martes, 14 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 18,21-35

  Evangelio según San Mateo 18,21-35


Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".

Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.

Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".

El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.

El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.

Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.

Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.

¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.

E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

En el Antiguo Testamento el número siete tiene una estrecha relación con el castigo (cf. Gn 4, 15. 24; Lev 28, 18-28), pero también con el arrepentimiento (cf. Prov 24, 16: “siete veces cae el justo pero vuelve a levantarse”). Es muy explicable que, en el contexto de la predicación de Jesús, y del nuevo universo religioso que se abría con ella ante los discípulos, el número siete haga acto de aparición, pero en relación con el perdón de los hermanos. En este sentido, la pregunta de Pedro va bien encaminada: se vuelve por activa, es decir, en la dirección de la misericordia, lo que antes se conjugaba por pasiva, en relación con el castigo, o, todo lo más, con el propósito personal de la propia enmienda. Sin embargo, la medida usada por Pedro resulta no ser adecuada, se queda corta.

Con el evangelio de Jesús no sólo cambia la dirección: del castigo al pecado; y del esfuerzo por la justicia, al perdón gratuito de las ofensas. Cambia también la medida: “setenta veces siete” significa un perdón sin medida, sin límites, sin ese “hasta aquí hemos llegado” tan nuestro, tan “humano”. ¿Es esa exigencia realista y, sobre todo, posible? Jesús, con la parábola del siervo perdonado y despiadado, nos invita a mirar, más allá de las ofensas recibidas, al Padre misericordioso. Al hacerlo así comprendemos la desproporción absoluta entre el perdón ilimitado, sobreabundante y exagerado de Dios, y lo que nosotros tenemos que perdonar en nuestras cuitas cotidianas. Los diez mil talentos perdonados al siervo significaban una cifra desorbitada, una cantidad de dinero que posiblemente nadie poseía en aquel tiempo. Mientras que los cien denarios eran una cifra bastante realista: con 200 denarios se podía comprar algo de pan, pero no para muchos (cf. Mc 6, 37); con trescientos, se podía comprar un buen perfume (cf. Mc 14, 5).

Los diez mil talentos representan el precio que Dios ha pagado por nosotros: la pasión y muerte de su Hijo Jesucristo, con cuya sangre hemos recibido la gracia del perdón, de la salvación, de la resurrección y la vida eterna. Los cien denarios son el precio que nosotros tenemos que pagar para ser dignos de esa herencia: cien denarios en forma de capacidad de perdón, de paciencia y misericordia, de comprensión, incluso de disposición a sufrir algo por nuestros hermanos. A veces los cien denarios nos parecen mucho, demasiado, setenta veces siete, y no estamos dispuestos a perdonarlos, amparándonos incluso en actitudes justicieras: exigimos, al fin y al cabo, lo que realmente nos deben; pero, si lo comparamos con lo que Dios nos ha regalado y perdonado en Jesucristo (diez mil talentos, bienes que superan toda medida, y que pregustamos ya en la comunidad, la Iglesia, los sacramentos, el amor fraterno), comprendemos que no es demasiado lo que se nos pide. Al fin y al cabo, sabemos que Dios nos perdona siempre, también cuando repetimos una y otra vez el mismo pecado; ¿no hemos de reflejar en nosotros mismos, siquiera a pequeña escala (cien denarios) esa desmesura (diez mil talentos) de misericordia?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 13 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 4,24-30

 

Evangelio según San Lucas 4,24-30
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron

y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La palabra de Dios de esta tercera semana de Cuaresma insiste en la actitud de la conversión y en sus implicaciones: el perdón, la observancia en los pequeños detalles de la vida, la apertura a los signos de la presencia de Dios y, como síntesis de todas ellas, la centralidad del amor. La conversión, en lo que tiene de arrepentimiento, implica un movimiento hacia dentro de sí, pero no puede quedarse ahí, sino que acto seguido tiene que volverse hacia Dios, hacia Jesús y, como consecuencia necesaria, hacia los demás.

No podemos contorsionar sobre nosotros mismos para encerrarnos en nuestro interior. Este es un peligro que debe ser evitado. Y este peligro no se da sólo en el nivel personal, sino también en el colectivo: como pueblo, como grupo social, también como Iglesia. Jesús recuerda a sus paisanos que la gracia y la salvación de Dios no son asunto exclusivo de Israel, y lo hace poniendo como ejemplos de la acción salvífica a personajes, como Amán, el sirio, o la viuda de Sarepta, es decir, gentes que pertenecían a pueblos ajenos a las promesas, incluso tradicionalmente enemigos de Israel. También nosotros, cristianos del siglo XXI, hemos de tener en cuenta esta verdad.

Cuando por el camino cuaresmal tratamos de revisar nuestra vida, renovarnos por dentro por medio de la oración y el ayuno, no podemos concentrarnos en nosotros mismos hasta el punto de olvidar al resto del mundo, a los demás, también a aquellos que de un modo u otro, por motivos personales, ideológicos, incluso religiosos, están lejos de nosotros. Jesús nos llama a levantar la cabeza y a mirarlos cara a cara. Dios quiere que también a ellos les llegue la salvación. Y nuestra conversión no puede ser ajena a esa voluntad.

Si nos consideramos miembros del pueblo elegido, de la Iglesia de Cristo, esto no sólo no nos aísla de todos los demás, sino que nos tiene que llevar a abrir los ojos para ver en ellos a destinatarios iguales a nosotros de los favores de Dio; la conversión significa que nosotros somos los profetas y servidores, mediadores para ellos de esos mismos favores. Si no es así, es que nuestra conversión no es verdadera. Estaremos haciendo de nuestra fe un privilegio, algo privado y exclusivo, en vez de un don que es también una responsabilidad. Y, en tal caso, Jesús, al que creemos conocer bien, al que tenemos por alguien nuestro, se convertirá en un extraño; y bien puede suceder, como les sucedió a los celosos e iracundos paisanos de Jesús, que él, abriéndose paso entre nosotros, simplemente se aleje…

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 12 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 4,5-42

 


Evangelio según San Juan 4,5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.

Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".

Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.

La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.

Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".

"Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?

¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?".

Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,

pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".

"Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla".

Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".

La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido,

porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad".

La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.

Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar".

Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.

Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.

Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".

La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo".

Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".

En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?".

La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:

"Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?".

Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.

Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro".

Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen".

Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?".

Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.

Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.

Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.

Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha'

Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos".

Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".

Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.

Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.

Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".


RESONAR DE LA PALABRA


Mi admirada Samaritana:

No sé tu nombre. El evangelista no nos dejó este «detalle».
Seguramente porque hay muchos y muchas que son como tú.
Pero nos cuenta que, como todos los días, con una rutina inconsciente,
sales de casa, haces de lo de siempre, vas donde siempre, caminas como siempre...
Llegas llena de polvo, y sucia de sudor, por ese sol de justicia que todo lo agrieta.
Las calles están vacías, a nadie se le ocurre salir con ese solazo... A ti sí.
A lo mejor es que prefieres no cruzarte con nadie.

Pero ojos escondidos te espían a través de las ventanas y murmuran de ti, y te juzgan con desprecio, y te condenan:
«Es una cualquiera, se enrolla con todos los que se le ponen a tiro,
¡ya ha tenido cinco maridos!!!».

Lo cierto es que tienes sed, llevas el corazón reseco y agrietado,
dolorido, desengañado de tantos que han jugado contigo, te han usado,
y no te han devuelto ni la mínima parte de lo que tú les has dado.
Te has agotado de intentar encontrar un amor que te llene.
Tarea siempre difícil. Y vacía te has quedado.
Llegas al pozo cansada de buscar y no encontrar nada, como tantos.
Quisieras que tu vida tuviera algún sentido, importarle a alguien,
que te respetaran, que te tuvieran en cuenta,
quisieras ser feliz, poder levantarte con ilusión cada mañana
y triunfar sobre esa rutina que te vence, que te cansa, que te aburre,
que te hace estar harta de todo y de todos,
y no ser menos que otros, encontrar un hombro sobre el que desahogarte
(¡qué duro es tragarse a solas la soledad!),
una sonrisa de comprensión cuando no te salen bien las cosas,
una chispa de esperanza cuando el cielo se vuelve negro.

Ese cántaro vacío que llevas contigo
se parece mucho a tu corazón: nunca se llena del todo, se vacía deprisa.
Acudes siempre a los mismos pozos
y acabas echando dentro cualquier agua, aunque realmente no calme tu sed.
Ningún agua sacia del todo nuestra sed. Volvemos de nuevo a tenerla.
Y al beberla y saborearla... apenas unos sorbitos, nos dejan con ganas de más.

Y hoy, por sorpresa, sin esperarlo ni verlo venir,
bajo ese calor del mediodía, distraída con tus pensamientos... te topas con Jesús.
Tuviste la enorme suerte de encontrarte con él,
aunque no tenías ni idea de quién era, y te pidió de beber.
Pero no le importó que fueras mujer, que estuvieras casada,
que fueras una «hereje» samaritana. No le importó que le vieran charlando contigo.

Tú que andas sedienta, y te piden agua.
Tú que te sientes sola, y te piden un poco de compañía y conversación.
Tú tan necesitada de unas palabras amables y respetuosas... y te las piden a ti.
Lo que necesita ese Desconocido no era nada difícil para ti,
pero tú sueles ponerte a la defensiva con cualquiera que se te acerca.
Hay demasiados prejuicios en tu cabeza (seguramente justificados),
y demasiada desconfianza en el corazón.
¿Otro que intenta aprovecharse de ti?
Sin embargo, también él parece cansado y necesitado, sediento como tú,
y no te juzga, ni te da órdenes. Sóo te invita a mirar hacia dentro de ti,
para que descubras que eres valiosa, que no te conoces bien,
que tu corazón sigue siendo capaz de dar, y de amar,
y que tú mereces algo mejor de lo que hasta ahora has encontrado,
no puedes conformarte con el primero que llega,
por que tienes dentro un manantial inagotable que nace de lo alto,
en el mismo corazón de Dios.

Así que no busques fuera, pues lo que necesitas lo llevas dentro.
Y cuando alguien no se quiere a sí mismo, no se valora lo suficiente
nunca se sentirá querido por nadie, sólo conseguirá que lo usen.
Que dejes de autocompadecerte
y mires a los que puedan necesitar tu humilde cántaro.
Necesitas reconocer tu verdad, tus errores, tu sentimiento de vacío,
y ya va siendo hora de que te abras a Dios.
Ese Dios que te necesita, que te pide, que no te hace reproches ni te juzga,
que comprende tu dolor y te trata con respeto,
que te abre caminos nuevos, que te hace mirarte a ti misma ojos nuevos,
que te llena de esperanza.
Que te invita a quererte a pesar de tu vacío, tu pecado y tu pobreza.
Aquel Desconocido, a cambio de un poco de tu agua... te ha empapado de amor.
¡Qué suerte tuviste, samaritana, y qué valiente por atreverte a abrirte a él!

Samaritana: Dile que también yo necesito su Agua Viva.
Dile que salga a mi encuentro en cualquier recodo del camino,
y me diga sus palabras serenas.
Dile que tenga paciencia si, como tú al principio, parece que le rechazo,
si me muestro autosuficiente, si me las doy de no necesitar nada ni a nadie.
Dile que me ayude también a reconocer mi verdad y sane mis heridas.
Pídele que me ensanche el corazón y me ayuda a descubrir
que dentro de mí hay una Fuente de Vida (el Espíritu) con la que puedo dar a otros de beber.
Yo también quiero que se me acerque, a la hora que él elija, y me hable, y me pida de beber.
Y pídele para mí también, que me haga capaz -como tú-
de ir a contar a otros lo que me ha dicho, lo que ha hecho conmigo
y que yo sepa, como él, acoger, escuchar, comprender y animar
a tantos que necesitan sentirse escuchados y acogidos, acompañados...
Con toda mi admiración y respeto, te saludo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 11 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 15,1-3.11b-32

 

Evangelio según San Lucas 15,1-3.11b-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola:

"Un hombre tenía dos hijos.

El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.

Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.

El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.

El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.

Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

El texto del Evangelio que hoy se proclama forma parte del Sermón de la Montaña que Jesús, el nuevo Moisés, dirige a la multitud de discípulos que le siguen. Él, ha sido enviado a establecer una nueva alianza entre Dios y su pueblo, y por eso busca superar aquellas normas tradicionales como la del “ojo por ojo” y la “del odio a los enemigos” con la fuerza renovadora del amor. El Señor nos invita a todos a entrar en una lógica distinta que rompe con el clásico paradigma de la violencia.

En efecto, nuestra relación con el Padre de los Cielos nos hace dar el salto de la simple justicia humana a una vida de santidad arraigada en el amor. Se trata de una santidad que no nos aleja de los problemas de nuestro mundo y que sana las conflictivas relaciones sociales a fuerza de bien. Quien vive del amor está llamado a costear una pequeña cuota de sacrificio para salir, con la ayuda de Dios, del laberinto de odios y rencores en el que muchas veces nos perdemos. Jesús nos da tres consejos sencillos: hacer el bien, amar de corazón y orar. ¿A quiénes? A los que son nuestros enemigos, a los que nos hacen la trampa, a los que nos levantan calumnia, al que nos ha traicionado… Aquí está el núcleo de la fe cristiana: amar siempre y sin medida a todos y todas como lo hizo Él.

El Padre ha enviado a Jesús a reunir a sus hijos dispersos y enemistados para formar una sola familia: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! (Mateo 23, 37). En nuestras familias aún duelen las heridas del pasado o del presente; nos lastimamos con el egoísmo y dejamos que los insultos formen parte de nuestras discusiones… Aún estamos lejos de comprender las enseñanzas del Evangelio. Abramos el corazón y pidamos a Jesús que sane con su amor nuestras relaciones familiares; que nos ayude a frenar la maquinaria de violencia que nos lastima.

¡Todas estas enseñanzas de Jesús son buena noticia! Algunos podrían estar pensando que este discurso es imposible de realizar, que es un sueño, una utopía. Sí, es utopía. Y, ¿para qué sirve la utopía? Para ver el horizonte y caminar. Y eso es lo que hacemos cuando le hacemos caso a Jesús: ¡Caminar!

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 10 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46

 

Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo".

Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".

Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»

Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.

Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Jesús acoge a los pobres y a los pecadores, no por sus méritos ni por su capacidad de cumplir la ley, sino porque son amados por el Padre, son los hijos pródigos que Dios espera siempre en su casa. Es la fe la que salva, no la ley ni los méritos; por eso, la mirada de Jesús y sus gestos de acogida contrastan con la mirada fría y condenadora los fariseos, que son incapaces de experimentar el paso de Dios en su propia vida.

Quien ha sido perdonado se compromete a seguir al Señor en la práctica de la misericordia. Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido. Muchas personas alcanzaron de modo directo, en contacto con Jesús, el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino, somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin límites.

Jesús nos advierte que nuestro culto a Dios debe pasar necesariamente por las relaciones humanas. Quien vive de odio y rencor no conoce realmente la dinámica del mundo nuevo del Reino de Dios. La conversión que se nos pide en esta nueva Cuaresma nos exige transformar nuestra forma de relacionarnos con el prójimo, desenmascarar al ego personal que pretende constituirse en juez de los demás. Quien sigue los criterios del ego se hace reo de sí mismo y se aleja de la auténtica adoración en espíritu y verdad (Cf. Jn 4, 23-24)

Podríamos preguntarnos personalmente que tan acogedores y misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o los fariseos. Con la misma medida que usemos para medir, seremos medidos. Pidamos al Señor asemejarnos cada día más a Él.

Juan Carlos, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

jueves, 9 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 16,19-31

 

Evangelio según San Lucas 16,19-31
Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.

A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,

que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.

Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.

'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.

El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,

porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.

Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.

'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.

Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

La de hoy es una parábola didáctica. No es una simple recriminación o reproche. Tampoco busquemos la canonización de uno de los protagonistas y la demonización del otro. Fue dicha y escrita para que aprendamos. No para asustarnos. Invita a la lucidez, no al miedo. Permitamos a este hipotético personaje –el rico Epulón- que hoy se convierta en nuestro maestro y nos dé que pensar. Fijando nuestra mirada en él, caigamos en la cuenta de algunas evidencias como éstas:

Las riquezas nos hacen ciegos. Son como una venda negra colocada en los ojos de nuestra conciencia. Nos impide caer en la cuenta de que a nuestro alrededor hay personas que sufren. Las riquezas repliegan, ensimisman, incurvan la propia mirada, ignorando la existencia del otro. La página del evangelio no recoge ninguna acción negativa directa del rico contra Lázaro. Lo que resalta es la total ignorancia de quién está viviendo a la puerta de su mansión.

Los pobres existen y viven cerca. No son una invención. Ni habitan en la lejanía. No son solamente los que vienen en pateras, o malviven en las afueras de las grandes ciudades, o deambulan por nuestras calles y plazas sin techo propio. Están muy cerca de mí y si levanto la mirada y dejo de mirarme los puedo reconocer. No tengo que viajar al África subsahariana para reconocerlos. Ellos pueden ser mis maestros o mis jueces. Depende de mí.

Las riquezas también se terminan. No nos engañemos. No tienen garantía de vida perpetua. Las habremos de dejar. Todos. Antes o después. No duran infinitamente. Se pueden perder durante la vida. También nos las pueden robar. Por más que las guardemos en cajas de caudales, terminarán alejándose. Será la muerte quien realice el último expolio. No sirvamos a ningún señor que se nos pueda morir.

Las riquezas son mentirosas. Al final de todo el rico terminará preguntándose con infinita amargura: ¿Esto es todo? Poner en ellas la total confianza es una estupidez. Terminarán defraudándonos porque prometen infinitamente más de lo que llegan a aportar. Actúan con engaño. Maldito el hombre que en ellas pone su confianza, dirá la Escritura.

Las riquezas son muy peligrosas. Lo sabemos teóricamente, pero nos resistimos a aceptarlo cuando vivimos presos de su seducción. Pueden llegar a malograr la vida de una persona. Y no hay que esperar al más allá. En el “más acá” conocemos tantos casos de personas malogradas por causa del dinero. Es capaz de enfrentar a amigos, destrozar vidas, dividir familias, generar envidias y odios, levantar muros, declarar guerras… hasta matar la vida.

Podríamos seguir. Pero bastaría este breve catálogo de evidencias para movernos a una decisión concluyente: Hacernos cuanto antes de aquel tesoro que ni lo roban los ladrones, ni carcome la polilla; que es semejante a un tesoro escondido o a una perla preciosa… que no se vende en joyerías, ni se guarda en las cámaras acorazadas de los grandes bancos… y que, cuando se tiene, nos abre los ojos y corazón ante quienes me necesitan. Detengámonos a pensar cómo aparecería la vida a los ojos de una persona que no tiene miedo a perder.

Nuestro, amigo y hermano,
Juan Carlos cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 8 de marzo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,17-28

 

Evangelio según San Mateo 20,17-28
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:

"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte

y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.

"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".

"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.

"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:

como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

La polémica está servida en este evangelio: Mientras Jesús invita a subir a Jerusalén… la madre de los hijos de Zebedeo, ajena a todo lo que está diciendo el Maestro, le pide descaradamente un puesto de honor para ellos. El evangelista une de esta manera dos mentalidades que se hallan en las antípodas y chocan entre sí. ¿Qué mensaje nos revela a nosotros que, metidos ya en el corazón de la Cuaresma, somos invitados a la conversión de deseos, pensamientos y conducta? Os propongo fijar la atención en dos enseñanzas:

Primera, no nos hagamos ilusiones. Somos del mismo barro de la mujer que se planta ante Jesús pidiéndole privilegios para los suyos. También nosotros buscamos primeros puestos. Reconozcámoslo. La tendencia a ser únicos y primeros se esconde en nuestro lenguaje normal hilvanado de quejas, de deseos imposibles, de inconfesables envidias, de tristezas y suspiros, de agresividad o rencor… y ¡ay si se olvidan de mí! Un incurable sentimiento de necesidad nos convierte en hambrientos por naturaleza. El ser del hombre es anhelo de lo que no tiene. Nada nos sacia. Todo nos falta. Nuestra esencia es el apetito. Ni siquiera ante Dios buscamos ser uno más. Deseamos los primeros puestos. Reconocerlo nos coloca en el camino de la curación, porque sólo la verdad nos hace libres.

Segundo: las vocaciones son tres. El arranque de este episodio evangélico me recuerda una sabrosa meditación que leí hace tiempo. Indicaba que en el evangelio se pueden descubrir tres vocaciones que Jesús hace a las personas con quienes se encuentra. La primera de ellas es la llamada a la rectitud de vida. Es la invitación que Jesús hace, por ejemplo, a la mujer adúltera: “Vete y no peques más”. La segunda es la propuesta del radicalismo. El caso más claro, pero no el único, queda recogido claramente en la propuesta que hace al joven rico: “Ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y, luego, sígueme”. La tercera es la que aparece al comienzo del evangelio de hoy: “Subamos a Jerusalén”. Es el llamamiento al martirio, a entregar la vida con El. Terminaba aquel autor diciendo que las tres vocaciones son necesarias para la Iglesia y el mundo. Las tres provienen de Jesús que es el único que llama con autoridad. Pero solamente es la tercera llamada la que hace crecer a la Iglesia en extensión y en santidad, la que verdaderamente llena de oxígeno los pulmones de nuestra humanidad, la que realiza la redención del mundo. Es la invitación a vivir la Pascua hasta el final. Es la suprema expropiación.

Y a mí ¿a qué me llama el Señor? ¿Me está apremiando a dejar ya, de una vez por todas, una mala costumbre que arrastro, o una herida abierta que me desangra, o un pecado que me maltrata desde hace ya tanto tiempo, o un perdón al que me resisto? ¿Me está acaso invitando a despojarme al menos de aquello que me tiene esclavizado y que no me deja crecer y ser feliz? ¿Acaso me está llevando a su presencia para que, arrodillando mi orgullo, me ofrezca para lo que El quiera abandonándome en sus manos sin darle más vueltas en mi imaginación a la suerte que pueda correr?

De todo nos puede ocurrir en este miércoles ante la Palabra. De todo, menos dejarnos indiferentes en el aburrido bostezo de quien se cree conocer bien este punzante relato que nos narra san Mateo en su evangelio.

Nuestro, amigo y hermano
Juan Carlos cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA