Evangelio según San Mateo 6,19-23
Jesús dijo a sus discípulos:No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado.Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
Queridos hermanos:
Para entender la primera lectura de hoy hay que ponerse en la piel del apóstol Pablo que desde un principio ha acompañado a la comunidad de Corinto.
Pero poco después han aparecido otras personas que quieren desacreditarlo como enviado de nuestro Señor Jesús. Sí, era verdad, anteriormente en Jerusalén había perseguido a los cristianos hasta meterlos en la cárcel. A éstos que le desacreditan, Pablo los llama “Superapóstoles” que quieren echar por tierra lo que Pablo con tanto sacrificio ha ido sembrando en la comunidad.
Entramos aquí en un tema muy real que puede destruir la fe y la vida de los cristianos y de las comunidades: las envidias entre quienes quieren servir y guiar a la comunidad cristiana.
Es un peligro muy cierto que puede echar a perder años de trabajo de los animadores o responsables de la comunidad sembrando la calumnia y el desprestigio.
Un apóstol que se estime –parecen decir Pablo a sus rivales– se hace pagar dignamente sus servicios, como hacían los que servían en el Templo de Jerusalén. Pablo, en cambio, es un pobretón que no se aprovecha de sus oyentes ni de su autoridad.
Y a continuación, enumera una paradójica lista, no precisamente de éxitos, no de comunidades fundadas o viajes realizados, conversiones y bautismos, de los que podría presumir. Recuerda su largo camino misionero, recorrido a la sombra de la cruz de Cristo: sufrimientos, privaciones, fatigas, persecuciones y castigos, peligros de muerte…
Sólo la «cruz de Cristo» que lleva a cuestas todo apóstol confirma su legitimidad y el poder de su palabra. Ésta es la lección fundamental que nos da aquí Pablo. Termina poniendo a Dios por testigo de que todo lo dicho es verdad y que si de algo tiene que presumir, es de sus debilidades.
En el texto evangélico de hoy san Mateo nos recuerda las palabras que dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo,… porque donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
En una conversación con amigos, alguien dijo una frase que se me quedó grabada: “El árbol no come sus frutos”. Me pareció una manera muy plástica de decir que todos los seres, incluyendo los humanos, existimos para darnos, no para encerrarnos en nosotros mismos.
San Pablo recordó estas palabras: “Hay más dicha en dar que en recibir” Este proverbio de Jesús parece que Pablo lo aprendió de otros cristianos. Y es que los seres humanos hemos sido hechos para dar y para darnos. Nuestra vida cambiaría si pudiéramos comprender que − como el árbol – no estamos hechos para comernos nuestros propios frutos, sino para donarlos como alimento a otros. Igual que los frutos se pudren si nadie los recoge, de igual modo nuestros dones resultan infecundos si no los ponemos al servicio de los demás.
La capacidad de compartir no está ligada a la abundancia de recursos, sino a la generosidad del corazón. La persona generosa, aun cuando atraviese períodos de escasez, encuentra en su interior la fuente del gozo porque − como nos reveló Jesús – “hay más alegría en dar que en recibir”.
La raíz de la tristeza y la soledad que viven muchas personas está en su incapacidad dar, de compartir.
Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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