domingo, 7 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 4,24-30

 

Evangelio según San Lucas 4,24-30
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron

y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos;

Las lecturas bíblicas de hoy presentan a Dios actuando más allá de los límites de su pueblo Israel. Es imposible poner fronteras a un Dios que es Padre de todas las razas y pueblos. Así el libro de los Reyes en el Antiguo Testamento nos habla de Nahamán, un hombre rico y poderoso, pero enfermo de lepra de la que nadie era capaz de curarle. Por medio de una esclava israelita se entera de que puede ser sanado de su lepra, si visita al hombre de Dios que hay en su patria, Israel. Entonces pide al rey sirio que solicite al rey de Israel que cure a Nahamán.

La salud y la enfermedad no respetan razas ni fronteras ni religiones ni cargos importantes. Sólo Dios puede curar. Y así entra en escena Eliseo, que ante los grandes y encumbrados de esta tierra, subraya la soberanía absoluta de Dios.

Miremos ahora a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.

Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.

Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece la salvación a todos los hombres. Y para confirmar esta enseñanza recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de conversión.

No somos propietarios de Dios, sino sus humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 6 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 2,13-25

 


Evangelio según San Juan 2,13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".

Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".

Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".

Pero él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.

Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos

y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.


RESONAR DE LA PALABRA


EL CULTO NUEVO QUE PREFIERE JESÚS

La escena de hoy resulta incómoda para aquellos que tienen una idea de Jesús dulzona, blandita y siempre sonriente y condescendiente. Pero también para otros muchos que no saben explicar que Jesús haga un látigo y actúe con esa violencia. Pero hay que decir que Jesús se enfada unas veces en los evangelios; en este caso de modo muy llamativo, volcando mesas, rompiendo jaulas, desparramando monedas por el suelo...

A primera vista esta reacción sería contra esa especie de mercado a la entrada del Sagrado Templo de Jerusalem, similar al que encontramos a las puertas de muchos santuarios, catedrales o lugares de peregrinación. Si esto fuera así, resultaría que Jesús la emprende con gente sencilla y más bien pobre, que se ganaba la vida de ese modo, sin tener la más mínima conciencia de que aquello pudiera estar mal. No hay nada similar en el resto de los evangelios. Y por otra parte quienes se sienten molestos y reaccionan contra aquel revuelo no son los vendedores... sino las autoridades religiosas, que deciden darle muerte por eso. Esto quiere decir que la cosa tiene mucho más calado, y que hay que tener en cuenta la historia de Israel y el significado de su Templo (construido y reconstruido con tantos esfuerzos), así como el mensaje de varios profetas anteriores a Jesús referidos al culto y al Templo para poder entenderlo.

La decisión de construir aquel edificio Templo se debió al rey David, que, con su mejor buena voluntad, quiso seguir el ejemplo de los pueblos y religiones de alrededor. El Templo reflejaba el poderío y la riqueza de una nación y de sus reyes. En la práctica, su construcción suponía un plus de impuestos y de trabajadores dedicados a ello. Así que la decisión de David no recibió la aprobación de Dios por medio de sus profetas. Ocurre tantas veces: el hombre hace cosas «por» Dios, y «para» dar gloria a Dios, pero sin contar con Dios. Y también eso de «hacer lo que hace todo el mundo» (los otros pueblos, los demás), como si fuera un criterio suficiente y aceptable.

Hasta que comenzó su construcción, y mientras Israel peregrinaba hacia la Tierra Prometida, Israel llevaba con su campamento una «tienda de campaña» llamada «Tienda del Encuentro» que simbolizaba la casa/presencia de Dios en medio de ellos. Dios, con aquella Tienda, experimentaba el calor, las tormentas, el viento, los ataques de enemigos... A la Tienda se acercaba Moisés para orar y buscar continuamente la voluntad de Dios. La Tienda del Encuentro expresaba que Dios estaba con ellos en medio de su vida cotidiana, en sus luchas, necesidades, fiestas y decisiones. Y todos tenían libre acceso a aquel lugar. Era, pues, un DIOS EN MEDIO DE LA VIDA. No había riquezas, ni adornos, ni condiciones especiales (la pureza) para estar en la presencia de Dios. Sí que estaban los levitas que se encargaban de ordenar y organizar las celebraciones comunitarias.

Una vez construido, poco a poco el Templo se fue convirtiendo en un lugar lleno de riquezas, con su Banco incluido, y centro de la actividad económica del Pueblo. Fue surgiendo también un grupo dirigente de sacerdotes, como intermediarios absolutos de cualquier oración, ofrenda, ceremonia que se quisiera dirigir a Dios. Y así, según la aportación económica de cada uno, tenían lugar ceremonias más o menos lujosas, y derechos a la protección y bendiciones de Dios, etc. Los pobres, por su parte, empezaron a ser arrinconados y a quedarse bastante al margen (fuera) de ese Dios del Templo. Para«acceder» a Dios era necesario haber estudiado y aprendido bien sus mandamientos (el Decálogo que hemos escuchado en la 1º lectura), junto con otros muchos preceptos y prohibiciones complementarias que se fueron añadiendo con el paso del tiempo (¡¡¡613!!!). Ciertas personas y grupos quedaban excluidos de la relación con Dios: los que no aprendían tantas leyes y prohibiciones, los pecadores que no las cumplían, los enfermos y los pobres (eran considerados maldiciones de Dios), las mujeres, que pintaban menos que los varones...

Quizá lo más serio fue que para encontrarse con Dios había que acudir a su «casa»... y Dios se alejaba de la vida cotidiana. Había «días» religiosos, un lugar «religioso», «personas religiosas», «objetos religiosos»... Y sobre todo se separaba en la práctica algo que había quedado unido en la Alianza y en el Decálogo: que la relación con Dios (los tres primeros mandamientos) era inseparable de la justicia y de las relaciones con los otros hombres (resto de mandamientos). Las autoridades religiosas fueron regulando cómo hacer una ofrenda, una limosna, cuál y en qué cantidad, los rezos oficiales, cómo estar «purificados» etc., con toda una serie de «rituales establecidos»... Y Dios pareció convertirse en una especie de «dispensario de favores». Se «ganaba» el perdón, o el favor o las bendiciones de Dios... ofreciéndole lo que fuera necesario: dinero, rezos, ofrendas, peregrinando, haciendo ayunos y sacrificios... Un «mercado», vamos.

Así que es comprensible que Jesús se sintiera profundamente enfadado. Aquello era una auténtica manipulación de Dios y de su voluntad. Su gesto profético cuestiona, rechaza, anula... todo lo que se había construido en torno al culto: el modo de entender la religión, la casta sacerdotal, la relación con Dios, la idea de Dios, el propio Templo... En definitiva: ¡Todo! Su «gesto» no iba tanto contra los vendedores y cambistas, sino contra lo que ellos significaban (consentido por las autoridades, que recibían su parte de ese comercio). Lo que debiera ser «casa de Dios», lugar de acogida y encuentro de los hermanos y transformación de la vida, se ha convertido en un mercado, una cueva de ladrones.

La propuesta de Jesús, parte de un «Dios de la vida», un Dios en medio de la vida (Dios con nosotros), un Dios que quiere otra vida para todos, especialmente para los que están peor. Y quiere un culto «en espíritu y verdad», como le dijo a la samaritana. Es decir:

Jesús quiere que convirtamos en sagrados todos los momentos de la vida, como hizo él (lo cual no quita que tengamos días especiales de fiesta). Porque si no me encuentro con Dios en mi vida ordinaria, en las cosas que me ocupan y preocupan, y en el modo de hacerlas... tampoco me encontraré realmente con él en este templo ni en ningún otro. Esto apunta un estilo de oración bien determinado, en el que ahora no entramos.

Jesús quiere que culto y estilo de vida vayan de la mano. Que lo que vivo (lo que hago, y lo que me pasa) me lleve al culto/oración, y al revés.

Para Jesús «el hombre» es el verdadero templo de Dios. La casa de Dios está en los hombres. Cada uno de nosotros está habitado: en el interior (allí donde se toman las decisiones importantes, donde están escritos nuestros valores, donde habla nuestra conciencia), es EL LUGAR DE ENCONTRAR A DIOS. O sea: que no es un sitio donde hay que «ir», sino un espacio donde hay que recogerse.

Que la mejor y más necesaria ofrenda que podemos presentar al Padre es nuestra «entrega por vosotros». Así nos lo recuerda Jesús en cada Eucaristía, es lo que hacemos «en memoria suya». El encuentro con Dios, por tanto, pasa por el entrega/cuidado de los hermanos y la comunión con ellos.

Elimina, suprime, borra todas las barreras y diferencias para acercarse a Dios. No hay unas personas más sagradas que otras, ni «personas excluidas», ni más condiciones para encontrarnos con él... que nuestra pobreza, nuestra humildad y nuestro deseo de hacer en todo su voluntad.

A Dios no se le manipula, ni se le compra, ni se le sacan favores con ofrendas, sacrificios, rituales, rezos... Dios es Dios, y Dios no se vende tan barato, ni el Amor tiene condiciones: «te doy... y tú a cambio»... Realmente yo no tengo nada que ofrecer a Dios, porque todo me lo ha dado él, es suyo. Aunque sí puedo expresarle mi cariño y mi confianza poniendo a su disposición algunas (o muchas) de las cosas que de él he recibido. A su disposición o a la de los hermanos.

Nos quedamos, pues, con la invitación a revisar nuestra espiritualidad, nuestro modo de relacionarnos con Dios, según todos estos criterios de Jesús.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 5 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 15,1-3.11b-32

 

Evangelio según San Lucas 15,1-3.11b-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos.

Comenzábamos la semana con la invitación de Jesús. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Y la terminamos con la parábola del padre y los dos hijos. El padre fue misericordioso con los dos. Toda una semana en que hemos orado y reflexionado sobre la misericordia, el perdón, el servicio, la solidaridad, el dar frutos de buenas obras…

En la parábola de hoy vemos que no es solo el hijo menor el que se pierde porque se marcha de casa, sino también el mayor que se queda pero que se encuentra lejos del padre. La parábola es una invitación a confiar en la inmensa misericordia del padre para quien siempre seremos sus hijos queridos. Él respeta siempre nuestras decisiones, pero sufre por sus consecuencias y siempre espera para acogernos de nuevo en casa. Siempre nos tenemos que dejar transformar por este amor inmerecido para reencontrar el camino hacia el Padre y hacia los hermanos y convertirnos en misericordiosos como Él.

En la parábola el padre espera, sale al encuentro, abraza, acoge, celebra porque su bondad no tiene fronteras. Al hijo pequeño le ofrece un perdón sin reservas cuando vuelve al hogar, y al hijo mayor una conversión al amor fraterno. ¡Qué difícil es apreciar la misericordia de Dios desde criterios humanos! Cabe que el relato sea una denuncia si nos sentimos personalizados en el hermano mayor, y cabe que sea una gran esperanza si nos sabemos abrazados por el padre en el hermano menor.

El Papa Francisco comentando esta parábola dice: “Nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre, no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla… ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad. Incluso en las situaciones más feas de la vida Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera…

El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o porque vamos lejos o porque estamos cerca pero sin ser cercanos.

Este evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar en la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, abramos nuestro corazón para ser “misericordiosos como el Padre”.

Os dejo estos pensamientos:

-“Jesús contó la parábola del hijo pródigo para decirnos algo importante: no importa lo que hayas hecho, regresa a casa” (Evan Headrisk).

“Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo” (Papa Francisco)

“No es solo olvidar. Perdonar es amar”.

José Luis Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 4 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46


Evangelio según San Mateo 21,33-43.45-46
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo".

Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".

Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»

Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.

Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos.

El Evangelio nos presenta la parábola de la viña arrendada a los labradores. La viña representa en primer lugar al pueblo de Israel. Dios la plantó y la dejó en las mejores condiciones para que diera fruto y la confió a los cuidados de los labradores. Estos se negaron a ofrecerle el fruto que producía, despreciaron además a sus enviados e incluso al mismo hijo. Merecían ser despojados de los dones recibidos, pero Dios siempre fiel, aunque nosotros seamos infieles, les concedió una nueva oportunidad de conversión.

Ahora la comunidad cristiana es la heredera del antiguo pueblo de Israel que no supo dar los frutos que se esperaba de él. Misión y responsabilidad grande: producir los verdaderos frutos del Reino viviendo el amor, la justicia, la fraternidad… y comunicarlos por todas partes. Este es el vino bueno de la viña del Señor que la Iglesia debe ofrecer a todos los hombres del mundo. Y dentro de la comunidad cristiana cada bautizado es un sarmiento mimado y cuidado de esa viña del Señor que tiene la responsabilidad de dar “buen vino” para que los hombres se salven. Los dones y las gracias recibidas “gratis” no son solo para uno mismo sino para compartirlos y así más personas conozcan y glorifiquen y alaben a Dios.

Aquellos labradores mataron a los criados, y al hijo lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Aún hoy seguimos matando al hijo: cada siete segundos muere un niño de hambre, miles de personas caen víctimas de las guerras o a causa de la marginación, de las persecuciones políticas, religiosas, a causa de la injusticia social y económica reinantes; los echamos fuera de la viña y no les permitimos beber el buen vino de la viña del Señor. A veces nos creemos dueños de la viña y de sus frutos, y no nos parece bien tener que compartir con otros.

El Papa Francisco comenta esta parábola así: “La misericordia es el vino nuevo de la viña del Señor… La gran novedad del cristianismo: un Dios que, a pesar de estar desilusionado por nuestros pecados, no olvida su palabra, y sobre todo no se venga. ¡Dios no se venga! Dios ama y nos espera para abrazarnos… Cada cristiano tiene la misión de ser la viña del Señor en todos los ambientes incluso en los más alejados, y llevar allí el vino nuevo de la misericordia del Señor”.

José Luis Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 3 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 16,19-31

 

Evangelio según San Lucas 16,19-31
Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.

A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,

que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.

Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.

'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.

El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,

porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.

Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.

'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.

Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos.

El Evangelio de hoy es una dura crítica de Jesús a los ricos que banquetean opíparamente mientras a su puerta los pobres malviven aprovechando las migajas. Parábola para el primer mundo opulento que vive de espaldas y explotando a un tercer y cuarto mundo que se alimentan de las migajas que tiramos. Ante esta injusticia tan patente Jesús dice claramente de parte de quién está Dios. Ciertamente el Señor hará justicia en el mundo futuro, pero ya ahora envía su Espíritu para que nos impulse a luchar contra este tipo de desigualdades.

El Papa Francisco comentando este Evangelio dice: “Excluyendo a Lázaro el rico no ha tenido en cuenta al Señor ni a su ley, pues ¡ignorar al pobre es despreciar a Dios! Lázaro representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el cual las inmensas riquezas y recursos están en las manos de pocos… El rico será condenado no por sus riquezas, sino por haber sido incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo… La misericordia de Dios está vinculada a nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta esta, también aquella no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar… Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, aquella puerta permanece cerrada también para Dios y esto es terrible… Podemos cantar con María: derribó a los poderosos de su trono, elevó a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.

Con esta parábola Jesús enseñó a sus discípulos lo esencial de la compasión para llegar al Reino de Dios y el peligro de las riquezas que cierran los ojos y el corazón hacia las necesidades del hermano. Los que vivimos estamos a tiempo de convertirnos y mirar a todos los Lázaros que nos esperan y reclaman ayuda. ¡Cuidado con la indiferencia que cierra el corazón a tanta situación de pobreza y marginalidad! ¡Cuidado con cerrar la puerta del corazón a tanto sufrimiento ajeno, pues las únicas credenciales ante Dios serán nuestras obras de misericordia con los pobres! Pues “aprender a mirar al pobre desde su pobreza, al enfermo desde su enfermedad o al marginado desde su marginación es el objetivo de una caridad bien entendida” (Luis Carlos Aparicio Mesones).

Y como final dos pensamientos: “Era tan pobre que solo tenía dinero”. Y “Al hambriento pertenece el pan que tú retienes; al hombre desnudo el manto que tú guardas, celoso, en tus arcas” (San Basilio Magno).

José Luis Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 2 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,17-28

 

Evangelio según San Mateo 20,17-28
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:

"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte

y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.

"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".

"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.

"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:

como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos.

Jesús nos presenta hoy dos formas de situarnos en el mundo: dominar y servir. Los fuertes y poderosos disponen de sus súbditos como si fuesen sus amos. Jesús les propone a los suyos un estilo de vida marcado por el servicio y el dar la vida por los demás tal como Él ha hecho. Por eso choca la petición de la madre de los Zebedeos de que Jesús conceda los primeros puestos a sus hijos cuando está hablando de su pasión y explica también lo difícil que resulta seguir al Maestro tal como Él lo propone. No es fácil superar la tendencia a hacernos servir y tener poder sobre los demás. Necesitamos un camino de conversión para cambiar ese afán de dominar por el servicio y el dar la vida. El vía crucis que practicamos durante la Cuaresma es un buen ejercicio que nos pone en camino de conversión contemplando a Jesús en los diferentes pasos de su Pasión y Muerte.

Jeremías padeció persecución por ser fiel a la llamada profética. Y también la coherencia con los planes de Dios le llevó a Jesús hasta la cruz. La fidelidad a la vocación no es fácil de comprender, sobre todo cuando mantenerla lleva a la muerte. La incomprensión y la persecución han sido una constante a lo largo de la historia del cristianismo: ayer y hoy muchos hombres y mujeres fueron incomprendidos en su fidelidad a la vocación y sufrieron desprecios, humillaciones, calumnias e incluso la muerte. Nunca ha sido fácil seguir al Maestro. Y hoy también tenemos nuestras dificultades y muchas veces nos resulta complicado mantener nuestra opción por el servicio, incluso a quienes no nos comprenden. Esta fidelidad se aprende en la práctica de cada día, en las cosas pequeñas de todos los días “porque cada día trae su afán”, y “el que es de fiar en lo pequeño, será de fiar en las cosas importantes”, dice Jesús.

Cuando uno se decide a poner en práctica el servicio tal como Jesús nos lo propone, se da cuenta de que “el que no vive para servir, no sirve para vivir” y de que ha encontrado el sentido y la razón de su vida. Experimenta que “cuando tú amas y sirves a los demás… la vida te ama y te sirve a ti… pues todo se vuelve siempre multiplicado”. Con razón alguien ha dicho que “servir con amor es el boleto del cielo”. Y el Papa Francisco dice: “Quien quiera ser grande que sirva a los demás, NO que se sirva de los demás”.

José Luis Latorre, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 1 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA 01032021

 Evangelio según San Mateo 23,1-12.

Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;
ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;
les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,
porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

 

RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos.

Una vez más la Palabra de Dios que escuchamos en este día de Cuaresma nos recuerda que si dejamos de lado a los débiles –el oprimido, el huérfano, la viuda…- no existe el culto agradable a Dios. Y Jesús denuncia a los líderes religiosos por abusar de su superioridad moral: en nombre de Dios cargan la conciencia de los demás con exigencias muy pesadas mientras ellos encuentran la manera de eludirlas. Jesús no puede tolerar estos abusos ni que se produzcan en la comunidad diferencias: a unos les llamamos “padres y madres”, a otros “maestros” y a otros “hermanos”. A Jesús le disgusta el hombre que se engríe y ostenta vanidosamente lo que no es. Le disgustan los soberbios, los cínicos y los orgullosos.

Si nuestras relaciones se construyen sobre el poder o sobre el empeño por mejorar la propia imagen no son relaciones ni comunidades seguidoras de Jesús, el último y el servidor de todos. “La humildad abre puertas, la prepotencia las cierra”. Si solo tenemos un Padre y un guía y todos somos hermanos y servidores unos de otros, no cabe en la Iglesia la imposición o el abuso de ningún tipo, y menos a los más débiles. Si todos los hombres tenemos una misma dignidad y si todos los miembros de la Iglesia somos hermanos en Cristo no puede haber entre nosotros diferencias ni desigualdades ni unos ser más que los otros o disponer de más recursos que otros. Estos desequilibrios no forman parte del Plan de Dios de formar una sola familia humana.

Para ser parte de la comunidad del Reino es necesario construir unas relaciones basadas en el servicio, la igualdad y la fraternidad. Todos tenemos que aprender de los demás, renunciar a “hacernos ver” (cuantas veces buscamos el agradar para ser vistos y queridos por los demás y nos cuesta hacer las cosas igual tanto si me ven como si me ignoran), ser humildes y presentarnos como somos y ponernos a disposición de los demás. Como dice Robert Burns: “¡Ah, si nos fuera dado el poder de vernos como nos ven los demás! De cuantos disparates nos veríamos libres”.
Os ofrezco estos pensamientos que ayudan a comprender mejor mi reflexión:

“Cuando vayas subiendo, saluda a todos. Son los mismos que vas a encontrar cuando vayas bajando” (Papa Francisco)
“Procura ser tan grande que todos quieran alcanzarte, y tan humilde que todos quieran estar contigo” (Gandhi)
“La grandeza de las personas se mide por la lealtad de su corazón y la humildad de su alma” (Rubén de Segura).

José Luis Latorre