jueves, 23 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,18-22

 

Evangelio según San Lucas 9,18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".

Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".

"Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios".

Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.

"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos,

A lo largo del año escuchamos muchos textos del Evangelio. Hablan de muchas cosas. Pero de vez en cuando, la liturgia nos acerca a cuestiones fundamentales. Como en el texto de hoy. “¿Quién decís vosotros que soy yo?” La pregunta es directa. Jesús no se anda con redeos y pide a sus discípulos que se definan ante él. No basta con estar informado. No basta con conocer lo que dicen los demás.

Los discípulos tienen esa información. “Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías o uno de los profetas.” Los discípulos han llegando a ese conocimiento como podemos llegar nosotros después de leer unos cuantos libros. En ellos hay diversos capítulos: Jesús el hombre, Jesús el predicador, Jesús el milagrero... Podemos conocer su biografía, todos los datos a que nos es posible acceder hoy en día. Y todavía no habríamos conocido de verdad a Jesús.

La respuesta de Pedro da en el clavo: Jesús es el “Mesías de Dios.” Eso es situarse en un nivel diferente. Ya no hablamos de un profeta. No hablamos de un hombre normal. Decir que Jesús es el Mesías de Dios significa que Jesús tiene una relación muy especial, absolutamente especial, con esa realidad tan sentida pero nunca bien conocida y tantas veces incomprendida que es Dios.

Hablar del Mesías en el contexto del pueblo de Israel habla de esperanza y vida nueva. La promesa del Mesías hablaba de una liberación colectiva del pueblo de Israel, de una superación de la opresión en que vivían. El Mesías era el signo de que Dios quería para su pueblo un futuro de libertad y bienestar.

Cuando Pedro dijo a Jesús que era el “Mesías de Dios” quizá no sabía perfectamente lo que decía pero la intuición profunda era clara. En Jesús veía al que devolvía la esperanza al pueblo, a los pobres y marginados, a los que sufrían y a los oprimidos. Jesús era el mensajero de la liberación de Dios, de la liberación que desde siempre Dios había ofrecido a su pueblo. Desde aquella lejana liberación de Egipto hasta la superación del mal y la muerte que se produciría en la resurrección de Jesús. Quizá Pedro no sabía expresar perfectamente todo esto pero estaba en el buen camino. Y, aunque con altos y bajos, fue fiel a ella.

Y nosotros, ¿quién es Jesús para nosotros?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 22 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,7-9

 

Evangelio según San Lucas 9,7-9
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado".

Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado".

Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos,

Lo menos que nos podemos preguntar es para qué quería Herodes conocer a Jesús. ¿Estaría interesado por su mensaje? La respuesta más posible es que no. Herodes era el que era. Estaba en el poder. Recibió las críticas de Juan Bautista. Hasta se dice que lo apreciaba pero eso no le contuvo a la hora de ordenar que le llevasen su cabeza en una bandeja. Todo por el que dirán. Porque en un momento de juerga, de banquete, quizá de demasiado alcohol, había prometido a su bailarina preferida que le daría cualquier cosa que le pidiera. Era rey. Tenía el poder. Pero no era muy prudente. Ni siquiera era verdaderamente fuerte. No se atrevió a reconocer su error y a desdecirse de aquella barbaridad. Prefirió matar al profeta.

Quizá también era que ni le apreciaba mucho ni atendía sus palabras. Para nada. No era más que un objeto curioso de su corte. Y una vez que lo perdió de aquella manera tan tonta, pensó que necesitaba otro profeta, otro juguete, otro milagrero.

Pero Jesús nunca se plegó a los deseos del poder. Lo suyo fueron los caminos, los lugares alternativos. No frecuentó ni la corte de Herodes ni el Templo de los Sumos Sacerdotes. Se movió como en su casa entre la gente sencilla y humilde, entre los pecadores, entre los publicanos y las prostitutas. Frecuentó los lugares marginales y oscuros de su mundo. Allí habló del reino de Dios. Para Herodes, como para los representantes oficiales de la religión judía, sólo tuvo palabras de desprecio. Los que pensaban que tenían el poder y la fuerza, los que se creían cerca de Dios por su actitud religiosa, los que se sentían por encima de los demás, son los que se quedan fuera del Reino.

Mientras tanto, por la puerta grande, entran los pobres, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los enfermos, los que sufren. Ellos acogen en su corazón la buena nueva y se llenan de esperanza. Jesús no es para ellos un juguete de feria ni el enano de la corte que distrae el aburrimiento del soberano. Jesús es vida y salvación, amor y esperanza, luz y reconciliación.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 21 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,1-6

 

Evangelio según San Lucas 9,1-6
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,

diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.

Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.

Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".

Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

“Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros delitos sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo”.
No sé si alguna vez habéis tenido esta experiencia que narra Esdras. Yo sí. Es una experiencia que puede cambiarte la vida: o te hundes y no sales adelante atrapado por la culpa o tu vida renace desde el agradecimiento y la humildad más profunda.

A veces, para cambiar, para crecer… el primer paso es sentir vergüenza y culpa. Y con ello, tener la dicha de sentir que, aun así, alguien te quiere tal como eres incondicionalmente. No hablo sólo de Dios. Hablo de alguien cercano. Porque nuestro Dios, el Dios cristiano, el encarnado, cuenta con nosotros para actuar. No es un Dios de piloto automático ni de actuaciones mágicas. Él se hace carne, Él respeta nuestros ritmos, nuestras mediaciones… Él nos da “poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades”, dice el Evangelio de hoy.¡Qué misión tan delicada se nos confía! ¡Cuánto consuelo y paz y cambio podemos acompañar con las personas que se cruzan en nuestra vida! Pero también, cuánto daño podemos hacer y hasta qué punto podemos hundir a las personas cuando el reconocimiento de una culpa o de un mal vergonzoso se convierte en el centro de nuestra mirada y de nuestro juicio. Dios no es así. San Pietro de Pietrelcina, cuya memoria recuerda hoy la Iglesia, tiene una imagen muy significativa, casi desagradable: “No amar es como herir a Dios en la pupila de Su ojo. ¿Hay algo más delicado que la pupila?”

Seamos conscientes del “poder” que nos da el seguimiento. Seamos conscientes de la misión que se no encomienda: amar y curar y jamás, anteponer la culpa a nuestro amor. Porque antes o después, también tú necesitarás que otros lo hagan contigo. No lo dudes.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 20 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,9-13

 

Evangelio según San Mateo 9,9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.

Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".

Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.

Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos,

Es muy importante el evangelio de hoy. Dice Jesús que “no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores.” Toda una forma de entender la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús. Nada que ver con la idea de que somos el resto puro de la humanidad, la parte no contaminada y cosas por el estilo. Somos una comunidad de pecadores que hemos encontrado en Jesús el perdón, la reconciliación, el cariño que a todos nos hace falta para levantarnos de nuestras cenizas, de nuestros lodos y miserias, y volver a empezar de nuevo.

No es que caímos, nos levantó la presencia de Jesús y ahora ya estamos arriba. Lo más probable es que sigamos abajo. Si estuviésemos en aquel grupo de judíos a los que Jesús dijo aquello de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” seguro que no podríamos ni levantar las manos. No estamos libres de pecado. El egoísmo, los miedos, la violencia, las miserias se nos mezclan con tantas cosas buenas como hay en nuestra vida.

Así somos, como personas y como comunidades, como Iglesia. Una comunidad de pecadores. Pero lo más importante no es nuestro pecado. Lo más importante es que hemos experimentado en nuestros corazones el amor de Dios, su perdón, su capacidad enorme para curarnos, para sanar nuestras heridas. Somos una comunidad agradecida. Los fariseos que acusan a Jesús de comer con los pecadores no han experimentado nunca ese perdón y la alegría que se siente. No pueden mirar a sus hermanos de frente porque no se han mirado a sí mismos de frente nunca. Tienen una imagen falsa de sí mismos. Se sienten puros, incontaminados. Se siente por eso jueces de sus hermanos.

Los pecadores con los que se sienta Jesús se conocen a sí mismos perfectamente. Saben que su vida es un desastre. Pero sienten también la mirada de Jesús y en ella, reflejado, el amor de Dios. Se sienten perdonados y capaces de perdonar. Se sienten capaces de anunciar la buena nueva a otros porque ellos mismos la han experimentado y la experimentan día a día.

Ser apóstol es pertenecer a esa comunidad de pecadores reconciliados. Y hacerlo con alegría y gozo. Y ser portadores de perdón y amor y alegría por todas partes. Como Mateo, el publicado.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 19 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,16-18

 

Evangelio según San Lucas 8,16-18
Jesús dijo a la gente:

"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.

Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.

Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos,

Nadie enciende un candil y lo pone debajo de la cama. Jesús ha venido a traer un mensaje de salvación, amor y esperanza para todos los hombres. No quiere ocultarlo, no quiere esconderlo. Su deseo es que todos lo lleguen a conocer, que todos sientan la potencia y la energía del amor de Dios, capaz de renovar sus vidas, de abrir nuevos horizontes, de llevarnos a una vida en plenitud.

Lo que pasa es que siempre ha habido los que consciente o inconscientemente han querido ocultar ese mensaje. Han deseado que sólo fuese para un pequeño grupo de elegidos. Los mismos apóstoles se quejaron en un momento determinado a Jesús de que había otros que pretendían expulsar demonios en su nombre. Más adelante, a lo largo de la historia de la Iglesia también el Evangelio se ha ocultado bajo capas de tradiciones y costumbres, de moral y teología. Hasta la lectura de la Biblia se restringió durante mucho tiempo impidiendo que el pueblo cristiano accediese a la Palabra de Dios.

Pero lo mejor es que la luz del candil sale siempre adelante. Siempre hay alguien que toma el candil y lo pone en el candelero para que todos lo vean. Pensemos en las grandes figuras del pasado. Un Francisco de Asís, por ejemplo. Con una vida muy sencilla hizo que todos viesen la potencia de la luz del Evangelio.

La Iglesia no es sólo la jerarquía. Iglesia somos todos los creyentes. Iglesia es el Pueblo de Dios, los de arriba y los de abajo. Todos son responsables de hacer que la luz del Evangelio siga brillando en nuestro mundo y atrayendo a todos a la vida y a la esperanza. Todos somos responsables de hacer que el candil no quede oculto sino que brille en el candelero y que todos lo puedan ver.

Nuestros pecados y limitaciones son muchos, como personas individuales y como institución. Pero tenemos en nuestras manos un tesoro y nuestro esfuerzo principal ha de ser no taparlo sino enseñarlo y mostrarlo al mundo. No se trata de fijarnos en nuestros pecados sino en el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones para regalarlo, para vivirlo, para disfrutarlo. Ese es el regalo que Dios nos ha dado. Somos ricos y la única forma de incrementar esa riqueza es compartirla. Como la luz.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 18 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 9,30-37

 


Evangelio según San Marcos 9,30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,

porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".

Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".

Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".


RESONAR DE LA PALABRA


NO ENTENDÍAN LO QUE DECÍA JESÚS

Llama la atención el despiste generalizado de los discípulos de Jesús. Siendo personas que lo han dejado todo por estar con él, que caminan cada día con su Maestro, y con Él conviven y comparten... y sin embargo casi no se enteran de nada.

Jesús iba «instruyendo a sus discípulos», dice Marcos. Es decir, les estaba transmitiendo algo que ellos debían retener, asimilar… y, como les pasa a veces a los estudiantes, los discípulos «no entendían aquello». Puede ser algo normal en alguien que está aprendiendo, que le cueste. Pero nunca es conveniente quedarse con las dudas: «Tenían miedo de preguntarle». ¿Por qué ese miedo? ¿Por dejar al descubierto su ignorancia? ¿Por no disgustar o entristecer a su maestro?

Esta es la segunda vez que oyen esta advertencia de Jesús. Aún podían recordar su reacción, con no poco enfado, cuando Pedro había intentado disuadirlo de la trayectoria hacia la cruz. En este punto el Maestro reaccionaba con dureza, no estaba abierto a dialogar ni a consentir que nadie le llevase la contraria o le propusiera otras opciones.

En este ocasión lo de «no entender» es «no querer enterarse». El destino que le espera al Hijo del hombre es incompatible con las creencias religiosas inculcadas por los rabinos, además de que no encaja con sus expectativas. ¿Cómo van a aceptar la idea de que Dios abandone a su elegido en manos de los malhechores? Tenían a su favor no pocos ejemplos de la tradición bíblica. Por ejemplo las palabras que el amigo sabio le decía a Job: “¿Recuerdas que algún inocente haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado?” (Job 4,7). O lo que proclamaba el Salmista: “Fui joven, ya soy viejo: Nunca he visto un justo abandonado” (Sal 37,25). O sea: ¿cómo comprender y aceptar que un Dios justo consienta la derrota y la muerte del Justo, del Hijo del hombre, de Jesús, el Hijo del Padre? Tendrá que ocurrir el acontecimiento Pascual para que puedan empezar a comprenderlo.

Para no pocos creyentes, este punto sigue siendo motivo de incomprensión y de escándalo: ¿Cómo Dios no evita que mueran los buenos, los justos, sus seguidores?¿Cómo podemos seguir afirmando que Dios es «Justo»? Así que no resulta extraño que, al escuchar por segunda vez este mismo anuncio, los discípulos no asuman el escándalo de la pasión del Mesías. Y se repliegan en sus cosas, en sus intereses, en sus pretensiones...

Queda claro que entre los discípulos y su Maestro había una distancia que hacía imposible el auténtico discipulado, pues no se hacían cargo del camino y del destino que ellos mismos debieran seguir. No estaría de más que nos preguntemos por las distancias que tenemos nosotros con Jesús. Porque muchas de sus enseñanzas tampoco las entendemos, y entonces seguimos como siempre: con nuestras cosas, ideas, pretensiones, obsesiones y manías... muy alejadas de las de Jesús.

Al llegar a Cafarnaúm, el Maestro les pregunta: “¿Qué estabais discutiendo por el camino?” (v. 33). Más que una pregunta es un reproche. Sabe de sobra la acalorada discusión que se traían durante el viaje. Y los discípulos callan, se sienten «pillados», avergonzados. Saben lo fuertemente que reacciona el Maestro cuando sale a relucir lo de buscar los primeros puestos.

El tema de las jerarquías y precedencias era muy debatido entre los rabinos. Necesitaban asignar cuidadosamente los puestos de honor a quienes les correspondían. Hasta debatían sobre las diferentes categorías de santos en el cielo. Los «justos» (según la Ley), naturalmente, tenían aseguradas las posiciones de prestigio; mientras que las personas impuras, los pobres de la tierra estaban destinados a la más completa marginación.

Jesús «se sienta», es decir asume la posición del rabino que se dispone a impartir una lección importante. Entonces llama a sus discípulos y les pide que se acerquen, quizá porque los siente distantes, lejos de él. Finalmente pronuncia su juicio solemne sobre la verdadera grandeza: “El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (v. 35). Es la síntesis de su propuesta de vida. En la comunidad cristiana, quien ocupa el primer puesto, debe dejar a un lado toda pretensión de grandeza. La Iglesia no es un trampolín para alcanzar posiciones de prestigio, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás.

En una de sus homilías, el Papa Francisco comentaba:

“Algunos siguen a Jesús, pero un poco, no del todo conscientemente, un poco inconscientemente. Pero buscan el poder. El caso más claro es Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, que pedían a Jesús la gracia de ser primer ministro y viceprimer ministro, cuando viniera el Reino. ¡Y en la Iglesia hay trepadores! Hay tantos que usan a la Iglesia para… ¡Pues si te gusta trepar, te vas al Norte y haces alpinismo: es más sano! ¡Pero no vengas a la Iglesia a trepar! Y Jesús reprocha a estos trepadores que buscan el poder”. (5 de mayo de 2014).

No, la comunidad de Jesús es ese lugar donde cada cual, con los dones recibidos de Dios, muestra su grandeza en el servicio humilde a los hermanos. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo que se hizo servidor de todos (cf. Lc 22,27). Para inculcar mejor la lección, Jesús hace un gesto significativo (vv. 36-37): Llama a un niño, lo coloca en el medio, lo abraza y agrega: “Quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe”. Los niños son presentados por Jesús como símbolos del débil e indefenso que necesita protección y cuidado. En tiempos de Jesús, como hoy, los niños eran amados, pero no tenían relevancia social, no contaban nada desde un punto de vista legal, e incluso eran considerados impuros porque transgredían los requisitos de la ley. Queda claro el gesto de Jesús: quiere que la comunidad de sus discípulos ponga en el centro de su atención y esfuerzos a los más pobres, a los que no cuentan, los marginados, las personas impuras. Esos que el poeta uruguayo Galeano llamó «los nadies»:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados...

(corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.)

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que las balas que los matan. (E GALEANO, El libro de los abrazos)

En su viaje a La Habana (septiembre de 2015), explicaba el Papa:

Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Un amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de nuestros hermanos, luchar por su dignidad y vivir su dignidad. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles.

Quedémonos hoy con estas palabras: acoger y servir a los niños de todas las edades, a los «nadies» de hoy. (También hay dentro de cada uno un «niño» que espera ser acogido). Y tachemos de nuestro diccionario personal y comunitario estas otras: mandar, mangonear, buscar el poder, el prestigio, trepar, ser primeros...

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 17 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,4-15

 

Evangelio según San Lucas 8,4-15
Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:

"El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.

Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.

Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.

Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".

Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,

y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.

La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.

Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.

Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.

Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.

Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Cuando Jesús entra en crisis su mensaje da un salto de calidad. Sin las crisis de Jesús, hubieran quedado en la penumbra muchas de las encrucijadas por las que nosotros atravesamos.

Jesús debió de pasarlo mal al comprobar que su mensaje liberador no era tan aceptado como cabía esperar, que ante él se suscitaban actitudes muy diversas. Esto le dio pie a clarificar un par de cosas: la semilla siempre es buena y sobreabundante. Pero no produce fruto automáticamente. Entra en un juego de productividad con los terrenos. Hay fincas muy buenas y otras que son “manifiestamente memorables”. Así sucedió con la predicación de Jesús y así sucederá siempre con su evangelio.

Quizá no deberíamos sorprendernos tanto de lo que hoy sucede. Puede que hayan cambiado las proporciones de los terrenos, pero siempre habrá personas que acojan con alegría y hondura el mensaje, personas que lo acojan superficialmente y personas que lo rechacen. Y, sin embargo, la vitalidad del evangelio no depende de ninguna.

La semilla lleva dentro la vida. Creo que hay, pues, dos actitudes fundamentales que nos ayudan a vivir el presente: confianza absoluta en el poder soberano de la semilla ( la Palabra de Dios) y discernimiento sobre la calidad de nuestro propio terreno. El juicio sobre el terreno de los demás no nos compete a nosotros.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA