martes, 23 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 8,31-42

 

Evangelio según San Juan 8,31-42
Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos:

conocerán la verdad y la verdad los hará libres".

Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?".

Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado.

El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre.

Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.

Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.

Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre".

Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él.

Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso.

Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió:

"Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.


RESONAR DE LA PALABRA


La libertad verdadera

La Palabra de Dios está hoy centrada en la libertad. La primera lectura es un monumento a la libertad interior, la libertad de no inclinarse ante los ídolos, no importa si antiguos o modernos, la libertad de ser fiel a sí mismo, a la propia conciencia, de no ceder ni a halagos ni amenazas, incluso si ello supone pagar un alto precio, incluido el de la propia vida.

En el Evangelio Jesús nos enseña el núcleo y el sentido de la verdadera libertad. Ser libre es, por oposición, no ser esclavo. Esclavo es el dependiente, el que tiene secuestrada su libre voluntad y se reduce a ser la prolongación forzosa de la voluntad de otro. Hay formas directas y brutales de esclavitud, en las que el ser humano es reducido a objeto de posesión. Aunque sigue existiendo, por desgracia, hay hoy un amplio consenso que rechaza esta forma degradante de tratar al ser humano. Pero hay también formas sutiles de esclavitud que, además, se justifican no pocas veces en nombre de la libertad, una libertad degradada y corrompida. Se trata del sometimiento a los nuevos ídolos en forma de dependencias de sustancias como el alcohol o las drogas, o del juego, o de formas de comportamiento deshumanizantes, o de ideologías que prometen lo que no pueden dar, o, simplemente, de la presión ambiental (lo políticamente correcto, lo llaman hoy), a la que nos sometemos acríticamente.

“El que comete pecado es esclavo”, nos dice Jesús, y también, solo “la verdad os hará libres”. La verdadera libertad es, por un lado, un don de lo alto. Es un don porque consiste en la filiación: en ser hijos en el Hijo. El hijo no es esclavo: es sí mismo, en una identidad recibida por amor. Dios nos ha dado la libertad, que consiste en participar de la condición personal por la que somos imágenes suyas, y por la que estamos llamados a ser hijos en Cristo Jesús. Pero la libertad, además, es una conquista, porque supone resistir los cantos de sirena que tratan de seducirnos con falsos caminos de salvación; y es, también, una tarea, que requiere escuchar y acoger esa palabra verdadera que Dios nos comunica en Jesús.

Los tres jóvenes de la corte babilónica (símbolo del mundo y sus seducciones) no se inclinaron ante el ídolo de oro y fueron arrojados al horno siete veces más ardiente. Pero las llamas no les tocaron. Son las llamas de la tentación, que atrae con buenas (y falsas) palabras, o que amenaza, tratando de asustarnos. Si escuchamos la palabra de Jesús y la adoptamos como norma de nuestra vida, sentiremos con frecuencia crepitar en torno nuestro el fuego de la tentación (seductora o amenazante), pero esas llamas no nos quemarán, no nos reducirán a las cenizas de la esclavitud, porque estaremos asentados en la verdad que nos hace libres, en la libertad de los hijos.

Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 22 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 8,21-30

 

Evangelio según San Juan 8,21-30
Jesús dijo a los fariseos:

"Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir".

Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?".

Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo.

Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados".

Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo.

De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo".

Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre.

Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó.

El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada".

Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.


RESONAR DE LA PALABRA

Elevar la mirada, para salvar la vida

La rebeldía de Israel en el desierto es una constante que llega a sorprendernos. ¿Quería o no quería el pueblo ser liberado de la esclavitud? Es verdad que el camino que llevaba a la libertad implicaba riesgos y sinsabores, pero, ¿quién ha dicho que la liberación es un camino de rosas? Como el pueblo de Israel en el desierto, queremos la libertad y la salvación, pero no estamos dispuestos a pagar ningún precio por ella. La queremos ya y sin esfuerzo. Y por eso, como Israel, tenemos la tentación de corregir los planes de Dios, de dictarle cómo debe liberarnos, sanarnos, salvarnos. Pero apartarse de los designios de Dios tiene funestas consecuencias. No porque Dios nos castigue: a la luz de Cristo comprendemos que no es Dios el que envía castigos, sino que nosotros nos perjudicamos a nosotros mismos y nos encaminamos a la muerte cuando nos apartamos de Él, la fuente de la vida. En este relato de los Números comprendemos que no es Dios el autor de la muerte, sino que, al contrario, es Él el que nos salva de ella, y lo hace encontrando el remedio en la misma enfermedad. La serpiente de bronce es un símbolo profético de la cruz (cf. Jn 3, 14), por la que Dios nos salva de la muerte con la muerte de su Hijo.

También Jesús, como Moisés, tiene que hacer frente a la incomprensión y la oposición de su propio pueblo. “Los judíos” ni entienden sus palabras, ni son capaces de descubrir su identidad. Jesús les acusa de falta de la disposición necesaria: son “de aquí abajo”, carecen, podríamos entender, de la necesaria altura de miras para entender los designios de Dios, que se manifestarán plenamente en la cruz, “cuando levantéis al Hijo del hombre”. Pero esos “judíos” no se distinguen tanto de nosotros, en realidad nos representan a todos. Igual que es duro y arriesgado caminar por el desierto hacia la libertad, tampoco es fácil entender y aceptar este mesianismo de cruz que nos propone Jesús: para alcanzar la vida, hay que entregar la vida, para vencer a la muerte hay que pasar por ella. No hablamos sólo de la muerte biológica, sino de esa muerte cotidiana que supone la entrega por amor. También a nosotros nos falta el valor para afrontar los riesgos que llevan a la tierra prometida, también nosotros estamos poco dispuestos a pagar el precio de la verdadera libertad, también a nosotros nos cuesta entender el mesianismo de cruz, que nos llama a dar la vida para alcanzar la Vida. También a nosotros nos falta la altura de miras para ver en el alzado en la cruz al Hijo de Dios, y nos asalta la tentación de enmendarle la plana a Dios.

Pero Dios no desespera y conduce a su pueblo hasta la Tierra prometida, y Jesús, sin ceder a las presiones y chantajes de sus interlocutores, continúa exponiendo con coherencia las verdades difíciles que nos salvan, llamándonos a elevar la mirada, confiando en que, pese a nuestras resistencias, como muchos de los que le escuchaban, acabaremos creyendo en él.

Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 21 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 8,1-11

 


Evangelio según San Juan 8,1-11
Jesús fue al monte de los Olivos.

Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.

Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,

dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".

Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".

E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.

Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,

e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".

Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".


RESONAR DE LA PALABRA


“No te condeno”

Asistimos con el alma en vilo al dramático relato de la falsa acusación contra la inocente Susana que le ha de costar la vida y al inesperado giro por la intervención a última hora del muchacho inflamado del espíritu profético. Respiramos aliviados y nos alegramos de que triunfe la justicia. En un mundo en el que existe el mal, la mentira y el abuso de poder, nos parece que siempre debería ser así. Pero sabemos que, tristemente, no siempre lo es. Demasiadas veces el mundo funciona en sentido contrario a la justicia. A la persona íntegra que no cede a la presión de la corrupción ambiental se la tacha de “rara”, de estúpida, de antisocial, se la persigue porque su comportamiento denuncia el mal socialmente admitido. La terrible práctica del “moobing” tiene con frecuencia este origen.

La situación que nos presenta el Evangelio es diametralmente opuesta. Una mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En este caso, el castigo que se demanda es el merecido, según los parámetros de la época (una época, por cierto, que llega hasta nuestros días en muchos lugares del mundo). Los jueces y verdugos de la acción justiciera, apelando a la autoridad de Moisés, quieren también, al parecer, el aval de Jesús. En realidad, aquellos hombres usaban a la mujer para cazarlo a él: si se opone a la condena contradice a la ley mosaica, que mandaba lapidarla (Lv 20, 10), si la sanciona, se opone a la ley romana, que prohibía a los judíos ejecutar a nadie; en los dos casos se lo podría acusar, que era de lo que se trataba. Jesús cumple al mismo tiempo las dos leyes: la romana, evitando la lapidación; la ley mosaica, por su parte, mandaba lapidar no sólo a la adúltera, sino también al hombre con el que había pecado. La torcida interpretación de la ley hacía caer la culpa sólo sobre la mujer. Pero Jesús, con su genial respuesta, parece estar diciéndoles: “y ¿dónde está el hombre que ha pecado con ella?”. Si querían ejecutar la sentencia había que traer a otro culpable, quien sabe si presente entre los acusadores, quien sabe si no había abusado de la pobre mujer contra su voluntad.

¿Quién está libre de pecado? Sólo Jesús podía tirar la piedra. Ni se la tira a la mujer, ni al hombre que la había seducido. ¿Cuántas piedras tiramos contra pecadores presuntos o reales, sin mirar el propio pecado? Cuando actuamos así, sin disposición al perdón, sin misericordia, nuestros nombres están escritos sobre el polvo, como los que se apartan del Señor, dice el profeta Jeremías (Jer 17, 13), que es probablemente el gesto profético que Jesús realiza durante el tenso diálogo.

Sólo la misericordia de Dios es capaz de salvarnos, no sólo de la muerte, sino también del pecado. La misericordia salva al pecador, pero condena el pecado (“no te condeno, no peques más”), nos rehabilita, pero también nos exige. Y el perdón, unido a la llamada a romper con el mal en todas sus formas, nos lleva a transformar nuestra mirada y hasta nuestra consideración de la justicia. Mirando con los ojos de Jesús, nos alegramos de la salvación de Susana, y de la de la mujer adúltera, pero no debemos desear apedrear al que la sedujo, ni deberíamos alegrarnos de la muerte de los viejos malvados.

Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 20 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 12,20-33

 

Evangelio según San Juan 12,20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos
que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora!
¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".
La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".
Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.
Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;
y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".
Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.


RESONAR DE LA PALABRA

UNA ENTREGA HASTA LA MUERTE

Unos griegos, que probablemente se preparaban para entrar en el judaísmo, o al menos simpatizantes de los judíos, ya que están allí «para celebrar la fiesta», buscan a Jesús. Jerusalem está en sus fiestas grandes. Pero no es la fiesta lo que buscan (al menos no sólo la fiesta), o hacer negocios, o distraerse... Aun en medio del jolgorio, no dejan de ser personas inquietas, que necesitan respuestas. Representan a tantos hombres y mujeres que, de un modo u otro, buscan a Dios, aunque le pongan distintos nombres: felicidad, sentido para la vida, razones para luchar, algo que les llene el corazón, que les ayude a superar las dificultades, los sufrimientos, el fracaso, la muerte... Y son gentes de toda edad, clase y condición. Porque el hombre -todo hombre- es siempre un inquieto buscador... aunque a veces acuda a pozos equivocados, o diga que no busca nada...

Estos griegos han oído hablar de Jesús, y deciden acercarse a uno de sus discípulos para preguntarle. Siempre es más fácil, para conocer o encontrarse con Jesús, acercarse a un discípulo. Entonces y hoy. Los griegos eligen a Felipe, que tiene nombre griego. Es más fácil que nos oriente alguien cercano, que huela a oveja, que se manche como nosotros, que tenga dudas como nosotros, que haya tenido que buscar un poco a tientas, como hacemos nosotros. No es fácil que encontremos la respuesta que necesitamos en alguien con títulos, o con cargos eclesiásticos, o en esos que enseguida abren el saco de las respuestas, sin antes haber escuchado, ni acogido, ni entendido...

Probablemente Felipe se sintió en aprietos, porque ese «queremos ver a Jesús» que le plantean no es un simple «dónde está, quién es». Es lógico pensar que quienes han visto a Jesús, quienes han compartido su compañía, quienes se han dejado transformar por él, quienes han hablado en la intimidad con él, quienes lo siguen... debieran (debiéramos) ser capaces de dar una respuesta adecuada: «¿Qué debemos hacer para que Jesús nos atienda, para poder conversar o estar con él?» Yo no sé lo que les habrías respondido tú.

Los pasos de Felipe son muy significativos. No les sienta a su lado para charlar con ellos. Ni tampoco improvisa un discurso sobre quién es Jesús, o las cosas que él les ha ido contando, cuando han estado con él. Lo primero que hace es ir a buscar a otro Apóstol. Felipe aprendió desde el principio de su propia vocación lo que significa ser Comunidad. Y por eso, evita el protagonismo y el tomar iniciativas por su cuenta. Es una buena señal de que conoce a Cristo y ha sido transformado por él. Necesita consultar a otro hermano, apoyarse en él. Y lo siguiente es ir a contárselo a Jesús. Necesitan que el propio Jesús les oriente aclare lo que deben responder. Podemos decir, entonces, que es imposible «mostrar a Jesús», orientar hacia el encuentro con él, sin haberse encontrado antes con Jesús. Dicho en plata: no podemos hablar «de» Jesús, sin antes haber hablado «con» Jesús.

 La respuesta de Jesús a Felipe y Andrés sorprende: A los griegos les gustaba mucho filosofar, razonar, discutir, argumentar. Pero Jesús no entra en ese juego. No les da «explicaciones», discursos ni razonamientos, y menos se mete en discusiones. Jesús les habla de su propia entrega hasta la muerte. Les pone su vida por delante y les «muestra» que el amor a uno mismo y el dejarse enredar y absorber por las cosas de este mundo es un camino de infecundidad, de vacío. Es como si Jesús les dijera: ¿Que quién soy yo? ¿que de qué voy? Pues soy una persona que se entrega, que se desvive, que se ofrece, que se sacrifica... hasta la muerte. Yo no me busco a mí mismo, no tengo más objetivo en mi vida que entregarme al Padre, entregándome a los hombres. Cuando ponemos por delante lo que me apetece, lo que me conviene, lo que me interesa, lo mío, mi prestigio, mi proyectos, mi éxito, etc... nos metemos en un camino sin salida. Hay que empezar por renunciar a uno mismo: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Ha escrito el Papa Francisco:

«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser. Por ello en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo. (Papa Francisco, Fratelli Tutti 87-88).

Así que Jesús les hace una propuesta/reto: Ponerse a su servicio, para estar donde él está: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor.» ¿Y dónde está Jesús? Su casa la dejó hace tiempo. Y ya no tiene ni dónde reclinar la cabeza. Él está en los caminos de los hombres, especialmente en el de los que sufren y menos cuentan, para compartir con ellos su sufrimiento, para luchar por ellos contra las causas de su sufrimiento. Sus palabras son también una promesa de futuro: estar con él en la gloria. Estaréis conmigo en la gloria.

El Señor no esconde ni disimula que su respuesta es enormemente exigente: les invita a vivir de otra forma, -una forma arriesgada e incluso peligrosa-. Y nombra al Príncipe de este mundo, con el que tiene que pelearse y echar fuera. ¿Y quién es este personaje? Pues tiene muchas caras, muchos nombres, muchos recursos y muchos servidores. Y es muy poderoso.

+ El Príncipe de este mundo se sirve de la violencia y de los violentos, le encanta crear enfrentamientos y divisiones: entre buenos y malos; los de nuestro país y los de fuera; los de una raza y los de otra; los de un partido o sindicato , y los otros; los de una religión y los de otra... Le viene bien todo lo que haga ver al otro como enemigo y destruya la fraternidad.

+ Se le da muy bien manipular la verdad, y puede conseguir que un Justo como Jesús sea visto como blasfemo y peligroso, para que acaben con él. Le vienen muy bien los grandes medios de comunicación, las concentraciones de masas, las redes, los bulos, la falta de transparencia, etc.

Resumiendo: es todo lo que destruye al hombre y su relación fraterna con los otros hombres, impidiéndole así ser aquello para lo que Dios lo ha creado.

Y con el Príncipe de este mundo se enfrentó Jesús, y espera que los suyos le demos también la batalla. Al llegar «su hora», Jesús pareció sucumbir y perder ante su impresionante poder. Pero el Padre estaba de su parte y le glorificó. Fue suya la victoria final. Fue elevado en lo alto como un estandarte de victoria sobre la mentira, la injusticia, la violencia, la traición, el politiqueo, la manipulación religiosa, etc. atrayéndonos a todos hacia él. Desde entonces la historia humana ha quedado alterada, transformada. Dios Padre ha revelado lo que realmente es valioso, de parte de quién está Él, dónde se encuentran la verdad y la vida, y cuál es el camino para llegar a ellas.

Por tanto, el mejor «argumento» que podemos ofrecer nosotros a quienes hoy nos piden: «quisiéramos ver a Jesús» es la entrega de nuestra vida y la lucha contra el Príncipe de este mundo. Para ello, aprendamos de Jesús a pedir la ayuda del Padre para esta batalla: «Padre, glorifica tu nombre», que tu nombre sea santificado, que sea tuyo el triunfo.

El mundo, los buscadores de Dios, necesitan también hoy que Andrés, Felipe, tú y yo, y todos los demás tengamos «algo» y Alguien que mostrar, que ofrecer.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 19 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 7,40-53

 


Evangelio según San Juan 7,40-53
Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta".

Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?

¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?".

Y por causa de él, se produjo una división entre la gente.

Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.

Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?".

Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre".

Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar?

¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él?

En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita".

Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo:

"¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?".

Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta".

Y cada uno regresó a su casa.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos, paz y bien.

“Yo, como manso cordero, era llevado al matadero”. Ayer vimos cómo Jesús sabía lo que iba a pasar con Él y, sin embargo, fue capaz de ir hasta el final. Es la actitud de muchos mártires, a lo largo de toda la historia. Personas capaces de morir por un ideal, por su Dios.

La persona de Jesús suscitaba muchas dudas. Nadie había hablado como Él. Nadie había realizado los milagros que Él realizó. La gente estaba desconcertada. Algunos querían creer, pero tenían miedo del “qué dirán”. Otros, quizá, no querían romper con todo lo que habían vivido hasta entonces. Es muy difícil hacer cambios tan radicales en la vida personal. Siempre se pueden encontrar excusas (¿de Galilea va a venir el Mesías?) para seguir como hasta ahora. Y estaban los peores, los que sabían la verdad, y por eso querían matar a Jesús.

Los guardias del Templo reflejan el desconcierto general. “Nadie ha hablado jamás como este Hombre”. No saben qué hacer. Los protagonistas de este fragmento del Evangelio de hoy se fueron cada uno a su casa, esperando mejor ocasión.

Estas historias nos pueden resultar más o menos interesantes, y relacionadas o no con nosotros. ¿Qué pasa con cada uno de los que escuchamos hoy esta Palabra? ¿Cómo actuamos (o no) en nuestra vida? Podemos ser de los que quieren seguir a Jesús, pero nos asusta lo que pueden pensar los demás. Y eso nos limita bastante. Somos cristianos, católicos practicantes, cuando nos viene bien o cuando no nos complica la vida. Si confesar nuestra fe supone problemas, entonces, como Nicodemo, nos escondemos.

Puede ser que vivamos muy bien como hasta ahora. Con nuestros “pecadillos”, que no son tan “gordísimos”, porque no robamos millones ni matamos a nadie. Pero nos hemos acostumbrado a vivir con esos pecados domésticos, y eso es peligroso. Porque esos “pecadillos” van a más. Y se acaban convirtiendo en “pecadotes”. Es que no ir hacia delante en el camino espiritual es retroceder.

Se trata de no rendirse nunca. Tenemos que pensar no en lo que nosotros podemos hacer, sino de pensar en lo que Dios puede hacer en nosotros. Ser como mansos corderos, llevados de la mano de Dios. Que, (a diferencia del diablo, que nos quiere llevar por caminos desviados) siempre nos va a llevar hacia la salvación. Porque nos ama. Y quiere nuestro bien. Eso no significa que vaya a ser fácil, pero es posible. Hay que hacer la opción por Dios. Y ser fieles.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 18 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 1,16.18-21.24

 

Evangelio según San Mateo 1,16.18-21.24
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos, paz y bien.

Jesús sabe lo que tiene que hacer. Jesús lo hace. Jesús sabe que le van a matar por ello. Hoy leemos que no había llegado su hora. Llegará. Nosotros también sabemos lo que tenemos que hacer. ¿Lo hacemos? No es fácil la vida del profeta, como no fue fácil la vida de Jesús. Estuvo predicando a diestro y siniestro, hasta que llegó su hora. La “hora de Jesús” Jesús hablaba de cumplir la voluntad de su Padre Abba. Siempre teniendo la sensación de ser guiado por Su voluntad y deseando cumplirla. ¿Has tenido alguna vez la sensación de ser guiado por la voluntad de Dios? ¿Cuándo he respondido a esto y cuándo no? Sería buen hablar con el buen Jesús acerca de esto.

¿Quiero ser guiado, con todo lo que eso puede implicar? Hay que saber adónde nos lleva eso. A mí me ha traído hasta Múrmansk, en el norte de Rusia. Hacer la voluntad del Padre no siempre coincide con lo que nos gusta o nos resulta más fácil. A veces hay que estudiar idiomas para llevarla a cabo.

Si nos dejamos guiar, acabaremos viviendo como Jesús. Él nos pide que amemos, como Él nos amó y nos ama; hasta el final. Además, la forma de actuar de Jesús es muy especial. A nosotros nos gusta ponernos en el centro, que se oiga nuestra palabra, y no la Palabra. Jesús nunca se colocó en el centro. Estaba siempre mostrando al Padre. Por eso “trataron de arrestarlo…” En su horizonte estaba el día cuando “iba a llegar su hora”, la hora de su muerte, la hora de su gloria. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final.”(Juan 3: 16)

Hay muchos motivos para reflexionar. Si nos parece difícil, si estamos cansados, que no se nos olvide nunca el salmo de hoy: el Señor está cerca de los atribulados. Acércate a Él cuando creas que no puedes hacer lo que te pide. Y pídele que el Espíritu te vaya llevando, a veces, donde quieras, y otras, donde no quieras.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 17 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 5,31-47

 


Evangelio según San Juan 5,31-47
Jesús dijo a los judíos:

Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría.

Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.

Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.

No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.

Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.

Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro,

y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.

Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí,

y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.

Mi gloria no viene de los hombres.

Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes.

He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir.

¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?

No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza.

Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí.

Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos, paz y bien.

El pueblo de Israel tuvo muchas ocasiones, a lo largo de su historia, de comprobar la acción de Dios en su vida. Más de una vez estuvo al borde de la desaparición (consúltese la historia en Egipto o la vida de la reina Ester) y se vieron salvados de forma milagrosa. Dicho con otras palabras, podían haber sido más fieles a la Alianza que Dios, de forma puramente graciosa, concertó con ellos.

Y, sin embargo, nada de eso. Al faltar Moisés, todo se torció. Se hicieron un becerro de oro, y se inclinaron para adorarlo. Desagradecidos. Una vez más, estuvieron al borde de la destrucción. Menos mal que Moisés era hábil en el arte del diálogo. Sobre todo, sabía que Dios era fiel, aunque el pueblo no lo fuera tanto. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”». Y Dios se arrepiente.

Nuestra vida es como la del pueblo de Israel. Momentos de mucha cercanía a Dios nuestro Padre, y ocasiones en las que otros ídolos (poder, dinero, trabajo, envidias, pornografía…) entran en nuestras vidas, llenan nuestros corazones y no dejan hueco para Dios. Es lo que hay.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene el único Dios? Es la crítica, muy dura, de Jesús. Es que la salvación no está nunca garantizada. Aunque seamos de los de “Moisés”, de los de la vieja guardia, de los de toda la vida en la parroquia. Creer o no creer. Ésa es la cuestión. Ahí nos jugamos todos mucho. No es como empieza nuestra historia, sino como acaba.

Seguramente, en nuestra vida hemos sido agraciados con muchos dones por parte de Dios. Y, con mucha probabilidad, no siempre lo hemos agradecido lo suficiente. O, incluso, le hemos dado la espalda, nos hemos negado a aceptar esos dones, o los hemos desaprovechado. El que esté libre de estos pecados, que tire la primera piedra. Jesús nos recuerda que ya tenemos todo lo necesario para salvarnos. Moisés, los profetas, y su mismo testimonio. Así que hay que revisarnos, ajustar lo ajustable, y seguir siempre buscando la voluntad del Padre. Que así sea.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA