martes, 14 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 19,25-27

 

Evangelio según San Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".

Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos,

El misterio de la Cruz es una invitación a la fe y a la solidaridad. A la fe en el Dios que se ha abajado hasta someterse incluso a la muerte, y a la solidaridad que descubre el rostro de Cristo en los que sufren. La fiesta de hoy (que tiene rango de “Memoria”) viene a confirmar con el ejemplo de María el mensaje de ayer. A veces, ante el misterio del dolor ajeno no es posible hacer nada, pero siempre es posible “estar” (“stabat Mater”), como María al pie de la cruz. De hecho, un rasgo esencial de la vocación de María es simplemente “estar”: en Caná de Galilea, al pie de la Cruz, en medio de la comunidad postpascual “María estaba allí”. Pero en ese simple y casi mudo estar de María las cosas no se quedan como están. Siempre pasa algo y algo bueno. En Caná el agua de las purificaciones de los judíos (símbolo de la antigua Ley) se convierte en el vino nuevo de los tiempos mesiánicos. En Jerusalén la pequeña y débil comunidad de discípulos recibe el Espíritu Santo y sale a anunciar con valentía que Jesús es Señor y está vivo. Junto a la Cruz, en el momento de la muerte y la derrota, la presencia de María engendra nuevos vínculos de familiaridad, que incluyen a todos los discípulos de Jesús, potencialmente a toda la humanidad. Si Jesús, el hijo de María, entrega al discípulo amado a María como hijo, y a ella al discípulo como Madre, quiere decir que todos, acogiendo a Cristo crucificado y permaneciendo al pie de la Cruz, nos convertimos en hermanos de Cristo, partícipes de su destino y, a la postre, de su victoria.

Hay muchas situaciones en la vida en las que no podemos hacer nada. Es hora de comprender que el pragmatismo del hacer no lo es todo. Pero es importante saber “estar”. ¿Qué hacen los monjes y monjas de clausura ahí encerrados? ¿Qué hacen algunos misioneros en países musulmanes en los que no es posible anunciar el evangelio? ¿Qué hacen esas personas que se dedican a trabajar con y para personas de imposible recuperación: enfermos psíquicos profundos, ancianos y enfermos en fase terminal? ¿Qué podemos hacer nosotros en aquellas situaciones en las que sencillamente no sabemos que “hacer”? Lo que hacen aquellos y lo que podemos hacer nosotros es simplemente, como María, “estar”. Esa muda e impotente presencia puede ser el principio de algo nuevo: vino, en vez de agua (libertad en vez de ley); Espíritu y testimonio, en vez de temor; relaciones nuevas e inesperadas allí donde parecen reinar sólo la desolación y la muerte. “Stabat Mater”, suena la Secuencia de hoy. ¿Dónde estamos nosotros?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 13 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,13-17

 

Evangelio según San Juan 3,13-17
Jesús dijo a Nicodemo:

«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»


RESONAR DE LA PALABRA

Exaltación de la Santa cruz

Desde el primer Viernes Santo, la cruz es nuestra señal, nuestra victoria. En ella recordamos la pasión y muerte de Jesús: “Lo arrancaron de la tierra de los vivos; por los pecados de mi pueblo lo hirieron”. Pero, sobre todo, es trono de exaltación; así lo canta la liturgia: “Oh cruz fiel, árbol único en nobleza”, “Este es el árbol de la cruz en que estuvo clavada la salvación del mundo”.

La fiesta es llamada de la exaltación, y así lo proclama la Palabra. Aparece la imagen de la serpiente del desierto; mirarla era quedar curado. Recoge la expresión el Evangelio: “Como Moisés en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Lo comenta San Pablo: primero, “se despojó de su rango”, en la Encarnación; luego, “se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz”; y, por eso, “Dios lo levantó sobre todo, de modo que toda lengua proclame “Jesús es el Señor”. Mirar a Jesús en la cruz es contemplar la paradoja: es suplicio e ignominia de esclavos, y resulta una exaltación. Muere el inocente, y carga con los pecados de todos. Es condenado, y él no condena sino que perdona. En el mayor dolor brilla el mayor amor.

Jesús acepta la cruz por obediencia. Asume el mal que le lleva a la cruz y lo destruye con el poder de su amor. Por eso, a los cristianos solo nos queda contemplar, mirar, agradecer, adorar, aceptar esta cruz. Lo contrario sería banalizar, frivolizar la cruz; por ejemplo, cuando llevamos cruces ostentosas, lujosas, que desdicen del varón de dolores; cuando, rutinariamente, la repetimos, como un garabato, sobre nuestro rostro; cuando la colocamos, repetidamente, y la multiplicamos sin sentido. Seguimos a Cristo, y aceptamos nuestra cruz; nada de espiritualidades exageradas de victimismos y dolorismos; si de verdad nos disponemos a amar, nos llegará, y pronto, la cruz. Pues esa es nuestra cruz. No busquemos otra.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 12 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 7,1-10

 

Evangelio según San Lucas 7,1-10
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.

Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.

Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor,

porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;

por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.

Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos y hermanas,

La historia del encuentro “virtual” de Jesús con el centurión romano tiene varios vértices escandalosos: a) el centurión ha construido una sinagoga; b) los judíos de renombre son amigos suyos (o sea, colaboracionistas con el régimen de ocupación); c) no está muy clara la relación entre el centurión y su criado; d) en ningún momento el centurión se presenta a Jesús, se sirve de intermediarios: los dirigentes judíos y unos amigos.

La reacción de Jesús se desarrolla según un guión imprevisto y desconcertante, que rompe con el esquema habitual de los milagros: a) no entra en relación directa con el enfermo; b) accede a la petición de los dirigentes judíos y posteriormente a la de los amigos; c) alaba la fe del centurión, un no judío al que se le podía acusar de varias cosas.

Si la conducta de Jesús nunca nos sorprendiera, si Jesús no nos escandalizara alguna vez, ¿podríamos tener la certeza de estar ante el Jesús real?

Jesús siempre desconcierta y rompe nuestros esquemas fijos que buscan seguridades incluso en nuestra relación con Dios. La fe del centurión va más allá de los esperado. Jesús no es unicamente un médico extraordinario, Jesus actua con la autoridad de Dios y por ello no necesita tocar para sanar de raíz.

Por eso el centurión del evangelio es modelo de relación con Dios. Sabe ponerse en su lugar de siervo, sabe confiar en el poder infinito de Dios manifestado en Jesús. Cuando nos pasan desgracias en nuestra vida ¿sabemos pedir con humildad? ¿sabemos hacer vida las palabras del centurión y que repetimos cada día en la eucaristía "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, perouna palabra tuya bastará para sanarme"?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 11 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,27-35


Evangelio según San Marcos 8,27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".

Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas".

"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías".

Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;

y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.

Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.


RESONAR DE LA PALABRA


¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?

 En el esquema literario que se ha planteado Marcos, justamente en la mitad de su Evangelio, sitúa la escena que acabamos de escuchar. Jesús ya sabe que su tarea misionera tiene «fecha de caducidad», pues va notando las distintas reacciones a su presencia y a su mensaje. Y decide hacer como un «balance general», planteando a los discípulos una pregunta: ¿Qué dice la gente de mí? Que es algo así como si les preguntara: «¿Vosotros pensáis que la gente se está enterando de algo?».

Yo tengo la impresión de que esta pregunta le importa menos a Jesús que la siguiente: «¿Y vosotros?». Y tengo esa impresión porque Jesús tiene una inquietud lógica: "El día que yo falte, estos serán los que me tomen el relevo. ¿Qué contarán a las gentes? ¿Qué les dirán de mí?". En definitiva: ¿Qué han comprendido de mí?

Por una parte, cabría esperar que quienes pasan tanto tiempo con Jesús en público y en privado... se hayan enterado mejor que «la gente» de la identidad y las pretensiones de Jesús. Pero ya hemos visto que...¡no! Precisamente Pedro, en el nombre de los Doce, dejar ver que sus intereses, ideas, proyectos y pretensiones... condicionan su percepción. Suele decirse que no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros. Y Pedro ha dado una «definición» correcta sobre Jesús, sí. Pero el contenido de la definición, lo que se esconde detrás de sus palabras... está bastante lejos de los planes de Jesús, provocando que el Maestro se enfade.

Es decir: que los que nos consideramos «cercanos», compañeros, y discípulos de Jesús tenemos el serio peligro de no captar el auténtico proyecto, las pretensiones, la identidad de Jesús de Nazareth... y sin embargo estar convencidos de que estamos en la verdad.

Al meditar esta escena evangélica... esta vez he sentido una llamada a dar mi respuesta personal a esta pregunta. Da un cierto pudor, pero la fe siempre ha sido un asunto de compartir, de contrastar, de vivirla con otros. Parafraseando a San Agustín: «Soy sacerdote para vosotros, y soy cristiano con vosotros». Y como cristiano, sin pretender dar lecciones, y tomando nota de la metedura de pata de Pedro... os comparto algunas cosas de las que digo y vivo:

Þ Lo primero de todo es la convicción de que no lo conozco bien todavía, soy siempre un aprendiz, un buscador. Si nunca se puede decir de otra persona «te conozco de sobra», ni siquiera de uno mismo, mucho menos se puede decir del Señor. Me ha ayudado el estudio bíblico y teológico, claro. Y lo que enseña la Iglesia. Pero sobre todo me ha ayudado mi caminar cada día, mi propia experiencia personal... y los cuestionamientos y experiencias personales de los hermanos. Escuchar, confesar, acompañar, dialogar con personas muy distintas le hace a uno repensar, revisar, replantear cosas que parecían asentadas y claras.

Recuerdo a un grupo de matrimonios con los que me reunía para tratar temas, experiencias e inquietudes sobre la fe y la vida. No pocas veces querían saber mi opinión sobre lo que se estaba tratando, y me preguntaban. Y yo empezaba a responder... Un amigo del grupo solía darme una patada por debajo de la mesa, y me decía: No te hemos preguntado lo que «piensas» tú, o la Iglesia o lo que dice el Catecismo. Te preguntamos «¿esto cómo lo vives tú?». «Nos ayuda más saber tu vivencia (aunque sea pobre y limitada) que las ideas».. Y... ¡a menudo me costaba responder! Uno se pone en el rol de cura y tiene salidas y respuestas para todo. Pero si uno tiene que hablar desde sí mismo... Aprendí mucho de esas«patadas» por debajo de la mesa.

Þ Me marcó mucho la experiencia del Apóstol San Pablo. Una frase que encontré en una de sus Cartas en los comienzos de mi formación como seminarista se me grabó muy dentro: «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí... y vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí». Sentí que había ahí una clave «para mí». Era el reto de descubrir una Presencia interior que me acompaña y que quiere ir tomando posesión de todos los aspectos de mi vida... de modo que Él pueda actuar a través de mí. Se trata de una tarea interminable, para toda la vida. Y en ese «por mí» había un ofrecimiento generoso e incondicional suyo que aguardaba mi respuesta de amor y entrega. Él había entrado en mi vida, me llamaba y me acompaña desde entonces, aunque queden ámbitos de mi vida de los que aún no ha logrado apropiarse.

Þ Mi trabajo pastoral y educativo me llevó a descubrir a Jesús como «el hombre de los encuentros». Esa capacidad que él tenía de acoger, sanar, reintegrar, defender, valorar, animar, comprender, salir a buscar... a tantos como se cruzaban en el camino. La vida con sentido, la vida feliz, tiene que ver con el irse «llenando el corazón de nombres» (P. Casaldáliga) ... y dejando un poco de ti en el corazón de otros.

Þ Me he sentido no pocas veces comprendido y perdonado por él, cuando yo me hacía mil reproches y me sentía culpable de caer en las mismas cosas una y otra vez. Y eso me ha enseñado a ayudar a los demás a que no se machaquen por sus errores y pecados, a que no se juzguen con tanta dureza, a ofrecerles de su parte misericordia, y animarles a encontrar caminos nuevos, sanar heridas.... Es que lo importante no es que seamos «perfectos», sino que, con imperfecciones incluidas, nos empeñemos en el amor... que es el centro del Evangelio.

Þ Me encanta poder sentarme con él a la Mesa de la Acción de Gracias y sentirme de su familia, de sus discípulos, hermanarme con los que la comparten conmigo, orar con ellos, por ellos y desde ellos. Y sobre todo recordar que yo también tengo que ser pan que se parte, cuerpo/persona que se entrega, renovando en las Eucaristías ese «Cristo vive en mí» que tan grabado se me quedó.

Þ El Jesús que yo vivo y «digo» con mi vida es un creador de comunidad. Él no quiso recorrer su camino misionero en solitario, y dedicó mucha atención y esfuerzos a crear «grupo/comunidad» de hermanos. Este es para mí hoy un gran reto, pues nuestra cultura y nuestra vivencia del seguimiento de Jesús es a menudo demasiado solitaria, individualista, «por libre», cada uno como puede. Y me resulta muy difícil. No me falta la inquietud por buscar a quienes deseen, necesiten, busquen compartir vida y fe con otros. No sé cuáles serían hoy los caminos más adecuados para convocar, ilusionar, contagiar ganas de construir comunidades de fe y vida. Y le sigo dando vueltas, porque pocas veces lo he conseguido.

Þ Para más decir, el pasado viernes, con motivo de nuestro Capítulo General, el Papa Francisco nos hizo estas recomendaciones:

Que es importante pensar en una vida de oración y contemplación que nos permita hablar, como amigos, cara a cara con el Señor y contemplar el Espejo, que es Cristo, para que nos convirtamos en espejo para los demás”. Nos advirtió del enorme riesgo que supone la mundanidad espiritual y en la necesidad de guardar el sentido del humor. Que nuestra misión debe ser desde la cercanía y la proximidad. «No os olvidéis cuál es el estilo de Dios: proximidad, compasión y ternura. Así actuó Dios desde que eligió a su pueblo hasta el día de hoy. Y también nos ha pedido no ser pasivos ante los dramas que viven muchos de nuestros contemporáneos, sino que nos juguemos el tipo en la lucha por la dignidad humana, y por el respeto por los derechos fundamentales de la persona. Que seamos hombres de la esperanza que no conoce miedos, porque en nuestra fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

Totalmente de acuerdo. Se ve que nos conoce bien. Y creo que estas palabras no son exclusivas para los Claretianos.

En fin, estas son algunas de las cosas que digo sobre «Jesús». Incompletas, imperfectas, con dudas, con dolor, no siempre con coherencia, y más veces son deseos que hechos. Pero siempre ilusionado y dispuesto a seguir aprendiendo y madurando. Ojalá que el Señor nunca me tenga que dar un tirón de orejas, como a Pedro, por pretender tenerlo claro, o encerrarle o adaptarlo a mis esquemas es intereses particulares. Y convencido de que hoy más que nunca necesitamos compartir fe, vida, oración, camino... porque Jesús no sobra en este siglo XXI. Puede que sobren palabras, inercias, modos más propios de otros tiempos.... pero no sobra Jesucristo ni sobran los testimonios personales sobre Jesús, esas«obras» de las que hablaba hoy el apóstol Santiago.

Y os dejo una tarea (de comienzo de curso): QUE CADA UNO RESPONDA A ESTA PREGUNTA DEL MAESTRO. Le interesa, le importa. Aunque cueste. ¡Y vaya si cuesta! A mí hoy me ha costado!

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 10 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,43-49

 

Evangelio según San Lucas 6,43-49
Jesús decía a sus discipulos:

«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos:

cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

¿Por qué ustedes me llaman: 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo?

Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica.

Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.

En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»


RESONAR DE LA PALABRA


Cómo habla mi boca

Antes de escudriñar la Palabra, tenemos la oportunidad de mirar a María, porque hoy es su fiesta, el santo Nombre de María. La liturgia describe este nombre con cuatro adjetivos. “Glorioso”: como el de Judit, porque Dios la ha glorificado. “Santo”: es el nombre de la llena de gracia. “Maternal”: sus hijos quedan confortados al invocar su nombre. “Providente”: es invocado este nombre en los peligros y necesidades. De la mano de la Virgen, escuchadora y operante de la palabra, nos adentramos en la palabra de hoy, llena de imágenes: árboles de sanas raíces, corazón del hombre, roca que fundamenta la casa.

Para llamarnos a la bondad, a la fecundidad, a la profundidad, Jesús describe muy bien estas imágenes. El árbol es conocido por su fruto. Hay árboles sanos y árboles dañados. Y cada árbol da sus frutos según su propio ser: por ejemplo, los espinos no dan racimos. De la abundancia del corazón del hombre habla la boca. El corazón que atesora bondad sacará el bien; el corazón malo de la maldad saca el mal. Colocamos la roca en lo profundo de la casa, como cimiento, después de cavar y ahondar; nada podrá contra la casa la arremetida del río en crecida. Otra suerte, bien distinta, correrá la casa edificada sobre la arena.

Solo nos queda examinarnos ante Dios y los hombres, a la luz de la Palabra. ¿Qué frutos damos nosotros? Lo primero es la vida, es el ser de cada cosa, y luego vienen los frutos. No basta la fronda de hojas y colores del árbol. No es lo más importante los títulos, la posición social, las vestiduras de las personas. Lo importante son los frutos que, en lo humano y lo divino, son los frutos del Espíritu: la amabilidad, la paz, la alegría, la mansedumbre, la humildad y el perdón. ¿Qué atesora nuestro corazón? ¿Está lleno de Dios? También podemos preguntarnos, ¿cómo habla mi boca? ¿Juzgando a la gente, con amargura, infiel a la verdad, con agresividad y soberbia? ¿Con palabras amables, con cariño y respeto, con nobleza y verdad? Bajando a la tercera imagen, ¿edificamos nuestras vidas sobre roca o sobre arena? Existe el riesgo de quedarnos en el cartón piedra de una apariencia de fachada. Huyamos de la superficialidad que supone correr tras los gestos de moda, la vanidad, la frivolidad. Podemos ejemplificar: antes ser que tener; antes vivir que hacer; antes la fecundidad de lo que hacemos que hacer muchas cosas; antes sentido y experiencia de Dios que mucho decir “Señor, Señor”. Busquemos siempre la raíz, el centro, la unidad de vida. Pongamos nuestro corazón junto al corazón de Dios.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 9 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,37-42

 


Evangelio según San Lucas 6,37-42
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

Les hizo también esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?

¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."


RESONAR DE LA PALABRA

Refranes en el evangelio

Seguimos en el “sermón de la llanura”. Precedido de la oración en el monte, Jesús habla ante un auditorio compuesto por los discípulos y un gran gentío venido de Judea, y hasta de las costas de Tiro y Sidón. Como una especificación de la ley del amor, hecha perdón para los enemigos; como un despliegue de la máxima “no juzguéis y no seréis juzgados”, nos deja Jesús algunos dichos y refranes populares.

Estos son los dichos populares. 1. “Si un ciego guía a otro ciego los dos caerán al hoyo”. Para guiar bien hay que ver bien. No sea cosa que queramos conducir a los demás y somos nosotros los que necesitamos que nos lleven. Y va de refranes populares: “Consejos vendo, y para mí no tengo”. 2. “Un discípulo no es más que su maestro”. Primero hay que aprender, y no hacer de maestro sin poseer conocimientos. Es no saber, y dictaminar sobre todo. 3. “Sácate la viga de tu ojo, antes de sacar la mota del ojo de tu hermano”. No fijarse solo en los defectos de los otros sin fijarse en los propios. Menos mirar al otro, y más examinarnos a nosotros mismos.

Hay que limpiar nuestros ojos: de ideas y criterios preconcebidos. Vamos a pasar de ser fiscales de los demás a ejercer la autocrítica. No sea cosa que guiar a los demás sea más dominio egoísta que ayuda. ¿Qué tenemos que limpiar en nuestros ojos? Las ganas de ser maestro de todos y dominar. Querer ser más que nadie. Quedar ciegos por el afán de las riquezas, por el orgullo de la ciencia y la técnica sin recurso a la moral, a la conciencia, a la fe. Juzgar sin tocar la realidad, desde ideas y criterios preconcebidos. Proyectar sobre los demás nuestras flaquezas y pecados propios.

Solo nos queda una regla de oro: Mirar con los ojos de Dios. Ojos que no condenan sino que compadecen. Nos miramos y examinamos desde la palabra del Evangelio, en el interior de nuestra conciencia. Mirar como miramos a los inocentes que sufren. Así pondremos luz y verdad en nuestro juzgar y actuar. Mirar como Jesús: a la mujer adúltera, a Pedro que le niega, a la Samaritana que tiene sed. Como Jesús y el poeta: “Ojos claros, serenos”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 8 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,27-36

 

Evangelio según San Lucas 6,27-36
Jesús dijo a sus discípulos:

«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.

Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.

Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.

Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.

Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.

Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.

Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.


RESONAR DE LA PALABRA

Es difícil amar al enemigo

Que nadie se atreva a decir que predicamos un evangelio de saldo de rebajas. Juntar perdón y enemigos es lo más difícil, lo más exigente, la cumbre de nuestro ideal moral. Es un acto revolucionario singular: antes de cambiar el mundo, nos cambiamos a nosotros mismos. El mundo repite: “Al enemigo, ni el agua”, “Ni cordero ``recalentao´´, ni enemigo ´´reconciliao´´”. Pero Jesús dijo en la cruz: “Perdónales, no saben lo que hacen”. Y nosotros lo repetimos en el Padrenuestro.

Al igual que en un análisis de texto en la escuela, nos fijamos: 1) Los verbos que nos exhortan a hacer: amad, bendecid, orad. 2) ¿Quiénes son los objetos de tanta bondad?: nuestros enemigos, quienes nos maldicen. 3) Todavía sobrecogidos, nos pone Jesús unas imágenes: pon la mejilla al que te abofetea, dale la túnica a quien te quita la capa. 4) Estas son la razones de Jesús: lo contrario, amar solo a los amigos, es cosa de paganos y pecadores. Dios es bueno con los malvados y desagradecidos. Es decir, amar a todos sin condiciones, amar a todos sin excepción.

Este comportamiento moral es muy difícil, nos parece sobrehumano. Nos desbordan estas palabras de Jesús. Por respeto, no las suprimimos, cuando las proclamamos en misa, pero, ¿bajan a nuestro corazón? Estamos tan acostumbrados al ojo por ojo… Es cierto que, humanos somos, hay que comprender al que está muy herido, y se siente incapaz de perdonar. En todo caso -sin rebajas- de entrada, no se pide colmar de bendiciones al enemigo, pero sí cultivar una actitud buena hacia él.

A los hombres, también a los cristianos, nos viene antes la justicia humana que la misericordia evangélica. Cuando nos llega la ira y el odio, el corazón nos convoca a la venganza. Y no es condición para el perdón el que el otro se arrepienta, como una justicia conmutativa. Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, igualmente.

Otorgar el perdón nos libera de todo rescoldo malo, nos humaniza, nos hace más felices. La durísima y liberadora experiencia del encuentro de víctimas y victimarios de ETA lo atestigua. El amor gratuito cambia nuestra vida. Saber ceder, aunque poseamos el derecho, hablar al que no nos habla, acudir a los momentos tristes de otro que no acude a los nuestros, buscar la paz cuando se rompe el amor entre dos, y tantas ocasiones, prueba muy bien que somos hijos de Dios. Ya que es tan difícil, recemos con la liturgia: “Te damos gracias, Padre, porque tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad y los adversarios se den la mano.

Que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”. Amen. Amén.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA