domingo, 31 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 12,13-21

 

Evangelio según San Lucas 12,13-21

En aquel tiempo:

Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".


RESONAR DE LA PALABRA


SOBRE LA VACIEDAD DE LA VIDA

La primera lectura de hoy estaba escogida del llamado libro del Eclesiastés, aunque hace muchos años que, entre otras razones para evitar la confusión con el otro libro «Eclesiástico», se prefiere llamarle «Qohélet», que es como se presenta a sí mismo el autor al comienzo del libro, y que significa «el Hombre de la Asamblea» (X Pikaza). El pasaje es algo más largo que el que hemos leído y parece que su sabio autor está profundamente decepcionado y va repitiendo a cada poco, como un estribillo: Todo es vanidad (entiéndase no como "presumido" sino como sinónimo de "vacío, sin sentido..."). Y se queja: Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. De día, su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. Un poco más adelante, se desahoga:

Yo, Qohélet, he sido rey de Israel en Jerusalem... Hablé en mi corazón: ¡adelante, voy a probarte en el placer! ¡disfruta de la dicha!... Hice grandes obras: construí palacios, planté viñas, huertos y jardines con frutales... Tuve siervos y siervas. Poseía servidumbre. También atesoré el oro y la plata, tributo de reyes y provincias. De cuanto me pedían los ojos nada les negué, ni rehusé a mi corazón gozo ninguno. Todo es vanidad y perseguir al viento.

Estas palabras me han recordado a nuestro Premio Nobel de Medicina, don Severo Ochoa. Al final de su vida contaba a una periodista: ”No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio… un sabio que no sabe nada”.
"En mi vida hay algo que ha merecido la pena, y no es la investigación científica, sino el haber tenido su amor. ¿Cómo puede sorprenderse nadie de que diga que mi vida sin Carmen no es vida?" Su mujer fue Carmen García Cobián, 55 años de vida, amor y ciencia en común. Cuando en mayo de 1986 falleció, supuso para Severo un golpe muy duro que le sumergió en una especie de profunda depresión. A partir de entonces, Ochoa decidió no volver a publicar ningún trabajo científico más, con lo que puso totalmente fin a su brillante carrera.

He tenido ocasión de acompañar y escuchar a muchas personas cuando han perdido a un ser muy querido: la propia pareja, un hijo, un amigo especial... O les han dado la noticia de una grave enfermedad de improbable curación, y se han venido abajo, al darse cuenta de que sus «muchísimas cosas importantes», sus múltiples ocupaciones de cada día, sus energías distribuidas en mil asuntos... tenían muy poco sentido, no eran realmente lo más importante.

Aquel periodista y sacerdote español que fue José Luis Martín Descalzo, al saber que le quedaba poco tiempo de vida, pudo escribir:

¡Qué maravilla poder morirse sabiendo que nuestro paso por el mundo no ha sido inútil, que gracias a nosotros ha mejorado un rinconcito del planeta, el corazón de una sola persona! ¡Y qué espantosa esterilidad la de descubrir, a la llegada de la muerte, que hemos sido el bufón de muchos, aunque decían que nos admiraban, y nos aplaudían o rociaban de incienso!

 Dios ha creado un mundo bello, donde hay muchos recursos para que podamos ser felices el tiempo que nos toque pasar aquí. Al terminar la creación, dijo satisfecho: «Todo es bueno». Todo. Y nos lo entregó y encomendó para que lo cuidáramos y para que fuéramos felices con todos esos dones, y con lo que podamos ir haciendo con nuestra vida: relaciones personales, opciones, prioridades, valores, estilo de vida... El peligro está en nuestro modo de relacionarnos con las cosas y con las personas... Cuando dejamos que las cosas, los deseos, e incluso las personas, se adueñen de nuestro corazón, se vuelvan tan «importantes» que limiten e incluso anulen nuestra libertad, nuestra humanidad, que nos hagan distanciarnos o enfrentarnos con las personas (como los dos hermanos del Evangelio que discuten por una herencia). Cuando en vez de entregarnos y amar, pretendemos poseer, retener, atar a una persona... algo va mal.

Alguien con cierta sorna definía así lo que es una herencia: «aquello que los muertos dejan para que los vivos se maten entre sí». Y a menudo es así. Las herencias sacan a flote lo que de verdad hay en el corazón de algunos: y «lo que es mío, lo que me corresponde en justicia» acaba anteponiéndose a las relaciones familiares, que quedan para siempre dañadas.

Cuando el beneficio económico, se antepone a un salario o unas condiciones laborales justas y a las necesidades de las personas... algo va muy mal. Cuando el afán económico y el desprecio por los que están peor, lleva a negar el cambio climático, a quitar importancia a la contaminación atmosférica por oscuros intereses político-económicos, a despreocuparse de la escasez de agua potable, a seguir talando y quemando (o dejando que se quemen) bosques, a seguir consumiendo sin medida... y tantas otras cosas que están destrozando el planeta y la fraternidad humana, mientras nos distraen con burdas tonterías, para que algunos pcoso pueden seguir haciendo su agosto todos los días del año... algo no va nada bien.

Leo en el último Informe Foessa/Cáritas española presentado en enero del 2022 que cuatro de cada diez personas se encuentran en situación de exclusión social por su inestabilidad laboral y sus escasos ingresos. ¡¡¡Se trata de 11 millones de ciudadanos!!! Y al mismo tiempo las grandes fortunas han crecido y los beneficios de las grandes empresas también... a pesar de la crisis. Pero no parece que éste sea un tema que preocupe a nuestros políticos (y a menudo tampoco a sus votantes), distraídos y enredados como nos tienen en asuntos bastante menos urgentes e importantes...

 Jesús nombra la «codicia» como la causa de todos estos males. Pero no hay que pensar sólo en las grandes empresas y fortunas. Acaparar, amontonar, comprar, acumular... nos toca a todos en mayor o menor medida. ¡Cuántos sacos van a los contenedores de basura cuando alguien fallece! ¡Cuántas cosas compramos o guardamos, que realmente no nos hacen ninguna falta! Y no las soltamos!!!

Como dice a menudo el Papa Francisco: “Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre, nunca. Pero sí hay un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie nos puede robar, que no es lo que has estado guardando para ti, sino lo que has dado a los demás”.

San Pablo nos ha invitado a «buscar los bienes de arriba». Y Jesús: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios». Pero no es necesario tener fe para tomarse en serio todas estas cosas. Cuando alguien fallece, ¿qué es lo que realmente nos queda de él/ella? Su tiempo entregado, sus detalles, sus ayudas, su generosidad, su empeño por hacer este mundo mejor. En definitiva: me hace grande lo que doy, y lo que hago por otros. Lo demás es todo perfectamente prescindible. Y para los que nos consideramos creyentes... no nos dejemos atrapar por las muchas cosas creadas por Dios... sino que busquemos al Señor de las cosas. Debiera formar parte de nuestro examen de conciencia... este virus tan dañino que es la codicia, que no es sino otro nombre del egoísmo, y que tanto daño hace a los otros. Ojalá no dejemos como herencia «algo para que otros se maten», sino una sonrisa grande y un profundo sentimiento de agradecimiento por habernos conocido. Ojalá que no pongamos todo el corazón en nada que nos puedan quitar, o que podamos perder (como Severo Ochoa) o que nos distancie de los otros, sino en el que es Autor y Dueño de nuestra vida.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 30 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 14,1-12


Evangelio según San Mateo 14,1-12
En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes,

y él dijo a sus allegados: "Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos".

Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe,

porque Juan le decía: "No te es lícito tenerla".

Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.

El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes

que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.

Instigada por su madre, ella dijo: "Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista".

El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran

y mandó decapitar a Juan en la cárcel.

Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre.

Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Después de una semana oyendo hablar del Reino de Dios, junto al testimonio de la vida de algunos santos, en el evangelio de hoy se nos presenta el “reino de la frivolidad”: un Herodes que se lleva a la mujer de su hermano; una mujer que busca quitar del medio al Bautista; una hija que acepta ser mediadora de los planes de venganza de su madre; y un rey a quien le pesa más el qué dirán los invitados que la justicia.

Nuestro mundo también tiene mucha frivolidad. No hay más que mirar alrededor, ver las noticias o entrar en internet. Afortunadamente, en nuestro mundo también hay muchas “semillas del Reino”. ¿Qué pesa más…? ¿Quién lo sabe? Y además, no nos toca a nosotros juzgar, como decíamos ayer.

Lo que nos toca a nosotros es crecer en consciencia, darnos cuenta de lo que pasa, descubrir esas semillas de Vida, acogerlas, cultivarlas, repartirlas... La parábola del Reino como pequeña semilla vuelve a iluminarnos al final de esta semana.

Algo así fue la vida de Santiago, la de Santa Marta… y la de tantos otros hombres y mujeres santos. También de aquellos “santos de la puerta de al lado”, que nos dice Francisco: aquellas personas que, con su vida sencilla, abren caminos a la verdad, al bien y a la belleza, para bien de muchos. Porque su corazón está abierto al Dios del Reino, y en su vida acogen el Reino de Dios. Entre dudas y certezas, con sus luces y sombras… Así es como crece todo lo importante. Sin perder la esperanza.

Pues tras esta semana contigo, sólo me queda desearte que tengas un buen fin de semana. Y hasta la siguiente.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

 

viernes, 29 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 11,19-27

 

Evangelio según San Juan 11,19-27
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.

Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.

Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".

Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".

Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".

Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?".

Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Cuando queremos saber algo de una persona, solemos preguntar por sus características más importantes. ¿Cómo es? Y sabiendo sus rasgos principales, nos da una idea inicial de la persona, que nos ayuda a situarnos ante ella.

De muchos personajes del Nuevo Testamento conocemos poco o muy poco. Sin embargo, de alguno de ellos se nos dan algunas características que son capaces de iluminar lo que es una vida desde Dios para los demás. Uno de estos personajes es Marta de Betania, Santa Marta. La hermana de Lázaro y de María se nos describe en varios pasajes de los evangelios como amiga, creyente y servicial.

Marta fue amiga del Señor. Lo eran los tres hermanos, a cuya casa se acercaba Jesús de vez en cuando para disfrutar de su amistad, descansar, compartir… La amistad es un don de Dios, que es capaz de crear lazos de humanidad que nos mantienen en la vida y nos sostienen en la adversidad.

Marta fue creyente. Así aparece principalmente en el pasaje de hoy: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Una confesión de fe que, sin esquivar las preguntas y en medio de la dificultad, se fía del Amigo.

Marta fue servicial. Hasta el extremo. Así queda consignado en el otro pasaje evangélico donde su hermana María se ha quedado escuchando a los pies del Señor, mientras que Marta se afana en cuidar todos los detalles para acoger al Amigo.

Amigos, creyentes, serviciales… tres dones que recibir y tres tareas en las que crecer en nuestra relación con el Señor. Una buena definición de lo que significa ser un “discípulo misionero”, un seguidor de Jesús en el siglo I, en el siglo XXI y en cualquier tiempo y lugar.

¡Feliz día de Santa Marta!

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

jueves, 28 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,47-53

 

Evangelio según San Mateo 13,47-53
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.

Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,

para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.

Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".

Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Hoy Jesús nos presenta el Reino como una gran red, con la que los marineros salen a pescar... y que recoge todo lo que hay. Y que cuando está llena, se sube a la barca y se va seleccionando, para quedarse con lo bueno y desechar lo que no sirve.

Es normal: no todo es lo mismo. Como se dice por aquí, “no da igual ocho que ochenta”. Para el Dios del Reino hay cosas que tienen mucho valor, pero hay otras que no sirven, porque no construyen humanidad, Reino, Vida.

La vida es el tiempo de la libertad. Se nos ha regalado un tiempo y unas capacidades, y con ello podemos hacer muchas cosas. Podemos construir... o destruir. También podemos darnos cuenta y arrepentirnos. La vida es también tiempo de perdón y de reconciliación.

Por eso, al final, no será lo mismo una vida entregada -de las múltiples maneras que se puede entregar-, que una vida guardada, malgastada –de las muchas formas que también se puede hacer esto-. El final de la vida será la verdad y la consolidación de lo que fue.

Dios quiere que todos los hombres y mujeres se salven... En su casa hay sitio para todos, y ya nos lo ha preparado. A la vez, Dios respeta nuestra libertad. Malgastar la vida es como decidir quedarse fuera de la fiesta, del banquete que nos ha preparado... y que ya estamos pudiendo gustar aquí en la tierra.

La vida eterna es vivir con Dios y con los otros. La muerte eterna es vivir sin Dios y sin los demás. Ambas empiezan ahora, pero se consolidarán al final... aunque no nos toca a nosotros determinarlo, sino al Dios de Jesucristo, que respeta nuestra libertad a la vez que es misericordioso.

Sobre todo, no nos toca a nosotros hacer el juicio antes de tiempo. La red con los peces tiene su selección al final, no durante la pesca.

Sigamos caminando, dando pasos hacia la Vida y ayudando a otros a vivir ya de la plenitud que Dios nos ofrece.

Ojalá que nadie se quede fuera de la fiesta…

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 27 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,44-46

 


Evangelio según San Mateo 13,44-46
Jesús dijo a la multitud:

"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;

y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Hoy Jesús nos vuelve a hablar del Reino de Dios. El centro de su predicación, porque fue el centro de su vida…

En realidad, la humanidad siempre ha buscado “el secreto de la felicidad”, “la piedra de la sabiduría”, “el elixir de la eterna juventud”... “el tesoro”.

Pues bien, Jesús dice que eso, encontrar el Reino de Dios es como encontrar el tesoro de la vida y el secreto de la existencia. El que lo encuentra, es capaz de dejarlo todo por ello.

Su rostro se vuelve luminoso, como el de Moisés (“contempladlo, y quedaréis radiantes”, dice un Salmo).

Sus manos se abren, para dar y recibir.

Su corazón se esponja, con un sitio para todos.

La vida se vuelve confianza, en la salud y en la enfermedad.

El mundo se transforma en la casa de todos.

El futuro se contempla con esperanza...

“Reino de Dios”. Los dos términos son importantes. Porque el Reino no es anónimo, sino que tiene un Padre, Alguien para quien somos alguien, con nombre, con historia, con futuro. Y “Dios del Reino”, porque no es un Dios aislado, alejado, abstraído... Es un Dios que se da a la humanidad, que inaugura un reinado nuevo, que se preocupa por todos.

Cada vez que rezamos la oración del “Padre nuestro”, invocamos a Dios y le pedimos que “venga su Reino”.

“Venga tu Reino, Señor.
Venga a nosotros
y que lo acojamos, lo amasemos y lo repartamos
a manos llenas”.
Vuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 26 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,36-43

 


Evangelio según San Mateo 13,36-43
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".

El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,

y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.

Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.

El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,

y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!"


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Hoy se celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de los abuelos y personas mayores. Un reconocimiento propuesto por el Papa Francisco, en este día que celebramos la memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Bienaventurada Virgen María, a quienes nos han precedido en la vida y en la fe y siguen entre nosotros, enriqueciéndonos con su experiencia.

En esta memoria, el evangelio nos cuenta una escena cotidiana de Jesús. “Dejó a la gente y se fue a casa”. Jesús también descansa. Jesús también toma distancia. Jesús también comparte con los suyos.

Allí, en la casa, sus amigos le piden que les aclare, que no entendieron bien. Y él les explicaría, hasta que pareciera que entendían... Y comerían, y descansarían, y hablarían de mil cosas, y de cómo iba la misión, y de sus familias de origen... y de lo que les preocupaba, y de la situación del pueblo, y de... tantas cosas...

Los cristianos estamos llamados a tener intimidad con Jesús. Como Moisés, que hablaba “cara a cara” con Dios. Una fe que no se cultiva en la oración es como una amistad que no se ejercita en el encuentro, en el trato, en la conversación.

En su tiempo, entre las multitudes de Galilea había quien seguía a Jesús a distancia, con encuentros esporádicos, de tarde en tarde... Desde que está Resucitado, accesible en todo tiempo y en todo lugar, la invitación a todos es a seguirle de cerca, tenerle presente, intimar con él: en la oración breve o larga de cada día; en la celebración de cada domingo; en la confianza con que se puede vivir la vida... para que vaya limando nuestras contradicciones, reconciliando nuestro pecado, despertando lo mejor en nosotros, para darnos en el día a día.

Tampoco es cuestión de estar todo el día pensando en Jesús... pero sí buscar esos momentos de intimidad, y vivir todo en la onda de estar en su presencia, procurando abrir los mismos caminos que él intentó: caminos de Reino.

Seguro que tenemos cerca algunos abuelos o personas mayores, de nuestra familia o de otros ámbitos, que pueden ser para nosotros una referencia en este trato cotidiano con Jesús, que renueva la vida cada día. Qué bueno sería tener estos días una palabra de agradecimiento y un gesto de cariño por todo lo que nos aportan.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 25 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,20-28


Evangelio según San Mateo 20,20-28
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.

"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".

"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.

"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:

como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Hoy es una fiesta grande. Celebramos el recuerdo vivo de uno de los 12, de aquellos elegidos personalmente por Jesús, el Maestro, que anduvieron por Galilea con Él, junto con algunas mujeres y algunos más, escuchando sus enseñanzas y siendo enviados a hacer lo mismo que Él hacía. Que llegaron a Jerusalén con grandes expectativas, que comieron la cena pascual con el Señor, que tuvieron miedo y huyeron… Y que finalmente fueron testigos de la Resurrección, en aquella Pascua y aquél Pentecostés que les dio de nuevo la fuerza para ser los testigos de Cristo hasta los confines de la tierra, sobre cuyo testimonio se asienta la fe de nuestra Iglesia, transmitida de generación en generación… hasta nosotros. Le conocemos como Santiago “el Mayor”, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, y según la tradición, predicó el Evangelio hasta “Finisterre” (el “fin de la tierra” conocido en aquel momento), y cuyo sepulcro se haya en la ciudad española de Santiago de Compostela, a donde peregrinan cada año muchas personas, especialmente en los “años santos”, que se celebran cuando el 25 de julio cae en domingo.

Se podrían decir muchas cosas de Santiago. Mirando las lecturas de hoy, quizá podríamos condensarlas en dos palabras: “barro” y “aliento”. Son dos palabras que pueden describir a todo ser humano, desde el relato de la Creación, en Génesis 2: el ser humano es formado del “barro” (símbolo de la fragilidad), y sobre ese barro, Dios sopla su “aliento” (símbolo de la vida, y sinónimo de “espíritu”).

En Santiago vemos una manera de concretar ese ser “barro y aliento”. Por un lado, aunque había oído a Jesús hablar de ser los últimos, de servir… pervive en él el anhelo de dominar, de ser uno de los primeros en el nuevo Reino que anuncia el Maestro, de sentarse a su derecha o a su izquierda, junto a su hermano. Jesús no escogió hombres perfectos, sino seres de “barro”, que tuvieron que hacer su camino de aprendizaje. Y desde ese barro, avanzado ya el camino, le vemos, tras la Pascua, predicando con valentía: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres…”. Una muestra del “aliento” de Dios, que con el nuevo envío del Resucitado se hace en ellos fuerza del Espíritu Santo.

“Barro y aliento”: esa es la vida de los santos, porque puede ser la vida de toda persona. “Este tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan (…) llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. Así también puede ser tu vida, si, como Santiago, como María… dejas que en tu barro sople el Señor el aliento de su Espíritu. ¿Te atreves?

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 24 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 11,1-13

 

Evangelio según San Lucas 11,1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;

danos cada día nuestro pan cotidiano;

perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,

porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',

y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.

Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?

¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".


RESONAR DE LA PALABRA


LA ORACIÓN DE JESÚS

 Hoy nos encontramos a Jesús en oración. No es ésta la única ocasión en la que aparece orando. Más bien ocurre con frecuencia (sobre todo en Lucas). Parece que era una necesidad tan vital para él, que a veces se pasa la noche entera orando. El Hijo necesita encontrarse con el Padre, y el Padre necesita encontrarse con el Hijo. Y si esto es así, nosotros, que no somos Jesucristo, nos quedamos sin excusas ni argumentos para no orar. Hay que decirlo así de claro: Yo necesito orar y el Padre necesita o desea que yo ore.

Se ve que a los discípulos de Jesús les resultaba llamativo y les cuestionaba eso de verle orar. Algo notaban en su oración que les resultaba«distinta» con respecto a lo que, como judíos, habían aprendido y estaban acostumbrados. ¿Y Cómo era esta oración, de la que Jesús se distancia y diferencia?

- Algunos rezaban repitiendo Salmos, bendiciones y plegarias, o algún pasaje bíblico en concreto, que aprendieron desde pequeños... Tiene su valor este modo de orar, pero... tiene el riesgo de que realmente no haya verdadero encuentro con Dios, que se quede todo en palabrería y rutina, que sea yo solo el que hable, y que no me plantee el «Señor, ¿qué quieres de mí?».

- Muchos comprendían la oración como un modo de «informar» a Dios de lo que les pasa, y convencerle de que les echase una mano, o explicarle lo que tendría que hacer en su favor. Dios sería algo así como un señor feudal sentado en su trono, al que hay que sacar de sus profundas meditaciones, para decirle que estamos aquí, y que necesitamos sus «mercedes», como decían los antiguos cristianos.

- Con frecuencia creían que a Dios se le podía «ganar», «convencer» o «comprar» a base de ofrendas, sacrificios, ritos... Ellos encargaban a los sacerdotes algún sacrificio u ofrenda, hacían algún ayuno o rezo, y «a cambio», Dios les escucharía, los perdonaría o les prestaría su ayuda. Al menos se quedaban con la conciencia tranquila de que ya habían «cumplido». Luego, fuera del Templo, no era raro que la vida fuera por otro lado, y se portaran de manera egoísta, ignoraran al pobre, o abusaran de sus trabajadores. Esto suena a «mercado» religioso con Dios: Yo te doy, y a cambio Tú me das...

- La oración se había vuelto enormemente individualista y centrada en los propios intereses. Rezaban por sus cosas, por sus familias y amigos, por sus necesidades... Su modo de plantearse o hacer la oración no les cambiaba en absoluto, no les hacía abrirse más a los otros...

- Y, por señalar un último elemento, a Dios se lo solían dejar «dentro» del Templo. Estaba alejado de la vida. Una cosa era la vida cotidiana, y otra distinta la oración y la relación con Dios, aunque rezasen varias veces al día. El trabajo, la diversión, los acontecimientos sociales y políticos no eran lugares ni materia para el encuentro con Dios.

Jesús, quiso que sus discípulos orásemos de otra manera. Y para ello «traduce» y sintetiza su experiencia íntima en una oración: el Padrenuestro. Se trata de una especie de «manual» de oración, no un simple rezo para repetir..., con los contenidos y actitudes que debieran empapar cualquier otra oración. Jesús no pretendió cambiar unos rezos por otros.

 Þ Al orar decimos «Padre». Necesitamos, al comenzar nuestra oración, caer en la cuenta, de a quién nos dirigimos. No se trata de un señor importante, con la agenda apretada, que, si tiene tiempo y ganas, nos atiende. Es un Padre, y su mayor interés (por no decir el único) somos nosotros. No hace falta «convencerle» de nada, porque Él está de nuestra parte, es bueno y quiere en todo nuestro bien. Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y está dispuesto a dárnoslo aunque no se lo pidamos. Eso hace un buen padre ¿no?

Decía San Agustín: «El hombre ora no para orientar a Dios, sino para orientarse a sí mismo». Y Julien Green escribió: «El objetivo de la oración no es conseguir lo que hemos pedido, sino hacernos distintos”. Y para L. Evely “orar es ponerse a disposición de Dios para que haga en nosotros finalmente lo que desde siempre ha querido hacer, y para lo que nunca le hemos dado ni tiempo, ni ocasión, ni posibilidad…”

Un buen hijo está pendiente de lo que su padre necesita o desea para agradarle. Y saber que Dios es mi padre ya me calma, y me recuerda que todo está en «buenas manos». Cada vez que oramos así, le dejamos a Dios que nos diga «hijo mío».

Escribió San Cipriano:

El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a su casa —dice el Evangelio— y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos.

Þ Este Padre es «nuestro», y cada vez que nos abrimos a Él, tiene siempre una pregunta en los labios: "¿Qué hay de tu hermano?" (Génesis) ¿qué me cuentas de él, cómo está? ¿Qué podemos hacer por él entre los dos? Es lógico que éste sea tema de conversación con él. Un padre siempre anda preocupado por todos y cada uno de sus hijos, especialmente por los que peor lo pasan, nos quiere a todos hermanos, porque todos somos hijos suyos.

De nuevo San Cipriano:

«Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: “Padre mío, que estás en los cielos”, ni: “El pan mío dámelo hoy”, ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.

Þ Y Decimos santificado sea tu nombre, no en el sentido de que Dios pueda ser santificado por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es Él mismo quien santifica? Él ha dicho: «Sed santos, porque yo soy santo», por esto, pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el Bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días pecamos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación. (San Cipriano)

Þ La oración continúa, recordándonos cuál es la tarea en la que anda empeñado el Padre: su voluntad es el Reino, la felicidad del hombre, nuestra santificación, conducirnos hacia la plenitud. Pero para ello ha querido contar libremente conmigo para esta tarea. Sabiendo que él hará por mí todo lo que pueda, yo le digo: «Aquí estoy para hacer tu voluntad». Podemos hacer mucho en la vida de cada día: en cada encuentro, en cada decisión, en cada acontecimiento la oración se va convirtiendo en actitudes y compromisos. Buscar y conocer su voluntad nos abre al sentido y al compromiso para ser obreros de su viña. Para no quedarnos en palabrerías, sino que construyamos nuestra casa sobre roca y «haciendo» en todo su voluntad.

 Þ Entonces, ¿no hace falta que pidamos nada, a parte del pan y el perdón? Jesús nos insiste en que pidamos, busquemos y llamemos... porque el Padre no niega el Espíritu a quien se lo pide, a quien lo busca, a quien lo llama. Lo mejor que podemos pedir y lo mejor que Dios nos puede dar es a sí mismo (su Espíritu). Y si Dios está con nosotros, ¿quién podrá con nosotros? Nadie, ni nada, ni siquiera la muerte, nos podrá apartar de Dios. Este Don (del Espíritu) lo vamos recibiendo poco a poco, precisamente en el silencio, en nuestros ratos de estar a solas con Dios. Un Espíritu que nos ayuda a tomar bien nuestras decisiones, a tener la fuerza para perdonar, acoger, compartir y darnos sin medida a los otros, para querernos como Dios nos quiere, para ser mejores, para vivir como hijos amados.

¡Se pueden decir tantas cosas sobre la oración y sobre el Padrenuestro...!
Quisiera que nos quedáramos hoy con menos dos cosas: Que mastiquemos y meditemos las palabras que Jesús nos enseñó, su modo y nuestro modo de abrirnos a Dios. Y que nos pongamos en actitud de acogida y apertura para que Dios nos vaya llenando con su Espíritu, en nuestros tiempos de oración. Y todo ello con insistencia, como el «amigo impertinente» de la parábola.

Nosotros necesitamos orar mucho más que Jesús, y -a Dios gracias- sabemos el modo de hacerlo. Que el Padre nos libre de «caer en la tentación» de vivir sin Él. Es lo peor que nos podría pasar.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

sábado, 23 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,24-30

 

Evangelio según San Mateo 13,24-30
Jesús propuso a la gente otra parábola:

"El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;

pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'.

El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'.

'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.

Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Hoy celebramos la fiesta de santa Brígida, religiosa, nacida en Suecia, que nos ofrece un perfil muy completo de la vida cristiana: familia, peregrinación, enseñanza, consagración al Señor… En su matrimonio tuvo ocho hijos, a quienes educó piadosamente, y consiguió al mismo tiempo, con sus consejos y su ejemplo, que su esposo llevase una vida de piedad. Muerto éste, peregrinó a muchos santuarios y dejó varios escritos, en los que habla de la necesidad de reforma, tanto de la cabeza como de los miembros de la Iglesia. Puestos los fundamentos de una orden religiosa, en Roma pasó finalmente de este mundo al cielo.

El evangelio que se nos propone este día, como todos los evangelios, nos sirve para todos: quienes viven su fe desde una familia, aportando desde su fe, en la sociedad, como cristianos en medio del mundo; y quienes vivimos desde una vocación de consagración especial, con el estilo de vida que llevó Jesús y sirviendo a la Iglesia y al mundo de múltiples maneras. Nos acerca a lo más central de nuestra fe: “permanecer en el Señor”.

Jesús nos lo explica con una imagen de la agricultura: una vid, imagen de cualquier árbol. En la medida que los sarmientos o ramas están unidos a la vid o al tronco, tienen vida y pueden dar fruto. Porque una rama arrancada del tronco se seca; pero si permanece unida, la vida de la planta corre por ella. Es, pues, una vida recibida, y con todo, es la misma vida y con la misma fuerza. Lo mismo pasa con los frutos: solo cuando está unida al tronco la rama puede dar frutos.

Esa es la vida cristiana: por el bautismo, fuimos injertados al tronco de la vida de Cristo y de su Iglesia, y a través de ella -de las personas, de los sacramentos, de la catequesis, de los testimonios…- recibimos la vida de Dios y podemos dar fruto.

Hoy puede ser un buen día para agradecer la vida de Dios en nosotros; reconocer cómo esa vida se va abriendo camino, a veces en medio de las dificultades; apreciar la vocación concreta que vamos viviendo o, los más jóvenes, buscando: desde la familia, el trabajo o una consagración al Señor; y pedir que, con todo lo recibido y permaneciendo siempre en Dios, podamos llegar a dar el fruto que el Señor espera de nosotros.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 22 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18


Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro

y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.

Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.

Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".

Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".

Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".

María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena, una mujer importante en la vida de Jesús y en la primera hora del cristianismo. De ella se nos dice que fue liberada por el Señor de siete demonios, a partir de lo cual se convirtió en su discípula, siguiéndole hasta el monte Calvario, y en la mañana de Pascua mereció ser la primera en ver al Salvador retornado de la muerte y llevar a los otros discípulos el anuncio de la resurrección. Por eso tiene el título de “apóstol de los apóstoles”.

En el evangelio de hoy se nos habla de unas lágrimas, de un nombre, de un encuentro y de un envío.

Las lágrimas expresan el dolor de María Magdalena, como el de María, la madre de Jesús, las otras mujeres y los propios discípulos, por la pérdida de Jesús. En Él habían puesto tantas esperanzas… y de repente, todo se vino abajo. ¿Cómo seguir adelante, como volver a creer en algo o en alguien, cómo recuperar un atisbo de esperanza… si el Maestro había sido ajusticiado de la peor manera que podía suceder, cubriéndose así de sombra todos los recuerdos de su vida? Pedro también lloró, tras las negaciones… A Judas le faltó llorar su traición y dejar que esas lágrimas le limpiaran el alma… María llora ahora al amanecer, cuando aún está oscuro y ha ido al sepulcro, quizá a recordar, quizá a embalsamar… ¡sin saber que el sepulcro está vacío! “Mujer, ¿por qué lloras?”…

Son quizá esas mismas lágrimas, y todo lo que significan, las que le impiden reconocer a Jesús, que se le hace presente: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Sólo cuando escucha su nombre de la boca del Maestro es capaz de reconocerle. Ese nombre que habría sido pronunciado también cuando el Señor la curó de sus males y en tantos otros momentos en el camino del seguimiento. “¡María!... “ “¡Maestro!”.

Y con ello se produce el encuentro… Contra todo pronóstico, Jesús sigue estando ahí, como el Viviente, capaz de encontrarse con quien le busca, y capaz de seguir llamando por el nombre. Y con ello viene el envío: “ve a mis hermanos y diles…”, un envío que María Magdalena cumple al instante: “He visto al Señor y ha dicho esto”.

La historia de María Magdalena es también nuestra historia, aunque el orden de los acontecimientos pueda variar: ser curados por el Señor de nuestros “demonios”, emprender un camino de seguimiento, sentir que lo perdemos, llorar la pérdida, ser llamados por nuestro nombre, reencontrarLe… Ninguna relación personal suele ser una línea recta, y tampoco lo suele ser nuestra relación con Jesucristo. Y entre esas idas y venidas, se va haciendo nuestra pequeña historia que se integra en la gran historia de Salvación de Dios con la humanidad. Para ser, como María la de Magdala, enviados a anunciar a otros que Cristo sigue vivo y que se manifiesta generosamente a quien lo busca. ¿Aceptas este regalo y este desafío?

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 21 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,10-17

 

Evangelio según San Mateo 13,10-17
En aquel tiempo, los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?".

El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.

Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.

Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán,

Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.

Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.

Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Muchas veces asistimos a “malentendidos”: gente que al oír un mensaje, lo interpreta mal, o lo tergiversa, o simplemente no lo entiende. Puede ser que el que emitió el mensaje lo haya hecho de manera confusa. Pero en otras ocasiones, ocurre que otras personas, oyendo el mismo mensaje, sí lleguen a entenderlo correctamente, con lo cual hay un problema en el receptor…

¿Qué es lo que ha pasado? Pues que la comunicación humana depende de muchas más cosas que de las palabras. Qué distinto es cuando hay “sintonía” o concordia entre dos personas que cuando no la hay. En el primer caso, se intuyen muchas cosas y se suele interpretar bien lo que la persona quiere comunicar. En cambio, cuando no hay buen ambiente, es frecuente que las palabras se malinterpreten, reavivando el conflicto.

Algo así nos dice hoy Jesús en el evangelio: “porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos”. Cuando el corazón está lleno de odio, o cerrado a la escucha, ya podemos intentar explicarnos, que lo más normal es que no seamos entendidos; ya podemos intentar aclarar las cosas, que no va a ser fácil. ¿Quién no ha vivido esto alguna vez? ¿Y quién no ha tenido, alguna vez, el corazón endurecido, de forma que no ha llegado a entender lo que otro le quería decir, por muy buena intención que pusiera?

Esto, que nos pasa entre las personas, nos puede pasar también con Dios. Por eso ante Él, como ante los demás, viene bien ser conscientes de cómo nos presentamos: si con un corazón abierto, transparente, o bien con un corazón endurecido, por el motivo que sea.

Dicen que sólo desde el amor se conoce de verdad. Porque el amor es capaz de ver más allá, más adentro, más verdaderamente. Dios nos mira con amor infinito, por eso nos conoce mejor que nosotros mismos. Ojalá que nosotros podamos mirar a Dios y a las personas con amor, porque será como podamos conocerLe y conocerlas de verdad.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 20 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 13,1-9

 

Evangelio según San Mateo 13,1-9
Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.

Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.

Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar.

Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.

Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda;

pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.

Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

¡El que tenga oídos, que oiga!".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Nos encantan las historias. Porque las ideas están bien, al darnos información sobre muchas realidades… Pero si esas ideas se expresan en una historia, entonces las entendemos mejor y nos llegan más al corazón. Desde las historias que los hombres primitivos dibujaban o expresaban de mil maneras, hasta las novelas, películas o series actuales, las historias y los relatos mantienen una fuerza especial para expresar la verdad de nuestra vida.

Jesús, como buen Maestro, contó muchas historias. Los evangelios nos relatan algunas de ellas. Y seguro que son los pasajes que mejor recordamos, con más fuerza que las afirmaciones u otro tipo de frases.

Como siempre, Jesús habla a la gente con las palabras y los conceptos que entienden: imágenes de la vida en la casa, de la pesca, de la agricultura… En esta ocasión, es la historia de un sembrador. No por conocida debería dejar de sorprendernos: el sembrador siembra generosamente, sabiendo que no todo se logrará… pero es la única manera de llegar a cosechar fruto. La semilla es buena, de eso no hay duda, aunque llegar a dar fruto no depende sólo de ella, sino de llegar a caer en la tierra adecuada. Y aquí viene la variedad de terrenos: el borde del camino, la zona pedregosa, entre zarzas… y la tierra buena.

Dios es el sembrador, que siembra con generosidad. La semilla es su Palabra, que siempre es buena. Pero para dar fruto, esa Palabra necesita una tierra que la acoja, y esa tierra buena está llamada a ser nuestra vida. Porque, como dijo San Agustín, “el que te creó sin ti, no te va a salvar si ti”.

El “sí” de María hace posible la Encarnación de Dios. Nuestra vida abierta a Dios, como la tierra buena, hace que su Palabra pueda dar fruto en nosotros, con una vida reconciliada, humanizada y humanizadora en Cristo y en su Evangelio.

Cristo nos llama a reconocer que a veces somos tierra reseca, o llena de piedras, o cargada de espinos… Y al reconocerlo, Él puede ir volviéndonos esa tierra buena, que como el Corazón de su madre María, pueda acoger su Palabra y hacerla vida en el mundo de hoy, para dar mucho fruto.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 19 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 12,46-50

 

Evangelio según San Mateo 12,46-50
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él.

Alguien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte".

Jesús le respondió: "¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?".

Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: "Estos son mi madre y mis hermanos.

Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

La curiosidad siempre ha sido algo que mueve la vida de las personas. Quien más y quién menos, nos interesa saber lo que pasa a nuestro alrededor, o los detalles de la vida de las personas que consideramos importantes. Más allá de que en exceso puede resultar contraproducente, una sana curiosidad nos ofrece criterios para orientar la vida, al imitar lo que viendo cerca de nosotros consideramos valioso por los resultados que produce.

Los evangelios nos cuentan muchas cosas de la vida de Jesús, aunque no todos los detalles de su existencia. De hecho, parece que el origen de los evangelios está en los relatos de la Pascua y de la Pasión, a los que se van añadiendo detalles de dichos y hechos de la vida de Jesús, hasta formar los escritos completos que conocemos actualmente.

Está claro que, si es mucho lo que conocemos, también es mucho lo que desconocemos. Pero en lo que se nos cuenta, podemos encontrar detalles que, aunque de primeras puedan sorprendernos, nos pueden dejar interesantes enseñanzas sobre la vida de nuestro Señor, para llevarlas a nuestra vida.

El pasaje de hoy nos presenta a un Jesús enseñando, que recibe la visita aparentemente inesperada de sus familiares: su madre y sus “hermanos”, que en nuestra tradición se ha interpretado como “parientes cercanos”. Es un dato que aparece en varios pasajes de los evangelios. Podemos suponer que entre Jesús y sus parientes había un cariño inicial, a la vez que, cuando Jesús sale de su pueblo a predicar de forma itinerante por Galilea, es lógico que hubiera una extrañeza en sus familiares. Y que alguna vez salieran a buscarlo, como se nos dice.

La reacción de Jesús denota mucha libertad, fruto de la conciencia de misión que ha desarrollado: “mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre del cielo”. Jesús ha venido a nosotros a través de María, centro de su familia humana. A la vez, Él viene a inaugurar una nueva familia donde lo definitivo no son los lazos de la sangre, sino el ser hijos de Dios y vivir según su voluntad.

Nuestra familia de origen es importante: es el regalo a través del cual se nos dio la vida, a muchos también nos ha transmitido la fe, y a la que tanto debemos. A la vez, hay otra familia más grande y más importante: la que formamos todos los hijos de Dios y los que pueden llegar a serlo.

Que el Señor nos conceda sabernos miembros de esa gran familia de Dios, y vivir en consecuencia, como hijos y hermanos.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 18 de julio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 12,38-42


Evangelio según San Mateo 12,38-42
Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un signo".

El les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás.

Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.

El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.

El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

La vida humana tiene mucho que ver con la experiencia. Gran parte de lo que conocemos, nos viene porque lo hemos visto, oído… experimentado de alguna manera. Aunque no todo: sería ilusorio pretender “experimentar” en primera persona todo el caudal de conocimientos que la humanidad tiene en este siglo XXI. Hay cosas que experimentamos, y otras que aceptamos por la confianza que ponemos en el que nos lo dice, a quien consideramos digno de fe.

Las relaciones humanas tienen una parte de experiencia: conocemos a alguien, conversamos con esa persona, recibimos el eco del trato con ella… A la vez, las relaciones humanas tienen mucho de confianza: creer que la persona con la que trato me dice la verdad, que va a ser fiel a nuestra amistad o amor, que tiene buenas intenciones, que busca mi bien…

La confianza va más allá de la experiencia, aunque de alguna manera se apoye en ella. Confiar siempre supone un salto, un arriesgarse… Porque pretender probar o demostrar una amistad o una relación amorosa puede terminar ahogándola. Aunque también es verdad que toda relación positiva se acaba expresando en signos de bondad.

En el Evangelio de hoy, Jesús se molesta de que algunos escribas y fariseos le pidan un signo. Quizá no se hubiera molestado tanto si esa petición hubiera venido de la gente sencilla… o más bien es que la gente sencilla confía sin más, y no pide tantos signos. Quizá vio en aquellos fariseos un afán de controlar lo incontrolable, o de asegurar lo que no es real si no hay confianza.

Nuestra fe en Jesús se apoya en la confianza: la confianza en su Palabra, reflejo de su Vida, transmitida a través de los testigos de la primera hora, que vivieron con Él, y que se nos ha transmitido en la tradición viva de la Iglesia, vivificada por el Espíritu Santo. Desde ahí, es verdad que también podemos hacer “experiencia” de su presencia… aquí y ahora, porque gracias a ese Espíritu, Jesucristo es contemporáneo a toda época y a toda persona.

El gran “signo” de Jesús es su vida entregada, a lo largo de sus días entre nosotros, que se significa de modo pleno en la Pascua: la cruz y la resurrección, como los tres días y las tres noches de Jonás en la ballena, que le hicieron nacer de nuevo.

Unidos a él, también nosotros podemos nacer de nuevo, siempre que no le pidamos más pruebas que las que Él nos da: su vida entregada y la presencia del Espíritu en nosotros, a través de la comunidad de la Iglesia, en su Palabra, en su Eucaristía y demás sacramentos, en los más necesitados…

Ojalá que Jesús no encuentre en nosotros individuos exigentes, sino personas sencillas, de las que pueda decir: “te doy gracias, Padre (…) porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has enseñado a la gente sencilla” (Mateo 11, 25).

Nuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA