miércoles, 16 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 7,31-35


Evangelio según San Lucas 7,31-35
Dijo el Señor: «¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?
Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'.
Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'.
Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: '¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!'.
Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Jesús de Nazaret y Juan el Bautista, frente a frente. El Bautista inquiere: “¿Eres tú?”. Jesús apela a sus obras: “Contad a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven y los pobres escuchan la buena noticia”. Y sigue la división de opiniones. Todos, también los publicanos, acogen a Juan; mientras, los fariseos y doctores de la ley rechazan su bautismo. También aquí, el Bautista es precursor, se convierte en signo de contradicción. 

Así las cosas, Jesús, tan buen pedagogo, pasa a la imagen, a la parábola del juego de niños. Un grupo de niños cantan y danzan; otros entonan lamentaciones tristes. Ambos grupos, a la vez, no quieren participar en el juego y se recriminan mutuamente: “no danzáis”, “no lloráis”. Hasta aquí, la imagen. Jesús aterriza. Vino Juan, el austero, hirsuto y asceta, y los jefes religiosos le dan de lado. Viene Jesús, que come y bebe con todos, que viste bien, y le menosprecian como comilón, borracho y amigo de la gente mala. 

Lo dice la gracia popular: “Ni para mí ni para mi amo”, “Ni contigo ni sin ti”, “Ni p`alante ni p`atrás”. Hay personas que se instalan en las “pegas”. Aducen mil razones especiosas, escudriñan mil pretextos para justificar sus pocas ganas de participar, de compartir, de hacer, codo con codo, con los otros. Les gusta etiquetar a personas y proyectos: es demasiado rancio o modernista; es muy radical o laxo; es un devoto en exceso o un laico impenitente. Es decir, se va endureciendo el corazón de cara a Dios y de cara a los demás. En este corazón rebotan todas las palabras, todos los argumentos, todos los sentimientos. Cómo podemos ver esta experiencia en la saña de los enemigos de Jesús; los milagros son cosa del demonio, sus palabras son blasfemas. Todo se tergiversa. Ocurre lo mismo con Papa Francisco: su cercanía es populismo, su palabra clara es poca hondura intelectual, su libertad es temeridad. Da la impresión de que hiere la presencia de personas buenas… ¡porque nos dejan en evidencia! 

Desde otro ángulo, podemos preguntarnos: y nosotros, ¿estamos más cerca de Juan o de Jesús? ¿Nos van más las lamentaciones de los niños, la austeridad, el sacrificio, las normas y prohibiciones o la danza y canciones de los otros niños, de Jesús? Para algunos, predicar la felicidad es quedarse en una religión light, mientras predicar el rigor es ser fiel a la cruz. ¿Pero no dijo Jesús que no debemos ayunar, mientras está “el novio” con nosotros?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

martes, 15 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-27


Evangelio según San Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


RESONAR DE LA PALABRA

Nuestra Señora de los Dolores

Antes de subir al Calvario –somos frágiles y pequeños- vamos a verla en la calle, una tarde del Viernes Santo. ¡Cómo la retrata la piedad popular! Virgen de los Dolores, de la Soledad, de la Piedad; siete puñales le atraviesan el corazón o, al menos la espada de la que le habló el anciano Simeón. Casi siempre un manto negro la cubre. Su rostro, aun lleno de llanto y dolor, logra un tono sereno, como penetrado por la fe.

María es la Madre del Crucificado. Está asociada, por sus dolores, a la muerte del Redentor. La mujer, esclava del Señor por su fe, está junto a su hijo que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. La que había estado alejada en los momentos de la gloria de los milagros y la seducción de la palabra, acude ahora, presurosa, en la hora del supremo dolor y de la muerte. Está aquí, como estuvo en todos los momentos difíciles, a lo largo de la vida de Jesús; en la pobreza del pesebre al nacer, en la persecución y exilio con Herodes, cuando abandonaba su familia para predicar el Reino, cuando sufre el rechazo de los jefes políticos y religiosos.

Es que María va a ser, otra vez, Madre. Las palabras de Cristo en la cruz cobran una eficacia casi sacramental. “Mujer, he ahí a tu hijo”. En el discípulo amado hemos sido constituidos hijos de María. Algunos hacen constar que no se lo dice a Pedro sino a otro discípulo. ¿A Juan? Aquí, la maternidad no va en el plano jerárquico sino en el de la intimidad, en el de las relaciones individuales y filiales. Sólo nos queda, como apunta el evangelio, recibirla en nuestra casa. La Iglesia es la casa de María; la Iglesia tiene una Madre.

Como Jesús, hemos de sentir cerca a María en los momentos de dolor. Ella es la madre querida de tantos hijos crucificados por la injusticia, la opresión y el desamor. Es más, no solamente nos beneficiamos de su cercanía cuando nos aguijonea un padecimiento. Con ella, queremos ir al encuentro de los que sufren. El cristiano ha de combatir el dolor, luchar contra las causas del dolor. Más aún, los creyentes tenemos muchos resortes para transformar y trasfigurar el dolor; el saber escuchar, el llevar consuelo, el infundir esperanza, el rezar con oportunidad, el estimular desde nuestra fe y tantos recursos, ayudan a hacer más buenas, más esperanzadas a las personas sufrientes.

Ya que nos entra por los ojos la presencia de María junto al dolor de su hijo, ella puede ser un modo de sacramento que nos haga visible y nos diga más claro que Dios sufre siempre al lado de sus hijos. Cosa que ya sabíamos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 14 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,13-17

Evangelio según San Juan 3,13-17
Jesús dijo a Nicodemo:«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

RESONAR DE LA PALABRA
Exaltación de la Santa Cruz
“La señal del cristiano es la santa cruz”, repetíamos en el viejo catecismo. Por eso vemos esta señal, al bautizar a los niños, en los “cruces” de los caminos, en la cabecera de la cama, en la delantera de los coches, en el recuerdo de los muertos, al salir de casa, y en mil momentos. También abusamos de ella. Cuando hacemos la cruz de una manera mágica u ostentosa; cuando la llevamos –cruz de pasión e infamia- como adorno precioso o señal de dignidades.


La cruz es la cruz de nuestro Señor. Es el instrumento de nuestra redención. La muerte en cruz era el suplicio reservado sólo para los esclavos, tan cruel como lleno de ignominia. ¿Cómo se podía pensar que la redención podía venir de la impureza de un cadáver? Sin embargo ahí está la paradoja. Un hombre inocente carga con todos los pecados de la humanidad. Condenado, no condena. En el mayor dolor brilla el mayor amor. La cruz de Jesús, dando muerte al pecado, es causa de reconciliación. Reconciliación de los hombres con Dios. Pero también de gentiles y judíos, de la economía de la ley y de la economía de la fe.


Pero aún sorprendemos otra paradoja que da nombre a la fiesta de hoy. Este condenado, sometido a la máxima humillación, envilecido, desnudo, es exaltado, elevado como la serpiente en el desierto, en signo de salvación para cuantos le contemplan. Es la exaltación del amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”. La Pasión de San Juan que leemos el Viernes Santo contempla a Cristo en la Cruz, lleno de majestad.


Que bien estaría que en este día nos parásemos a contemplar la santa cruz. Y, después de un silencio de asombro, podríamos recitar textos tan bellos, y al alcance de todos, sobre Cristo crucificado. Por ejemplo: “Delante de la Cruz los ojos míos” (Sánchez Mazas). “Pastor que tus silbos amorosos” (Lope de Vega). “El Cristo de Velázquez” (Unamuno).


Luego vendrían los buenos propósitos de no abusar o frivolizar con el signo de la cruz. Nada de adornos con crucifijos lujosos, no hacer la señal de la cruz repetidamente de manera que se banalice, etc. Por supuesto, y en un orden muy distinto, no he visto a ningún maestro espiritual que enseñe el victimismo, el dolorismo y todos espiritualismos que busquen el dolor por sí mismo para parecerse más a Jesús. Jesús nos dice que tomemos “nuestra” cruz y le sigamos. Pues, venga, tomemos nuestra cruz, amemos como Jesús nos mandó, perdonemos y bendigamos a los que nos maldicen, estemos dispuestos a ser perseguidos por la justicia. Si amamos, siempre encontraremos la cruz. Entonces, sí que podremos repetir con San Pablo: “Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Cristo”.



CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 12 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,43-49


Evangelio según San Lucas 6,43-49
Jesús decía a sus discipulos:
«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos:
cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
¿Por qué ustedes me llaman: 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo?
Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica.
Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.
En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»


RESONAR DE LA PALABRA

¿Qué abunda en nuestro corazón?

Sí y no

No es fácil ajustar el equilibrio en nuestra vida. No hemos de ser moralizantes, pero sí que necesitamos bajar al compromiso de cada día. No debemos obsesionarnos en hacer por hacer, en trabajar mucho, pero sí que estará en nuestros fines la fecundidad evangélica. No será nuestro empeño el afán mundano por buscar la imagen de eficacia, pero sí que el Maestro nos invita a dar testimonio, a poner la luz bien alta. No nos debe acosar el pragmatismo, pero sí que es necesario aterrizar, no quedarse en mil razonamientos y en palabras bonitas.

El árbol y la roca

Dos imágenes nos presenta el Señor. El árbol y la roca. De la calidad del árbol será el fruto que produzca. Las zarzas y los espinos no pueden dar higos o racimos. Y lo aplica en seguida. El que sólo bondad alberga en su corazón va despidiendo cosas buenas para todos.

Otra imagen es el edificar sobre roca. La roca es garantía de firmeza, de seguridad, de perennidad. Jesús lo dice de su palabra. Es lo que afirma Jesús de su propia Madre. Solamente el que escucha la palabra evangélica y la lleva a término es el que pone su vida sobre unos fundamentos firmes. Tan firmes que son más fuertes que una crecida gigante del río que arremete. Lo contrario serán palabras y gestos vacíos.

Dar frutos: los frutos del Espíritu

La piedra de toque, la prueba del algodón, será siempre nuestra vida. Lo primero es la vida. Y en cristiano es dar frutos del Espíritu. Quien se acerca a los sacramentos y a la Palabra produce frutos de amabilidad, de bondad, de mansedumbre, de paz. Lo dice el pueblo en el refrán de predicar y dar trigo. Palabras bellas y ricas pueden ser corrompidas en el uso y abuso de las mismas. 

Entre las dos imágenes, Jesús se queja del culto formal, vacío, ineficaz. No basta con rezar, con gritar “Señor, Señor”; hasta podría convertirse en antitestimonio. Una acción menos buena no dejará de serlo porque se le peguen palabras como “apostólico”, “pastoral”, “bendición” y hasta “queridos hermanos”. Un arma eficaz contra este culto o formalismo hipócrita nos la enseña hoy San Pablo: comemos el mismo pan y bebemos el mismo vino; de esta manera, podemos vivir bien, vivir en Cristo.

Miremos cuál es la “abundancia de nuestro corazón”. Del corazón brotan los sentimientos y actitudes. Pongamos nuestro corazón junto al corazón de Dios. Cultivemos la bondad de corazón, trabajemos por un “corazón de oro”

Ciudad Redonda

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 11 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,39-42


Evangelio según San Lucas 6,39-42
Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."


RESONAR DE LA PALABRA

Mirar con los ojos de Dios

“Ojos claros, serenos”

Como el madrigal de Gutierre de Cetina, pedimos a Dios para nosotros unos ojos claros, serenos. Los ojos del rostro y los ojos del corazón.

Pedimos en oración que se cumpla en nosotros la exhortación de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Así echaremos fuera las “pajas y vigas” que puedan enturbiar nuestra mirada.

Igualdad, no dominio

Tres unidades aparecen en este texto evangélico. Las tres sobre el fondo de la máxima de Jesús expuesta en el versículo anterior: “No juzguéis”. Primero está el refrán: “Si un ciego guía a otro ciego…”. Dicen los entendidos que aquí se reprueba el dominio de uno sobre el otro; existe más egoísmo que ayuda. Luego viene la sentencia: “Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será igual que su maestro”; esta igualdad aleja la tentación del poderío de uno sobre el otro.

Finalmente, está la imagen de “la paja y la viga”. Es la expresión suprema del juicio, de la condenación y del dominio sobre los demás.

Limpiar nuestros ojos

Mejor será sacar nuestra viga que fijarse en la mota del otro. Lo contrario es el colmo: juzgar antes al otro, por pequeñas cosas, que a nosotros mismos, con nuestro pecado. Esta conducta sólo merece, por parte del Señor, la acusación de “hipócrita”. No juzgar a los demás es no caer en la tentación, tan frecuente, de querer dominar.

Una consecuencia inmediata es no proyectar sobre otros la culpa, para defendernos de nuestros propios errores. No podemos hacernos las víctimas. Oyendo a algunos cristianos, se diría que la causa y la culpa de los males que nos aquejan, como Iglesia, están siempre “fuera”, en los otros.

Vamos, pues, a mirar con ojos limpios; es decir, con los ojos de Dios, que no juzgan, no condenan y miran siempre con benevolencia. Que nadie imponga, nadie quiera hacerse más que el otro. Al revés, rompamos la dialéctica dominantes-dominados, mediante el amor y la comunión cristiana. Como San Pablo: me hago todo para todos.

Ciudad Redonda

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 10 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,27-38


Evangelio según San Lucas 6,27-38
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».


RESONAR DE LA PALABRA

Amar al enemigo

Mientras se predique en la Iglesia este Evangelio, el mensaje de Jesús estará a salvo, aunque sus seguidores nademos en la mediocridad. Si el amor es el centro del Evangelio, estas exigencias son la guinda del amor. Aquí todo es revolucionario y subversivo. Y una revolución muy especial; porque, de entrada, no intenta cambiar una sociedad, unas minorías, unos empobrecidos; ni derriba impedimentos de estructuras o personas fuera de uno mismo. Es el discípulo de Jesús el que ha de cambiar; es a él a quien le hiere esa “revolución”: amar al enemigo es terrible.

Como en un texto escolar, podemos señalar estas partes en el evangelio de hoy. a) Exhortación solemne: Amad, bendecid, orad. Con un objeto difícil: a vuestros enemigos, a los que os odian, a los que os maldicen. b) Lo expresa con unas imágenes expresivas: Si te dan en una mejilla, le pones la otra; al que te quite la capa le dejas la túnica. c) Apunta las razones: Lo contrario también lo hacen los pecadores. d) Ofrece las promesas de Dios: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados.

El perdón al enemigo es la prueba de fuego del amor del cristiano. Aquí no cabe que se cuele el egoísmo, el buscar algo a cambio o algún otro deseo menos puro. El amor ha de ser sin límites ni condiciones, es decir, todo “por gracia”, como de Dios lo hemos recibido, como nos enseñó el Señor, “Como yo os he amado”. Ya sé que estamos tocando fondo… como que es tocar el corazón de Dios.

Que lejos está este mensaje de Jesús de la ley del Talión (el ojo por ojo), agazapada todavía en la voz de algunos cristianos, aunque les dé vergüenza formularla así. Puede ser que nos cueste identificarnos con las palabras de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Pero, por lo menos, que se vea que este es nuestro ideal y nuestra norma de vida. Sólo haciendo las cosas “por gracia”, y no sólo por mera justicia como la entienden los hombres, se romperá la espiral o el eslabón de la violencia y nos acercaremos a la reconciliación. No hay que esperar a que el otro pida perdón para otorgar nuestro perdón. “Dios es bueno con los malvados y desagradecidos”. ¿Más claro?

Ciudad Redonda

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 9 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,20-26


Evangelio según San Lucas 6,20-26
Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»


RESONAR DE LA PALABRA

Las Bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas, si no nos puede la rutina, son una revolución, ponen patas arriba la escala de valores que manejan los mortales. Ya no están en primera fila la violencia, la riqueza, el dominio, el prestigio y cosas así. Quedan sustituidos por la paz, la mansedumbre y la pobreza del Reino. Lo que era maldición se torna fuente de felicidad.

Hoy nos toca la versión de San Lucas. Ya sabemos que son más populares las de San Mateo. Lucas se queda sólo con cuatro, y tienen un tono más agresivo, menos matizado que Mateo y, en contrapunto, añade cuatro “ay”, a modo de malaventuranzas, hacia los satisfechos y llenos de sí mismos.

Es de rigor comparar las Bienaventuranzas con los Diez Mandamientos del Sinaí. Es el Viejo y el Nuevo Testamento frente a frente. Recordamos esas cosas elementales: el Decálogo está escrito en piedra; aquí, en el corazón del hombre, corazón que resulta nuevo. Allí, se trata de una ley de mínimos; cerca del lago, se pretende el máximo de la ley, que se hace amor y santidad. En el Sinaí, encontramos la ley por excelencia; en las Bienaventuranzas, la liberación o superación de la ley. En fin, donde había normas morales, Jesús coloca una realidad viva. Así, este espejo de vida moral es un ideal de vida abierto a todo el mundo. Los que se sienten muy buenos nunca lo podrán alcanzar en su plenitud; los que se sientan frágiles y pecadores sepan que tienen un camino por donde comenzar a andar.

El esquema de su formulación es tripartito: una llamada a la felicidad, los sujetos de esa felicidad y la razón de su felicidad. Jesús comienza llamándonos a la felicidad; todos buscan la felicidad, aun los que dicen que no la buscan. La novedad chocante radica en los sujetos de la misma: los pobres, los hambrientos, los que lloran, los despreciados a causa del Hijo del hombre. La luz aparece en la tercera parte, en la promesa de Jesús: porque el Reino les pertenece, porque será grande la recompensa en el cielo.

Nosotros podemos adoptar diversas actitudes. Algunas negativas. Por ejemplo, que, por repetir tantas veces las palabras de las Bienaventuranzas, se nos hayan quedado sin color y sin sabor; no nos hieren, no nos dicen. Otra cosa negativa sería pensar que son irreales; que no son manjar para todos. Y, acaso, si no se piensa, se actúa como si así se pensara. Esperemos que nosotros seamos de los cristianos que nos sintamos felices de verdad porque hemos encontrado la razón de esa felicidad. Dios nos ofrece un Reino nuevo, y nosotros vemos lo que no ven los ojos del mundo. La vida en Cristo, vivir en Cristo es vivir de los frutos de su Espíritu: paz, mansedumbre, justicia, pobreza. Es decir, las Bienaventuranzas.

Ciudad Redonda

fuente del comentario CIUDAD REDONDA