miércoles, 14 de febrero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18

 

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18
Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,

para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,

para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


RESONAR DE LA PALABRA

Tenemos una tendencia terrible a sentir y pensar que somos el centro del mundo, del universo. El “yo” es lo primero que nos sale. Yo me siento, yo pienso, yo necesito, yo he hecho, yo no he hecho… Seguramente sin darnos cuenta pero terminamos viviendo así nuestra relación con Dios. Yo en el centro y él como una especie de satélite que anda dando vueltas en torno a mí para atender a mis necesidades, para perdonar mis pecados, para hacerme sentir bien, que parece ser que es de lo que se trata al final.

Esto que he dicho en general, se aplica mucho en el tiempo de Cuaresma (y en el sacramento de la reconciliación, hacia el que, a veces, parece que se orienta casi exclusivamente este tiempo). Parece que es un tiempo de convertirse y eso entendemos que es el tiempo de revisarnos a nosotros mismos, de pensar mucho en lo que hemos hecho mal y lo que debemos hacer mejor. Es el tiempo de volvernos a Dios. Pero no salimos de estar en el centro. Y Dios sigue sin pasar de ser un periférico.

Mi propuesta para este tiempo de Cuaresma es “descentrarnos”. Dejar de pensar en nosotros mismos y volvernos más a Dios. Dejar de pensar en nuestros pecados y pensar más en Él. Ponerle en el centro y pasar nosotros a la periferia. Quizá entonces se nos abrirán los ojos y caeremos en la cuenta de que Él es el que nos regala todo y nos da todo. Y que frente a Él no cabe más que la acción de gracias. Y que vivir en cristiano no es más que vivir agradecido y agradeciendo.

No me invento lo que estoy diciendo. En la primera lectura se nos dice: “Convertíos al Señor Dios vuestro; porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.” Y en la segunda lectura Pablo nos recuerda que Dios “dice: En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda.” Y concluye Pablo que “mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.” Quizá la Cuaresma sea un buen tiempo para mirar algo menos a nuestro ombligo y algo más al que es nuestro salvador.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 13 de febrero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,14-21

 

Evangelio según San Marcos 8,14-21
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.

Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".

Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.

Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.

Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan

cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".

"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".

Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?".


RESONAR DE LA PALABRA

A los discípulos les costaba entender hasta las comparaciones más sencillas. En el Evangelio de hoy Jesús habla de la levadura de los fariseos y de Herodes. Todo el mundo sabe que la levadura es necesaria para hacer el pan y muchas otras cosas. Hace que la masa fermente y la mezcla de harina y agua se convierta en pan que alimenta y que da vida. Por eso, cuando Jesús ve que sus discípulos no entienden, les explica que hace unos días, su levadura, la levadura de su palabra y del poder de Dios, ha sido capaz de alimentar, de dar vida a cinco mil. Y otra vez a cuatro mil.

Es que la levadura de Jesús, su presencia, su palabra, su modo de comportarse, crea vida alrededor suyo. Sacia a las personas y las llena de esperanza. Es la levadura del Reino. Es el Reino de Dios que ya está presente entre nosotros. Esa levadura genera en los que la reciben la posibilidad de ver a Dios como Padre, como Abbá, que cuida de nosotros con amor, porque somos sus hijos, sus criaturas, hechura de sus manos.

Pero la levadura de los fariseos y de Herodes no crea vida ni esperanza. No hace que la masa fermente para convertirse en pan. La levadura de los fariseos crea en aquellos que la reciben una imagen de Dios como ley que hay que cumplir. La levadura de los fariseos inserta en los corazones de las personas el temor ante un Dios terrible y exigente que ha proclamado una ley que hay que cumplir. Lo demás no importa. Seguramente que los fariseos lo hacían con buena voluntad. Era su forma concreta de manifestar su fe, su devoción al Dios de sus padres. Pero en realidad, la ley era estéril. No creaba vida ni esperanza. No era capaz de generar fraternidad. Porque el amor no puede ser fruto del temor.

Y el Reino de Dios es fraternidad, amor, justicia, misericordia, perdón. Nada de eso puede ser fruto del temor. Por eso dice Jesús a sus discípulos que se tienen que guardar de la levadura de los fariseos y de Herodes. Porque el Reino no va de temor sino de amor. Porque solo es amor de Dios presente por Jesús en nuestros corazones es capaz de ser alimento de vida y esperanza para nosotros y para los que nos rodean.

Fernando Torres, cmf



fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 12 de febrero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,11-13

 

Evangelio según San Marcos 8,11-13
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.

Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".

Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


RESONAR DE LA PALABRA

En el diálogo en mi casa surgió el tema de cuál fue la primera universidad de América. Uno dijo que él creía que era la de Lima. Otro dijo que él no creía sino que sabía que era la de México. Hay cosas que no necesitan de la fe. Lo único que hace falta es acudir a los datos y a los documentos. Y si estos dicen una cosa pues ya está ahí la respuesta. No hace falta “creer”.

Con Dios la cuestión es diferente. Eso sí es una cuestión de fe. La existencia o no existencia de Dios no es una cuestión de documentos, de pruebas físicas ni químicas. Dios está más allá (o más acá, a saber) de nuestro universo tangible. De la existencia de Dios, de su presencia y cercanía a nuestras vida, podemos encontrar signos, indicios. Pero no vamos, no podemos ir, más allá. Por eso decimos que ante él nos ponemos en un contexto de fe. Es una decisión personal la de creer, aceptar su existencia o rechazarla.

La realidad es que los signos, los indicios, nunca son definitivos. Si lo fuesen, ya no estaríamos hablando de fe sino de ciencia. Los signos e indicios se pueden siempre interpretar de muy diversas maneras. Si en un documento auténtico dice que la universidad de México se fundó en el año X, no hay nada que discutir. Es un dato que no se puede interpretar. Pero si un amanecer lleno de luz y belleza, si la mano tendida de un hermano, si la cercanía de un desconocido acompañando nuestro dolor, nos hace pensar en la existencia de Dios, eso se puede siempre interpretar. Y también malinterpretar, por supuesto. La buena acción de una persona siempre puede ser leída como fruto de un interés egoísta.

Jesús estuvo cerca de los que sufrían, curó a los enfermos y fue testigo del amor de Dios para todos. Para unos aquello fue un signo claro de que era el Hijo de Dios, el Salvador esperado. Pero para otros todo aquello no fue más que la obra del demonio para confundir a los hombres. De hecho, a Jesús le terminaron condenando a muerte precisamente los que en su tiempo eran los representantes de la religión oficial.

Por eso, la fe es una opción personal. No es fruto de una prueba científica. Ya tenemos signos e indicios suficientes. Depende de nosotros aceptarlos como signo o rechazarlos como antisigno.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 2 de febrero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,22-40

 

Evangelio según San Lucas 2,22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

porque mis ojos han visto la salvación

que preparaste delante de todos los pueblos:

luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Un narrador de historietas monacales cuenta que en cierta ocasión un joven novicio se acercó al abad y le preguntó si habría posibilidad de conocer a Jesucristo “por dentro”. El abad tuvo una rápida y feliz intuición: abrió la biblia por la carta a los Hebreos 10,7 e invitó al novicio a que leyese; este leyó: “heme aquí, oh Dios, que vengo para hacer tu voluntad”. Pero el abad le interrumpió rápidamente diciéndole que bastaba con la primera expresión: “heme aquí”. Según el abad, Jesús “por dentro” se llama disponibilidad, obediencia.

La carta a los Hebreos es quizá uno de los textos más tardíos del NT. Un texto mucho más antiguo, previo incluso al NT aunque aprovechado por S. Pablo en su carta a los Filipenses, viene a decir lo mismo: “Jesús se despojó de su rango divino… y se hizo obediente hasta la muerte” (Flp 2,8). El abad no andaba descaminado: dos escritos situados en los extremos del NT definen a Jesús como el obediente, el disponible.

La fiesta de hoy es la Presentación del Señor en el templo, en la casa de su Padre; doce años más tarde dirá a sus padres terrenos que él tiene que estar “en las cosas de su Padre” (Lc 2,49). En otra época esta fiesta era llamada de la purificación de María, en referencia a su presencia en el templo una vez superada toda secuela biológica del parto; respondía a ciertos tabúes de la antigüedad acerca de “pureza e “impureza”. Afortunadamente se ha cambiado la orientación de la fiesta, focalizándola en Jesús (ya no es propiamente fiesta mariana), y en lo más central de Jesús: su ofrecimiento al Padre. En una sola escena se sintetiza lo que va a ser toda su existencia terrena. El cuarto evangelio dice que, desde la eternidad, el Hijo “estaba vuelto hacia el pecho del Padre” (Jn 1,18). Y Jesús se presentará así también durante su existencia terrena: “no estoy solo; el que me envió está conmigo” (Jn 8,29).

San Pablo se sabía enviado a suscitar entre las gentes “la obediencia de la fe” (Rm 1,5; 15,18). Ser creyente es fiarse de Dios, es decir, ponerse en sus manos, a su disposición. Eso fue Jesús para con el Padre; fue el “super-creyente”: “llevo tu ley en mis entrañas” (Salmo 40,9); y a esa fidelidad y comunión quiso reconducir al pueblo de la alianza, purificándolo de sus desviaciones como purifican el fuego y la lejía.

Naturalmente esa función purificadora no a todos resultó grata; el fuego quema y la lejía escuece. De ahí las palabras de Simeón: este Jesús purificador será bandera discutida, causa de que muchos se levanten, pero también de que otros caigan definitivamente, endurecidos en su desobediencia. Y es entonces cuando surge una especie de sustitución: los paganos optan por “la obediencia de la fe”. Así Jesús, como lo celebra Simeón, es luz para las naciones y ¡cómo no!, gloria de su pueblo.

Todos nosotros somos llamados a dejarnos iluminar por esa luz y a vivir “presentados al Padre”, en una disponibilidad inspirada en la de Jesús.

Nuestro hermano

Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 31 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,1-6

 

Evangelio según San Marcos 6,1-6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".

Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La conversación con Jesús en pequeño grupo debió de ser embelesadora; y sus breves “arengas” a multitudes, que quizá no fueron frecuentes, tuvieron que resultar cautivadoras, tanto que en algún momento quisieron forzarle a que aceptase ser “rey” o líder de un movimiento más o menos revolucionario (Jn 6,15; Mc 6,45s). Su presentación entusiasta del reino que llega, su talante festivo que no permite que los discípulos ayunen, su invitación a vivir con la libertad y confianza de los pájaros y las flores, sus agudas puntualizaciones acerca de algunos aspectos de la ley… en más de un momento pudieron meter miedo a los gobernantes mismos, que quizá le tomaron por demagogo capaz de llevar al pueblo a una insurrección política o a una protesta contra sus dirigentes religiosos. A algo debe de responder aquel aviso que le hicieron en Galilea: “Herodes quiere matarte, mejor que te vayas de aquí” (Lc 13,31).

Pero las palabras dulces de Jesús no siempre estaban exentas de pimienta; criticaba algunas seguridades religiosas, y orientaba a cambios más radicales que echarse un simple remiendo sobre el vestido de siempre (Mc 2,21). Por ello surgieron perplejidades, que, al menos inicialmente, se saldaron a favor de Jesús. En una crisis en el seguimiento, termina Pedro diciendo: “¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 66). Y cuando los jefes del templo y los fariseos se plantean sus dudas sobre el profetismo de Jesús, los servidores mismos de los sumos sacerdotes replican: “Jamás ha hablado nadie como este hombre” (Jn 7,46).

En ese contexto, no es extraño que al menos una vez, habiendo hecho un breve alto en el camino precisamente en su pueblo de Nazaret, el sábado le hayan invitado a hacer la lectura y el comentario en la sinagoga. Lucas ha rellenado un vacío diciéndonos que Jesús lee y comenta Isaías 61; Marcos y Mateo desconocen el contenido de la lectura de ese día; pero ambos conocen la reacción de la asamblea: “se pasmaron” (Mt 13,54; Mc 6,2), verbo tan ambiguo como el lucano “se admiraron” (Lc 4,22). Lucas deja claro que inicialmente la palabra de Jesús embelesa; pero pronto comienza a resultar molesta y sus compaisanos se disponen a despeñarle.

Según el cuarto evangelio los jefes religiosos se preguntan cómo puede Jesús estar tan “instruido sin haber sido escolarizado” (Jn 7,15). Estos jerosolimitanos descalificarían a Jesús por “falta de título”: no ha frecuentado la escuela de un escriba. En cambio los nazaretanos le descalifican desde su procedencia familiar: conocen de sobra a su familia y saben que no es precisamente de gene instruida. En uno y otro caso, los oyentes se protegen frente a la palabra de Jesús, que debe de ser bella pero excesivamente novedosa como para aceptarla.

El refrán sobre el menosprecio del profeta en su pueblo y entre sus parientes se encuentra extendido por toda la tradición evangélica (Mc 6,4par; Jn 4,44). Si existía ya, Jesús experimentó lo certero del mismo quizá en repetidas ocasiones; si lo creó él mismo, se difundió rápidamente como explicación de la dureza de corazón ante las llamadas de este nuevo profeta. En definitiva, quienes desearían descalificar la palabra de Jesús por su contenido pero lo encuentran tarea imposible (“jamás hombre alguno habló así”), buscan otros pretextos para desautorizarlo. No es fácil dejarse sacudir en las propias convicciones, sobre todo si son “convicciones religiosas” arraigadas. Jesús esperaría otra cosa, pero…ojalá no se admire de nuestra falta de fe.

Nuestro hermano

Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

domingo, 28 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,21-28

  

Evangelio según San Marcos 1,21-28
Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.

Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:

"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".

Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".

El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!".

Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.


RESONAR DE LA PALABRA

Cállate y sal de él.

Queridos hermanos, paz y bien.

El Evangelio de hoy nos habla de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. No se han recogen sus palabras, pero serían de gracia, como las que pronunció en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 18-21). Les hablaría del Reino de Dios que está cerca, que Dios se acerca a nosotros como un padre que se compadece de sus hijos y quiere consolarlos y confortarlos; que establecerá una lucha perma­nente contra los espíritus inmundos y el poder de las tinieblas; que nos libra­rá y nos salvará de todo mal. Continúa el discurso iniciado la semana pasada.

Sus palabras llegaban al corazón. Eran palabras dichas con fuerza y con poder, como si brotaran de una fuente interior creadora. Eran palabras vivas y entrañables, que producían efecto. No se parecían en nada a las palabras de otros maestros y escribas, palabras viejas, cansadas, frías. Hace un comentario del texto que no le ha escuchado a nadie. Es suyo, vivo, adecuado a las circunstancias. E interpela de verdad, mueve los corazones. No deja indiferente a nadie.

Al escucharle, los vecinos de Jesús se dieron cuenta de que ahí había algo diferente. Hablaba un verdadero profeta. Y lo hacía con autoridad. La autoridad que viene de Dios. Eso es lo que el Resucitado ha compartido con nosotros. El Evangelio, la Palabra de Dios, está cerca de nosotros, y nos ayuda a discernir la voluntad del Padre y a comunicarla a los hermanos. El viejo deseo de Moisés, de que todos los israelitas se convirtieran en profetas, como era el mismo Moisés. Lo que aconteció en Pentecostés, en Jerusalén, cuando los Apóstoles, eso está ya a nuestro alcance. Es también nuestra misión.

La lectura de hoy no termina ahí. Se nos relata después el encuentro con el endemoniado. El “pobre hombre” estaba en la sinagoga, en sus cosas de endemoniado, tranquilo. Los demás, seguramente, le veían en una esquina y le evitaban. Digamos que se habían acostumbrado a “vivir con el demonio”. Todos tranquilos, él y los que compartían la oración con él. Dicho así, suena raro, pero es lo que, quizá, nos pasa también a nosotros. No hacemos daño a nadie, pero estamos de acuerdo con situaciones que no nos hacen bien. Son las concesiones para guardar la propia imagen, los compromisos con situaciones injustas, una vida espiritual tibia o fría… Mientras todo esto pasa, el demonio está tranquilo, porque nada le impide seguir reinando en nuestras vidas. Pero…

Cuando aparece un verdadero profeta, entonces todo cambia. Lo hemos visto muchas veces, a la largo de la historia. (San Francisco de Asís, san Óscar Romero en El Salvador, los jesuitas de la UCA…) Habla el profeta y salta el demonio. Una interpelación para los que nos decimos cristianos. Si vivimos, hablamos, predicamos, y a nuestro alrededor nadie reacciona, a lo peor no estamos transmitiendo toda la fuerza que tienen las palabras de Jesús. A lo mejor no estamos siendo signos para los que están a nuestro alrededor.

El mejor exorcismo, entonces, es dejar que Cristo se haga presente en mi vida. Encender la lámpara de Dios para que desaparezcan las tinieblas del mal. El sacramento de la Reconciliación tiene esa fuerza. El Señor, así, con su luz, te da el perdón y la paz. Porque Él tiene poder sobre todos los demonios.

Conviene estar en permanente discernimiento, para saber si el espíritu, aquello que nos mueve en la vida viene de Dios (1 Jn 4, 1) o no. Y no dialogar con el demonio. Con el demonio no se negocia. Hay que, como Jesús, decirle “cállate” y darle la espalda. Mirar a Cristo, nuestro único Salvador. Darle la mano a Él, y no al enemigo, que siempre viene cargado de argumentos para hacernos caer en la tentación. Argumentos muy convincentes, por cierto. Sabe de qué pie cojeamos y, como león rugiente, busca a quién devorar. Tener cuidado, para que no nos pase como a ese chavalillo, de 3 o 4 años, que hace unos días, cerca de casa, se rezagó un poco viendo un escaparate y, en vez de darle la mano a su padre, me la dio a mí. Cuando vio que se había equivocado, salió corriendo a buscar a su papá. Mirar siempre a quién le damos la mano, a Jesús o al demonio.

También es oportuno comentar la lectura de san Pablo. Se nos recuerda algo que, en estos tiempos, suena raro a veces. El celibato es una condición favorable para permanecer unidos al Señor. Quien no posee una familia propia tiene el corazón libre para dedicarse completamente a Dios y a los hermanos. Es más, esa condición de célibes es también un testimonio para las personas casadas de la comunidad: es una llamada de atención sobre el hecho de que el matrimonio pertenece a las realidades de este mundo, no es la condición última; es transitorio y destinado a pasar. No es algo absoluto.

Eso no significa que el matrimonio sea malo. Pablo tampoco lo consideraba así. Ni mucho menos. Es más, en este mismo capítulo habla de que es mejor casarse que abrasarse. Es decir, que si el que es llamado al matrimonio no se casa, y se refugia en una egoísta y cerrada soltería, acabará abrasado, siendo infeliz en esta vida y en la otra. Por eso no se pueden interpretar mal las palabras del Apóstol al referirse al celibato. Quería que maridos, mujeres e hijos se trataran con cariño. Demostró a lo largo de su vida una gran preocupación por el trabajo cotidiano y nadie puede dudar de su dedicación en cuerpo y alma a la construcción del Reino frente al mal que acecha a nuestro mundo.

El mal puede ser vencido con amor, nos dirá más adelante en la misma primera carta a los Corintios (capítulo 13). Sólo que, cada uno, en algún momento de su vida, debe plantearse qué quiere Dios de él. Y, con amor, responder a esa llamada. Dar todo el corazón a Dios, sacrificar en su honor los sentimientos más nobles del hombre. No para destruirlos, sino para sublimarlos, para transformarlos. Consiguiendo el gran milagro de que haya personas que, a fuerza de amar con absoluta entrega y generosidad, cooperen eficazmente a la redención de la Humanidad.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

sábado, 27 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,35-41

 

Evangelio según San Marcos 4,35-41
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".

Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".


RESONAR DE LA PALABRA

Nunca he pasado una tormenta en el mar. Lo más un poco de olas movidas en una barco de tamaño mediano. No quiero imaginar lo que se tiene que sentir cuando a uno le tocan esas olas y más fuertes subido en una barca y la noche se va cerrando impidiendo ver la costa, el lugar donde uno se puede sentir seguro. Entiendo lo que podían sentir los discípulos en el relato del Evangelio de hoy: miedo del que se agarra al estómago y no te deja ni respirar bien. Era un miedo justificado. Como nos puede pasar a todos tantas veces cuando la vida nos hace pasar por situaciones complicadas. No somos “superman” ni “superwoman”. Somos gente limitada y no siempre contamos con la valentía y los arrestos para enfrentar lo que la vida hace con nosotros. Esto es lo primero que querría decir: entiendo a los discípulos y su cobardía. Me entiendo a mí y a mis hermanos y hermanas cuando nos sentimos cobardes porque el miedo nos atenaza la garganta.

Por eso, es cuestión de despertar a Jesús. No se puede quedar dormido cuando lo estamos pasando mal. Me da lo mismo que se moleste si le despierto. Y hasta que me llame cobarde. No me dice nada nuevo. Precisamente porque me siento lleno de miedo, le estoy llamando.

Pero hay algo más. No le llamo solo porque este lleno de miedo y me sienta cobarde. Le llamo porque creo en él. Hemos llegado a la fe. Sí. Esa es la clave. Creo que él es Jesús, el Hijo de Dios, mi salvador, nuestro salvador. Se que puedo confiar en él. Incluso en el caso de que las olas sigan pegando fuerte contra mi barca. Incluso cuando me parece que no hace nada. En ese caso, creo y, por eso, sigo confiando en él, en su presencia cerca de mí. Repito: aunque no vea que haga nada. Sigo creyendo. Sigo confiando. Sigo pensando que él no va a dejar que mi barca se hunda. Eso es la fe. Por eso sigo adelante, remando y buscando la ruta que me llevará al puerto seguro. En medio de la noche. Sin ver ningún faro. Sigo creyendo. Sigo confiando. Eso es la fe. Porque estoy seguro de que “hasta el viento y las aguas le obedecen”.

Alejandro Carbajo Olea, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA