lunes, 6 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-34

 

Evangelio según San Juan 19,25-34
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.

Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.

Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,

sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos u hermanas:

Tras la cinquentena pascual, proseguimos el tiempo ordinario. Lo hacemos en la décima semana. El evangelio de San Mateo nos acompañará durante casi tres meses, nada menos que hasta el 30 de agosto.

Es bueno que, al comienzo de un nuevo libro, nos informemos acerca de su plan de conjunto. Esto nos permitirá entender mejor cada parte. No todos disponemos de tiempo y de medios para un estudio a fondo, pero siempre podemos dar un nuevo paso. Por esa razón, os ofrezco algunos enlaces que nos proporcionan un acercamiento sencillo.

Os invito a recordar alguna experiencia de sufrimiento.

¿Qué sentimos cuando nos visita el dolor, cuando tenemos la impresión de que las cosas salen torcidas, cuando parece que la alegría dura tan poco en casa del pobre? ¿Cómo es posible que en la gran familia de Dios, que es la humanidad, haya tantos millones de personas que pasan hambre, que lloran, que son perseguidas? ¿A qué extraño plan responde tanta injusticia, tanta corrupción, tanta violencia? ¿De qué han servido dos mil años de cristianismo?

Contemplando a los pobres y excluidos de su tiempo, Jesús debió de sentir en carne propia el abismo que hay entre el sueño de Dios y la dura realidad de cada día. Debió de sentir a un tiempo la impotencia de quien apenas puede hacer nada y la tentación de quien sueña que Dios es un recurso mágico para resolver todo a golpe de deseo.

¿No sentimos esto mismo cada uno de nosotros? ¿No nos debatimos entre el “no hay nada que hacer” y el “que venga Dios y lo arregle”?

Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las bienaventuranzas. Todos los detalles de este “discurso programático” son importantes:Jesús contempla la muchedumbre (Al ver Jesús el gentío) que simboliza a toda la humanidad doliente. Y siente, como en tantas ocasiones, compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada uno. Los entiende por dentro porque también él, desde el comienzo de su vida hasta el final, se siente atravesado por la tentación del sinsentido, de reducir a Dios a un poder mágico.
Sube a la montaña, se sienta y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir tiene el sello de su Padre.
El contenido es paradójico: todos los que sufren (por situaciones injustas o por incomprensión hacia su tarea) tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud moral, de sus cualidades, de su resignación o de no sé qué extraña medida compensatoria. Son felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por difícil, paradójico y casi inhumano que resulte.

Escribo esto y experimento dos reacciones contrapuestas. La primera se parece mucho a la crítica marxista de la religión. Si no se entienden estas palabras de Jesús en su verdad, pueden ser utilizadas como justificación del orden establecido. Si se las acoge a la luz de su propia vida (esta es la segunda reacción), entonces, no solamente alimentan un gran coraje para luchar por la dignidad de todos los seres humanos sino que dan sentido a todo sufrimiento que se vive en comunión con el Cristo que sufre y muere.

No estoy seguro de haber entendido esto, pero sé que sí lo ha entendido Pablo cuando escribe a los corintios: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. O cuando más adelante remacha: Si sois compañeros en el sufrir, lo sois en el buen ánimo. Y también sé que lo han entendido y vivido muchos sufrientes que han hecho de la prueba un trampolín de fe, de alegría, de capacidad de lucha, de esperanza contra toda esperanza. En otras palabras, de felicidad.

¿Se puede vender esta “fórmula” en el supermercado de propuestas para estar bien y ser feliz? Se puede, pero no tendría ningún éxito de ventas. Seguimos empeñados en transitar otros caminos de rápida gratificación. Pero chocamos siempre contra la misma piedra. No deberíamos extrañarnos de nuestra profunda infelicidad.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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