sábado, 7 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 25,1-13

 

Evangelio según San Mateo 25,1-13
Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.

Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite,

mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.

Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'.

Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'.

Pero estas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'.

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.

Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos',

pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'.

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.


RESONAR DE LA PALABRA

ELOGIO DE LA SABIDURÍA Y EL ACEITE


¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor, e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante. (San Columbano)

Podríamos titular la primera lectura de hoy: «Elogio de la Sabiduría», así, con mayúsculas, la Sabiduría de Dios. El Libro es de los más recientes del Antiguo Testamento, y fue escrito en y para tiempos de confusión: los que llegaron de la mano de Alejandro Magno y la cultura helenista. Cuando se tambalean seguridades, cuando se presenta el desconcierto, cuando no se sabe cómo reaccionar, cuando se presenta la crisis, los sabios de Israel intentan abrir caminos, dialogar con las circunstancias históricas, mantener la esperanza y la resistencia, partiendo de que Dios siempre está presente en la vida del pueblo, en los acontecimientos de ayer y de hoy... y en él hay que encontrar la luz para caminar juntos hacia adelante. No es difícil darse cuenta de su importancia para nuestros tiempos convulsos, que también traen una nueva época, una nueva cultura, una nueva economía, unas relaciones nuevas... desde hace ya tiempo, pero aceleradas ahora por el COVID-19 Y... ¿De qué «Radiante Sabiduría» nos hablan los autores de este Libro?

- Sabiduría significa “equilibrio” y armonía.

- Saber conjugar el corazón y la cabeza.

- Aprender de las experiencias que vamos acumulando, pero sin perder la capacidad de asombrarse, porque la vida siempre es nueva y distinta.

- Hacerse conscientes de las propias posibilidades, pero también reconocer humildemente los límites.

- Quietud para verlo todo despacio, pero inquietud para no quedarse atascados.

- Pasión por la verdad y tolerancia... Porque los bulos y polarizaciones no son caminos sabios

- Interés por los otros, por lo que ocurre alrededor. La Sabiduría no se encierra ni aísla en una burbuja, ni mira para otro lado

- Valorar la tradición, lo que es esencial e irrenunciable... y apertura a lo nuevo, porque podemos necesitar nuevas respuestas, iniciativas, cambios

- Realismo, pero también utopía, sueños... pero con los pies en el suelo

- Estar dispuestos a poner en cuestión y cuestionar nuestras creencias

- Sabe compaginar la oración con la acción, y la fe con la vida

- Sabe permanecer a solas, lo necesita, lo busca, pero sin renunciar a las relaciones profundas con los demás, con los otros, con los distintos...

 Dice el texto bíblico que “la sabiduría se deja encontrar” y sale al encuentro de los que la buscan ardientemente. Pide sólo ser acogida, dejarla entrar por las puertas de tu vida. Se te ofrece, y está esperando que quieras contar con ella. Pero se encuentra “en los caminos”, no solo ni principalmente en los libros, en las universidades y entre los intelectuales... Hay que salir a la calle, porque “se encuentra a la puerta de la casa”.

En la calle encontraremos realidades muy distintas: un científico, un pensador, un profesional... o un analfabeto, un pobre, un enfermo... Pues cualquier encuentro debiera convertirse en una escuela de sabiduría. Todos pueden enseñarme algo, todos tienen su parte de sabiduría, porque Dios está presente en todos ellos, si bien, de distintas maneras. Pero es necesario renunciar a los prejuicios, a las ideologías, a las seguridades tajantes y ponerse en clave de escucha, de acogida, de encuentro... 

Solamente en la paz, en la interioridad, en el silencio pueden encontrarse y dialogar los polos opuestos o distintos. Una tiempo de meditación, un cuadro contemplado con calma, un paisaje del que se disfruta, un paseo tranquilo, un rato en la montaña o en un parque, una conversación con un anciano o un enfermo, una lectura reposada de la prensa, una frase escogida de un libro, o escuchada al vuelo mientras viajamos en el metro, unas palabras de una homilía, o una frase encontrada de la Escritura....

No hacen falta lugares muy especiales para todo esto: Puede servirte el claustro de un monasterio o la aburrida cola delante de una ventanilla, en una esquina de la calle, o en la sala de espera del médico, mientras conduces por la carretera, o tomas un café con alguien con una conversación que merezca la pena... Aunque es cierto que algunos espacios nos favorecen una mayor concentración y serenidad. Pero no siempre los tenemos a mano.

Para que la Sabiduría nos encuentre y seduzca hace falta detenerse, reflexionar, reorganizar las ideas, mirar en lugar de ver, escuchar en vez de oír, sentir más que tocar, reflexionar en lugar de indigestarse de palabras, noticias, videos, mensajes...

Hay quienes nos ayudan con sus escritos, reflexiones y declaraciones honestas, en libros, prensa, entrevistas... Me parecen especialmente relevantes y valiosas las aportaciones que vienen haciendo el Papa Francisc o sobre diversos temas, ofreciendo caminos nuevos, invitando a la conversión, al cambio, a la búsqueda.

Esta sabiduría tiene mucho que ver con el Evangelio de hoy. A las jóvenes que se quedan sin aceite se las llama “necias” (es decir, que no tienen conocimiento, sabiduría), como también Mateo llama «necio» al que construye su casa sobre arena y no sobre la Roca de la Palabra. No tienen nada que aportar a la fiesta del Reino, se quedaron sin “aceite” para sus lámparas. No fueron «prudentes/sagaces» como las otras. Y además la Sabiduría que uno aprende y aplica a su vida... no es trasferible, no se puede compartir. Porque la vida que uno edifica es de uno mismo: sobre arena, sobre roca, con aceite, sin él...

Todos hemos recibido una lámpara llena de aceite. El aceite tiene que ver con «consagración». Se utilizaba en la antigüedad para encomendar a alguien una tarea importante (sacerdotes, reyes y profetas): Todos fuimos untados (ungidos) con aceite en el día de nuestro bautismo. Dios nos estaba encomendando una tarea para la que necesitábamos estar preparados. Porque habrá que luchar contra tantas dificultades, contra la Sabiduría de este Mundo. También eso significa el aceite: dispuestos a combatir, como nos explica San Pablo en sus Cartas. 

El aceite es también un símbolo de Espíritu (Confirmación): el que Dios ha puesto en el corazón para que vivamos de otra manera, para que hagamos el mundo distinto. Un Espíritu que multiplica con nosotros sus dones: “paz, alegría, acogida, sabiduría, equilibrio, autocontrol”... Sí, también la Sabiduría es un Don del Espíritu que pediremos continuamente en nuestra oración: «Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento...» (Secuencia de Pentecostés). Cuando falta el Espíritu sólo quedan hombres y mujeres necios. Y parece que hoy se multiplican... cuando más falta hace la sabiduría.

Entonces... ¿Por qué no nos ponemos a buscar/acoger la Sabiduría, a poner un poco de aceite de ese que recibimos en el bautismo en cada encuentro, en cada actividad, en cada momento del día, en cada oscuridad, en cada tristeza. Un poco de nuestra luz en medio de una negra noche se ve muchísimo y brillará lo suficiente para sortear muchos obstáculos y no tropezar. Velad, no dejéis que se os apague u os apaguen vuestra vela... hasta que nos llegue la LUZ.

Quique Martínez de la Lama-Noriega. cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 6 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 16,9-15


Evangelio según San Lucas 16,9-15
Jesús decía a sus discípulos:

"Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.

El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.

Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?

Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?

Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".

Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús.

El les dijo: "Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios."


RESONAR DE LA PALABRA

Todos hemos visto alguna película de espías en que el protagonista sirve a la vez a las dos potencias enemigas. Es lo que se llama un “doble agente”. Su vida es muy complicada y eso precisamente es lo que da interés a la trama de la película. Pero la vida no es así. Es mucho más simple. En la práctica es imposible ser un doble agente. Como dice Jesús en el Evangelio de hoy: ningún siervo puede servir a dos amos. O se dedica a uno o se dedica al otro. 

Claro que una cosa es a quien queremos servir y otra cosa son las contradicciones y debilidades y miserias en que a veces nos movemos. El mismo Pablo dice en la carta a los Romanos que “no entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino que precisamente aquello que odio es lo que hago” (Rm 7,15). Estoy seguro de que muchos de nosotros estamos de acuerdo con esta afirmación de Pablo. También nosotros lo experimentamos en nuestra vida, en la vida de cada día, como parece que lo experimentaba Pablo. No hacemos lo que queremos sino que hacemos lo que no queremos. En nuestra debilidad terminamos metiendo la pata, cometiendo errores con resultados a veces desastrosos para nuestra familia, para nosotros mismos. 

¿Qué podemos hacer? Lo primero de todo es aceptarnos como somos y no echar más piedras sobre nuestro propio tejado, que es cosa bastante inútil. Como me dijo un director de espíritus hace mucho tiempo, y me lo confirma la experiencia, la mayoría de los pecados que cometemos no son de infidelidad sino de debilidad. No es que queramos directamente hacer el mal sino que somos débiles y no tenemos las fuerzas suficientes para hacer o decir lo que deberíamos hacer o decir. Por eso, lo primero es aceptarnos en nuestra debilidad. 

Lo segundo es iniciar un proceso de fortalecimiento de nuestro ser, de nuestra persona. A sabiendas de que es un proceso sin fin, porque esa debilidad es inherente a la propia naturaleza humana. Dios nos ha creado así. No somos super hombres ni super mujeres. No tenemos poderes especiales que nos permitan superar la ley de la gravedad y volar por encima del suelo de esta vida con sus brumas y sus oscuridades. Fortalecernos es orar más, hacer de la Palabra y su lectura un hecho cotidiano, encontrarnos más con los hermanos y hermanas en la comunidad, participar más a menudo en la celebración de la Eucaristía. Todo eso nos ayudará a fortalecernos. Nunca lograremos superar del todo las debilidades, las miserias y las contradicciones que están presentes en nuestra vida. Pero podemos dejar que la luz de la gracia, del amor y de la misericordia de Dios las vaya iluminando y llenando de esperanza. 

Nosotros queremos servir a Dios y no al dinero, y no a nuestros intereses egoístas, y no al cuidado de nuestra imagen ante los demás. Pero a veces... Pues eso, que cuando caigamos en la contradicción, en la debilidad de nuestras fuerzas siempre limitadas, levantemos rápidamente la vista. Porque la misericordia de Dios es mayor que nuestras fuerzas y el que nos creó nos conoce y comprende y ama más que nosotros mismos.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 5 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 16,1-8

 


Evangelio según San Lucas 16,1-8
Jesús decía a sus discípulos:

"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.

Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.

El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.

¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.

Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.

'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.

Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.

Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."


RESONAR DE LA PALABRA


Siempre que leo o escucho esta parábola siento una gran desazón. Al primer golpe, me parece imposible que Jesús propusiese como modelo a un señor que es un ladrón y un estafador. Y que, sobre todo, ha quebrado la confianza que su amor y patrón había puesto en él. Porque fue ladrón antes de despedirle y más aún todavía en ese corto tiempo que medio entre el anuncio del despido y el despido efectivo. Desde el punto de vista de la justicia, de la honradez, de la moral social, las actitudes y acciones de este administrador son inadmisibles. 

Pero, por otra parte, también siento una cierta admiración por él. El hombre había vivido sisando mucho tiempo. Dice el diccionario que “sisar” es “hurtar algo o a alguien mediante sisa, cuando se maneja dinero ajeno, especialmente en la compra diaria.” Y que la “sisa” es la “parte que se defrauda o se hurta, especialmente en la compra diaria de comestibles y otras cosas.” Es decir, el administrador llevaba toda vida “sisando”, defraudando a su amo. Pero no en la compra del pan o del arroz sino en cosas de mucha mayor importancia. Había convertido esa “sisa” en su forma de ganarse la vida. 

El desastre viene cuando le pillan y, como consecuencia, le despiden. El problema es que se queda sin recursos. El salario que recibía lo pierde. Y pierde también el sobresueldo que era la sisa. Se queda sin nada. 

Pues bien, le admiro porque en situación tan difícil y complicada, encuentra rápidamente una salida. No se queda de brazos cruzados, sentado en el suelo y llorando. Piensa y actúa rápidamente, antes de que su patrón se de cuenta de lo que está haciendo. Y se arregla el futuro. Ya no va a tener sueldo ni sobresueldo. Eso se ha terminado. Pero, al menos, va a tener a unos cuantos clientes de su patrón agradecidos a él y que, por el favor que les ha hecho, no dejarán que de con sus huesos en la calle. El administrador injusto y malo fue astuto. Y supo buscar una salida a una situación desesperada. 

Creo que este es el punto central de la parábola en el que Jesús quiere que pongamos nuestra mirada. Jesús no quiere que ante las dificultades de la vida nos quedemos tirados en una esquina llorando. Nos urge a que actuemos, a que busquemos una salida. Cuando sabemos que nuestra vida, y lo que más queremos, está en juego, hay que salir adelante para defenderlo, para evitar que el desastre se lleve todo eso que hace que nuestra vida sea valiosa. 

El administrador se preocupó de asegurarse el dinero para el futuro inmediato. Para él, el dinero era lo más importante. Quizá desde el punto de vista del Evangelio haya otros valores más importantes: la fraternidad, la misericordia, la familia, la dignidad de los hijos e hijas de Dios. Tenemos que ser astutos para defender todo eso que es lo más importante de nuestra vida. O quizá deberíamos pensar qué es lo verdaderamente valioso en nuestra vida, lo que nos gustaría defender a toda costa.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 4 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 15,1-10

 

Evangelio según San Lucas 15,1-10
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola:

"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,

y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".

Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".

Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".

Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".


RESONAR DE LA PALABRA

El cielo es un lugar alegre. Y los que están allí están deseando que les demos razones para alegrarse más. Es la alegría del padre de la parábola del hijo pródigo. Y es la alegría de estas parábolas del texto evangélico de hoy. 

Durante demasiado tiempo hemos convertido a la vivencia cristiana en algo triste. Se hablaba sobre todo del pecado. Lo más importante que tenía que hacer el cristiano era penitencia. Tenía que pagar por sus pecados, por sus errores. Porque había ofendido a Dios. Daba la impresión de que la entrega generosa de Cristo, de su vida entera culminada en su muerte, no era suficiente para tapar/ocultar/disimular la multitud de nuestros pecados. Dios se había sentido tan ofendido que, buscando un camino, un medio, para salvarnos, no había hallado otro mejor que entregar su hijo a la muerte, como reparación por nuestras faltas. Pero en la práctica parecía que eso no era suficiente. Y el cristiano debía andar toda su vida pagando por sus pecados, haciendo sacrificios y mortificaciones. Hasta el amor a los hermanos era entendido como una forma de penitencia. La duda sobre la propia salvación hacia de la vida del cristiano una especie de esfuerzo continuo e imposible por estar a bien con Dios, por estar, como se decía, en gracia de Dios. Había que estar atento porque el más mínimo desliz destruía esa gracia y dejaba al cristiano en situación de pecado. Convertimos la vida cristiana en una vida triste. Y en una triste vida. 

Jesús nos invita a vivir de otra manera: en la alegría y el gozo de los que se saben salvados por gracia y por amor. Dios no está disgustado con nosotros. ¡Cómo podido llegar a pensar que somos tan importantes como para que nuestros actos ofendan a Dios! Es curioso ver cómo en el sacramento de la penitencia, en la confesión, muchísimos cristianos piensan que lo más importante, el centro del sacramento, es la lista de nuestros pecados. ¡Qué capacidad para colocarnos en el centro de todo! Hay que desviar la mirada. No somos el centro del universo. El centro es Dios y su amor. El centro de la vida cristiana es Dios Padre, que en Jesús nos manifiesta su amor, más allá de nuestras limitaciones y miserias y pobrezas. Eso es lo más importante de nuestra vida. Como dice Pablo en la primera lectura, “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”.

Es importante vivir en la alegría, en el gozo, del que sabe que es amado y querido por Dios. Del que sabe que ese amor es compartido con todos los hermanos y hermanas del mundo. Del que sabe que en Dios la misericordia triunfa sobre el juicio, que nuestras miserias no le ofenden. Como mucho le apenan porque sabe lo que nos estamos perdiendo. En el cielo hay alegría por cada pecador que se convierte porque es uno más que vuelve a casa y que entra en el gozo de Dios. Se le acoge con los brazos abiertos y sin condiciones y se le invita a gozar de la vida, de la satisfacción y la alegría de saberse querido y amado y perdonado.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 3 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,25-33

 

Evangelio según San Lucas 14,25-33
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:

"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?

No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:

'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."


RESONAR DE LA PALABRA

En la vida hay que echar muchos cálculos. Hay que calcular si con el salario podremos llegar a fin de mes o al final de la semana. Hay que calcular para saber si podremos pagar las cuotas del préstamo que hemos solicitado. Hay que hacer muchos cálculos –lo saben bien padres y madres que van a hacer la compra– para distribuir el dinero, siempre poco, que se tiene en la cartera, entre todas las necesidades de la familia. Muchos cálculos. Pero no todo son cálculos. Hay veces que se trata de darlo todo. En este caso, los cálculos no valen para nada. No hay que hacer sumas ni restas. Hay que darlo todo. Sin más. 

Pienso en la pareja que se va a casar. O se entregan uno al otro del todo en el amor o, en caso de que no sea así, no hay verdadero amor. Los que entran en el matrimonio haciendo cálculos, poniendo límites a su entrega mutua, no tienen mucho futuro. Lo más probable es que terminen mál. En el mejor de los casos, terminarán en una especie de acuerdo de no agresión. Pero eso tiene poco que ver con el amor y con lo que es o debería ser un matrimonio: una aventura de dos que se entregan totalmente y sin medida el uno al otro para vivir el amor en plenitud. 

Las palabras de Jesús del Evangelio de hoy hablan de esta entrega total y sin medida a la que tiene que estar dispuesto el que sigue a Jesús. Hay que dejarlo todo atrás. En este caso el cálculo es bien sencillo. No hay que gastar mucho tiempo en pensar si esto sí y lo otro no. Mejor no llevar nada en la maleta. Mejor no guardarse una cartilla de ahorros ni una cuenta corriente. Lo que Jesús nos propone es entrar en un mundo nuevo. Lo viejo no vale. Es inútil que pretendamos llevarlo con nosotros. No sirve para nada. 

¿Significa esto que el que sigue a Jesús tiene que renunciar a su relación con la familia, con los amigos? La respuesta es no. Lo que pasa es que esa relación se establecerá sobre unas nuevas bases. El Reino lo domina todo. La familia es lugar abierto al mundo entero. Porque la familia de Dios es mucho más amplia que la carne y la sangre. En la familia de Dios entramos todos, sin excepción. 

A los que creemos en Jesús se nos pide una entrega total, sin cálculos previos. El que no entra por ese camino que nos ofrece Jesús no conocerá lo que es el gozo del amor, de la fraternidad, de compartirlo todo y sin medida. En realidad, es una suerte de renunciar a todo para ganarlo todo, renunciar a lo que creo que es mío para descubrir que todo es don, regalo, gracia. Jesús nos invita a descubrir que en realidad no hay nada que sea mío porque todo es nuestro, todo es de Dios, todo es regalo inmerecido y gratuito. No se trata de hacer cálculos sino de confiar en que Dios, que es Padre, nos lo dará todo en el amor.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 2 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,15-24


Evangelio según San Lucas 14,15-24
En aquel tiempo:

Uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!".

Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.

A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'.

Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'.

El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'.

Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'.

A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'.

Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'.

El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.

Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".


RESONAR DE LA PALABRA

Me encanta la imagen del banquete del Reino de Dios que nos presenta el Evangelio de hoy. Es una imagen abigarrada y desordenada que rompe nuestros esquemas, nuestra forma de pensar habitual. 

En general, las personas preferimos el orden al desorden. Cuando nos imaginamos ese banquete de que habla Jesús, lo hacemos por analogía con nuestras asambleas y reuniones. En ellas reina siempre el orden. Pero no cualquier orden sino el orden jerárquico que existe siempre en nuestra sociedad. Ese orden se parece siempre a una pirámide. Arriba los más importantes y abajo la chusma, la pleba, el montón, la gente. Y por enmedio todos en su sitio. Cada uno en el suyo, cada uno según el nivel social, el puesto que ocupa en la sociedad. Los estados tiene reglamentos que establecen perfectamente el orden de protocolo entre las personas. El presidente es más que un ministro, un ministro más que un alcalde, etc. También los que tienen estudios tienen su jerarquía. El doctor es más que el licenciado y éste más que el que tiene un simple graduado. También la cantidad de dinero que se tiene establece una jerarquía entre las personas. Son regulaciones muy complicadas porque hay muchos niveles diversos. Pero siempre, eso siempre, van de arriba abajo. Arriba los importantes y abajo los que no pintan nada en la sociedad. 

Dice Jesús que el Reino se parece al banquete que daba aquel hombre. Pero según la parábola, el Reino no se parece al banquete que había pensado y preparado aquel hombre sino al banquete que resultó de que los primeros invitados rechazaran acudir a la invitación. Lo que iba a ser un banquete ordenado y educado y respetuoso y... resultó en una algarabía. Allí entraron todos los que se encontraban por las calles sin nada que hacer. Dice la parábola que entraron los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos. Parece que al organizador del banquete le importaba poco quien entraba en su casa. Lo que quería era que la casa se llenase, que no quedasen sitios vacíos y que todos se sentasen a la mesa y compartiesen su banquete. 

En la mesa de aquel banquete no había clases sociales ni niveles ni jerarquías. Todos estaban mezclados. Buenos y malos (porque no vamos a pensar que los pobres son necesariamente buenos). Cultos e incultos. Educados y maleducados. Todos participando en un banquete, en una mesa común. Tendríamos que tener presente que la humanidad, todos los pueblos, todas las culturas, han celebrado sus fiestas en torno a una mesa. Compartir la comida es signo de fraternidad, momento de reconciliación, tiempo de encuentro entre las personas, en el que se rompen las distancias y las barreras. En la mesa se abre el corazón y se comparte la vida. 

El Reino se parece a esa mesa desordenada en la que todos compartimos la gran verdad, la única verdad: que todos somos hijos e hijas y, por eso, hermanos y hermanas. No hay barreras, no hay distancias. Y no conviene que establezcamos nosotros lo que Dios no ha creado ni quiere.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 1 de noviembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 25,31-46


Evangelio según San Mateo 25,31-46
Jesús dijo a sus discípulos:

"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.

Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,

porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;

desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.

Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.

Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.

Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,

porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;

estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.

Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.

Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.

Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".


RESONAR DE LA PALABRA

Ayer celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Peor hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos. 

Es una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia. 

Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos. 

Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no termina en estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud. 

Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA