martes, 7 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 1,1-16.18-23

 

Evangelio según San Mateo 1,1-16.18-23
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:

Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.

Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón;

Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón.

Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé;

Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías.

Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá;

Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías.

Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías;

Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías;

Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia.

Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel;

Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor.

Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud;

Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob.

Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".


RESONAR DE LA PALABRA

Felicidades

Hay nace la Virgen María. Es el cumpleaños de la Madre de la Iglesia. Un niño que nace revoluciona toda la familia. Eso nos ocurre ahora a nosotros. La liturgia, que es la oración propia de toda esta familia que es la Iglesia, abandona su tradicional austeridad, y se deja llevar por la alegría de la fiesta. Como una ambientación del día y una invitación al cumpleaños, vamos a abusar un poco de las citas litúrgicas: “Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen; de ella salió el sol de justicia: Cristo, nuestro Dios”, dice la entrada de la Misa. “Cuando nació la santísima Virgen, el mundo se iluminó”, canta la antífona de Laudes. “Que se alegre tu Iglesia y se goce en el Nacimiento de la Virgen María, aurora de salvación”, insiste la oración de la Misa. En fin, para no alargarnos, acudimos a Lope de Vega que canta así: “Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella es tal, que el mismo Sol nace de ella”.

Como siempre, para darle la luz verdadera, miramos a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Hoy nace la carne limpia, la casa de oro, la casa encendida donde Dios plantará su tienda; esta niña que nace será la morada de Dios. Es decir, la maternidad divina de la Virgen ilumina y da sentido a toda su vida. Para volver, otra vez, a las imágenes bellas, con la oración de la Iglesia, vislumbramos a la Virgen María como Aurora luciente que dará a luz al Sol de justicia, Cristo, el Salvador de los hombres. El Evangelio de hoy nos cuenta una genealogía muy convencional. Al final de las promesas, el Mesías prometido. No falta, en esta genealogía, la sombra del pecado y la paganía; mujeres como Tamar, Rajab, Rut, Betsabé, evocadoras del mal, dejan paso a otra mujer, María “de la cual nació Jesús”. La carne de María es la carne de Jesús.

Al comienzo dela vida de Jesús entre nosotros lo hemos llamado siempre, misterio de la “Encarnación”. Es decir, “Jesús se hace carne, y habita entre nosotros”. Y esta carne, lo repetimos, es la carne de María. Con María, logramos a este Dios cercano, vecino de los hombres, solidario con tantas penas y dolores. Encarnación que nos permite tocar a Dios, celebrarlo en su Muerte y Resurrección, escuchar su palabra, “desayunar con él junto al lago” después de resucitar, comer su cuerpo y beber su sangre, tocar sus llagas como Tomás.

Si estamos de cumpleaños, estamos de alegría. Hay que celebrarlo y festejarlo. También le damos el regalo que prueba nuestro amor a ella. ¿Y qué regalo se nos ocurre hoy? Que cada uno se pregunte, ¿qué quiere la Virgen de mí? ¿Qué me pide? Hoy no podemos negarle nada. Esta alegría florece en nuestra tierra en forma de romerías y fiestas populares. Muchas, muchas ciudades y regiones celebran, hoy, a María, bajo el nombre de mil advocaciones. ¿Recordamos algunas? En la agenda litúrgica española de hoy aparecen nombres bonitos: Virgen de los Llanos, de Meritxell, del Pino, de la Peña, de Fuensanta, de la Cinta, de Montserrat, de Covadonga, de la Vega, de Nuria, del Coro, de Soterraña. Y mañana, de Aránzazu.

Muchos motivos para alegrarnos, celebrar y festejar. Hoy ha nacido María.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 6 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,12-19

 

Evangelio según San Lucas 6,12-19
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles:

Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,

Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote,

Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,

para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados;

y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.


RESONAR DE LA PALABRA


Para vivir con Él

Qué bien se organiza la vida Jesús. Y sin recurrir a muchos proyectos, papeles, documentos o reuniones. Lo tiene claro y elemental: ora, vive con su comunidad de discípulos y sale a la calle a evangelizar, predicando el Evangelio y haciendo bien a la gente. Así de sencillo, así de fecundo.

Gráficamente, podemos distinguir dos planos, el monte y el valle. El monte es, ante todo, el lugar de la oración, de dirigirse al Padre, de momentos de amistad y de encuentro. Y sin prisas, “paso la noche entera”. En este clima, cuando llega la luz del día, elige a los suyos, a los doce. Gente sencilla, pobre, con escasos recursos personales, tocados de cierto nacionalismo excluyente. Hasta figura el traidor, el Iscariote, que le entregará al enemigo. Luego, poco a poco, los irá cambiando; su presencia, constante y activa, los trasformará. Desde luego, derribando fronteras y murallas para abrirlos a un destino universal. “Con ellos”, con estos apóstoles, bajará al valle. Aquí se escenifica la secuencia: Está Cristo, el Maestro; los apóstoles, el círculo más íntimo; luego, el grupo de discípulos; por fin, el pueblo entero, incluso venidos de lejos, los extranjeros de Tiro y Sidón. Solo falta ya comenzar la actividad evangelizadora: predicar y sanar, con la “fuerza que salía de él y curaba a todos”.

Miramos la escena, y lo tenemos fácil, -parece- a la hora de discernir cómo hemos de componer nuestra vida. Pues, no. Resulta terriblemente arduo y laborioso dar unidad a nuestra vida: saber conjugar la oración, el vivir con los más cercanos y derramarse en actividad, haciendo el bien a todos. La dispersión nos puede; hacemos muchas cosas, pero no somos fecundos, nos falla la raíz. Por lo menos, no nos engañemos y tomemos conciencia de ello. Afirmemos de corazón que “estar con Él”, la adoración, el trato íntimo -como en Jesús- es lo primero; aquí nos alimentamos y tomamos fuerza para lograr algo que ofrecer, algo que decir y la manera de hacerlo. Tengamos confianza: Jesús nos ha elegido, es gesto de amistad personal. Él lo hará todo en nosotros y a través de nosotros.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 5 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,6-11

 

Evangelio según San Lucas 6,6-11
Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.

Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo.

Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: "Levántate y quédate de pie delante de todos". El se levantó y permaneció de pie.

Luego les dijo: "Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?".

Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.

Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.


RESONAR DE LA PALABRA


Que la norma no apague el corazón

Es el pan de cada día, también entre los hombres de Iglesia. Posturas personales cerradas y esclavas de las normas, frente a actitudes abiertas a la persona concreta, con sus maneras y problemas. Es la disyuntiva clara e interpelante de Jesús, mientras se siente torvamente observado por los intolerantes. A Jesús le dolía aquella religión “sin alma”; la ley vieja era, en ellos, más fuerte que el amor.

Y sigue la tensión entre Jesús y los jefes religiosos. ¡Qué distintos! Jesús, sin que el enfermo le suplique nada, se da cuenta, mira al paralítico y le manda poner en pie para que sea más expresiva la pregunta: “¿Qué hacer? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Salvarlo o dejarlo morir?”. Y le cura. Entre tanto, los escribas y fariseos están al acecho para acusarlo, se ponen furiosos, y maquinan lo peor. Poratajar el mal de un enfermo, quieren matarlo. Jesús respetaba la tradición; de hecho, estaba en la sinagoga, como buen judío, en sábado. Pero una mezquina comprensión de la ley trastorna la realidad. Incluso, ¿qué trabajo quebrantador era decirle: “Extiende tu brazo”? Es más, si el sábado era día de liberación, de alegría, de culto, ¿qué mejor día para dar salud al que la necesita?

¿Cómo es posible que el corazón del hombre sea tan duro?¿Qué le lleva a esa sequía de sentimientos? Y, encima, dicen que lo hacen en nombre de Dios. No podemos poner el bien de Dios al margen del bien del hombre: “Tuve hambre y me disteis de comer”, “Lo que hicisteis con mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis”. Conjugamos bien el culto a Dios y el amor a los demás.

Es cierto. Vivimos en comunidad, en sociedad, y hemos de tener en cuenta unas normas, unas reglas de juego. Pero sin descender nunca a esas minucias que ahogan la vida de la gente. Como es un clérigo el que esto escribe, y como relajo de vacaciones, recuerda aquella moral aprendida: celebrando misa se podían cometer diez pecados mortales; por ejemplo, si no te ponías una prenda litúrgica. A esto podías añadir tantos pecados mortales como horas del Oficio Divino omitías. Y así de lo demás. Preguntémonos con frecuencia: ¿Somos nosotros tan raquíticos de espíritu que nos dominen, como a los fariseos, mil naderías y bagatelas?

Como en Jesús, en sus seguidores no caben más razones que las palabras y los hechos que alivian el dolor de la gente. A veces, buscamos razones especiosas cuando nos cuesta salir al encuentro del que sufre. Son terribles frases como estas, frecuentes en la conversación: “Él se lo ha buscado”, “Dios castiga y sin palo”, “En el pecado lleva la penitencia”. Y no digamos si, como en el evangelio, sacamos a relucir razones religiosas y cúlticas. Resuena aquí la voz bíblica: “Misericordia quiero, y no sacrificio”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 4 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 7,31-37


Evangelio según San Marcos 7,31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Abrete".

Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".


RESONAR DE LA PALABRA

¡¡¡ÁBRETE!!! ¡EFFETÁ!

«Es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar». (San Beda)

¥ Los evangelistas nos describen a menudo a Jesús en movimiento, caminando, recorriendo todos los lugares donde los hombres puedan necesitarle. El caso es que hoy se ha metido por territorios paganos. Y allí le salen al paso, presentándole un sordo con dificultades para hablar.

Una persona sorda o con dificultades auditivas menudo sufre el «aislamiento» de su entorno, le cuesta más enterarse de lo que pasa, le resulta más difícil dar respuestas, y encuentra mayores dificultades para aprender a hablar.

 En los profetas la sordera y la ceguera son símbolos de la resistencia o el rechazo ante el mensaje de Dios; representan a la persona seducida por voces engañosas. Por tanto, a este personaje sin nombre podemos tomarlo como representante de aquellos que -dentro y fuera del pueblo de Dios- no son capaces de prestar oído/obediencia a Dios. Como también de los que están «desconectados» de los demás, y de los que no tienen «voz».

Más allá de la sordera física, existe otra sordera de la que la humanidad, más que curada, tiene que ser salvada: “es la sordera del espíritu, que levanta barreras cada vez más altas a la voz de Dios y del prójimo, especialmente al grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y que encierra al hombre en un profundo y corrosivo egoísmo”. (Benedicto XVI, Nov 2009)

Isaías anunciaba hoy que «Dios en persona» vendría a despegar los ojos del ciego, que abriría los oídos del sordo y cantaría la lengua del mudo. Esto nos ayuda a comprender mejor la escena del Evangelio y a situarnos para que esta historia... nos diga algo a cada uno. Veamos:

 No es extraño que nos volvamos sordos a nuestra propia voz interior. Esa voz que nos «dice» que nuestro estilo de vida realmente no nos gusta, que nos hemos dejado manejar por otros, que nos estamos volviendo muy superficiales o vulgares. Esa voz del corazón/conciencia que nos reprocha habernos puesto en el centro del mundo, haciendo caso sólo a lo que nos interesa y a los que nos interesan, volviéndonos sordos a lo que pudiera complicarnos la vida. Son esos sentimientos que nos dicen cómo somos de verdad, qué nos duele y por qué, lo que debiéramos corregir o cambiar, a qué se debe que nos sintamos incómodos, violentos, malhumorados, irritables, cansados o deprimidos...

Se trata de una sordera «voluntaria» e interesada, para la que echamos mano de ruidos, actividades, palabrería, superficialidad, viviendo pendientes de las vidas ajenas, y con escaso tiempo para la reflexión. Pero así ¿qué palabras verdaderas y con sentido podremos decir? ¿Cómo vamos a relacionarnos de corazón a corazón?...

Esto nos pasa porque somos «cobardes de corazón» como decía hoy el profeta. Y por ese camino nos vamos volviendo unos «extraños» para nosotros mismos, y acabamos en «tierra extranjera».

 También es frecuente la sordera para las ondas que nos están enviando nuestros hermanos los hombres.

No nos llegan a los oídos los continuos mensajes que envían personas que viven con nosotros, incluso de nuestras propias familias. Nos están pidiendo, tal vez, una sonrisa, un rato de escucha, un detalle de cariño, un paseo juntos, una palabra de perdón o agradecimiento...

Y menos todavía los quejidos de dolor de «los otros»:

+ La soledad de tantas personas mayores en sus casas o Residencias de Mayores.

+ De tantos emigrantes que están lejos de sus familias, tratando de salir adelante para poder enviarles como sea algo de dinero...

+ Esos africanos que se juegan la vida en nuestras fronteras, para huir de la pobreza y de las guerras y de la escasez de recursos...

+ La frustración de tantos jóvenes que no pueden desarrollar su vocación por el mercado laboral, no pueden independizarse de sus padres, comprar una vivienda... O los parados de larga duración...

+ Y no oímos los tambores de guerra y hambre en tantos rincones de nuestro planeta: Siria, Yemen, Afganistán, Etiopía, República Democrática del Combo, Burkina Faso, Haiti, Mozambique, Libia...

+ También hay que escuchar de una vez el clamor de la Tierra, la “hermana tierra” que clama al cielo porque es oprimida y devastada por los hombres (Laudato Si, 2, Papa Francisco).


 Por último está la sordera a la voluntad de Dios. No hemos aprendido mayoritariamente a leer el paso de Dios por nuestra vida y en los acontecimientos sociales, a escuchar (y entender) la Palabra de Dios, tratando de aplicarla a nuestra vida, la voz de Dios en la Iglesia, en los pobres... Muchos no han sido formados en el discernimiento...

Con demasiada frecuencia oímos las lecturas de la liturgia como si tal cosa, a pesar de que luego las aclamemos como «Palabra de Dios». La mayoría de las veces ni nos enteramos. O pensamos que no van con nosotros, y las aplicamos rápidamente a «ya sabemos quién». O nos refugiamos en el «no entiendo nada», sin hacer gran cosa por aprender el «idioma de Dios». Es frecuente que no se nos pase por la cabeza que Dios tenga algo que decir en las cosas que nos van pasando en la vida de cada día o en las que tenemos que decidir... y por eso ni siquiera nos detenemos a escucharle. Le hablamos, le pedimos, le contamos... pero estamos «sordos» a la voz del Señor. Quien no escucha su voz... no acierta a saber qué decirle y cómo.

Así que, con toda seguridad, tenemos mucho en común con este personaje sin nombre que le llevan a Jesús. ¿Y qué hará Jesús con nosotros? ¿Cómo podrá sacarnos de nuestra sordera y nuestra dificultad para expresarnos?

 Lo primero es apartarnos un poco de la gente. El encuentro con nosotros mismos, el silencio y la calma. El poder mirar las cosas con un poco de perspectiva. Es imposible que el Señor cure nuestra sordera mientras estemos empeñados en estar metidos hasta las cejas en el jaleo exterior y en la sordera interior. Prestar atención a la voz del corazón, donde a menudo nos habla el mismo Dios.

 En segundo lugar quedarnos a solas con él, entrar en contacto con el Maestro y con su palabra. No basta con el silencio o con escuchar lo que llevarnos por dentro (aunque no es poco todo eso).

Necesitamos que Él nos toque la lengua, los oídos, el cuerpo entero (la Eucaristía es un lugar expresamente a propósito para ello). Necesitamos echar una mirada al cielo, un «suspiro» que nos abra y acoja el poder del Espíritu, de modo que las Palabras de Jesús sean transformadoras para mí. Por ejemplo, «¡ábrete!», «sé fuerte», «no temas», «mira a tu Dios que viene a ti en persona»...

 Luego vendrá el contar a otros lo que Dios ha hecho conmigo, lo que me ha descubierto, los horizontes que me abre, las palabras que salen desde un corazón que sabe escuchar, y que son capaces de transmitir el asombro y la alegría.

Entonces, como un discípulo al que el Señor espabila el oído cada mañana, y nos da una lengua de iniciados (así decía también Isaías en otro lugar) seremos enviados a atravesar todos los caminos y ciudades para salir al encuentro de tantos que aún no han descubierto ni se han asombrado de ese Señor que «todo lo ha hecho bien».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 3 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 6,1-5


Evangelio según San Lucas 6,1-5
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.

Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?".

Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,

cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?".

Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".


RESONAR DE LA PALABRA


La libertad de los hijos de Dios

Mirad la diferencia. Desde los inicios, la Iglesia contempló el domingo como el gran día, Pascua semanal, día de la Resurrección de su Señor. Y sacó las consecuencias: es día de alegría, de festejos y de descanso (“de descanso”, en tiempos lejanos y alejados de las conquistas sociales, como el descanso semanal). Y, en el centro, la Eucaristía, la Misa Mayor para todos. Pero llegan los leguleyos, los de corazón estrecho, varados en sus minucias, y corrompen el proyecto de Dios y de la Iglesia. A la alegría le ponen adjetivos, “alegría espiritual”; fuera lo que ellos juzgan cosas del mundo. Para el descanso se empieza a distinguir trabajos serviles, trabajos liberales; y a una pobre madre de familia numerosa le entran escrúpulos porque tiene que aprovechar un tiempo del domingo para tener a punto la ropa de los suyos. ¿Y la Eucaristía? Más que gozarse en una comunidad que celebra la muerte y el triunfo de Jesús, salvación para todos, comienza la casuística de si esta obligación de atender a un enfermo me quita la obligación “del precepto”, de si he llegado “al evangelio” para queno haya pecado mortal; y no digamos nada de los tiempos del ayuno desde la medianoche anterior. (Sí, ya sé que estas cosas se han ido modulando hacia maneras menos tajantes, pero se intentaba ejemplificar).

Jesús es, a la vez, “Señor del sábado” y exquisito cumplidor de la ley del sábado: acude puntualmente, cada sábado, a la sinagoga, para orar y escuchar la Palabra. Cuántas veces comienza la narración de los milagros con la expresión “al salir Jesús de la sinagoga”. El sábado era para los judíos el día más importante, día de descanso, de culto, de festejo popular. Pero llegaron los intransigentes, exageradores en extremo de la ley, que se enfadan porque los discípulos cometían el gran pecado de tomar unas espigas del camino para matar el hambre. Jesús les responde desde el mismo campo de los intolerantes: pero si el mismo David y los suyos comieron panes sagrados, reservados a los sacerdotes, en un momento de necesidad.

Cuidemos el sábado, respetemos la ley, conservemos la tradición. Pero huyamos de las exageraciones particulares que maltratan al hombre para el que fue constituido el sábado. No nos inventemos leyes y normas (con nombres de orden, de religión, de seguridad, de “la verdad”, etc.) que deterioran la imagen de Dios en los hombres. Que la norma no devore al hombre.

En general, para la vida cotidiana de la familia, del trabajo, de la comunidad eclesial, no seamos fáciles en dar vueltas a las minucias, sin importancia. Nuestro diccionario llama a estos con términos muy expresivos: quisquillosos, puntillosos, meticulosos, nimios, picajosos, chinches, tiquismiquis, etc., etc. No lo olvidemos: ir en contra del hombre es ir contra Dios (aunque digamos que “defendemos a Dios”).

Pero, sobre todo, celebremos bien el domingo. Vivimos bien la Eucaristía del domingo: en comunidad, la Palabra de Dios nos habla, Cristo muerto y resucitado se hace presente y lo sentimos, nos sentamos a la mesa del vino nuevo, oramos, en comunión, por todos, y salimos nuevos. Así, solo así, lejos de toda nimiedad, con grandeza de corazón, alabaremos -libres, más libres- a Dios y amaremos de verdad a todos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 2 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 5,33-39


Evangelio según San Lucas 5,33-39
En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben".

Jesús les contestó: "¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?

Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar".

Les hizo además esta comparación: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.

Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.

¡A vino nuevo, odres nuevos!

Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor".


RESONAR DE LA PALABRA 


Siempre, con el novio

Pronto comienzan las intrigas y peleas de los jefes religiosos contra Jesús. El esquema siempre es el mismo: les da en rostro la libertad de espíritu de Jesús frente al apego formal y rigorista a las leyes, por encima de la persona. Y hoy la historia se repite.

El tema de la comida es, con frecuencia, motivo de litigio. Cristo es llamado, con desprecio, comedor y bebedor; es apuntado con el dedo porque come con publicanos y pecadores, cosa que es señal de amistad; los discípulos son censurados porque cortan espigas en sábado para comerlas. Hoy le echan en cara a Jesús que sus apóstoles no guardan la ley del ayuno. La respuesta del Maestro es tan elemental como profunda: ¿cómo van a ayunar los invitados, mientras el novio está con ellos? Y el novio es Jesús. El nuevo Reino que instaura Jesús se expresa en la metáfora del banquete de bodas de la Nueva Alianza. Es decir, con la llegada de Jesús, el Mesías, todas las cosas son nuevas, no podemos quedar atados a la servidumbre de un pasado caduco. Luego vienen todas las imágenes, tan profundas: el banquete, el novio, el vestido, los odres. Y siempre lo mismo: todo nos convoca a acoger la novedad de Jesús ya llenarnos de alegría. Sentirse esclavizado por la norma del ayuno no solo es negar la alegría, es negar el Reino nuevo que trae Jesús.

Seguir a Jesús es aceptarlo como es, íntegramente. No basta con un remiendo, aunque sea de tela nueva, en un traje viejo. La acogida es total, en el nuevo comportamiento moral. Esto significa pensar como Jesús, sentir como Jesús, amar como Jesús, sufrir como Jesús. Sigo a Jesús, y pienso que la misericordia es lo primero; siento como Jesús, y me gozo de tener un Padre en el cielo, que me ama; amo como Jesús, y sé que tengo que perdonar al enemigo; sufro como Jesús, y sé que amar me lleva a entregar la vida por los demás, hasta la muerte.

Resulta que este Jesús a quien sigo es el novio; lo dice él mismo. El que es el camino, la verdad y la vida; el que es el pan de vida, el pastor bueno y la luz del mundo se define también como el novio. Y esto nos convoca a la alegría, a festejar, a la fiesta. Bien podemos preguntarnos, ¿ofrecemos los hombres y mujeres de la Iglesia un estilo alegre y feliz? ¿Se nota que el novio está con nosotros? ¿Nos creemos eso de la Buena Noticia o que el Señor nos invitó a disfrutar de las cosas que él creó para solaz de sus hijos? Cómo nos animan a alegrarnos con el novio el magisterio de la EvangeliiGaudium, de la Gaudium et Spes, de la Gaudete in Domino. No hace falta señalar que, siendo la fuente de la alegría el mismo Jesús, esposo en la boda, esta alegría no es algo frívolo sino muy espiritual, fruto del Espíritu.
Que cuando nos sentemos a la Mesa del Señor y bebamos el vino nuevo de la Alianza Nueva, desbordemos de alegría por estar junto a este novio, Jesús, que nos hace tan dichosos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 1 de septiembre de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 5,1-11


Evangelio según San Lucas 5,1-11
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.

Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.

Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".

Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".

Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.

Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador".

El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido;

y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".

Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.


RESONAR DE LA PALABRA


Rema mar adentro

Cómo se agolpa la gente junto a Jesús. Lo apretujan, es el sueño de Galilea. Tiene que rogarle a Pedro su barca pequeña. Y Jesús, lejos de la sinagoga y del templo, desde la mar, pone en la barquilla su cátedra y su púlpito. (Y, entonces, no se hablaba de salir a las periferias). Llegan, también las primeras llamadas del Maestro de Nazaret. No quiere estar solo, prefiere vivir con otros, en comunidad. Comunidad, testigo de vida y de misión.

Las enseñanzas de Jesús, las llamadas de Jesús y la gracia de Jesús brillan en este evangelio.

“Desde la barca, sentado, enseñaba” a la gente, venida para “oír la palabra de Dios”. Porque palabra de Dios era: nacía en Dios y hablaba de Dios. Palabra que decía de misericordia, de perdón, de amor. También junto al lago, aprovecha para tocar el corazón de los que había elegido. Jesús inicia la cosa: “Rema mar adentro”, echad las redes”. Como en tantas escenas bíblicas de vocación, llegará la objeción del llamado: “Si no hemos pescado nada en toda la noche”, si “soy un pecador”, “Apártate de mí”. Al final, Dios se sale con la suya: “Desde ahora, serás pescador de hombres”. Es que Cristo seduce, y el hombre reconoce que vale la pena seguirlo, aunque haya que dejarlo todo.

Desplegar nuestra vocación de ser pescadores de hombres nada tiene que ver con lavados de cerebro, con dominios de inteligencias y voluntades, con fanatismos proselitistas. (Acaso el término de ir “pescando gente” pudiera parecerlo). Al revés, Jesús nos invita a comunicar fraternamente, a dialogar desde el convencimiento y las razones, a pregonar un mensaje feliz. Ir “mar adentro” es dejar la orilla segura y embarcarse en lo difícil, es llenarse de audacia, de arrojo e intrepidez. (No queda claro eso de repetir mil veces “no tengáis miedo”, y luego vivir a la defensiva, en la tierra firme de lo que hemos hecho siempre). Habrá días de pesca abundante y días de escaso fruto; ni presunciones ni desánimos personales. Sabemos que solo lo hacemos “en tu nombre”, en el nombre de Jesús, no en el nuestro.

¿Y si miramos a Pedro, echándose por tierra, hundido porque se reconoce un pecador, indigno del Maestro? Menos mal que todo acaba bien, lleno de confianza, obedeciendo a la invitación y siguiendo a Jesús. De pecador a pescador de hombres. Los privilegiados, que conocemos toda la historia, nos acordamos que, al final, repetirá Pedro tres veces: “Señor, tú sabes que te amo”. El ser pecadores no nos hunde, no nos abruma una culpabilidad morbosa. Reconocemos nuestros fallos, iniciamos la conversión, una vez más, el Señor nos cambia y nos perdona, nos inspira confianza para emprender el camino del amor. El pecado, sí, es ofensa de Dios, como dice el catecismo. Pero sabemos que Dios queda ofendido porque el pecado daña al hombre, la criatura que Dios tanto ama. Ser infieles a Dios, y darnos cuenta, es ser capaces de abrirnos más fácilmente al perdón y amor de Dios. Pero esto, ¿es conciencia laxa o es Evangelio, sin más?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA