrícola- suele pasarse el día en el campo, y que ese campo regado con su sudor a veces le es rebelde y produce espinos en vez de hortalizas o cereales. Y la culminación de tanta desgracia será la muerte, la vuelta al polvo. El hombre desea identificar el origen de tanto mal, y sobre todo busca una salida. Y en medio de la narración se muestra esa salida, esa “liberación de la vanidad” (Rom 8,21): el principio del mal (simbolizado aquí por la serpiente) será aplastado, y el ser humano disfrutará de la felicidad a la que Dios originariamente le destinó.

El Apocalipsis se hace eco de esa esperanza, y, en su último capítulo, muestra el paraíso sin pecado, con agua y luz superabundantes. Un río caudaloso y cristalino riega el árbol de la vida, árbol en constante, mensual, producción de frutos (¡sin que el hombre se fatigue!) y cuyas hojas curan toda enfermedad. A la desgraciada historia del Génesis Dios le da la vuelta. Si junto al árbol hubiese una serpiente, sería aquella con la que el niño puede jugar sin sobresalto (Isaías 11,8). Es la imaginería que San Pablo resumió en frase magistral: “ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió a la imaginación humana lo que Dios ha preparado…” (1Cor 2,9).

Jesús quiso anticipar ya ese mundo nuevo, saciando el hambre de la gente. La multiplicación de los panes y los peces es ante todo un acto de misericordia: ¡dar de comer al hambriento!, y el punto de partida del acontecimiento está en que Jesús “tiene entrañas”. El verbo griego (splanjnizomai) que se ha traducido por “siento compasión” significa literalmente “se conmueven mis entrañas”. Así es el Padre y así es Jesús: no soportan el sufrimiento de la humanidad. Siguen dando la vuelta a la historia de dolor descrita en el Génesis.

El evangelista ha querido recordar también que esa comida no es un hecho aislado, sino que empalma con un antes y un después. Comer pan gratuito en el desierto recuerda la historia del maná, en la época del Éxodo, cuando Dios mismo guiaba y alimentaba a su pueblo. Y las acciones de Jesús (tomar el pan, dar gracias, partirlo y distribuirlo) son exactamente las de la institución de la Eucaristía (Mc 14,22): Dios, a lo largo de la historia, a veces espinosa o desértica, seguirá alimentando a su pueblo con pan natural y pan celestial. El Dios del paraíso, que no abandonó al hombre en su pecado, le sigue cuidando y acompañando hasta que le acoja para siempre en su seno y en su gloria.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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