domingo, 14 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,35-42

 

Evangelio según San Juan 1,35-42
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos

y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".

Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.

El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".

"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.

Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.

Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.

Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.


RESONAR DE  LA PALABRA


¿Qué buscáis?

Queridos hermanos, paz y bien.

Hemos dejado atrás los tiempos litúrgicos de Adviento y Navidad, y nos recibe el tiempo ordinario, que no aburrido. Todo lo vivido hasta ahora nos puede ayudar a afrontar este periodo que llega hasta el Miércoles de Ceniza, en este año, el 14 de febrero.

Comienza el tiempo ordinario con la historia de un joven que andaba siempre en el templo, cerca de las cosas de Dios. Podemos decir que “se las sabía todas”. Conocería el terreno, sabría dónde estaban todas las cosas, habría ido a cientos de ceremonias, habría visto a muchas personas rezando… Pero no conocía al Señor, todavía. No le había sido revelada su Palabra. No había tenido un encuentro personal con Dios.

Porque ser cristiano es una llamada personal. No es apuntarse a algo. No es ser miembro de un partido, o tener el carnet de un equipo de fútbol. No es una ideología. Tampoco algo para un horario concreto. Es un estilo que abarca toda la vida, sin vacaciones ni descansos. De día y de noche, en trabajo y en el ocio. A tiempo completo.

A Samuel le cuesta reconocer la llamada. A nosotros, hoy en día, también nos resulta difícil saber qué quiere Dios de mí. No era frecuente que el Señor se revelara directamente. Por eso, Samuel no puede encontrar por sí mismo el origen de la voz. Tampoco Andrés y el discípulo amado pueden descubrir Quién es el único y verdadero Maestro. Son necesarios “guías” que hayan tenido esa experiencia. Y no hablamos de charletas, ni de cursillo, ni de técnicas de oración o de libros sobre la esencia de Dios. Se trata de la palabra de personas que han recorrido esos caminos y ayudan a otros a andar por ellos. Maestros de vida, personas con “experiencia de Dios”. Que saben lo que dicen. Porque lo han vivido ya. ¿Tengo algún director espiritual que me ayuda en esta búsqueda, por ejemplo?

La experiencia de Samuel sucede de noche. Cuando “aún ardía la lámpara de Dios”. La lámpara se encendía por la noche (Ex 27, 20-21; Lv 24, 3). De noche, en silencio, se para el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se disparan los del alma. Dios se puede revelar. ¿Hace falta recordar que necesitamos silencio para escuchar al Señor? Porque el silencio nos cuesta, lo llenamos con muchas cosas, con mucho ruido.

Y no es baladí la invitación del apóstol Pablo para cuidar el cuerpo. “No os poseéis en propiedad, porque Dios os ha comprado pagando un precio por vosotros”. Un precio muy grande. El de la vida de su propio Hijo. Y las preguntas que hace Pablo a los Corintios son muy actuales. Porque vivimos en un mundo en el que el cuerpo se ha desnaturalizado, se ha convertido en mercancía, y se ha perdido el pudor, por culpa de la “hipersexualización” de la sociedad. ¿Se nos ha olvidado que nuestros cuerpos “son miembros de Cristo”? “¿No habéis oído que sois templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?” Él vive en nosotros, le pertenecemos, por eso deberíamos huir de toda inmoralidad. Que se note que somos cristianos.

En el Evangelio vemos a dos discípulos de Juan que tienen ganas de buscar. “¿Qué buscáis?”, les pregunta Jesús. Querían saber dónde vivía Cristo. Están dispuestos a salir de su zona de confort, para encontrar al Mesías. Tenían ya un maestro, a Juan el Bautista, pero buscaban al Maestro, al definitivo. Un buen ejemplo para nosotros, a los que nos cuesta salir de la cama, para ir a Misa, de nuestro grupo de siempre, de nuestras oraciones de siempre… Y nos quejamos de que no encontramos al Señor. A veces hace falta un esfuerzo, para verlo. Y confiar en la palabra de los que saben más de esto.

Dice el Evangelio que se quedaron todo el día. En realidad, me parece que se quedaron más de un día. Ese encuentro con Jesús les cambió la vida para siempre. Anduvieron con él, vieron cómo hablaba, cómo predicaba, cómo se relacionaba con la gente, y los “llamados” se convirtieron en “llamadores”. Esa fue la tarea de Elí, de Juan Bautista, de los primeros discípulos… “Hemos encontrado al Mesías”, y llevaron a Pedro hasta Jesús.

Quizá podamos decir algo más. Si un cristiano no habla de su experiencia del Mesías, si no comparte con otros hermanos su encuentro con Cristo, lo que ha aprendido después de estar un día con Él, si no ha sentido cómo ha recibido una llamada para evangelizar… Pues no somos cristianos del todo. Tenemos que seguir creciendo como creyentes.

Escuchamos de labios de Samuel “Habla que tu siervo escucha”. El salmo ha reforzado esa disposición, con “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Son buenos mensajes para el que quiere orar de verdad. Debiéramos pensar que cada oración que dirigimos a Dios pidiéndole lo que sea, debería ir acompañada necesariamente de este complemento. Porque orar no es solo esperar que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en sus manos, para que Él pueda arreglarlas. Es un buen momento para preguntarnos si nos hemos puesto a tiro de Jesús, si hemos escuchado la Palabra y hemos dedicado un tiempo a responderla. Porque, a lo peor, Dios está esperando nuestra respuesta a su interpelación.

Y un detalle más. A Samuel se le apareció el Señor cuando ya estaba en el templo. Y a los primeros discípulos los llama cuando ya eran discípulos del Bautista. Lo que nos recuerda que debemos actualizar la respuesta al Señor cada día. Dios sigue llamando, y nuestra contestación ha de actualizarse también.

Y, al final, vemos cómo Jesús le da un nuevo nombre a Pedro. Es el nuevo nombre, por el que Cristo lo iba a conocer. En el nombre va implícita la misión. También ante el Señor tenemos nuestro propio nombre. Él nos conoce y nos llama por ese nombre, exclusivo, cuando nos llama a nuestra vocación cristiana. Nos invita, como a Samuel, a seguirle como cristianos. Y, como dice el p. Fernando Armellini, “La vocación no nos ha sido revelada a través de sueños y visiones sino que la descubrimos mirando dentro de nosotros mismos, escuchando la palabra del Señor que se hace oír, no ver, que se manifiesta en los acontecimientos y habla a través de los ángeles que nos pone a nuestro lado: los hermanos encargados de interpretarnos sus pensamientos y su voluntad.”

Por último, subrayemos que Dios Padre y el mismo Jesucristo necesitan siempre de colaboradores a tiempo pleno, para llevar a cabo su tarea. Quieren que tú participes. Cuando hay tantas cosas que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay tantas cosas que no se hacen, ¿no será que nos hemos puesto unas anteojeras y unos tapones, para no ver ni escuchar, para no complicarnos la vida con las cosas del Padre? Es un buen momento para reaccionar. Dios te llama. ¿Qué vas a responder?

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 12 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 2,1-12

 

Evangelio según San Marcos 2,1-12
Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.

Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.

Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.

Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:

"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"

Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?

¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?

Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados

-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".

El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

La Palabra de hoy pone en relación dos cosas que muchos no relacionaríamos: el perdón y la curación de una parálisis. ¿Qué tienen que ver?

En la mentalidad judía, la enfermedad era consecuencia del pecado. Si uno tenía una enfermedad o una parálisis, era porque algo malo había hecho –él o sus antepasados. Por eso Jesús aplica una sanación integral: le perdona y le levanta de su postración.

Eso es lo que viene a hace Jesús: quiere sanar la raíz para que todo el árbol esté sano; quiere reconciliar el corazón, para que toda la persona se levante.

Bien mirado, el perdón y el volver a caminar tienen mucho que ver. Porque vivir dividido, no-reconciliado, implica vivir postrado, empequeñecido, desde lo peor de uno mismo. Y eso se nota. En cambio, cuando uno puede llegar a re-conciliar aquello que estaba roto, quebrado, uno puede volver a levantarse y tomar la vida en sus manos. El rencor paraliza. El perdón levanta. Por eso Jesús hace las dos cosas.

Dos mil años después, Jesús sigue pudiendo sanar a quien se acerca a Él. Él es perdón que levanta de la postración. La cuestión es conseguir ponerse cerca... o lograr que alguien te acerque –como en el evangelio del hoy-.

Señor Jesús,
tú nos das la paz del corazón.
Gracias por tu perdón,
que reconcilia lo que en nosotros está roto.
Con tu perdón podremos levantarnos,
caminar,
y ayudar a caminar a otros.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 11 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,40-45

 

Evangelio según San Marcos 1,40-45
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".

Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".

En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Hoy se nos aclaran algunas cosas que aparecían en los evangelios de los días anteriores: Jesús actúa con autoridad y le mueve el Reino de Dios.

La persona que se acerca a Jesús lo hace con confianza: “Si quieres, puedes limpiarme”. Confía en su autoridad y le pone delante lo que hay. Jesús, “sintiendo lástima”, hace lo que está de su mano: le toca. Al que era impuro, le cura ser tocado. Al que era excluido le cura ser aceptado. Jesús trae salud, porque toca, acepta, acoge. Y “quedó limpio”.

A Jesús le mueve el Reino. No busca fama ni gloria. Por eso pide silencio. Las cosas grandes –el origen de la vida, el crecimiento de un ser, la paz del corazón…- acontecen en el silencio.

Pero el que ha sido amado y curado, desde su debilidad, no puede callarse. Por eso, sin mala voluntad, el personaje del evangelio desobedece a Jesús proclamando a los cuatro vientos la misericordia que Dios ha tenido con él. Y no es para menos. El bien se difunde. El agradecimiento es expansivo. El corazón agraciado no puede callar…

A veces creo que si no somos mejores es porque nos falta consciencia de todo lo bueno recibido. De lo que otros y Dios a través de la vida han hecho por nosotros. Sabiendo que ninguna vida es perfecta. “De la abundancia del corazón habla la boca”.

Te invito a que hoy pienses en todo lo que has recibido. Y que, desde ahí, como a la persona del Evangelio, te surja el agradecimiento. A él le llevó a proclamarlo a los demás. A ti, ¿a qué te puede llevar?

Que tengas un buen día.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 10 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,29-39

 

Evangelio según San Marcos 1,29-39
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.

El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.

Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,

y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.

Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.

Simón salió a buscarlo con sus compañeros,

y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".

El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".

Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

El Evangelio de hoy narra una especie de “24 horas de Jesús”: a mediodía, en casa de Simón y Andrés. Tras la comida, por la tarde, le vemos rodeado de gente, aportándoles salud. Después de la noche, madruga para orar en un lugar apartado. Y cuando le encuentran sus discípulos para decirle que todos le buscan, se pone de nuevo en camino…

Jesús no para. Lleva un fuego en el corazón y eso le mueve constantemente. “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”- dirá en una ocasión. La comida y el descanso tienen sentido desde ese fin: cuidar la vida para poder seguir sirviendo. Los éxitos se celebran también desde esa perspectiva, y las dificultades se viven como parte de esa misión.

Jesús tiene la vida integrada, porque tiene un “centro unificador”: Dios y su Reino. Las dos cosas son importantes: ni un “Reino sin Dios”, que se convertiría en una ideología más entre las muchas que tiene nuestro mundo; ni un “Dios sin Reino”, que se transformaría en un refugio de la vida alejado de la realidad. El “Dios del Reino” y el “Reino de Dios”. De su amor vive; y existe para su venida. Desde ahí lo vive todo.

En un mundo con tantos anuncios, tantas ofertas, a veces a tan bajo coste, corremos el riesgo de vivir de saldos, “de rebajas”, por debajo de nuestras posibilidades. Y descentrados, perdidos en la selva de la vida. Jesús nos invita hoy a apostar por metas altas. Hemos sido hechos para cosas grandes: vivir, crecer, amar, servir, entregar… No nos conformemos con las migajas del banquete de la vida. Dios nos ha sentado a su mesa y Jesucristo cuenta con nosotros. Vivir por Él, con Él y desde Él puede centrar la vida y las energías, para que no se pierdan desparramadas.

Señor Jesús, aquí me tienes.
Centra mi vida
en el Dios del Reino y en el Reino de Dios
para que, como Tú,
viva unificado,
acogiendo lo recibido y entregándolo a manos llenas.

Nuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 7 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,7-11

 

Evangelio según San Marcos 1,7-11
Juan predicaba, diciendo:

"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.

Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".

En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.

Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;

y una voz desde el cielo dijo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos, paz y bien.

Terminamos el tiempo de Navidad con la solemnidad del Bautismo del Señor. Este año, el calendario no nos ha dado mucho tiempo a asimilar la fiesta que celebramos ayer, de la Epifanía del Señor. Las celebraciones vienen sin solución de continuidad. Lo bueno es que la Palabra es siempre oportuna y eficaz. Y sugerente.

Decir Bautismo es decir muchas cosas. Cuando alguien viene a mi parroquia a decir que se quiere bautizar, le explico que el Bautismo es una meta tras un largo camino de preparación, y el punto de partida de un nuevo camino que dura toda la vida. Como lo fue para Cristo, que, desde el Jordán, inició un itinerario que le llevó hasta el Bautismo definitivo, allá en el Calvario. Decir Bautismo para un cristiano es decir también muchas cosas: ser hijos de Dios, incorporarse al mundo de los sacramentos, ser miembro de la Iglesia… Habría que recuperar la mística de nuestro Bautismo. Este domingo nos puede ayudar a ello de un modo único. Dejemos que el Espíritu nos lleve y nos sorprenda.

La primera lectura nos presenta al siervo de Dios. Este siervo tiene un estilo particularísimo: no gritará, no clamará, no voceará por las calles, la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará. Esa caña somos nosotros. Dios está de nuestra parte. No quiere quebrarnos. Se acerca en el ser más entrañable y cercano que podemos imaginar: Jesús, el Hijo de un Dios que se hace uno de nosotros. De ese Dios que es amor.

Podemos preguntarnos por qué la Liturgia no le presta mayor atención a la vida de Jesús en Nazaret. Seguramente, celebró su rito de iniciación en la fe judía a los 12 años. ¿Por qué tantos años de su vida nos son desconocidos, quedan en el anonimato? El Jesús que se hace bautizar es ya muy adulto (en el tiempo de Jesús, los jóvenes se casaban a los 17 o 18 años). Poco sabemos del Jesús niño o adolescente, todo se resume en unas pocas frases muy concisas: "bajó con ellos y les estuvo sometido", "el hijo de José", "el artesano". No conocemos el motivo del anonimato de esos años, pero encontramos a Jesús, ya formado, dispuesto a bautizarse.

Hasta entonces, Jesús había vivido tranquilamente en Nazaret. Pero el anuncio del Reino, hecho por Juan el Bautista, le hace entrar “en crisis”, le animó a cambiar de vida, a buscar algo nuevo. Abandonó los valores tradicionales, y se abrió a los valores del Reino, proclamados en las Bienaventuranzas. Deja su familia humana, para crear en torno a Él una nueva familia, la de los que hacen la voluntad del Padre.

El Bautismo de Jesús no era necesario para Él. Estaba libre de todo pecado. Pero se bautiza para que el agua de Dios se derrame sin discriminación sobre todos. Los primeros cristianos creían que el bautismo era solo para los judíos. Los planes de Dios son otros. En el Jordán se derrama sobre Jesús, pero es solo el comienzo. Y Dios hace que san Pedro se convenza de que no es así. El agua de santificación se puede verter también sobre los paganos. Ya al despedirse, Cristo resucitado lo había dicho a sus discípulos: “id por todo el mundo y bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

Para ser de los de Jesús, hay que pasar por el rito del agua. Juan Bautista, el precursor, ya llamaba a la gente al desierto para que, en el silencio, pudieran purificarse y comenzar una nueva vida. Limpiar los cuerpos con el agua simbolizaba lo mucho que había que purificar para poder entrar en la nueva era que estaba a punto de iniciarse. De este modo comenzó Jesús su ministerio profético, haciéndose bautizar por Juan Bautista. Así comienza la vida de cada hombre que se sabe llamado a convertirse en discípulo de Jesús: dejándose renovar por el baño del agua y del Espíritu. Es que el Bautismo (sobre todo por inmersión) recuerda la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo. Del misterio Pascual brota la nueva vida, la nueva creación. Miles de personas hemos recibido ese bautismo de Jesús. Hemos pasado a formar parte de su comunidad de seguidores. Hemos entrado en la nueva época del Reino de Dios.

Como Cristo, estamos ungidos, somos otros “Cristos”. El Espíritu de Dios está en cada uno de nosotros. ¿Qué hacemos para que ese Espíritu no se apague e inspire todos nuestros actos? ¿Cómo se nota en nuestra vida que somos bautizados? Quizá deberíamos poner la mira más en las cosas de arriba, no tanto en las de la tierra. Porque hemos muerto al mundo, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (cfr. Col 3, 2-3)

El sumergirse en el agua, pues, representaba la muerte y la sepultura. En cambio, el salir del agua es un signo de la resurrección. Por eso, al salir del agua se produce la revelación del Espíritu y del Padre, al rasgarse los cielos. Se presenta así el nuevo mundo del reino, en el que todos somos hijos en el Hijo. La voz del cielo que se escuchó nos recuerda la profunda unión de Cristo con el Padre. El Hijo amado se presenta ante el mundo, y el Padre se manifiesta para que todos escuchemos las Palabras de vida de Cristo. (cfr. Mc 9, 7) En Navidad hemos tenido más tiempo libre, por las vacaciones. Quizá hayamos escuchado más la Palabra, incluso a lo mejor hemos ido más a Misa. Cuando empiece el tiempo ordinario, que no se nos olvide a Quién seguimos, y lo que nos pide cada día. Ya que, compartiendo su Bautismo, compartimos su misión, la de construir el Reino de Dios. Entre todos.

Porque han pasado ya las fiestas de Navidad y Epifanía. Los ángeles se han retirado, se ha ido la estrella de Belén, los Magos han vuelto a su tierra, los pastores han retornado con sus rebaños, empieza para nosotros el programa del tiempo ordinario: buscar al perdido, curar al lastimado, alimentar al hambriento, liberar al prisionero, reconstruir las naciones, conseguir la paz entre los hermanos, llenar de música el corazón. Entre todos, si somos capaces de llevar esto a cabo, lograremos que sea Navidad. Que siempre sea Navidad. Demos gracias a Dios por el don del Bautismo. Y pidámosle que seamos dignos del nombre de cristianos que, por nuestro Bautismo, llevamos.


Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

sábado, 6 de enero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 2,1-12

 

Evangelio según San Mateo 2,1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén

y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".

Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.

Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.

"En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel".

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,

los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,

y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.

Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.


RESONAR DE LA PALABRA

Nos tenemos que poner en situación. Tal y como nos lo cuenta el Evangelio, estamos hablando de unos grandes señores. No dice el texto evangélico que sean reyes pero muy pobres no debían ser aquellos “Magos de Oriente” si tenemos en cuenta los regalos que llevaban: oro, incienso y mirra. Son regalos reales. Aquellos “Magos” se mueven buscando al “Rey de los judíos”. Lo que quieren es adorarlo.

Más allá de lo acostumbrados que estemos a ver la escena en nuestros Belenes, nos tenemos que dejar sorprender por el contraste. Porque ya sabemos que Jesús nace en una familia pobre y sencilla. Lo de ser artesano carpintero de José no era precisamente un oficio para ser rico. Ni siquiera para pertenecer a la clase media, si es que en aquel tiempo había de eso. Por Lucas sabemos que el niño Jesús nació en una cuadra. No había sitio para ellos en la posada. En este Evangelio de Mateo se dice que los Magos entraron en una casa. No podemos pensar en un palacio ni nada parecido, que Belén tampoco era gran cosa en la época. El contraste está ahí. Los Magos van a adorar al Rey de los judíos y lo encuentran en un niño recién nacido de una familia pobre que está acogido en una casa porque sus padres son tan pobres que la noche misma de su nacimiento no pudieron pagar una posada.

Pues bien, hoy es la fiesta de la Epifanía. Es la gran fiesta de la manifestación de Dios al mundo. Eso es precisamente lo que significa “Epifanía”. Según indica el Diccionario de la Real Academia epifanía significa manifestación, aparición o revelación. Es Dios mismo que se revela y se manifiesta. Y lo hace precisamente en un niño recién nacido, el ser más desvalido y frágil que nos podemos imaginar. Un recién nacido es totalmente dependiente. No puede hacer nada por sí solo. Ni siquiera puede expresarse. Lo más llora para expresar que se siente incómodo porque está sucio o tiene hambre. Ahí está Dios. Ahí los magos adoraron la presencia de Dios. Ahí y sólo ahí podemos encontrar nosotros la epifanía, la revelación de Dios.

Subrayo el contraste entre lo que quizá esperaban encontrar los magos y lo que de hecho encontraron. Y el contraste entre lo que nosotros pensamos de Dios y lo que de hecho nos encontramos en esta fiesta. Un niño indefenso, frágil, vulnerable, sin palabra… Un niño que no hace nada pero que, ahí está lo maravilloso, nos puede cambiar el corazón. Si nos dejamos, claro está.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 31 de diciembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,22-40

 

Evangelio según San Lucas 2,22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

porque mis ojos han visto la salvación

que preparaste delante de todos los pueblos:

luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos, paz y bien.

Terminamos el año contemplando a la Sagrada Familia. No está mal, para hacer balance de cómo vivimos, nos movemos y existimos. Tener con quién compararse siempre es un estímulo. Y si el modelo es ejemplar, miel sobre hojuelas.

Hemos leído tres relatos, escritos hace ya muchos años ¿Nos pueden enseñar algo estos textos tan antiguos que hemos escuchado? Creo que sí: porque las necesidades humanas básicas eran las mismas entonces que ahora; porque los valores básicos eran los mismos entonces que ahora. Por eso, si nos preguntamos por lo que puede ayudar a que la vida de familia no se deteriore, sino que se mantenga sana y mejore, podemos recoger estos tres mensajes.

Pri­mero, una llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades están sensible­mente mermadas. Nos lo recuerda la primera lectura. Hemos de cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener, a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Todos somos imagen de Dios, en cualquier momento de nuestra No hagamos daño al Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débi­les. Y añadamos el respeto a la pie­dad. Simeón y Ana supieron reconocer al Mesías, y dar gracias a Dios por haberles permitido verlo. Hay que ser agradecidos.

Segundo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las actitudes positi­vas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afec­tos. Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miem­bros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inex­presivos. Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial, de la preocupación discre­ta (y también del respeto al silen­cio de los otros), del regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han herido.

Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispues­to al perdón; quien se sabe acogi­do, se muestra más pronto a acoger; quien se siente amado, está más dispuesto a amar. Y así sucesivamente. Pues reparemos un poco en lo que Dios ha hecho con noso­tros: cómo nos ha amado, cómo nos ha acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.

Tercero: busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia persona.

Podemos parar aquí. En la familia se aprende a vivir. Jesús, de José aprendió lo que es un buen padre, y le recordó que tenía un padre parecido allá arriba en el cielo. Y el buen José, cuántas veces estaría esperando a la puerta de casa el regreso de su Hijo cuando salía a trabajar por las casas y en el campo. Seguramente que él le inspiró aquella parábola del Padre bueno…

Su madre, María, la mujer de Nazareth... Probablemente fue ella quien le enseñó a fijarse en los lirios del campo y las aves del cielo, que son vestidas solemnemente por Dios. seguro que fue ella la que le enseñó a rezar: es posible que rezaran juntos en casa. José, que de vez en cuando iba a la sinagoga, rezaría algún Salmo. Y luego María daría ejemplo de cómo guardar en el corazón todas las cosas que no terminaban de entender de ese Dios tan sorprendente...

Esta santa familia hoy nos invita a recordar lo importante que es estar juntos ante las dificultades, y unidos siempre con Dios. Ahí es donde esta sociedad puede aprender a querer a todos, especialmente a los más débiles, y arrinconar de una vez los cariños interesados. En la familia se puede aprender a compartirlo todo, y a apretarse juntos en cinturón cuando hace falta, por haberle dado el pan a ese pobre que llamó a la puerta de casa... y arrinconar de una vez esa manía de ponerle precio a todo. Ellos sabían lo que era "abandonarse en manos de la providencia" y "atesorar tesoros en el cielo, donde no hay polillas" (cfr. Mt 6, 19). Y el perdón, palabra esencial en la familia, podrá enseñar a este mundo donde todo lo arreglamos a gritos y mamporros, podrá salir por todas las ventanas e inundarlo todo.

Y en este mundo de ruidos y prisas, de relaciones cibernéticas, la familia puede enseñar a escuchar, a perder el tiempo alrededor de la chimenea o de la mesa camilla (que no del televisor), y sabiendo animar al que hoy tuvo dificultades en el trabajo o con los amigos. Y, sobre todo, aprender a escuchar juntos lo que dice Dios a través de su Palabra y de lo que pasa en el mundo; hablarle de la gente necesitada, de esos que preocupan especialmente al Padre del Amor. En estos días, preguntémonos cómo podemos mejorar las relaciones dentro de casa y hacia afuera. Para que, llenos de sabiduría, la gracia de Dios esté con nosotros.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA