lunes, 17 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 19,16-22


Evangelio según San Mateo 19,16-22
Luego se le acercó un hombre y le preguntó: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos".
"¿Cuáles?", preguntó el hombre. Jesús le respondió: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio,
honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo".
El joven dijo: "Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?".
"Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

En la primera lectura de hoy vemos cómo Ezequiel recibe la revelación y el mandato de anunciar un evento profético no solo con las palabras, sino con su propia experiencia de vida. Se trata de una experiencia dolorosa: la perdida de una persona muy querida para él, su esposa, «el encanto de sus ojos» (v.16), se le pide que no manifieste ningún signo de luto y dolor. Este extraño comportamiento suscita curiosidad en la gente (v.19). Es el punto que despierta la profecía. Lo que le ha sucedido a Ezequiel es un signo de lo que vivirán los israelitas en el exilio.

De hecho, será «la hora mas trágica de su historia», su ciudad amada caerá en manos de Babilonia, los hijos que se quedan en el país morirán. La catástrofe será tan fuerte y de forma tan improvisa que no tendrán tiempo para hacer luto, llevarán sus lamentos en silencio (vv.22s). En lugar de derramar las lágrimas de arrepentimiento y de manifestar exteriormente su dolor, será mejor entrar en lo más intimo del corazón para reconocer el mal que ha causado toda esta situación: haberse alejado de Dios, que los ama como un esposo ama a su esposa. Solo un arrepentimiento sincero podrá reanimar la esperanza y reubicarlos en el camino del Señor. Es instintivo reaccionar al dolor con llanto y lamentos, pero las lágrimas no son todo y por sí mismas no pueden cambiar nada. El creyente tiene el desafío de descubrir el poder humanizante y salvífico contenido en el misterio del dolor.

En el Evangelio de hoy encontramos la conocida escena del «joven rico». Es un joven que está en búsqueda, de lo que toda persona humana anhela: vida y felicidad. Este muchacho le pregunta a Jesús que debe hacer para obtener esa vida en plenitud, la vida eterna, quiere traducir en acciones su anhelo más profundo. Jesús se complace de la búsqueda honrada y sincera de este joven y lo guía gradualmente. Con la contra pregunta: «¿Por qué me preguntas qué es bueno?», y la afirmación: «uno solo es Bueno» (v. 17), Jesús le señala que en realidad la búsqueda de la vida eterna es la búsqueda de Alguien no de algo. Lo “bueno” no es un principio ético abstracto, es un rostro, el del Padre.

Solo después de esa premisa, Jesús le indica al joven el camino a seguir. Primero le recuerda el camino tradicional: el cumplimiento de los mandamientos como expresión de la voluntad de Dios. Pero el muchacho no se contenta con lo que le parece obvio, piensa que «todo eso lo he cumplido» (v.20). Busca algo más, algo que vaya más allá de lo que ya es conocido y practicado. Ahora Jesús le hace una propuesta novedosa: «si quieres ser perfecto» (v. 21), dándole unas sugerencias concretas: «vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y sígueme». A pesar de ser un joven bien intencionado no fue capaz de dar ese salto de calidad que le pedio Jesús, al final «se fue triste» (v. 22). La realización plena de nuestra vida no está en tener muchos bienes materiales o una seguridad económica, sino en tener nuestro corazón libre de apegos. ¿Cuáles son mis tesoros? ¿Dónde tengo puesto el corazón? ¡El Señor no se cansa de invitarnos a seguirle!

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 16 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 15,21-28


Evangelio según San Mateo 15,21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".
Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.


RESONAR DE LA PALABRA

EL CONTEXTO DE LA PRIMERA LECTURA
Comenzamos con la primera lectura.

El pueblo de Dios pasó un largo periodo de exilio en Babilonia. Cuando por fin consiguen regresar a su tierra, toca reconstruir el país. Pero no todos están de acuerdo en cómo hay que hacerlo. Unos cuantos, entre los que se encuentran las autoridades religiosas, optaban por centrarse en las instituciones: había que levantar un Templo grandioso, rehacer el ejército, exigir el cumplimiento de las leyes, tradiciones y costumbres y la pureza de la raza.

Otros, como Isaías, que hemos leído hoy, apostaban por una reconstrucción basada en valores pluralistas, universales y ecuménicos, donde lo fundamental no fueran tanto los ritos o las construcciones majestuosas... sino guardar el derecho y practicar la justicia y mantener la Alianza: "Observad el derecho, practicad la justicia... porque va a llegar mi salvación". O sea: ¡la salvación de Dios se identifica con la justicia!

Históricamente se impuso la primera opción, el nacionalismo extremo: se reconstruyó el Templo, se expulsó de la comunidad judía a los samaritanos por considerarlos herejes, y otras medidas excluyentes que algunos líderes y gran parte del pueblo aplaudieron en ese momento.

Esto suponía que sólo se consideraban "ciudadanos con derechos" a los que encajaban en el retrato de «judío» perfecto, tal como la habían diseñado sus dirigentes políticos y religiosos: Acceder al Templo con todas sus condiciones y reglas, y relacionarse con Dios (en cuyo nombre se tomaban todas estas decisiones) era ser ciudadanos de primera clase. Todos los demás, estaban dejados de la mano de Dios y no eran dignos de ser tenidos en cuenta ("perros"). Tanto que, cuando se hablaba del primer mandamiento de la Ley de Dios, se ponía en duda si había que considerar «prójimos» a todos esos que se quedaban «fuera» del judío «de raza» y perfecto cumplidor de la Ley.

 EL CONTEXTO ACTUAL

Llevar todo esto a nuestro contexto actual no es muy difícil. Tanto en perspectiva social, como eclesial.

La crisis económica en la que estamos inmersos, como consecuencia de la pandemia... nos ha dejado tan descolocados, asustados, polarizados, y afectados como aquel exilio que sufrió Israel. Y también es urgente reconstruir, regenerar, rehacer, revisar (y otras muchas palabras que empiezan por «re»)... Y hoy como entonces también hay diversas opciones y tendencias sobre el cómo salir adelante... Algunos dicen que hay que priorizar la economía, y para ello hay que«recortar» ayudas y sueldos, «reducir» pensiones y personal, privatizar... Y«repatriar», a los más débiles, y pobres, porque «no hay para todos»... Sin embargo, de sobresueldos, de incontables consejeros, de adjudicaciones a dedo, de corrupciones y negocios a cuenta de lo que está pasando, parece algo incuestioable, a la vez que bastante generalizado.

Otros dicen que es una ocasión estupenda para corregir tantas cosas que estaban «tapadas» o «felizmente ignoradas», hasta que el cornavirus las ha dejado al descubierto. Y habría que empezar por atender a los que lo pasan peor, evitar la explotación de tantos temporeros y trabajadores de nivel bajo, cambiar este estilo de vida consumista que está destruyendo la naturaleza y facilitando la difusión de virus y plagas, el ingreso mínimo vital, los parados de larga duración...

Yo no soy economista ni político, y no voy a entrar a hacer valoraciones discutibles. Pero sí considero importante invitar a los cristianos que tienen conocimientos y recursos a no dejarse enredar por las «desinformaciones» políticas y económicas... y a priorizar el «derecho y la justicia», como ha indicado Isaías, exigir responsabilidades, denunciar corrupciones, alejarse de los que pretenden salvarse ellos solos y lo suyo, aunque a tantos otros les vaya muy mal. Esto es lo humano y lo cristiano. No puede haber tantos que tienen que conformarse con las «migajas» que caen de nuestras mesas... cuando a menudo estamos aprovechándonos de sus recursos naturales, vendiéndoles armas, ofreciendo crçeditos con intereses desmedidos, pagándoles en negro y sin contratos, desmantelando lo social en beneficio de las privatizaciones...

En cuanto a la Iglesia.... también se ha visto envuelta en un montón de cambios vertiginosos en los últimos siglos, en tantos ámbitos: culturales, tecnológicos, científicos, políticos, éticos....ante los que a menudo no ha sabido reaccionar suficientemente, y que la han hecho perder prestigio y relevancia...

A mediados del siglo pasado, la Iglesia se convocó a sí misma para revisarse, abrir puertas y ventanas, y dialogar con el mundo, «ponerse al día», estar más cerca del hombre, de sus gozos, esperanzas y sufrimientos, a discernir los signos de los tiempos Varticano II)...

Pero una parte de esa Iglesia pensó (y piensa) que son los demás los que tienen que adaptarse, convertirse y volver, que no hay nada que cambiar, que sobran las voces discordantes que rompen con la "tradición" (con minúsculas, porque lo que no es esencial al Evangelio y a la fe -Tradición-, no tiene por qué mantenerse a toda costa). Para no perderse conviene cerrar filas y mantenerse firmes (cuando no «rígidos»)... sin adaptaciones ni reformas. 

CONSECUENCIAS Y RETOS

En distintos momentos de la historia de Israel (ya lo hemos comentado antes) y de la Iglesia, se ha optado por la opción de cerrar filas, cuidar la ortodoxia, subrayar los signos de identidad... El tiempo ha mostrado que todo esto no sirvió más que para alargar la crisis. Y al final tuvieron que llegar los cambios, las nuevas visiones, los nuevos caminos.

Lo que hoy parece urgente y necesario es dialogar en todos los ámbitos y escuchar todas las voces. Como nos ha enseñado esta pandemia: "o nos salvamos todos juntos, o no se salva nadie". Me parece que viene al caso la oración de Jesús en su Última Cena: “Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal” (Jn. 17,15). Somos y debemos ser parte de este mundo, mojarnos y caminar con él, aportar humildemente lo que sepamos y podamos, tender puentes, unir fuerzas... La Iglesia nunca debe dejar de ser casa abierta, lugar de encuentro, espacio de acogida, servicio de comunión y diálogo, de atención a los descartados y sufrientes. Lo suyo (lo nuestro) son más las propuestas positivas, la justicia y el derecho, la multiculturalidad, que las descalificaciones y condenas (y menos aún las alianzas con el poder)... Una Iglesia «más humilde y evangélica», como tantas veces pide el Papa Francisco, para que algún día “todos los pueblos puedan llamarla y reconocerla como su propia casa”. Una Iglesia que no ofrezca «migajas», porque si hay un solo Padre de todos, «el pan de los hijos» ha de llegar a todos los hijos. Ni pretenda quitarse de encima (ni consentir que otros lo hagan) a los que «molestan» y gritan y sufren, como aquella mujer Siria, sino que reconozca y acoja y celebre la fe de los más sencillos, incluidos los paganos/inmigrantes (así tuvo que hacerlo el mismo Jesús, y de ese modo se ensanchó su horizonte misionero, más allá de "las ovejas de Israel"). ¡Los pobres tantas veces nos tiran abajo nuestras seguridades, esquemas y programas! No consta que aquella mujer guardara las tradiciones judías, o que fuera al Templo, o... Sólo un dolor de madre y la fe/confianza en que Jesús podía ayudarla. Y ayudar a identificar y echar lejos a tantos demonios que se nos cuelan dentro y nos destruyen a todos. Para ello habremos de contar con nuestra fe, nuestra misericordia, nuestra solidaridad, confiando e insistiendo al Señor para que nos salve: ¡Señor, ayúdame, ayúdanos!

La renovada conciencia de la dignidad de todo ser humano tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas, porque el creyente, al contemplar al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad. Y contemplando el mundo a la luz de la fe, se esfuerza por desarrollar, con la ayuda de la gracia, su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas de la historia. (Papa Francisco, 5/08/’20)

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 15 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,39-56


Evangelio según San Lucas 1,39-56
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Hay algunas preguntas que nos rodean a lo largo de la vida: ¿Hay algo más allá de las fronteras de la vida, de nuestra existencia mortal? ¿Qué podemos dejar de nosotros a los que quedan? ¿Después de todo lo vivido aquí en la tierra, que pasará? Muchas personas estaban convencidas de que el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción como una respuesta a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos cuerpos fueron profanados.

La solemnidad de la Asunción fue celebrada en la Iglesia católica por muchos siglos sin una definición doctrinal formal. La doctrina de que María fue “asunta al cielo, en cuerpo y alma” es una proclamación oficial de la Iglesia del Papa Pío XII, con la Bula Munificentissimus Deus, en 1950.

Para muchas personas de nuestro tiempo este dogma de celebrar la asunción al cielo en cuerpo y alma de la Virgen María suena raro y hasta incomprensible. Podemos decir, más allá de la motivación del Papa Pío XII, que es una fiesta que dignifica el cuerpo y el alma, es decir, la persona en su integralidad, pues es un regalo dado por Dios que hay que cuidar.

Si existe algo que responde a los interrogantes más hondos de la vida es el amor. La Sagrada Escritura afirma que el amor es para siempre, que es semilla que da fruto al encontrar un corazón dispuesto a acogerle: un corazón no doblegado sobre uno mismo, sino disponible a dejar espacio a la presencia del Otro, al don que el Señor ofrece. Así fue la vida de María, que acogió, no sin temor, la palabra del Señor y su promesa de vida: “No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz a un hijo, a quien llamarás Jesús” (Lc 1,30-31).

María es capaz de exultarse por las maravillas que el Señor hizo en su existencia. Ella es capaz de contemplar las gracias que el Señor sigue ofreciendo al mundo, haciendo “grandes cosas” por nosotros. Ella es capaz de reconocer que la misericordia del Señor se extiende “de generación en generación”, es decir, por siempre. La fiesta de hoy del “bienaventurado tránsito” de María es una señal de que aquellas preguntas fundamentales tienen una respuesta en lo que Dios hizo con la Madre de Jesús, haciéndola partícipe de la resurrección de la carne, al concederle la gloria celestial. Que el sí de María, es un sí a la vida hecha donación, entrega a los planes de Dios.

Si un día María dijo sí a Dios, y acogió en su vida la Palabra, sin reservas, hoy celebramos el sí de Dios a la entrega de María, acogiéndola, en cuerpo y alma, es decir, integralmente, en su gloria. Somos invitados a leer esta fiesta a la luz de la resurrección, que celebra la humanidad acogida en Dios, a través de su Hijo Jesucristo y, con él, la Bienaventurada Virgen María.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 14 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 19,3-12


Evangelio según San Mateo 19,3-12
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?".
El respondió: "¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer;
y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne?
De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Le replicaron: "Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?".
El les dijo: "Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así.
Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio".
Los discípulos le dijeron: "Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse".
Y él les respondió: "No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido.
En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy tratan de la infidelidad humana. Tanto la primera lectura del profeta Ezequiel como la del Evangelio apuntan que la infidelidad genera descaminos y sufrimientos. La infidelidad a Dios, la infidelidad en el hogar, la infidelidad en la comunidad.

El profeta Ezequiel nos presenta la imagen de Jerusalén como la de una mujer desposada y amada que es infiel a su esposo, engañándole con su belleza y falsas promesas. Esto ha pasado con la ciudad de Jerusalén, que Dios tanto amó, amparándole en su debilidad, cercándole de cariño y protección. Pero ella, cuando se hizo bella y famosa se entregó a la deshonra. Pero Dios, por su amor, no le abandonó. En respuesta a su infidelidad, le prometió restaurar su dignidad como el esposo que ama verdaderamente a su esposa y perdona su infidelidad. Cuando no existe perdón en la vida de una pareja, el camino es inevitablemente el divorcio. El divorcio, en el fondo, revela la dureza del corazón, como nos muestra el Evangelio.

Quien no ama, no puede seguir viviendo con la otra persona, pues ya no tendrá el respeto y la fidelidad de la vida en pareja. Cuando esto ocurre, la relación se hace insoportable, un infierno. Y Dios no quiere que las personas hagan de su vida y de la vida de su prójimo un infierno. Por eso, permitió a Moisés la posibilidad del divorcio. Aunque no es voluntad de Dios la separación conyugal, en algunas ocasiones es mejor el divorcio que seguir una relación que humilla y maltrata, como vemos en los números de violencia de género con tantas mujeres víctimas.

Toda separación genera heridas. En algunas situaciones estas se llevan por toda la vida. Así como el Evangelio, la Iglesia siempre defenderá la indisolubilidad del matrimonio. Dios quiere que hombre y mujer sean una sola carne, que no se separen jamás, sino que vivan fundamentados en el amor y la alianza de vida. Es evidente que hoy, como ayer, el amor y la fidelidad son necesarios. Pero también es evidente que las personas fracasan en sus proyectos de vida. Y la Iglesia no puede dejar de atender a las situaciones especiales. Por eso, no podemos aceptar la interpretación de textos sagrados que justifique de un modo u otro la dominación de la mujer por parte del varón. ¡Es inaceptable!

La fidelidad absoluta propuesta por Jesús para el matrimonio y en el matrimonio no debe ser vista como ley, sino vivida como Evangelio, dentro del gran misterio de Dios hacia la humanidad. Celebrando la memoria de San Maximiliano María Kolbe, que vivió por la conversión de los pecadores y murió para salvar la vida de un padre de familia, pidamos su intercesión por todas las familias que están viviendo situaciones difíciles.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 13 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 18,21-35.19,1


Evangelio según San Mateo 18,21-35.19,1
Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".
Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Siempre. La única medida del perdón es perdonar sin medida. ¿Y por qué tengo que perdonar? ¿Por qué tengo que cancelar la deuda? La respuesta es muy sencilla: porque Dios también perdona. Es su modo de ser. De eso se trata ser imagen y semejanza, ser perfectos como el Padre celestial. El Evangelio es la buena noticia de que el amor de Dios no tiene medida. Es infinito. Esta es la radicalidad del Evangelio.

Jesús cuenta una parábola con dos deudores. El primero tenía una deuda hiperbólica con el rey, algo como el presupuesto de una ciudad: ¡una deuda impagable! El rey siente el dolor en la súplica del sirviente. Tiene un corazón misericordioso, pues se rige por la compasión, no por la ley y el derecho. Para este rey, la vida, la libertad y el sufrimiento pesan más que el oro y el derecho. Por eso, le perdona la deuda el criado.

El criado, “al salir”, ni siquiera una semana después, tampoco en el día siguiente o después de una hora, sino aún sumergido en la alegría de la deuda perdonada, encuentra un compañero suyo que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. Es verdad que era su derecho recibir la deuda. Es justo. Pero también es cruel. Esto puede pasar con nosotros: muy expertos en exigir nuestros derechos, pero no tanto en cumplir con nuestros deberes. La justicia que el Evangelio nos propone es distinta: es de reconciliación con el adversario, acogida al pequeño, búsqueda del que se extravió.

Diferente de la justicia humana, del derecho a recibir lo que le es debido, Jesús propone la lógica de Dios, la lógica del exceso: perdonar setenta veces siete, perdonar a los enemigos, poner la otra mejilla, donar sin medida… Cuando uno no quiere perdonar (el perdón no es un instinto, sino una decisión), cuando se responde a una ofensa con otra ofensa, el nivel de violencia y dolor se eleva. Esto no es compatible con el Evangelio.

Perdonar es deshacer el nudo, es dejarse ir, liberar las cuerdas que nos aprisionan en el espiral de la maldad, es mirar hacia al futuro, no al pasado. Así es Dios, nos perdona para liberarnos del pecado, de las fuerzas del mal que nos arrastran a la muerte. Por eso es capaz de hacer bromas con nuestros números y nuestra lógica: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 12 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 18,15-20


Evangelio según San Mateo 18,15-20
Jesús dijo a sus discipulos:
Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Vivimos en una sociedad muy polarizada. La lógica del mundo —acusar, condenar, torturar, matar— puede penetrar venenosamente en la comunidad cristiana. La Iglesia necesita desvestirse de la toga de los tribunales y vestirse con el manto del respeto, de la atención, de la escucha, de la caridad y del perdón. Por eso, en el Evangelio de hoy predominan las actitudes del diálogo y del encuentro: “Si tu hermano cometió un error, repréndelo”. Da el primer paso, no te calles en un silencio hostil, busca el diálogo. Alguien puede hacer la siguiente objeción: ¿Y qué me autoriza a intervenir en la vida del otro? ¿La búsqueda de la verdad es suficiente? ¿Eso no me hace sentir superior al otro? ¿Qué criterios tengo para juzgar? La respuesta a todas estas preguntas se encuentra únicamente en esta palabra: “hermano”. Lo que nos permite y nos lleva a dialogar e ir al encuentro del que se equivocó es la fraternidad, no sentirnos poseedores de la verdad o jueces del bien y del mal, sino del deseo de construir la fraternidad.

El diálogo empieza con la menor comunidad: tú y yo, lejos de las instituciones, pero sí en la sinceridad de la vida, del corazón que desea el bien común: “si te hace caso, has ganado a tu hermano”. Es un verbo muy bonito: “ganar al hermano”. Todos ganan cuando la fraternidad se sobrepone a los intereses personales, cuando la corrección fraterna es un modo de vivir con los límites de las relaciones interpersonales.

El Evangelio va más allá: lo que conquistamos en fraternidad aquí en la tierra, llega al cielo: “todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos”. El poder de atar y desatar es para todos los creyentes: todos tenemos el poder de crear comunión o separación. Por eso, el poder de perdonar no es solo de Dios o del sacerdote en el sacramento de la confesión, sino de todos los que son capaces de responder con una presencia transformadora y reconciliadora a los conflictos humanos.

La capacidad de perdonar a los enemigos, acoger al prójimo en su necesidad, son cosas divinas, capaces de hacer de nuestra vida una presencia de transfiguración en la vida de los demás. Hacen falta cristianos capaces de transfigurar relaciones rotas por la discordia, la envidia, el egoísmo…

Es muy bonito pensar que todo lo que unimos —personas, afectos, esperanzas— no se perderá. Lo que atamos en esta vida tendrá comunión para siempre. Lo que desatamos también tendrá un eco en la eternidad. Por eso, es mejor que desatemos la sonrisa y la alegría atadas por las preocupaciones de la vida; que desatemos la propia vida de lo que le aprisiona en las situaciones de muerte, pues tendrá resonancia en la eternidad.

El Evangelio termina con una promesa divina: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Esta presencia no solamente se da en la oración, sino también en el amor de dos personas, en la complicidad festiva de los amigos, en aquellos que luchan por justicia, en la reconciliación… No importa donde se encuentren, sino que estén reunidos en el nombre de Dios. Así toda la vida puede tener un toque de la presencia divina. Llevemos esta certeza a lo largo de nuestra jornada: si estamos reunidos en el nombre del Señor, Él mismo se hace presencia amorosa en nuestras vidas.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 11 de agosto de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14


Evangelio según San Mateo 18,1-5.10.12-14
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?".
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos
y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.
El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial."
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió?
Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

El capítulo 18 contiene el discurso comunitario o eclesial del Evangelio de Mateo y nos acompañará en estos días.

La pregunta “¿quién es el más importante…?” es inevitable cuando hablamos de la vida en común. Este tema es una preocupación de ayer y de hoy. En una cultura de la competitividad, muchas veces desleal, que muchas veces pisotea la dignidad de las personas, el Evangelio de hoy lanza una luz sobre los criterios que rigen nuestras relaciones comunitarias. Según el Evangelio, esta búsqueda de poder y dominio sobre los demás es un escándalo para la fe. Jesús nos indica otro camino, el de la humildad. Por eso, las palabras clave del capítulo son: niño, pequeño, hermano.

A la pregunta hecha por los discípulos sobre el más importante en el Reino de los cielos, Jesús responde con algunos ejemplos. Como los profetas antiguos, hace un gesto —poner un niño en el centro—, cuyo sentido les revela después. En el centro no está un adulto o una persona considerada importante, sino un niño frágil. El mayor es el que tiene un corazón humilde, el que no maquina el mal en el corazón, el que tiene un corazón de niño, que es símbolo de la dependencia. Por eso, el más importante en la comunidad que se reúne en torno a Jesús para seguirlo y ayudarse mutuamente es el que más tiene necesidades. Hacerse niño es hacer la opción por los más frágiles y pequeños. Es saber que nos necesitamos los unos a otros. Nadie se salva solo.

Tanto es así, que Jesús cuenta la parábola de la oveja perdida, que se alejó del rebaño. El pastor deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida, alegrándose cuando la encuentra. Esta oveja simboliza a los que extravían del camino, los que necesitan ayuda, los débiles, los pequeños. Ningún rebaño puede renunciar a un hermano, pues a ejemplo de su pastor, no podemos ser indiferentes a la pérdida de una sola persona. El mismo Señor se encarga de buscarnos donde pueda encontrarnos. Para eso cuenta con su Iglesia, la comunidad de fieles que no puede ceder a la lógica del descarte.

Nuestras comunidades deben ser abiertas, capaces de emprender un camino de fraternidad y nunca pueden renunciar a un hermano. Que la intercesión de Santa Clara y su ejemplo nos ayuden a vivir en comunidades sencillas, contemplativas y fieles al Evangelio de Jesús.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA