viernes, 15 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,26-37


Evangelio según San Lucas 17,26-37
Jesús dijo a sus discípulos:
"En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé.
La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.
Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía.
Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos.
Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.
En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acuérdense de la mujer de Lot.
El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.
Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado;
de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".
Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»
Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".


RESONAR DE LA PALABRA

EN LOS DÍAS DEL HIJO DEL HOMBRE

En tiempos de Jesús, como en otros momentos de la historia de Israel, había un sentimiento de que algo se acababa, o se tenía que acabar... La situación de dominación y sometimiento al Imperio Romano se les hacía insufrible. Y esperaban una gran y espectacular intervención de Dios para hacer justicia y poner las cosas en su sitio. Se utilizaba a este prpósito un lenguaje, de origen profético, en el que abundaban imágenes de cataclismos, destrucción, apariciones celestiales... Se referían al «día de Yahweh», el día del Juicio, «el día del Hijo del Hombre», el día de la salvación de sus fieles, y la destrucción de los enemigos, y un nuevo mundo esplendoroso. No pocos se aventuraban a fijar fechas y a detectar señales de la proximidad de ese «día», o decían tener «revelaciones» al respecto, con las cuales metían miedo o amenazaban llamando a la conversión. Interpretaban y esperaban que literalmente ocurrieran esas manifestaciones y destrucciones.

Por otro lado, las primeras comunidades cristianas (de esto tiene mucha experiencia San Pablo), habían relacionado todos esos fenómenos con Jesús de Nazareth, resucitado de entre los muertos. Y esperaban su inminente retorno como Juez, cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento que hablaban de la llegada del Hijo del Hombre... Pero ese momento se estaba retrasando más de lo que ellos suponían... y algunos se desanimaban, mientras que otros «esperaban» olvidándose de sus responsabilidades cotidianas.

En este contexto sitúa Lucas estas palabras de Jesús, para dirigirse a sus comunidades del año 80, en las que subraya que el Juicio y la Salvación y el Día de Yahweh/día del Hijo del hombre tiene lugar, se juega, en las cosas normales de nuestra vida, vividas desde la perspectiva pascual. Con algunos matices. Me explico: 

- Por una parte intenta desplazar la atención desde los fenómenos «apocalípticos» hacia la responsabilidad, el estilo, el compromiso diario de ser testigos del Señor, con la entrega («perder») de la propia vida a la causa del Evangelio... para poder «recuperarla». No hay que esperar que las cosas se resuelvan «desde arriba», con intervenciones celestiales, sino en el campo, en casa, moliendo, en la cama...

- Por otra, también hay que prestar atención para no vivir absorbidos, distraídos, despreocupados de las señales de que algo nuevo está surgiendo ya (desde la presencia de Jesús entre nosotros, y sobre todo desde "aquella noche"). Comer, comprar, casarse, vender, sembrar, construir... son nuestras ocupaciones lógicas y normales. Pero no lo son todo. Hay que ser conscientes de que hay un «final» que relativiza muchas de ellas, que no permite que el presente y lo cotidiano nos absorba tanto... que olvidemos que estamos aquí de paso, que nos preocupemos tanto de «asegurarnos» el bienestar y la comodidad... que no nos hayamos preparado convenientemente, que nuestra vida no haya merecido la pena, que no haya sido una vida «entregada» como la de Jesús.

Me viene a la mente un breve relato de Anthony Mello en «El Canto del Pájaro»:

En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta. 

—«Rabino, ¿dónde están tus muebles?» preguntó el turista.

—«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.

—«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso... », dijo el americano.

—«Lo mismo que yo», dijo el rabino.

Concluyendo: Las palabras de Jesús no pueden tomarse en absoluto como una «amenaza» para meter miedo ni amargarle a nadie la vida. Tampoco Jesús asume del todo el lenguaje y la mentalidad «apocalíptica» para anunciar catástrofes, ni fechas concretas para ese «día final» (por más que algunos hombrecillos de todos los tiempos pretendan saber más que Jesús, detectando señales, teniendo revelaciones, y avisando de la hecatombe final). Pero sí que avisa de que en el modo de plantearnos nuestras actividades cotidianas, de ir entregando la vida... seremos hallados dignos del Reino («a uno se lo llevarán»)... o no («al otro lo dejarán»). Serán elegidos los que no se dejen atrapar por las cosas, ni vivan continuamente mirando hacia atrás (como la mujer de Lot). Es decir: que la salvación, como tanto repite Lucas en su Evangelio, nos la jugamos «hoy», que el Día del Señor ya empezó «aquella noche», la noche Pascual.

Enrique Martínez, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 14 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,20-25


Evangelio según San Lucas 17,20-25
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente,
y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".
Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación."


RESONAR DE LA PALABRA

EL REINO VENDRÁ Y HA VENIDO

Esto de las traducciones a veces complica las cosas. Para unos el Reino está «dentro» de vosotros, lo cual significaría una invitación a buscar la presencia de Dios en nuestro interior. Para otros, el Reino está «junto a vosotros» o «en medio» de vosotros, y en este caso, la atención tendría que centrarse en los acontecimientos de la vida cotidiana. Para unos el Reino no vendrá «espectacularmente», y para otros, el Reino «no está sujeto a cálculos». Y en cuanto a la imagen del «relámpago», unos dicen que significa que la aparición del Hijo del hombre será suficientemente luminosa y visible para todos, sin necesidad de que alguien nos interprete supuestas revelaciones personales... Mientras que otros indican que ese acontecimiento llega siempre en el momento más inesperado; es tan imprevisible como el relámpago.

Tengo claro que Jesús y el Reino son dos realidades inseparables. Que la presencia de Jesús entre nosotros significa la cercanía de Dios y de su Reino. Lo demás...... ¡ya me gustaría pregúntarselo a san Lucas!

¡Pues no es mala idea! Veamos lo que nos dice en su Evangelio:

+ Para aquella joven nazarena orante, escuchadora de la Palabra, disponible y obediente... la llegada de Dios fue inesperada y turbadora, en medio de sus actividades cotidianas, en su casa. Aquel Ángel, después de invitarla a la alegría, no le dio demasiadas explicaciones. Pero ella no dejó escapar la ocasión de aceptar y acoger. De modo que el Reino empezó a estar «dentro» de ella, y gracias a ella, «en medio» de nosotros.

+ Para los pastores de Belén, que pasaban la noche al raso, haciendo sus cosas de cada día, y primeros testigos de la llegada del Salvador y su Reino, la luz de Dios les envolvió de pronto, por sorpresa, y el ángel les invitó a la alegría y a no tener miedo y a acudir donde estaba un niño entre pañales en un pesebre. Nada llamativos esos signos. Pero ellos «fueron aprisa» y comprobaron que era cierto lo que habían visto y oído. Se llenaron de gozo y de esperanza.

+ Para los habitantes de Nazareth, la ciudad donde se había criado, la experiencia fue bien diferente. No vieron en él nada «espectacular», era «el hijo de José», querían ver alguna maravilla para creer... y le echaron de la ciudad con intenciones de despeñarlo. Perdieron la ocasión de acoger la presencia del que traía la liberación a los pobres, ciegos y oprimidos en su propia ciudad. 

+ La cercanía y presencia de Dios supone que los demonios son expulsados y destruidos, y que enfermedades de todo tipo son curadas. La presencia del Reino significa dignificación, salvación, liberación y curación para los que acuden a él. 

+ Para los discípulos y apóstoles, se trata de una llamada a seguirle, a estar con él, mientras andaban entre redes, o en la mesa de los impuestos. Lo dejan todo de inmediato, y se van con él. Y tuvieron la oportunidad de pasar no sólo uno, sino muchos días en compañía del Hijo del Hombre. Y luego serán enviados en su nombre, a hacer sus mismas obras de curación y liberación

+ La «novedad» que trae Jesús es una llamada a la felicidad y la bienaventuranza, especialmente para los pobres, los que lloran, los perseguidos por ser de los suyos... y que la Ley y todos sus cumplimientos queda superada, que no son «méritos» para alcanzar a Dios, que a Dios se le alcanza dejándose afectar por su misericordia, reconociendo nuestra condición de pecadores.

+ La presencia del Reino tiene poco de llamativa. Es una luz que alumbra a los de casa, un poco de levadura o de sal metidas en la masa, una semilla que va creciendo despacio, un grano de mostaza... Las cosas cambian con la presencia de Dios, son mucho mejores... pero fácilmente pasan inadvertidas para muchos.

+ Los que acudieron al «espectáculo» de su crucifixión, no sacaron nada en claro (salvo aquel centurión), a pesar de que las tinieblas cubrieron la ciudad a mediodía, mientras se oscurecía el sol. Y sólo algunos tuvieron la dicha de experimentar que la muerte no había podido con él, mientras acudían al sepulcro son sus ungüentos, o partían el pan cerca de Emaús, o se reunían llenos de miedo en el cenáculo.

Por no alargarnos más, y pidiendo disculpas por no haber matizado demasiado: Se trata de descubrir su presencia callada pero eficaz y hacerle presente como luz y sal, en las cosas de cada día, en el mundo y dentro de cada uno. De responder sobre todo a la voz de su Palabra y seguirle. De curar, liberar, acoger, perdonar en su nombre, y ser enviados como testigos de su Resurrección. Una presencia, una tarea, una esperanza... de que vaya creciendo el Reino, de que «venga» (Padrenuestro), de que llegue a su plenitud. La «hora» no es cosa nuestra. Pero ya ha comenzado la cuenta atrás. La semilla está sembrada, la levadura en la masa, los suyos trabajando, y «cada día», «hoy» puede ser el día. Que nos encuentre en vela y trabajando.

Enrique Martínez, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 13 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,11-19


Evangelio según San Lucas 17,11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".


RESONAR DE LA PALABRA

NO SÓLO CURADOS... ¡SALVADOS!

Nos apunta Lucas al comienzo de esta escena que Jesús va «camino de Jerusalem», el lugar de su pasión. Lo que aquí ocurre tiene relación con lo que allí le pasará a Jesús, es una ayuda para entender el significado de la Pascua. No estamos, por tanto, ante una simple invitación al agradecimiento y la alabanza divinas. Veamos.

Se le acercan un grupo de diez leprosos. Son considerados indeseables, pecadores, castigados por Dios, excluidos de la sociedad, gente con la que no hay que tener ningún contacto... según dice la misma Ley de Moisés. Quizá no sea casualidad que sean «diez» hombres, como son diez los mandamientos (=Ley). La Ley, tal como se vive e interpreta en aquel momento, es «excluyente», «marginadora»: abandona al hombre en su necesidad, soledad y pecado. Les han enseñado que, además de su tremenda desgracia, Dios no quiere saber nada de ellos, no tienen acceso a Dios. Pudiera interpretarse también el número diez como «todos»: "todos" los que viven bajo la Ley y sus mil ritos y condiciones están «prisioneros» de ella, no tienen libertad, su vida está vacía sin sentido, no tienen nada que hacer más que «sobrevivir» y no llegan a Dios, no quedan sanados/salvados.

Aquellos hombres no piden expresamente una curación: ruegan «misericordia», compasión de Jesús. Esperan de Jesús, el Maestro (¿sólo Maestro?), un trato diferente al que todos les dan. ¿Quizá un poco de calor humano, de comprensión...? 

Lo cierto es que no hay «contacto» humano entre ellos y Jesús. Probablemente Lucas tiene en cuenta a su comunidad cuando describe estos hechos: ya no tienen a Jesús a su alcance, no pueden «tocarlo». Sólo tienen su Palabra y la invitación a ponerla en práctica, construyendo así la propia casa sobre roca.

Jesús, poniéndose en la misma clave de su mentalidad legalista, les envía a los sacerdotes del templo. Todos ellos le escuchan y obedecen. Es curioso, porque se ponen en camino tal como les ha dicho Jesús... sin que haya ocurrido nada de nada. Eso ya indica una admirable confianza en la Palabra de Jesús. Y «mientras iban de camino...». Las primeras comunidades cristiana se referían al discipulado, al seguimiento de Jesús, con esa misma palabra «camino». La curación, la purificación, tiene lugar al escuchar la Palabra y ponerse en camino. «Por el camino» quedamos sanados, purificados, curados. Como aquellos diez hombres.

Pero la cosa no termina aquí. Uno de ellos y sólo uno de ellos, samaritano para más señas, que no tenía el más mínimo interés por el Templo y sus sacerdotes y ritos de purificación, se da cuenta de varias cosas:

1) Que ha quedado curado/purificado... por escuchar la Palabra de Jesús. El Templo, la Ley y los sacerdotes no han hecho nada por él. 

2) Que quien le ha curado lo ha hecho sin tener ningún «mérito» por su parte, sin más condiciones que fiarse de él. Que le ha tratado como un ser humano, sin atender a su condición de excluido, por leproso y por samaritano. Aquí hay algo nuevo y maravilloso: ese Dios que ha actuado en el «Maestro Jesús» es «distinto», especial: que acoge, integra, es compasivo. Jesús deja de ser «maestro», porque al echarse a sus pies alabando a Dios, le está dando un trato mucho mayor: sólo a Dios se debe la adoración, la alabanza, el postrarte a sus pies.

3) Por eso Jesús, su Palabra escuchada y puesta en práctica, es el «lugar» de encuentro con Dios. La Ley y el Templo han quedado superados. Un Salvador que quiere la vida, la plenitud personal, la dignificación de la persona. Por eso estalla en agradecimiento, alabanza y adoración. Eso es la fe. No es reconocer que ha ocurrido un «milagro», sino que se «debe» a quien le ha salvado, que Jesús es su único Señor.

Este pasaje nos invita a descubrir nuestras «lepras» e ideologías que nos aprisionan, ideas de Dios que no nos liberan ni salvan... para descubrirnos no sólo sanados-perdonados de nuestras lepras y pecados ... sino ¡salvados! Ocurrirá en Jerusalem, en la Pascua. Y desde entonces vivimos para Dios, agradecidos, adoradores y alabadores, y escuchadores de la Palabra.... mientras seguimos por el Camino.

Enrique Martínez, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 12 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,7-10


Evangelio según San Lucas 17,7-10
El Señor dijó:
«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'?
¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.»


RESONAR DE LA PALABRA

SIN HORARIOS Y SIN CUENTAS

Una lectura un poco rápida del pasaje evangélico de hoy deja un cierto malestar en el corazón. Se describe a un amo que trata sin contemplaciones a su trabajador (esclavo) cuando vuelve del trabajo, sin darle tiempo ni a recuperarse... y ni siquiera merece una palabra de agradecimiento. Si esa imagen la utiliza Jesús para explicar cómo debe ser nuestro comportamiento con Dios... ¡se queda uno un poco alucinado!

Jesús se sirve de una realidad de su época: el esclavo. Podía ser un esclavo judío o uno pagano. En el primero de los casos, se le trataba un poco mejor que a los paganos, porque sus «derechos» estaban regulados por la Ley. Pero tenían una obligación: estar siempre disponibles y cumplir con sus obligaciones de esclavos, en cualquier momento que se le solicitara, sin quejas ni protestas, y sin que hubiera que agradecerle nada: para eso era «esclavo».

Jesús no pretende dar una imagen suya o de Dios como de un amo exigente y agotador. Se fija sólo (sin entrar en valoraciones sobre la esclavitud) en la actitud del trabajador: lo es las 24 horas del día. En nuestro terreno: uno es discípulo las 24 horas del día.

Y me viene a la cabeza el testimonio frecuente de tantas madres que trabajan fuera de casa, que están implicadas en alguna tarea parroquial o voluntariado, y además atienden con cariño a sus familias (hijos, pareja, nietos...) a menudo sin ninguna palabra de «ánimo» o agradecimiento, cuando no reciben alguna que otra coz en cualquiera de esos ámbitos. Y tampoco ellas reclaman ese reconocimiento: lo viven con toda naturalidad, es «lo que tenemos que hacer». Me brota una oración espontánea de agradecimiento por todas ellas.

Ante esta llamada de Jesús a ser cristianos las 24 horas del día, uno tiene que reconocerse que no en todos los ámbitos en que nos movemos, nos resulta igual de «sencillo» o coherente, llevar nuestros valores cristianos a la práctica. Siempre hay algún lugar donde se nos «olvida» más fácilmente o nos cuesta más: el mundo laboral, la familia, la comunidad cristiana, la vida sexual, el tiempo libre, los dineros, los vecinos... Hay que emplearse un poco más a fondo en ellos, y no darse por satisfecho con que «ya cumplo» en otros de ellos.

Por otro lado, también está parábola nos trae otro mensaje, repetido de distintos modos por Jesús (y especialmente en Lucas): Los méritos. El creerse con «derechos» ante Dios (recuérdese al fariseo que fue al templo a orar, o a los dos hijos de la parábola del pródigo...) y con frecuencia sentirnos mejores (juzgarles) que los demás, los que no «hacen» o «cumplen» tanto como nosotros. Dios no nos «debe» nada por ser como somos ni hacer lo que hacemos, ni tiene ninguna obligación de tratarnos mejor que al resto. Nuestro «premio» es ser colaboradores suyos. En definitiva lo que somos y podemos es un don suyo, aunque luego pongamos lo que sea de nuestra parte. Pero por convencimiento personal, porque es un «privilegio» estar a su «servicio». 

Por cierto que no viene mal recordar, al meditar este Evangelio, ese otro lugar donde Jesús dice a los suyos: «No os llamo «siervos», sino «amigos». Y entre amigos nunca hay contabilidad. Sino cariño.

Enrique Martinez cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 11 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,1-6


Evangelio según San Lucas 17,1-6
Jesús dijo a sus discípulos: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona!
Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: 'Me arrepiento', perdónalo".
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería."


RESONAR DE LA PALABRA

Si tu hermano te ofende siete veces en un día...

Si mi hermano me ofende siete veces en un día, es que la tiene tomada conmigo.Si mi hermano me ofende siete veces al día... dan ganas de soltarle cuatro cosas bien dichas.

El Evangelio de Jesús me da «permiso» para reprenderle». Menos mal.

Aunque no es tan frecuente que te pidan perdón otras tantas veces.

Entiendo que ante esta desmesurada pretensión de Jesús de perdonar otras tantas veces, los apóstoles reaccionen pidiéndole que le aumente la fe. Porque sí, hace falta mucha fe para perdonar, y además no sentirse un poco «tonto» (por poner una palabra «suave»).

Perdonarle no significa decir que lo que me has hecho no tiene ninguna importancia. Quizá la tiene. Y además duele.

Perdonar no supone automáticamente que se cierren las heridas, que aquí no ha pasado nada y que vuelves a ser mi hermano querido del alma. Esto a veces necesita mucho tiempo. No por echar agua oxigenada y Betadine en una herida, ésta se cura de golpe. Las cicatrices exigen paciencia y cuidados. Es posible que las cosas nunca vuelvan a ser como antes. Es posible que los problemas sigan ahí. Y es normal que uno sea precavido, y procure evitar la ocasión de que te zumben de nuevo donde te duele.

Perdonar quiere decir que no estoy dispuesto a seguir relacionándome contigo desde esas fuerzas oscuras que brotan tan espontáneas del corazón, cuando se siente herido.

Perdonar quiere decir renunciar a devolverte con la misma moneda. Porque en ese caso le estoy dando poder sobre mí: me está imponiendo un comportamiento que no deseo, y que nuevamente me hace daño. Si utilizo sus mismas armas... me ha vencido, ha «manipulado» mis comportamientos, ha dejado que se almacene en mí la agresividad y el resentimiento. Y porque no quiero que sea así, «perdono».

Aunque pueda tener la sensación de que estoy siendo un poco «bobo» perdonando tantas veces al día, no se trata de un acto de debilidad: es un acto de fuerza. Porque me enfrento con todo aquello que quiero arrancar de mí, y porque decido tratarte de manera nueva, constructiva. A ver si así «desactivo» tu empeño en meterte conmigo.

Y perdono porque recuerdo el bien que me ha hecho cuando yo me he sentido perdonado: es decir, acogido y querido a pesar de mis errores y limitaciones, de los malos días que uno tiene, y hasta con la posibilidad de ser incapaz de cambiarlos.

Esto es algo que Dios nos hace experimentar cada vez que somos sinceros con nosotros mismos, y como un pobre, sin poderlo exigir, solicitamos a Dios que espere, que ya cambiaremos, que nos hemos propuesto ser mejores... y él nos dice: ¡Deuda cancelada! ¡Se acabó! Empieza de nuevo y no te acuerdes más de todo eso que tanto te duele y avergüenza.

Al perdonar intentamos llevar a otros la experiencia de lo que Dios hace continuamente conmigo. Porque a él sí que le fallo yo mucho más de siete veces al día. El perdón recibido se convierte en una dinámica contagiosa cuando yo procuramos acoger, comprender y dar una nueva oportunidad al otro a pesar de todo... simplemente porque le quiero, y porque es mi hermano... Aunque no creo que se me pueda reprochar, cuando mi fe no es suficiente, cuando mi capacidad de aguante llega al límite... que ponga tierra por medio y evite la ocasión de que me «fastidien» de nuevo. Mientras sigo pidiendo: «Señor, auméntame la fe». Porque tengo que reconocer que a veces perdonar es más difícil que trasplantar moreras al mar.

Enrique Martínez cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 10 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 20,27-38


Evangelio según San Lucas 20,27-38
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él".


RESONAR DE LA PALABRA

¿Qué es eso de la Resurrección?

Se termina el año litúrgico y antes de comenzar el Adviento que nos encamina directamente al encuentro del misterio de la Navidad, la Iglesia nos propone meditar en las verdades eternas. ¿Cuáles son? Pues ésas que a veces no nos gusta pensar pero que son de las pocas cosas que sabemos con seguridad de nuestra vida. La primera es que todos nos vamos a morir y la segunda es que vamos a resucitar. Seguro que dentro de nosotros ya han aparecido algunas dudas. Eso de la resurrección no es fácil de entender. Pues claro que no. Nadie ha dicho que lo sea. Tampoco es fácil entender el amor de una madre por su hijo deficiente mental y ahí está. Tampoco es fácil de entender que dos personas se comprometan a vivir juntas y, lo que es más importante y difícil, a amarse y a entregarse del todo la una a la otra hasta que la muerte les separe.

La resurrección es algo muy parecido a ese amor eterno que se prometen los que se casan. Lo que sucede es que el amor que se prometen los que se casan a veces no es en realidad eterno más que en la intención. Se termina, se acaba. A veces las personas no son capaces de mantener sus promesas. No se trata de pensar en quién es el culpable. La verdad es que somos muy limitados y a veces no podemos dar más de sí. La resurrección, en cambio, es la promesa de Dios. Y él sí que puede hacer esas promesas. Y mantenerlas. Y cumplirlas. Él nos ha prometido a nosotros, sus hijos, la vida eterna. Nos ha dicho que vamos a vivir para siempre. Porque no nos creó para la muerte sino para que vivamos y tengamos vida en abundancia. 

¿En qué va a consistir la resurrección? Pues no sabemos con certeza. Pero vamos a confiar en Dios, nuestro Padre, porque todo lo que venga de él será bueno para nosotros. Y de él no puede venir más que la vida. Eso es lo que dice Jesús a los saduceos que le preguntan por ese complicado caso en el Evangelio: ¿Por qué tenemos que suponer que la vida eterna va a ser como ésta, así de limitada, así de pobre? ¿No es Dios un Dios de vivos? El que creó este mundo, ¿no será capaz de crear mil mundos distintos donde la vida se pueda desarrollar en plenitud, en una plenitud que nosotros, con nuestra mente limitada por las fronteras de este universo, no podemos ni siquiera imaginar? Una confianza así es la que manifestó la familia de que se nos habla en la primera lectura. No saben ni el cómo ni el cuándo ni el dónde, pero están seguros de que Dios los levantará de entre los muertos. Y de que hará buenas todas sus promesas. También nosotros creemos en él y estamos convencidos de que Dios hará eterna nuestra vida y eterno nuestro amor.

Para la reflexión

La fe nos invita a creer más allá de lo que vemos, ¿creemos verdaderamente en la promesa de que Dios nos va a resucitar? ¿Dejamos que la idea de la muerte nos angustie o pensamos que no es más que un paso necesario para encontrarnos con el Padre Dios que tanto nos quiere?

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 9 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 2,13-22


Evangelio según San Juan 2,13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".
Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".
Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.


RESONAR DE LA PALABRA

Hermanas y hermanos:

Celebramos hoy una fiesta poco conocida: la Dedicación de la basílica de Letrán, que es la Catedral del Papa, obispo de Roma. Tal día como hoy –el 9 de noviembre del 324– acabadas las persecuciones, los cristianos dedicaron a «El Salvador» esta basílica laterana, edificada sobre el monte Celio. En ella residieron los sucesores de Pedro durante siglos y en ella tomaban posesión de su cargo. Por ello, se la considera la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo.

Es significativo que la liturgia de la Palabra nos proponga para hoy el relato de la expulsión de los vendedores del templo. El evangelista Juan coloca este episodio a continuación de las bodas de Caná, donde Jesús transforma en “vino nuevo y bueno” el agua de las tinajas. Aquella agua, destinada para la purificación de los judíos, era símbolo palmario de la religión judía. Al encadenar ambos relatos se resalta, entre otras cosas, que una religión puede ser hueca y vacía, aunque sus apariencias sean espléndidas, si le falta el espíritu y la autenticidad. Directamente es una advertencia crítica para nosotros. Nuestra “vida cristiana” puede quedar sin corazón y convertirse en un trapicheo o en un artificio para comprar a Dios. Esa condena de una religión sin fe y sin espiritualidad se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente.

Este episodio ha quedado además marcado en la tradición cristiana como un hito, por dar pie a la acusación concluyente y posterior condena de Jesús a muerte por oponerse provocativamente a los abusos que se hacían en el templo. Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46). Por tanto no es una anécdota más. Funda la causa de la muerte de Jesús. Este reclama la dignidad y el valor del templo, al que denomina “la casa de mi Padre”. Cuando Dios lo habita, su belleza se refleja en las actitudes del corazón de sus fieles. El valor del templo está en que impulse la auténtica relación con Dios y el verdadero culto y, junto a ello la auténtica relación con los otros en fraternidad y servicio. Jesús inaugura e impulsa una nueva relación con Dios más auténtica, fraterna y “espiritual”, que transforma a las personas, hasta el punto de convertirse Él mismo en el nuevo Templo de Dios. En nuestra época, en la que nuestros coetáneos abarrotan otros templos -cines, estadios, grandes superficies comerciales, discotecas…- bueno será recordar la belleza del salmo: «Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido: tus altares, Señor de los ejércitos»

Juan Carlos Martos, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA