domingo, 19 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,11b-17

 

Evangelio según San Lucas 9,11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".

El les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".

Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".

Y ellos hicieron sentar a todos.

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.

Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.


RESONAR DE LA PALABRA

EN MEMORIA SUYA

La Eucaristía fue el testamento de Jesús: el signo-resumen de su vida, el encargo más importante, la tarea encomendada a sus apóstoles antes de faltar: su «memoria» quedó inseparablemente unida a la mesa compartida.

Uno de los rasgos más peculiares de Jesús era su gusto por compartir la mesa con sus discípulos, y con todo tipo de personas. Especialmente con pecadores. Precisamente una de las primeras definiciones de «discípulo» que encontramos en el NT es «los que comieron con Jesús, antes y después de la Pascua».

La memoria viva de Jesús, el que su obra siga adelante, depende, por tanto, en buena medida, de que nosotros “celebremos bien la Eucaristía”, que hagamos lo mismo que él hizo, en memoria suya.

Uno de los enfados más serios que encontramos en las cartas de san Pablo es que algunos cristianos se reunían, repitiendo los gestos de Jesús con el Pan y el Vino, pero vaciándolos de su auténtico significado: no eran expresión de entrega mutua, no ayudaban a construir la comunidad, había divisiones y desigualdades entre ellos, aquellos gestos no iban acompañados de una atención a los más necesitados. Comían la cena juntos, pero no compartían nada entre ellos. Y les dice: «esto que hacéis ya no es celebrar la Cena del Señor» (1Cor 11, 17ss).

Por lo tanto, lo que tenemos que hacer en «memoria suya» no puede reducirse a repetir sus gestos de la última Cena. Porque su petición o encargo es bastante más fuerte: que vivamos como él, que nos entreguemos como él, y que construyamos fraternidad como él.

Propongo algunos puntos, sin pretensión de de ser exhaustivo, que nos podrían ayudar a vivir mejor, con más autenticidad eso que nos ha pedido el Señor.

 ♠ Lo primero es que Jesús realizó ese gesto «antes de ser entregado». Al despedirse de los discípulos, toma un trozo de pan, y dice «esto soy yo, este es mi Cuerpo» y lo pone en manos de cada discípulo. Es decir: literalmente se está poniendo «en sus manos» antes de su muerte, de manera que es responsabilidad de cada uno de los que reciben ese pan el que Jesús siga vivo y actuando en adelante. Igual que Jesús puso su vida en las manos del Padre en la cruz, también se puso en nuestras manos antes de ser entregado. Y cada vez que recibimos el Pan, estamos expresando nuestra disponibilidad para ser presencia viva suya.

♠ Por contraste, Jesús cuenta con la fragilidad humana de esos discípulos. A pesar de que no tardaron en dejarle solo, en dormirse al pedirles que le acompañen en su oración del Huerto, a pesar de las negaciones... a todos ofreció su Cuerpo y Sangre. Quiere esto decir que «La Eucaristía no está reservada, como ningún sacramento, para los perfectos; es el alimento reservado para quienes por el Bautismo hemos sido liberados de la esclavitud y hemos llegado a ser hijos de Dios y hemos de crecer en esa filiación y en esa fraternidad que nace de la comunión con Cristo» (Mons. Carlos Osoro). No es el «premio» a los que consiguen estar limpios de pecado. Por eso nos exhorta: “¡No tengáis miedo! Tomad y comed”(Papa Francisco). No es para creyentes ejemplares...,es más bien la ayuda que Cristo ofrece a los que quisiéramos vivir como hijos de Dios y hermanos unos de otros... y no lo conseguimos con nuestras pobres fuerzas. Es la ayuda para los que están luchando por vencer sus pecados, por enderezar sus caminos... y no lo consiguen por sí mismos. Ya dijo Jesús que no necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Y a menudo compartió la mesa con pecadores como Zaqueo. La Eucaristía es la «medicina» que nos ayuda a ir curando nuestras heridas y pecados. Es para quien «quiere» y no «puede». Lo principal es que «quiero vivir y poner en práctica» la voluntad de Dios. Jesús quiere precisamente estar cerca de los discípulos aunque le fallen, y cuando le fallen. «Sin mí no podéis hacer nada». Sin Eucaristía no vencemos la tentación, nos llega menos la fortaleza del Señor.

Yo entiendo a los que se aburren en Misa, a los que no les dice nada, a los que afirman que “siempre es lo mismo”. Porque han aprendido a «oír misa», a «asistir» a misa, a «estar en misa», pero no «entran», no se implican, no «pactan» esa alianza nueva y eterna por la que el amor que Jesús les ofrece se convierte en manantial de amor y de vida para otros que tienen hambre.



♠ Tomarse en serio la Eucaristía duele y cuesta... Aquella cena ocurrió «la noche de su pasión, cuando iba a ser entregado». Aquella cena fue un símbolo y adelanto de que iba a ser roto, partido, entregado... Su vida/sangre iba a ser derramada: y si nosotros tenemos que «hacer lo mismo en memoria suya». Comulgar su Cuerpo y Sangre es comulgar su entrega, su romperse, ofrecerse, entregarse, y por tanto algo tiene que morir en nosotros. Algo tiene que ser distinto. Comulgamos para morir nosotros con él y empezar a vivir una vida de resucitados. Que podamos decir con san Pablo: "Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí".

♠ Comulgamos para que crezca esa Comunidad de discípulos donde nadie llama suyas a sus cosas, donde se reparte a cada uno según sus necesidades. Donde hay un solo corazón y una sola alma (Hechos de los Ap.)

♠ Cada vez que comemos de este pan en memoria suya anunciamos que es posible la entrega, el amor, la misericordia, el perdón en medio de la traición, de la injusticia, de la corrupción política, del fracaso y de la soledad. Como en Getsemaní. Como en el Calvario.

♠ Cada vez que comemos de este pan nos hacemos pan, nos dejamos partir y dejamos que el Señor nos reparta a esos hermanos que él mismo elige.

♠ Cada vez que compartimos este pan nos enfrentamos con las desigualdades, por el mal reparto de los bienes del cielo y ofrecemos nuestros humildes cinco panes y dos peces para que nadie pase necesidad. Dadles vosotros de comer. Porque es para todos ese pan nuestro de cada día que nos da nuestro Padre común. Anunciad que el mensaje del Reino (un mundo fraterno) es posible. Haced que todos puedan sentarse juntos: sin diferencias, sin barreras, sin que nadie se quede “fuera” de la mesa de la vida, sin que nadie se sienta indigno. Servid a la gente necesitada. Nada de que se vayan a buscar “lo suyo” por ahí como propusieros los apóstoles (?). Servid al que está enfermo, al que está solo, al que llora. Servid a quien espera la justicia, a quien no tiene paz, al que le falta el pan, y la enseñanza, y la dignidad personal, y sus derechos como persona, mejor, como hijo del Padre universal.

Así se hace/celebra la Eucaristía. Así se hace memoria del Señor. Así se comulga con él. Así -sólo así- somos discípulos suyos. ¡Cuánto nos queda para que “esto” que realizamos sea “memoria suya”! ¡Cuánto nos falta para ser nosotros Cuerpo de Cristo que se entrega!

¡Corpus Christi! A los Doce les costó entenderlo y vivirlo. Como también a nosotros. Pero lo iremos consiguiendo con la ayuda de la Eucaristía y de los hermanos que forman su Cuerpo. Amén.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 18 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,24-34

 

Evangelio según San Mateo 6,24-34
Dijo Jesús a sus discípulos:

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.

Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?

Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?

¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?

¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.

Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.

Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!

No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.

Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.

Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.

No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas,

Hay en el mensaje de Jesús una enseñanza que abarca la totalidad de la existencia y afecta a cada hombre en particular: que Dios cuida de nosotros, que el Dios viviente se preocupa personalmente de cada uno de los hombres y está dispuesto a entregar su solicitud individualmente a cada uno de ellos. Este mensaje no es una fábula, ni filosofía o moral natural, sino la revelación de Dios absolutamente libre y personal.

A los hombres de nuestro tiempo les resulta extremadamente difícil encajar esta visión de la revelación con las cosas que suceden en el mundo. ¿Cómo un Dios que es Padre puede permitir tantas cosas que suceden en el mundo, la muerte de esta madre joven dejando a sus niños desamparados? ¿Cómo puede permitir un Dios bueno que el hombre sufra tanto en esta tierra? Ah, el dolor, el dolor es algo que no acabamos de entender. ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué sufren los hombres? ¿Cómo se compaginan la existencia de un Dios Padre que lo puede todo con la realidad del dolor y de la muerte?

Los hombres han buscado apasionadamente a lo largo de la historia respuestas decisivas a estas preguntas angustiosas. No es absurdo que exista Dios y sufran los humanos, pues sufrió su Hijo en la tierra, y sufrió una muerte de cruz. El dolor, en el mensaje de Jesús, tiene un sentido. No es fácil aclararlo aquí definitivamente. Al lado de Él, con dolores en la vida, el creyente se siente serenado, y se sentirá cobijado amorosamente un día en el Reino de los cielos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 17 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,19-23

 

Evangelio según San Mateo 6,19-23
Jesús dijo a sus discípulos:

No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.

Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.

Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado.

Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas,

Nuestra sociedad es contradictoria. Por una parte, está produciendo constantemente nuevos pobres, marginados, desengañados, y también, en no pocas ocasiones, abandonados y desesperados. En estos años de crisis la distancia entre ricos y pobres sigue aumentando. Por otra parte, aquí, en Occidente, vivimos en un mundo que de alguna manera podemos llamar opulento, lleno haste el borde de bienes, ocupado obsesivamente en la producción y disfrute de los mismos. Se conjugan en todos los tiempos verbos como tener, posee, atesorar, apropiarse, pertenecer, codiciar ... A estas sociedades occidentales les viene bien bien hoy la advertencia de Jesús: "No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corrompen".

No deberíamos olvidar que estos bienes fascinantes no son el supremo bien y que cuando el hombre los adora, ¿no es verdad que traen como consecuencia ambiciones, angustias, sometimiento, rivalidades, injusticias, desesperaciones? Al final, tendremos que repetir las palabras de San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti". Al final, con tanta abundancia de bienes, no está sosegada ni aquietada nuestra sociedad.

Ser cristiano de verdad es vivir con el corazón puesto en los bienes de arriba, vivir en el mundo sin ser del mundo, tratar a las cosas con sabiduría como aquel que viviera un poco la vida eterna. No abdicamos, no, de nuestra pasión por el mundo sino que la transfiguramos de tal modo que esta pasión por nuestro mundo magnífico, fascinante, irresistible, es a la vez pasión por Dios.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 16 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,11b-17

 

Evangelio según San Lucas 9,11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".

El les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".

Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".

Y ellos hicieron sentar a todos.

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.

Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas,

He aprendido a vivir cuando he aprendido a orar ” decía San Agustín. La oración es la verdadera protagonista de la historia, maestra de vida. Quien ora entra en el flujo de la historia guiada por Dios. Todo orante se hace parte de la historia de la salvación como hijo y como hermano. Se sitúa en la honda de las intenciones últimas de Dios, arquitecto y constructor de la historia. Quien reza el Padrenuestro no se convierte en un charlatán. Rezar el Padrenuestro, como nos ha enseñado Jesús, es una pedagogía que nos lleva a lo esencial, a poner a Dios en el primer lugar, sintiendo a los otros como hermanos. Por ello Jesús une ambas cosas cuando nos invita a rezar: Padrenuestro... La Iglesia jamás se ha cansado de obedecer al Maestro repitiendo varias veces todos los días: Padrenuestro...

Hay, sin embargo, algo que a veces no se hace bien. He observado en no pocas celebraciones, cómo el presidente, cuando invita a iniciar la oración dominical en la liturgia, él mismo se adelanta diciendo en voz alta las palabras “Padre nuestro...”, a la que se une la asamblea continuando: “...que estás en los cielos...” Nunca me ha gustado esta forma de proceder que impide pronunciar y oír juntos dos palabras claves. Dos palabras que, sin separarse jamás, deberían convertirse en oración incesante, en murmullo ininterrumpido, en perpetua toma de conciencia de nuestra condición de hijos y hermanos. Unas palabras que, con la fuerza de su divina erosión, nos transformara el alma: ¡Padre nuestro!

Recemos al Padre pidiéndole que Él se haga sentir en la historia y se muestre santo a todos–porque son muchos los que creen que no existe o le tienen miedo-. Supliquemos que los hombres tengamos experiencia de su Reino en medio de nosotros y que nos decidamos de una vez por todas a cumplir sobre la tierra “su voluntad”. La voluntad de Dios es la comunión, el empeño por hacernos hermanos de los demás.

Todo esto no es fácil cuando el egoísmo manda. Por eso elevemos otra súplica: “Danos hoy el pan nuestro de cada día”; esto es, que haya pan para todos, que los hombres no impidamos que el pan llegue a la mesa de los pobres. Y añadimos: “Perdona nuestras deudas, como nosotros también las perdonamos...”: Porque ser comensales es, ante todo, obra de reconciliación. Sólo cuando nos hayamos reconciliado, todos nos sentiremos plenamente en casa. Y así Dios nos ayudará a no caer en las tentaciones. Dios no nos induce a ninguno a la tentación. Es Él quien, por el contrario, nos libra del mal, de ese mal que nos enfrenta a unos contra otros y nos convierte en hermanos separados. Un mal que proviene de aquel que siembra la discordia en el mundo, del Maligno. Por eso, rezamos con fuerza la última petición que nos propone Jesús.

La reconciliación es, pues, condición inaplazable para que la oración que Jesús nos enseña suene como verdadera y sincera en nuestros labios. Seamos hermanos y elevemos a Dios como Padre. Es absurdo que lo hagamos en la discordia. Por eso, aprender a rezar el Padrenuestro es aprender a vivir.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 15 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18

 

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18
Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,

para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,

para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas,

No. No es que Jesús pretenda confundirnos. No se contradice cuando, en este mismo sermón, parece decir lo contrario: “Que los hombres vean vuestras buenas obras” (Mt 5,6). Mirada más a fondo, esas dos enseñanzas son complementarias: no hay que hacer el bien para ser admirados –lo cual sería un refinado egoísmo-, sino por amor gratuito. Más allá de “hacer el bien”, el evangelio nos propone “ser buenos”. Las solas buenas obras pueden ser equívocas porque pueden venir motivadas por oscuros deseos de vanagloria. Ni siquiera, las buenas razones justifican “hacer mal el bien”. Decía Pascal que “nunca hacemos tan perfectamente el mal, como cuando lo hacemos de buena fe”. La visibilidad de la caridad no debe tener otra intención que el dar toda la gloria a Dios y que los hombres glorifiquen al Padre que está en los cielos.

Solo Dios conoce nuestras intenciones reales. Ante su mirada de Padre tendremos que reconocer que, en muchas ocasiones, nuestras caridades ofenden y hacen daño. Lo advertía seriamente aquel santo curtido en la áspera caridad que fue Vicente de Paul, con afiladas palabras: “Recuerda que te será necesario mucho amor para que los pobres te perdonen el pan que les llevas”.

Porque “dar” –según el hebreo- es “hacer justicia”, restablecer un poco de equilibrio en la distribuciòn de los bienes. Por eso, quien tiene debe dar. Y, al hacerlo, repara injusticias. No debe dar para ser causa de injusticia, sino para liberarse a sí mismo del mal. Esto se consigue cuando se elimina el cálculo o la posible ganancia: “Que no sepa la izquierda...”. Esto es, dar sin pensarlo demasiado. Como esto no es fácil para nosotros, necesitamos orar y pedir. De esta manera el Señor apuntala en nuestra conducta esa revolución mansa y amorosa, que empieza por el propio corazón. En el mundo hay demasiados revolucionarios que quieren cambiarlo todo menos a ellos mismos. Y este ha de ser el primer cambio. De ahí que tengamos que ser ejemplares, porque en nosotros mismos va a mirarse el mundo.

Estemos muy vigilantes ante la vanagloria. Llevemos una “vida cristiana invisible”. Aprendamos a hacer el bien sin ponerle nuestra firma; sin salir en la foto; sin hacerle saber a otros las cosas buenas que hacemos –normalmente cargando tintas-; sin búsquedas de protagonismos; sin convertirnos en cazadores de recompensas. Difundamos, por el contrario, una cultura de la caridad “sin denominación de origen”, el anonimato de la humildad. Y que sólo el Padre que está en los cielos lleve las cuentas del amor. Hacerlo así puede que nos seque la boca y nos parezca como masticar un estropajo que llega a estragarnos por lo duro y áspero. Pero al final, muchos entenderán y glorificarán al Padre y nosotros gozaremos de su bienaventuranza.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

martes, 14 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,43-48

 

Evangelio según San Mateo 5,43-48
Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;

así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?

Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas,

Jesús parece partir del supuesto de que todos tenemos “enemigos”. Por desgracia este supuesto lo confirma nuestra propia historia. ¿Quién no tiene archivado en el disco duro de la memoria su lista personal, más o menos larga, de enemigos? Se ha llegado a decir que “enemigo” es una palabra sin la cual no se puede escribir la historia, ni siquiera la historia bíblica. Es verdad. Desde que existieron dos hermanos sobre la haz de la tierra –Caín y Abel-, llevamos inscrita en algún lugar de nuestras entrañas la incurable costumbre de enemistarnos. Podemos hacer un recuento de anécdotas personales y desempolvar así todo ese inútil sufrimiento causado por la violencia, los sentimientos heridos y, sobre todo, el miedo, el horror ante la amenaza que el otro representa.

Frente a esa generalizada y asfixiante realidad, Jesús se atreve a proponernos lo inédito: “Atrévete a amar a quien ni te ama, ni se lo merece”. Pero, ¿es posible amar así? Si no se intenta, no se sabrá jamás. La historia nos habla de personas que lo intentaron y... ¡resultó! ¿Cómo consiguieron auparse sobre el resentimiento y la venganza? Lo lograron dejándose empujar por aquella misma fuerza secreta que movía desde dentro a Jesús. Intentaron lo imposible y llegaron a lo imprevisible. Su arma secreta la tenían dentro. Con razón dice aquel proverbio africano: “Si no tienes un enemigo dentro, poco podrán los de fuera”. ¿A qué nos lleva esta enseñanza evangélica?

A pedir al Espíritu Santo que nos conduzca al interior del enemigo para descubrir que en su corazón no es un perverso repugnante, sino alguien que se equivoca. No sabe lo que hace. Actúa mal por ignorancia. Si alguien le dijera la verdad... Lo que nos hace hermanos -o enemigos- no es el hecho de tener dos ojos, sino nuestra forma de mirar.

A amar en serio, sin sentimentalismos bobalicones, con iniciativas, con obras, dando el primer paso. Amar es adelantarse. Y debo empezar yo, sin esperar a que sea el otro quien comience. La esencia del amor cristiano es el amor a los enemigos; o sea a aquellos que no quieren comenzar.

A descubrir que, en no pocos casos, no es que sean los demás nuestros enemigos, sino que somos nosotros quienes nos situamos enfrente de ellos. A veces ellos ni se enteran de la peligrosa temperatura de nuestro odio contenido. Orar por los enemigos es buen aliviadero del resentimiento. Una cura de oración limpia nuestros ojos interiores.

Sería un buen ejercicio para el día de hoy que pudiésemos repasar esa lista escondida de personas a las que consideramos como enemigos, sentados a los pies de un Crucificado. Y, con este recuerdo doloroso de rostros y episodios, releer este evangelio hasta dejarnos convencer y convertir por el Dios de las heridas. Sería nuestra modesta pero eficaz colaboración para sofocar la cruel e interminable amenaza de los odios y las guerras. Y así haremos del enemigo el mejor de los maestros que encontramos en nuestra vida.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 13 de junio de 2022

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,38-42

 

Evangelio según San Mateo 5,38-42
Jesús, dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.

Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;

y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.

Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos y hermanas,

A lo largo de su vida terrena, Jesús fue desgranando muchos principios de vida. Algunos de ellos resultaban llamativos, extraños y... hasta absurdos. Esa puede ser la primera impresión de quien se acerca a este trozo de evangelio que la Liturgia de hoy nos ofrece. Muestra un brevísimo vademécum de lecciones prácticas para saber afrontar inteligentemente nuestras relaciones con los demás, cuando aquéllas se tornan difíciles. Estas sentencias marcaron la existencia de Jesús y, si conseguimos entenderle bien, deberían marcar también la nuestra:

Su primera enseñanza sustituye de un plumazo el antiguo mandamiento “ojo por ojo, diente por diente”. Es verdad que la ley llamada del talión, establecida en Ex 21,23-25, quería poner freno a la venganza, esa fuerza negra que sigue haciéndose sentir terriblemente, incluso entre quienes se dicen cristianos. Los verdaderos discípulos, sin embargo, somos urgidos a elegir la via de la no-violencia. La fuerza de la argumentación la pone Jesús en evitar enfrentarse al malvado con sus mismas armas. De esta manera, descubre que hay algo más allá de la justicia equitativa. Y deja así abierta la ventana a la suave brisa de la misericordia. ¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos nuestros?

La segunda enseñanza, con frecuencia tan desacreditada, se sitúa en la misma línea de la anterior. “Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra”. ¿Pretende Jesús que nos expongamos impunemente a las manos del malvado? Así parece sugerirlo. Sin embargo una lectura más a fondo, desvela su sentido: el único remedio para destrozar el mal es devolver el bien. El mal sólo puede ser vencido con el bien. El mal con el mal se multiplica. El mal es, además de violento, contagioso. Sólo con la bondad, la dulzura y la humildad es absorvido y desactivado. Con esta fórmula genial Jesús nos recomienda hacer el bien. Siempre. Devolver el mal, a la corta y a la larga, no es buen negocio. Para convencernos de ello bastaría repasar la historia... o acaso también nuestra propia autobiografía.

La tercera enseñanza pone de relieve la generosidad del compartir. “A quien te pide, dale”. Jesús nos exhorta a no negar nuestros bienes a quien nos pida ayuda. Nos recuerda que dando no perdemos nada; por el contrario, ganaremos para la eternidad, cuando escuchemos la misma voz de Cristo: “Siempre que lo hicísteis con alguno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicísteis” (Mt 25,40). Nuestro mundo debería ser como una gran escuela, donde estuviésemos todos sentados en viejos pupitres y Dios, como paciente maestro, escribiera en la pizarra el verbo “amar” y nos enseñase sin descanso a conjugarlo en todas sus formas y tiempos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA