domingo, 14 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,11-13

 

Evangelio según San Marcos 8,11-13
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.

Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".

Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


RESONAR DE LA PALABRA


Querido amigo/a:

“¿Dónde está tu hermano?”, le pregunta el Señor a Caín en la primera lectura que hoy meditamos.

En pocos días comenzamos la Cuaresma, tiempo intenso, de kairós, de gracia; una oportunidad para crecer preparándonos para el acontecimiento de la Pascua. Pero esta oportunidad tiene un obstáculo, y es que, en nuestro proceso personal, nos cuesta asimilar que el crecimiento interior no puede acontecer sin la preocupación y ocupación de los demás, pues no somos sin los otros.

Volviendo a la pregunta inicial, en el relato del Génesis Caín le responde a Dios: “No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?”. Si, eres el guardián de tu hermano. Debemos preocuparnos más por ellos, precisamente porque son nuestros hermanos. El salmo 49 que hoy meditamos, en su última estrofa tiene palabras duras ante esta falta de fraternidad: “Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara”.

El Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, del pasado mes de octubre, nos hace un recordatorio y llamamiento a cuidar los unos de los otros. Nos dice en el nº 8: “Entre todos. Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante.”

Tiempo para mejorar, para crecer, para desatar, pero pasando por los otros, nunca solos. Es el hilo conductor de nuestra preparación: estar-con. Bastantes soledades está generando esta situación de pandemia para que nosotros le sumemos nuestras indiferencias, individualidades o egoísmos. Más que nunca necesitamos generar fraternidad.

En el evangelio de hoy, le piden un signo a Jesús. Quieren ver su poder, pero no entienden que su poder no es el de la “dynamis”, fuerza o violencia, sino el de la “exousía”, el de la liberación y sanación, que utiliza no para dominar, sino para curar. Por eso el texto del evangelio nos explica muy bien la reacción de Jesús ante esta petición de fuerza: “dio un profundo suspiro y se marchó”. No hay signo, no habéis entendido nada.

El signo que Jesús quiere es el que hace con nosotros: entregarse hasta el final. Por eso, estante atento para ver dónde está tu hermano, qué necesita de ti, cómo lo puedes ayudar. Será un buen tiempo de crecimiento personal, una buena cuaresma, que te llevará más cerca de Dios.

Nuestro hermano en la fe.
Juan Lozano, cmf.

fuente del comentario CIUADA REDONDA

sábado, 13 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,40-45

 

Evangelio según San Marcos 1,40-45
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".

Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".

En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.


RESONAR DE LA PALABRA


EL RETO DE ACERCARSE Y TOCAR

 «Un leproso se acercó a Jesús».

Ya sabemos que en el tiempo de Jesús (y antes) ser leproso suponía ser un excluido, alguien que no tenía derechos ni podía estar donde estaba la gente; debían mantenerse fuera de las ciudades, y por supuesto fuera de «la ciudad» (Jerusalem con su Santo Templo). Un «descartado» como suel decir al Papa Francisco. Carecían de cualquier contacto humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño o de cercanía... Seguramente ahora que casi no podemos tocarnos, ni abrazarnos, ni darnos un beso... los comprendemos mucho mejor. Especialmente tantas personas mayores encerradas en casa, la mayoría sin acceso a las nuevas tecnologías. Pero también muchos jóvenes, para los que tan necesario es el contacto social y personal. Este virus nos ha aislado, nos ha encerrado, nos ha hecho cogerle miedo a los otros... que se convierten en una amenaza, incluso los más queridos y cercanos.

Aquellos leprosos ninguna ayuda recibían (más allá de alguna limosna) para sobrellevar su desgracia: una inmensa soledad. Tenían que avisar de su presencia, dando voces, o con alguna campanilla, para que todos se apartaran a su paso y pudieran ponerse «a salvo». Habían dejado de ser tratados como «personas».

También tenían vetada su relación con Dios, estaban «dejados de su mano», ya que esa enfermedad de la piel (se llamaba «lepra» a muchas infecciones que no eran realmente lepra) se considerada un signo de la corrupción interior, del pecado, un castigo divino. Y así es como se siente este leproso que se atreve a acercarse a Jesús: sucio, necesitado de ser limpiado. La religión no quería saber nada de ellos, los mantenía al margen. Esto es lo que enseñaba la Sinagoga, la ley de Dios. Ya no se trataba sólo de un «cuidado» o prevención por riesgos de salud. Era una condena en toda regla.

 ¿No ocurre algo parecido también hoy cuando se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas... y ha cogido el SIDA.... Aquí en Madrid conocemos bien la situación de La Cañada Real, un barrio construido a base de chatarra, donde vive gente en extrema pobreza... y que se ha quedado sin luz en estos tiempos de pandemia y de frío y nieve. Quienes tienen la responsabilidad de encontrar una solución les reprochan que algunos viven de las drogas, o que no han aceptado los ofrecimientos para «dejar sus casas» y trasladarse a algún pabellón... O sea: que ellos tienen la culpa de su situación. La Iglesia y algunos voluntarios son los únicos que se han acercado, han levando la voz, han ayudado lo que han podido. Menos mal.

Algunas víctimas de abusos han descrito cómo les hicieron sentir avergonzadas y culpables por parte de sus maltratadores, etc.

No es tan infrecuente hoy que, en el plano personal, social e incluso religioso, nos apartemos de ciertos individuos (¡personas e hijos de Dios!) porque nos resultan incómodos, porque no están en «orden» con la ley de Dios (o de la Iglesia), porque es arriesgado tener contacto con ellos, porque están sucios, porque nos pueden meter en problemas, por su condición sexual o por su color/nacionalidad, porque este asunto les compete a otros, porque.... Me resulta tan doloroso y sorprendente enterarme de que se están dando casos de personal sanitario y cuidadores que han recibido amenazas, insultos, daños materiales, invitaciones a «marcharse a otro sitio» y desprecio... por estar trabajando en hospitales y centros de salud. Ellos se juegan la vida por nosotros... y algunos los tratan ¡como a leprosos!

Si nos reconocemos creyentes, estamos mostrando con ese tipo de hechos y actitudes en qué Dios creemos realmente: un Dios excluyente, marginador, que condena, que los abandona a su suerte, que no merecen su amor... Y claro, tampoco el nuestro.

Sin embargo, este leproso no soportaba seguir así, y por sí mismo no tenía nada que hacer. Pero intuye que Jesús sí que puede hacer algo por él... Total ¡que se salta todas las normas religiosas (la Ley) y sociales, para acercarse a él y solicitar su ayuda! No sólo eso, sino que compromete a Jesús: pues el que entra en contacto con un leproso (al margen de que pueda contagiarse), queda a su vez también «impuro». «Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios»... como antes el leproso,

Þ Jesús, sin embargo, no se enfada, ni le riñe, ni se aparta de él. Y lo primero que hace es extender la mano y «tocarle». Empieza por restablecer el contacto humano. Primero físico, y luego de palabra. «Quiero».

+ Quiero que no percibas a Dios como alguien que te excluye ni te deja solo.

+ Quiero que sepas que el Reino también es para ti.

+ Quiero que te veas con derecho a formar parte de la comunidad humana, con tu enfermedad y tu pecado.

+ Quiero que les conste a los sacerdotes que el proyecto y la voluntad de Dios es sanar, acoger, incorporar, incluir.

+ Quiero que la Ley de Dios (= Dios) deje de usarse como instrumento de marginación.

+ Quiero, al tocarte y hablar contigo, que te reconozcas como persona, y quedes sanado por dentro y por fuera.

+ Quiero tocarte... aunque eso conlleve quedar yo «tocado», excluido, manchado, «impuro» y ya no pueda entrar abiertamente en ningún pueblo...

 Acercarse a los que están mal, a los que lo pasan mal, a los que no se valoran a sí mismos, a los que están «corrompidos» por dentro o por fuera, aun a riesgo de que nuestro prestigio, nuestra salud, nuestras ventajas... queden «tocadas»... es tarea de los discípulos de Jesús, de la Iglesia entera. Ir a los que no tienen papeles, a los que están desahuciados, a los parados de larga duración, a los que no tienen preparación para conseguir trabajo, o no tienen salud, o no viven conforme a la moral cristiana, o les faltan los «papeles», o...

Dice Marcos que Jesús sintió «compasión», esto es, que su dolorosa situación le afectó, le tocó por dentro. Recuerdo unas palabras del Papa Francisco :

¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, «inició y completa nuestra fe» (Hb 12,2).

Encíclica "Lumen fidei / La Luz de la fe", § 56-57

Y en otro lugar escribió:

«A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.» (Evangelii Gaudium, 270).

Este Evangelio es una invitación a mancharnos, a conocer de primera mano el dolor y la frustración de tantos. Quizá muchos ya no se nos acerquen, o quizá sí: Pero de una manera o de otra, nos están diciendo: «Si quieres... puedes limpiarme». Tal vez no podamos realmente limpiarle, pero que cuenten con una presencia que acompaña, con una lámpara que les ayude a caminar.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 12 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,1-10.

 


Evangelio según San Marcos 8,1-10.
En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.

Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".

Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".

El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".

Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.

Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.

Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.

Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.

En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

De nuevo la primera lectura de hoy nos vuelve a hablar del tema de la desnudez. Aunque ahora no es la desnudez de la libertad de la que hablamos el jueves, sino la desnudez que asusta y nos pone en manos del miedo. Mal compañero el miedo. Algo que sigue siendo fruto del Mal. Cuando pasamos de pasear con Dios en la tranquilidad de la vida a escondernos de Él, algo dentro de nosotros está roto.

Y cuando eso pasa, todo nos da miedo. Y empezamos a echar culpas a diestro y a siniestro, siempre fuera de nosotros. Menos mal que lo propio de Dios es cubrir nuestra desnudez y nunca avergonzarnos. Propio de Dios es alimentarnos y nunca agrandar nuestras necesidades. Propio de Dios es compadecerse de nosotros y nuestra falta de fuerzas y nunca aprovechar nuestras debilidades.

Quizá por eso es capaz de movilizar a todo su “público” y contar con todos ellos para que coma la multitud. No lo hace para su propio beneficio (de hecho, nos cuentan que cuando notó que querían hacerlo rey por darles de comer, Jesús se aleja y esconde). Cada cual pone lo mejor de sí, lo que tiene y es. Y Dios pone su parte, lo que le es propio: bendecir, multiplicar, cuidar, alimentar, cubrir nuestra desnudez. Tenemos mucha suerte.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 11 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 7,31-37


Evangelio según San Marcos 7,31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete".

Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

El mal es astuto. Siempre. Como la serpiente. Y también es amigo de generar sospechas, de confundir, de enfrentar, de enredar con razones aparentes... Como la serpiente. Hay tres grandes consecuencias cuando el Mal nos maneja: nos avergonzamos de nosotros mismos, desconfiamos de los demás y nos escondemos de Dios.

En la Antigüedad, la enfermedad es una de las señales del mal. Cuando falta la salud, falta también, de algún modo, la buena relación con uno mismo, con los demás y… con Dios. En esas culturas, no poder hablar, no poder escuchar o ver, era tanto como reconocer que se había roto la armonía y el orden. Que el Mal que rompe y nos divide lleva la voz cantante. Ahora ninguno diríamos que la enfermedad es signo del Maligno, pero sí experimentamos que cualquier síntoma físico o psíquico nos desequilibra, nos resta bienestar.

Por eso en momentos así se agradece tanto que quien puede regalarnos la Salud (la salvación) quiera tocarnos, mezclarse con nosotros, y decirnos: “effetá, ábrete”. Como Jesús. La dirección en que actúa Dios es exactamente la contraria de la que elige el Mal: uno divide, otro unifica; uno engaña, otro clarifica; uno se aleja, otro se acerca. Y así, la buena gente no paraba de exclamar: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Dios nos hace bien.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 10 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 7,24-30

 

Evangelio según San Marcos 7,24-30
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.

En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies.

Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.

El le respondió: "Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros".

Pero ella le respondió: "Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos".

Entonces él le dijo: "A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija".

Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hay un modo de situarse en la vida, en desnudez. Sin demasiadas defensas, a pecho descubierto. Un modo de afrontar la vida y un modo de relacionarnos con los demás. Como Adán y Eva antes de enredarse en líos: los dos estaban desnudos, pero no sentían vergüenza uno de otro. Es el modo de vivir de la gente libre.

Algo así me recuerda la llamada mujer sirofenicia, pagana (y por tanto fuera del ámbito de “los cercanos de Jesús”) rogando a Jesús que cure a su hija de un espíritu inmundo. Me encanta la libertad de esta mujer pero me asombra mucho más la de Jesús: pocos son capaces de cambiar el discurso o el modo de actuar cuando las circunstancias lo piden. Pocos saben reconducir sus propios planes y menos aún cuando lo hacen porque una extraña le hace salir de su zona de confort, como ahora se dice.

Mujer, madre, pagana y extranjera: no solo consigue que el mismísimo Hijo de Dios recapacite y cambie, sino que además, por su arrojo y libertad creyente, “el demonio salió de su hija”. Parece que uno de los modos más simples y directos para conseguir que “los demonios” salgan, sea ir por la vida más “desnudos”, sin defensas, sin ir por ahí “a piñón fijo”, capaces de cambiar, de rectificar el rumbo y el discurso. ¡Probemos!

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 9 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 7,14-23

 

Evangelio según San Marcos 7,14-23
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.

Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.

¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".

Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola.

El les dijo: "¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo,

porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?". Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.

Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro.

Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,

los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.

Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Creo que a menudo confundimos el ansia de Dios por proteger su poder -conocer el bien y el mal- con nuestras propias ansias de ser dioses -conocer el bien y el mal-.

Pero la mayor confusión es dar más importancia al pecado y la metedura de pata que al soplo de vida que nos hace seres vivos y bien vivos: ¡vivientes! Ese soplo de Dios que entra en nosotros por la nariz, según el Génesis. Este Dios que aprovecha cualquier rendija para entrar, para vivificarnos. Un Dios que, como dice el salmo 103, abre su mano y nos sacia de bienes y si nos retirara su aliento, moriríamos.

Porque nuestro Dios está mucho más interesado en la vida que nos recorre el interior que lo que ocurre por fuera. No es que no sea importante, claro. No es que no nos influya. Pero ni punto de comparación. Como dice Jesús en el evangelio de hoy: lo que sale de dentro del hombre es lo que le hace puro o impuro. Preocupémonos más por las maldades que permitimos salgan de dentro nuestro. Sin duda tiene más importancia que andar teorizando con el conocimiento del bien y el mal. Mientras hablamos andan a sus anchas las mentiras, envidias, difamaciones, codicias, fraudes….

Cuestión de elegir: cuidemos el soplo de vida que hemos recibido en nuestro interior. Y dejemos que lo que salga de ahí no haga abundar el mal que nos rodea por fuera.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 8 de febrero de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 7,1-13

 


Evangelio según San Marcos 7,1-13
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,

y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;

y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?".

El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.

Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios.

Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte.

En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...'

En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre.

Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

En el pasaje de Génesis que hoy nos propone la liturgia aparece el primer imperativo de Dios dirigido a los seres vivos y, concretamente, a los seres humanos. En realidad, es el mismo mandato, la misma encomienda: ¡creced, multiplicaos, sed fecundos!

Me pregunto cómo es posible que hayamos olvidado este primer deseo vehemente de Dios para nosotros. Crecer y ser fecundos significa no compararnos con otros porque nunca se trata de llegar a una medida establecida o ser más que otro supuesto perfil. No. Solo se nos pide crecer. Desde lo que somos y donde estamos: crecer. Avanzar. Multiplicarnos y no encogernos o constreñirnos. ¿Será esa la fecundidad que tanto recorre la Biblia? Esa fecundidad que no sólo no está reñida con el descanso sino que lo lleva consigo, como el mismo Dios. ¡Ay de las pretendidas fecundidades que no tienen medida propia, que no descansan, que agotan a unos y a otros, que nunca se sacian! ¡Ay de los que utilizan la palabra de Dios en vano para acumular, para ensoberbecerse, autoadorarse, en definitiva para disimular sus ansias de poder y bienestar con la llamada de Dios a no dormirse en los laureles y ser fecundos!

En verdad, tenemos mucha facilidad para tomar el nombre de Dios en vano, para ponerle a Él de excusa en nuestros propios intereses. La confrontación de Jesús en el evangelio de hoy no puede ser más clara: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición… Invalidáis la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y hacéis otras muchas cosas semejantes».

Quizá es momento de poner nombre y apellido a estas tradiciones a las que cada uno se aferra, según su edad, su cultura, su mentalidad… Todos lo hacemos. Y no permitir jamás que tradición humana alguna, por santa que sea, esté anulando la Palabra viva de Dios.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA