miércoles, 19 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,20-26

 

Evangelio según San Juan 17,20-26
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:

"Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.

Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno

-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.

Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.

Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» Jesús extiende el horizonte. Después de haber suplicado al Padre por él y por la comunidad de discípulos, ahora pide por todos los que creerán en él (vv. 20-26). Pide al Padre el don de la fe y del amor para todos los creyentes: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en tí». La máxima petición de Jesús. La fraternidad es el signo por excelencia de un cristianismo auténtico.

Esta fraternidad que Jesús pide no es uniformidad. No se trata de que todos debamos pasar por un mismo modelo. La fraternidad cristiana es una invitación permanente para saber integrar las diferencias de los demás, no verlas como una amenaza, sino como una posibilidad de enriquecimiento mutuo. No es una tarea fácil, es un desafío constante. Por instinto natural tendemos a asociarnos con personas de nuestra misma cultura, que hablan nuestra propia lengua o comparten nuestra sensibilidad. En el peor de los casos tendemos a ver al que es diferente como un enemigo. Por eso, nuestro mundo está tan dividido, enfrentado, en guerras, ensangrentado.

Las palabras de Jesús son claras y asocian la credibilidad del cristianismo a su capacidad de fomentar la fraternidad. Allí donde los cristianos se esfuerzan en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como ideal supremo aceptar al otro como es para crear la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponerse, competir, relucir, sino que se busca ayudar, comprenderse, apoyarse, allí donde la misericordia y la compasión son un programa prioritario, allí se ponen las bases de la recuperación de credibilidad del cristianismo. Con facilidad olvidamos esta invitación de Jesús a la unidad, que es el signo creíble de su mensaje.

La fraternidad cristiana encuentra su fundamento y modelo en la comunión profunda que se manifiesta en la Trinidad. No es algo que viene impuesto. Es un don que se recibe y se cultiva. Es un fruto del Espíritu Santo que estamos esperando. Jesús concluye su oración pidiendo que todos nos amemos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. Esta unidad con el Padre, fuente del amor, se realiza en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.


Oración al Creador

Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas.
Amén.
(Papa Francisco, Fratelli tutti)

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 18 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,11b-19

 

Evangelio según San Juan 17,11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:

"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.

Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.

Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.

Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Pablo, en la primera lectura, se dirige a los responsables – presbíteros y obispos – de la Iglesia de Éfeso. A estos pastores, encargados de cuidar la «Iglesia de Dios», Pablo les insiste en el deber de «vigilar». Se perfilan muchos peligros en el horizonte para la Iglesia, peligros que pueden venir del interior de las mismas comunidades. Peligros que le acecharán de fuera. Peligros que vendrán de falsas doctrinas, «de lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño». La «Iglesia de Dios» es algo precioso, porque «fue adquirida con su propia sangre». De ahí, la gran responsabilidad de los que la presiden.

El pastor debe vigilar «de día y de noche», «con lágrimas», primero sobre él mismo y luego sobre los demás. Pablo delinea, con pocas palabras, la gran responsabilidad de la vida del Pastor. Es consciente de que está pidiendo algo grande, por eso confía «en manos de Dios y de su palabra de gracia», a los responsables de la comunidad. En lugar de entregar la Palabra de Dios a los ancianos, «presbíteros», ellos son confiados a la Palabra de Dios, porque ella es la que tiene la fuerza de configurarlos como pastores y de edificar la Iglesia de Dios. Termina haciendo un fuerte llamado al desinterés personal. Con su propio testimonio les invita a no buscarse a sí mismos, a cuidarse de no seguir su propio interés. Pablo concluye de este modo la etapa de evangelización en el mundo griego. Él siente que está por entrar en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

En el evangelio de este día se nos presenta la segunda parte de la «oración sacerdotal» de intercesión, que Jesús dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de discípulos que permanecen en el mundo. En el texto notamos la preocupación de Jesús por la influencia que puede tener la potencia del mundo sobre sus discípulos. El mismo Jesús ha experimentado este «misterio del mal» presente en nuestro mundo, esta fuerza que opera con su espíritu de mentira, de engaño, de muerte. La posición de los discípulos es delicada: deben permanecer en el mundo, sin contaminarse. También hoy tenemos el peligro, como insiste el Papa Francisco, de «mundanizar la fe. Vivir el Evangelio, pero con criterios mundanos. No, el Evangelio se vive con criterios evangélicos».

Esto exige en el discípulo un ejercicio permanente de discernimiento. Con mucha facilidad se nos pueden filtrar en nuestra vida cristiana criterios antievangélicos que influyen en nuestro corazón y en nuestro modo de actuar. Necesitamos pedir siempre con insistencia en nuestra oración el don del discernimiento. Tener lucidez para no dejarnos engañar. La honradez para saber reconocer con humildad cuando hemos errado en el camino. En definitiva, se trata de estar atentos al Espíritu de Dios que se manifiesta en su Palabra. De esa forma estaremos en el mundo, sin ser del mundo. Eso sí, amándolo como Dios lo ha amado: «¡Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito!»

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 17 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,1-11a

 


Evangelio según San Juan 17,1-11a
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:

"Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,

ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.

Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.

Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.

Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.

Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.

Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,

porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.

Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.

Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.

Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

En la primera lectura de hoy se nos presenta el tercer gran discurso de Pablo que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se trata de un clásico discurso de despedida, es una especie de «testamento espiritual». Pablo entrega su testimonio misionero, totalmente dedicado al servicio del Señor y su Reino. Se trata de un servicio total, exclusivo y radical, teniendo como criterio no la aprobación de los hombres, sino cumplir la voluntad de Dios.

Entre las distintas anotaciones que se pueden sacar de este texto, hay tres características de la acción misionera de Pablo que podríamos subrayar. La primera es la humildad en el servicio del Señor, una virtud desconocida para el mundo pagano, pero es la característica del auténtico seguidor de Jesús que vino a servir y no a ser servido. La segunda es la audacia con la que Pablo ha anunciado el Evangelio, «en las penas y pruebas» que venían de sus opositores. La tercera es su generosidad, que lleva a Pablo a vaciarse totalmente de sí: «no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio».

Pablo se dirige a Jerusalén, no sabe lo que le espera, se delinea un futuro oscuro, estará marcado por la tribulación, «cárceles y luchas». Él emprende este último viaje de su vida «forzado por el Espíritu», pero está convencido de que ese mismo Espíritu estará con él hasta el final. Pablo es un vivo reflejo de un evangelizador con Espíritu, como lo describe el Papa Francisco: «Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios» (EG 259).

Después del «Discurso de despedida» el Evangelio de Juan nos presenta la oración de Jesús al Padre, conocida como «oración sacerdotal». El contexto de esta oración es uno de los momentos más solemnes de la vida de Jesús. La pronuncia en la última cena, inmediatamente después del «Discurso de despedida» e inmediatamente antes de la pasión. Jesús es consciente de que su misión terrena está llegando al final. Por eso, Jesús «levantando los ojos al cielo» pide que su misión llegue a su realización definitiva con su propia glorificación. Pero esta glorificación que él pide es para glorificar al Padre.

Jesús entregando su vida en la cruz nos ofrece la salvación que el Padre quiere para toda la humanidad. Esta gloria de Dios será en definitiva la vida en abundancia de toda la creación. Esta vida nueva, glorificada, eterna viene del conocimiento de Dios. Es decir, brota de la comunión de fe y de amor con el Dios de la vida. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé la gracia de conocer con el corazón y hacer nuestra hoy la gloria de Dios.

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 16 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 16,29-33

 

Evangelio según San Juan 16,29-33
Los discípulos le dijeron a Jesús: "Por fin hablas claro y sin parábolas.

Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios".

Jesús les respondió: "¿Ahora creen?

Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Con la celebración de la Ascensión del Señor entramos en la séptima semana del tiempo de Pascua. La liturgia de la Palabra nos irá preparando a la solemnidad de Pentecostés. Es un tiempo propicio para disponer nuestro corazón, ensanchar nuestro espíritu y abrirnos a la acción del Espíritu de Jesús. No podemos quedarnos mirando al cielo con los brazos cruzados. Es urgente que reavivemos en nosotros el fuego del Espíritu que nos impulse a hacer viva la presencia de Jesús, y continuar la misión de llevar la alegría del Evangelio a todas partes y aliviar el sufrimiento de nuestro mundo. Esa es la función del Espíritu Santo.

En la primera lectura se nos presenta a Pablo que llega a Éfeso. Era una de las ciudades más importantes del imperio romano, capital de la provincia de Asia. Era un centro comercial importante ya que estaba situada en una de las principales vías entre Roma y el oriente. Éfeso era conocida también como centro religioso. Se convirtió en un punto de encuentro para las primeras comunidades cristianas. Aquí Pablo encuentra discípulos de Jesús. Ellos le manifiestan su desconocimiento del Espíritu Santo. Esta ignorancia de los discípulos se refiere a la acción especial del Espíritu en el movimiento de Jesús. En la tradición de Lucas y Pablo el Espíritu Santo está asociado al bautismo en el nombre de Jesús.

Pablo es presentado en un claro paralelismo con los apóstoles Pedro y Juan, que imponen las manos a los samaritanos para que reciban el Espíritu Santo, después de haber sido evangelizados y bautizados por Felipe (Hch 8,14-17). Pablo también impone las manos, renovando de ese modo Pentecostés en estos discípulos de Jesús en Éfeso. El Espíritu Santo los llena de sus dones, comienzan a hablar en lenguas y a profetizar. En continuidad con estos gestos y prácticas apostólicas nosotros también hemos recibido el Espíritu Santo el día de nuestra confirmación. ¿Soy consciente de su presencia y de su acción en mi vida? ¿Qué espacio y protagonismo le damos en nuestras comunidades cristianas?

En el evangelio de hoy se nos presenta la conclusión del llamado «Discurso de despedida» de Jesús. El versículo final del discurso nos da una pista fundamental de interpretación: «les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán luchas; pero tengan valor: yo he vencido al mundo». El Resucitado siempre trae consigo la paz. Es una paz que el mundo no nos pueda dar, la paz que Jesús nos ofrece viene de su íntima comunión con el Padre. Por eso, él nunca estará solo. Aunque sus discípulos le abandonen. Al despedirse de sus discípulos Jesús les invita una vez más a tener confianza. A pesar de las pruebas y dificultades que tendrán no deben desanimarse. ¡Cristo ha vencido al mundo!

Esta convicción nos debe animar a nosotros también hoy. Seguimos teniendo pruebas y dificultades. La situación de nuestro mundo tan afectada por la pandemia mundial, las guerras, la violencia, la corrupción, etc., nos ofrece un horizonte desesperanzador. En estos momentos las palabras de Jesús tienen una actualidad y una fuerza particular. Nos confortan, nos dan consuelo, la fuerza para seguir caminando. Esa es la función del Espíritu Santo que sigue actuando más de lo que podemos imaginar.

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 15 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,15-20

 

Evangelio según San Marcos 16,15-20
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."

El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;

podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".

Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.

Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.


RESONAR DE LA PALABRA

EL TIRÓN DEL PADRE

 • Nadie puede dudar del tirón tan fuerte que el Padre ejercía sobre Jesús. Había como una «química» especial entre los dos. No hay más que escucharle hablar, porque de lo que está lleno el corazón, habla la boca (Mt 22,34). Jesús estaba permanentemente «enganchado» al Padre. Y no dejaba de hablar de él (además de hablar frecuentemente con él). Algunos especialistas sugieren que toda la vida de Jesús, y todo el Evangelio, se podrían resumir en una sola palabra: «Abbá», Padre, palabra del entorno familiar, con la que los niños se dirigían a sus padres. Nadie antes en Israel se había atrevido nunca a dirigirse a Dios de ese modo.

Jesús habla del Padre con infinita ternura, y también con añoranza. Sólo habría que contar, por ejemplo, las veces que pronuncia esta palabra en cuarto Evangelio: ¡115 veces! Le oyeron decir: Sí Abbá; aquí estoy, Abbá; lo que tú quieras, Abbá; Abbá, tú sabes que te quiero; Abbá, te doy gracias porque has revelado estas cosas a los sencillos; Padre, que se haga tu voluntad; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu... Sin duda que Jesús vivía en el Padre, para el Padre, por el Padre, desde el Padre, con el Padre, hacia el Padre... Hasta decía que su alimento era «hacer la voluntad del Padre». Y les repetía a sus discípulos: «vuestro Padre del cielo», queriendo que también ellos gozaran de esa especial intimidad y cercanía.

• Pero también el Padre, por su parte, estaba pendiente de él, y vivía en él, como dice el mismo Jesús: «Felipe, ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?»; o bien: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (aquí tenéis resumida la misión del cristiano: que vean al Padre en nosotros):

+ Cada palabra de Jesús tiene los ecos de lo que ha escuchado (en su oración) al Padre.

+ Comparte los mismos sentimientos del Padre. Particularmente la compasión y la misericordia.

+ No sólo habla y siente, sino que también «hace» lo que el Padre le ha encomendado, por más que le cueste sangre, sudor y lágrimas (Getsemaní).

Por eso Jesús tuvo tanto «tirón» popular: era un canal eficaz por el que les llegaba el amor del Padre. Pasaba haciendo el bien, daba esperanza, defendía a lo más débiles, se ponía del lado de los marginados, tocaba el dolor de los enfermos, sanaba, denunciaba... en el nombre del Padre.

• En uno de los más antiguos himnos cristianos, recogido por San Pablo en una de sus cartas, se nos dice que Jesús se dedicó a «bajar» a «rebajarse»: Primero bajó del cielo hasta el seno de una mujer, y bajó después a un miserable pesebre en Belén. «Bajó» al río Jordán para ser bautizado entre los pecadores. «Bajó» para mezclarse con los pobres, los marginados (que siempre están «abajo» y «debajo»). Y tanto bajar, tanto rebajarse, quedó hecho una auténtica piltrafa de hombre, colgado entre el cielo y la tierra. Y se hundió en la muerte, y bajó al sepulcro, a las entrañas de la tierra, y -como decimos en el Credo- bajó a los infiernos... No se puede bajar más abajo en todos sentidos. Al contario de tantos, empeñados hasta límites insospechados en «subir» como sea, en escalar puestos, en «estar arriba».

• ¡Tanto bajar! ¡Tanto bajar! Aunque nunca bajaba solo. El Padre lo acompañaba en todos esos «abajamientos». Los largos y frecuentes ratos de oración a solas con Él, le despertaban su sed de infinito, su añoranza del cielo (también esto nos ocurre al resto de los mortales, cuando oramos «cristianamente»). Así que, una vez cumplida su misión, es el momento del «tirón» definitivo del Padre, del reencuentro final. Y así nos hemos podido enterar de que el destino del hombre no está «abajo», sino arriba. El destino del hombre no es el fracaso, sino la gloria. El futuro del hombre no son los gusanos y el olvido, sino la eternidad y la gloria de Dios. Con palabras de San Agustín: «Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto (desasosegado) hasta que no descanse en Ti».

• Y allá que se fue. Como decimos en el Credo, a «sentarse a la derecha del Padre». Es un modo de hablar, claro. En el cielo no hay asientos, ni Dios tiene derecha ni izquierda. Con palabras menos «teológicas», diríamos: Se fue a fundirse con el Padre en un abrazo tan inmenso, que saltaron las chispas del Espíritu, sobre la tierra, desparramándose sobre nuestras cabezas, llenándonos de dones. Lo celebraremos el domingo próximo.

• Pero, como todas las despedidas, también aquí hay una sombra de «tristeza» en el que se va, y en los que se quedan. El Señor se aleja físicamente de sus queridos discípulos, y ellos... se quedan sin él. Siempre se acaba queriendo a aquellos con quienes compartimos la intimidad y la vida, tantos buenos como malos momentos. Toda despedida, toda «partida» siempre supone un «partirse», porque nos dejamos un trozo de nosotros, algo/alguien que quisiéramos llevarnos y no puede ser... Esto mismo le ocurre a Jesús. El corazón se le parte un poco, y así se lo confiesa a sus amigos:

- Me voy, pero vuelvo, no tardaré mucho

- Me voy, pero me seguiréis más tarde

- Me voy, pero es para prepararos un sitio en la casa de mi Padre

- Me voy, pero no os olvidaré, porque os llevo en el corazón

- Me voy, pero volveréis a verme

- Me voy, pero os enviaré al Espíritu Defensor, Consolador, Espíritu de la Verdad, el mismo Amor...

- Me voy, pero el Padre seguirá cuidando de vosotros, como lo hizo conmigo, para que ninguno se pierda.

Por eso, mientras andemos por aquí abajo, y siguiendo el ejemplo del Señor, necesitaremos con frecuencia dirigirnos al Padre Nuestro que estás en los cielos. Para que nuestra esperanza y nuestros proyectos no se queden alicortos, para que veamos siempre más allá de la cruda realidad, para que soñemos el sueño de Jesús, para que no nos importe bajar y rebajarnos cuando sea necesario, o incluso cuando nos «bajen» por la fuerza... Porque «el de arriba» ya tirará de nosotros cuando andemos hundidos. Lo ha dicho con bellas palabras la segunda lectura de hoy: «Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros». De este modo, podremos tomar el relevo al Señor Jesús, poniendo todo lo que somos y podemos al servicio de lo único importante: El Reino y la justicia. El Espíritu será nuestra fuerza interior y nos ayudará a discernir los caminos para llevar adelante la tarea. Inmensa tarea en la que todas las manos son pocas: el encargo es hacer discípulos de todos los pueblos. Como ha escrito el Papa Francisco (EG 20):

Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

Así que el cielo lo miraremos de reojo (porque allí está el Padre que nos espera), pero para llenarnos de fuerza, porque el trabajo lo tenemos aquí abajo, en la tierra, donde el Espíritu del Señor sigue cooperando y actuando para se haga su voluntad aquí en la tierra como en el cielo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf



fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 13 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 15,9-17


Evangelio según San Juan 15,9-17
Jesús dijo a sus discípulos:

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.

Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado.

No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.

Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.

Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»


RESONAR DE LA PALABRA

La historia va de tristeza y alegría. Parece que, cuando el mundo está alegre, a los cristianos nos toca estar tristes. Y viceversa. Hay que tener en cuenta un dato que nos enseñan los estudiosos del nuevo Testamento: cuando el autor del evangelio de Juan habla del “mundo” no se refiere exactamente al mundo en el que vivimos, al que nos rodea, a la calle, a las personas que son nuestros vecinos y con los que trabajamos y reímos y lloramos. El “mundo” en el evangelio de Juan es como la personificación del mal, de todo lo malo que hay en nuestro mundo, valga la redundancia. El mundo son las fuerzas que se oponen a la buena nueva del Reino, a Jesús, que es la presencia viva y amorosa, hecho hombre, del amor de Dios para cada uno de nosotros.

Ahora podemos entender mejor la oposición que plantea Juan. Claro que el mundo está alegre cuando va ganando la partida, cuando los buenos se dejan comer la moral y pierden la esperanza. Pero esa partida no va a terminar así. El “mundo” no va a ganar. Porque Dios no lo va a permitir. Porque su amor por nosotros es total.

El poeta español León Felipe tiene una breve poesía en la que expresa muy bien esta realidad:

Señor, yo te amo porque juegas limpio;

sin trampas, sin milagros;

porque dejas que salga, paso a paso,

sin trucos, sin utopías,

carta a carta,

sin cambios,

tu formidable solitario.

Hermanos y hermanas, la suerte está echada. Dios no va a perder la partida. Otra cosa es que la partida se alargue. También hay partos que se alargan y son causa de mucho sufrimiento para la madre. Pero al final, el niño nace y la alegría brota espontánea porque una nueva vida se ha hecho presente en el mundo. Y la esperanza se reafirma y hace más fuerte.

Es posible que hoy estemos tristes, que nos encontremos en medio de muchas dificultades. Pero no podemos perder la esperanza. Por mucho que ahora nos rodee la oscuridad. Dios está de nuestro lado. Y no nos dejará de su mano.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 12 de mayo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 16,16-20

 


Evangelio según San Juan 16,16-20
Jesús dijo a sus discípulos:

"Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver".

Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: "¿Qué significa esto que nos dice: 'Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'?. ¿Y que significa: 'Yo me voy al Padre'?".

Decían: "¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir".

Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: "Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: 'Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'.

Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."


RESONAR DE LA PALABRA 

El evangelio de hoy nos deja con unas palabras un poco misteriosas de Jesús: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver”. La primera parte parece que supondrá la tristeza para los discípulos pero el reencuentro les volverá a llevar a la alegría.

Diría que Jesús no está hablando de una lejanía física sino de una forma de ver. Jesús ciertamente va a desaparecer y eso va a llevar a los discípulos a sentir la tristeza que siempre supone la separación, la pérdida de alguien a quien se quiere. Pero lo más importante está en la segunda parte de la frase: me volveréis a ver.

Es que “ver” se puede de muchas maneras. Hay quien a pesar de tener abiertos los ojos no ve ni entiende nada. Y hay quien hasta con los ojos cerrados lo ve y lo entiende todo. También hay muchas formas de presencia además de la física y tangible. Para nosotros, cristianos, está la presencia de Jesús en la Eucaristía pero también, como el mismo dijo, su presencia allí donde hay dos o tres reunidos en su nombre. Y su presencia en los pobres, los necesitados, los marginados, los enfermos.

Hay personas que son capaces de ver más allá de lo que se puede tocar y que descubren signos de esperanza, de vida, de presencia de Dios, allí donde otros sólo son capaces de ver oscuridad y desesperanza. Más aún, hay personas que son capaces de crear espacios de luz, de vida y esperanza, allá donde no hay más que oscuridad y muerte. Son personas que tienen la luz, el amor de Dios, dentro de sus corazones y por eso ven lo que otros no vemos. Ellos son capaces de iluminar, de vivir en la alegría. Ven a Jesús recorriendo nuestros caminos, caminando con nosotros, sienten su presencia en los pobres, en los tristes, en los que viven en la desesperanza. Y su presencia y su forma de comportarse lleva luz y esperanza a todos.

Vamos a pedir a Jesús en este día que nos dé esa otra forma de ver, que nos ilumine por dentro para que descubramos su presencia cerca de nosotros, para que seamos capaces de alumbrar la esperanza en nuestros corazones y la comuniquemos a los que nos encontremos a lo largo del camino. No vemos a Jesús físicamente pero si abrimos los ojos, lo vamos a encontrar a nuestro lado, porque él no nos deja de su mano. Y la alegría que nos llenará se hará contagiosa. Y seremos luz para los que nos rodean.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA