martes, 14 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,11-18


Evangelio según San Juan 20,11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.


RESONAR DE LA PALABRA

Querido Dios Padre resucitador:

A veces trato de imaginarme qué me dirías si me escribieras directamente una carta, cómo me saludarías, como me tratarías, qué me reprocharías. Mi mente me dice enseguida que no trate de imaginar, que la real carta de amor hoy me escribes a través de San Juan. Tu portavoz hoy nos cuenta la historia entrañable de una mujer enamorada de tu Hijo amado. Más bien la historia de tu Hijo Jesucristo que, una vez resucitado, quiere seguir presente con nosotros, que no se olvida de sus discípulos y discípulas.

Pero, ¿sabes, Padre?, nos resulta muy difícil hacernos cargo de lo que implica la resurrección. Nos cuesta mucho entender qué ha sucedido en ese acontecimiento único que es la resurrección de Jesús crucificado. María Magdalena siguió a tu Hijo Jesucristo hasta el Calvario. Lo quería mucho. No se resigna a su desaparición. Va al sepulcro. Llora la ausencia. Lo busca.

Por su parte, Jesucristo resucitado le sale al encuentro, se pone a su lado. Ella lo ve. Pero no lo reconoce. Lo confunde con el jardinero. Lo busca con pasión. Ella explica el motivo de su llanto. Pregunta al jardinero si él sabe dónde lo han puesto para ir a recogerlo.

Tu carta de amor hoy, Padre, me coloca ante la paradoja de la resurrección. El resucitado es el mismo Jesús, pero no es lo mismo. Solo si Él se revela, podemos reconocerlo. A María Magdalena se le da a conocer pronunciando su nombre: María. Debió ser una voz muy, muy especial. Y también la voz de ella: Maestro mío. Se realiza un encuentro inefable. Ella se siente confirmada y transformada en testigo. Y enviada a trasmitir la gran noticia: ¡He visto al Señor!

¿Qué me quieres decir en tu carta a través de este relato? Me recuerdas que el Mesías resucitado se hace presente; que es necesario buscarlo, llorar su ausencia. Pero sólo si él se da a conocer, tenemos la certeza de que es el mismo; sólo cuando Él pronuncia mi nombre, puedo reconocerlo de verdad y ser su testigo. Es Él quien abre los ojos, quien suscita en nosotros la fe.

En tu carta de hoy, Padre, me recuerdas que al Resucitado de entre los muertos sólo se la encuentra si Él suscita en nosotros la fe. La resurrección para nosotros acontece en la fe, pero no es una creación de nuestra fe. No es proyección de nuestros miedos, ni de nuestras alegrías. Es la irradiación de su cuerpo glorioso quien nos hace creyentes.

Gracias, Padre, por el don de tu Palabra. Y por el don de la fe.

Bonifacio Fernández, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 13 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 28,8-15


Evangelio según San Mateo 28,8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero,
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.


RESONAR DE LA PALABRA

Querido Dios Padre resucitador:

Gracias por la carta de amor que me has escrito hoy. Lo has hecho a través de las palabras de tu portavoz Mateo. La quiero volver a leer con detención. En la de ayer me has urgido a saltar de gozo, cantar aleluya, aleluya, aleluya. Tu gran obra es la resurrección de tu Hijo amado. Nos deja sorprendidos. Nos supera por todas partes. No la abarcamos. Nos dices que es tu respuesta a la entrega de amor hasta la muerte; nos dices que es tu gran protesta contra la muerte. Nos revelas tu nuevo nombre: Resucitador. Nos habías puesto difícil creer en Ti, al ser testigos de la muerte ignominiosa de tu Hijo del alma. Pero al glorificarlo has llenado de luz la oscuridad. Has llenado de vida nuestras sombras de muerte. Eres el Dios resucitador.

Hoy en tu carta me invitas al asombro. Tu Hijo amado Jesucristo, resucitado por ti a la vida gloriosa, no ha querido dejarnos el enorme vacío de su ausencia. El mismo sale al encuentro. Toma la iniciativa de presentarse a las mujeres que estaban asustadas por el descubrimiento que habían hecho y se habían marchado corriendo. Las saludó. Le dirigió la palabra. Y como dijiste a ellas entonces, también nos dices a nosotros hoy: Alegraos. Donde tu Hijo resucitado aparece, allí surge la alegría; la lleva él, la es él mismo. Allí nos entran enormes ganas de abrazarlo y colmarlo de besos.

Dios Padre resucitador, te debes sentir muy orgulloso de tu Hijo del alma. Nosotros también lo sentimos nuestro. Él quiere seguir con nosotros. Siempre dispuesto a curarnos de nuestros miedos y nuestras tristezas. No temáis. Es parte de su saludo de entonces que se alarga hasta hoy. Como a sus primeros discípulos les envió a Galilea, es decir, a retomar el camino y la aventura de la fe, así también nos envía hoy a nuestra galilea personal, a nuestro amor primero, a recorrer el camino de la vida, pero de una manera distinta, con ojos nuevos.

Gracias Padre resucitador, por tu gran carta de amor.

Bonifacio Fernández, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 12 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,1-9


Evangelio según San Juan 20,1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.


RESONAR DE LA PALABRA

Vio y creyó

El evangelio de este domingo más que un relato de la aparición de Jesús resucitado es un relato de desaparición. Lo que encuentran tanto María Magdalena como los dos apóstoles no es la manifestación gloriosa del Resucitado sino un sepulcro vacío. Ante ese hecho caben dos interpretaciones. La primera es la actitud inicial de María Magdalena: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. La otra es la respuesta de fe de los apóstoles: “Vio y creyó”. 

La actitud más evidente, más obvia, es sin duda la de María Magdalena. Se observa en sus palabras una enorme carga de amor y cariño. Pero su perspectiva se queda en una distancia muy corta. La actitud de los apóstoles es diferente. Llegan al sepulcro y observan lo que ha sucedido. Sólo después se les abre la inteligencia y comprenden lo que no habían entendido antes en las Escrituras: “que Él había de resucitar de entre los muertos”.

Jesús es, curiosamente, el gran ausente de este relato pero al mismo tiempo la auténtica fuerza que dinamiza la vida de los creyentes. Apenas las vendas y el sudario quedan como testigos mudos de que ahí estuvo su cuerpo muerto. Pero es precisamente sobre ese vacío como se afirma la fe. ¿No nos dijeron que la fe era creer lo que no se ve? Pues aquí tenemos una prueba concreta. En torno a la ausencia de Jesús brota la convicción de que está vivo, de que ha resucitado. No han sido los judíos o los romanos los que se han llevado su cuerpo. Ha sido Dios mismo, el Abbá de que tantas veces habló, el que lo ha levantado de entre los muertos. Y le ha dado una nueva vida. Una vida diferente, plena. Jesús ya no pertenece al reino de los muertos sino que está entre los vivos de verdad. En esa vida nueva su humanidad queda definitivamente transida de divinidad. La muerte ya no tiene poder sobre él.

Pero no hay pruebas de ello. No hubo policías recogiendo las huellas dactilares. No hubo jueces ni comisiones parlamentarias. No hubo periodistas ni cámaras ni micrófonos. Nada de eso. Solamente el testimonio de los primeros testigos que nos ha llegado a través de los siglos. De voz en voz y de vida en vida ha ido pasando el mensaje: “Jesús ha resucitado”. Muchos han encontrado en esa fe una fuente de esperanza, de vitalidad, de energía que ha dado sentido a sus vidas. La vida de tantos santos, canonizados o no, es testimonio de ello. Pero no hay pruebas. Sólo la confianza en la palabra de aquellos testigos nos abre el camino hacia esa nueva forma de vivir. ¿Quieres tú también creer?

Para la reflexión

La fe en la resurrección de Jesús es una verdadera opción personal. Creer en ella nos debería llevar a vivir de un modo nuevo: en esperanza, en fraternidad, en servicio... Y más en esta situación que estamos viviendo. ¿En qué aspectos concretos de nuestra vida se podría/debería manifestar esa nueva vida? ¿Y en qué aspectos concretos de la vida de nuestra comunidad? ¿Cómo pasar a las generaciones siguientes el mensaje que hemos recibido de nuestros mayores sobre la resurrección de Jesús?
Fernando Torres cmf


fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 11 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 28,1-10


Evangelio según San Mateo 28,1-10
Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro.De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Angel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.El Angel dijo a las mujeres: "No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba,y vayan en seguida a decir a sus discípulos: 'Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán'. Esto es lo que tenía que decirles".Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Hoy la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor. No hay celebración. No hay Palabra de Dios. Hoy es día de silencio y de vacío, de reflexión y de serena espera. No de un modo artificial y forzado. Nos preparamos para la Resurrección, pero no la anticipamos... Es la pedagogía paciente de Dios: sus caminos no son los nuestros, nuestras prisas no son su tiempo.

A menudo pasamos del Viernes Santo al Domingo de Resurrección directamente, sin palpar heridas, sin dejar que curen, queriendo eliminarlas del mapa personal, comunitario, humano... Acortamos el Sábado Santo de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestra fe, o lo convertimos en un día “de campo” sin más. Y sin embargo, la mayoría de nuestra vida, creo yo, es un Sábado Santo.

Supongo que aquel primero todo parecía perdido. Parte del silencio y el vacío de este día no es más que abandono y huida. Nuestros abandonos y huidas, nuestras desesperanzas, nuestros “tirar la toalla”. Solamente María esperaba, seguía esperando y convocando. El dolor no le arrancó la capacidad de descansar en Dios. Por lo que sabemos no parece que fuera a buscar a los discípulos escondidos, ni les pidió que volvieran, ni les recriminó nada. Parece que simplemente permaneció.

El silencio, el vacío y este no-saber, es nuestro. No de Dios. Él sigue actuando. Mientras nosotros aguardamos y pedimos a Dios que acreciente nuestra esperanza y nuestro deseo de Vida, Él sigue actuando.

Y así es la mayoría de nuestro tiempo. Ni grandes tormentos, ni espectaculares alegrías. Hay mucho más de espera, de silencio, de apostar por la esperanza, de memoria agradecida. Ojalá no olvidemos que la Resurrección, como todo lo importante en la vida, es un regalo, pero no es automático. Creemos que Jesús está vivo y ha resucitado para siempre. Pero nosotros, aquí y ahora, solo somos semillas de Resurrección. Lo demás está por venir. Y si aprendemos a permanecer, también en silencios y vacíos, sin duda llegaremos al domingo plenamente, sin guardarnos nada. Como Él. Y con Él.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, Misionera Claretiana

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 10 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42


Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?".
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?".
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?".
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron:
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave".
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Hoy meditamos la Pasión, como hicimos en Domingo de Ramos. Y, sin embargo, ¡qué distinto! No hay cantos de alabanza, ni Ramos, ni alegría… Y es la misma Pasión. Creo que tampoco estaríamos entendiendo el Misterio Pascual si convertimos el día de hoy en puro dolor y muerte.

El Viernes Santo, para un creyente, refleja como ningún otro momento, la aparente contradicción que es nuestra vida, la fuerza que se esconde en la vulnerabilidad humana. Contradicción porque casi nada es negro o blanco, bueno o malo, éxito o fracaso. Contradicción de tener que soportar dolor para engendrar vida como un parto cotidiano. Contradicción de desfigurados, pobres y enfermos cuyas heridas nos curan y en cuya fealdad somos atraídos por una misteriosa belleza. Es la experiencia del Siervo de Isaías. Contradicción la nuestra adorando una Cruz y bendiciendo un Madero Santo como árbol de Vida. Contradicción al contemplar el Mal que acampa a sus anchas y se ceba en los más indefensos, como lo hizo con Jesús y sigue ocurriendo hoy. Contradicción al rasgarnos las vestiduras porque alguien no cumplió algún precepto o ritual pero dejamos pasar encogiéndonos de hombros las muertes habituales en el Mediterráneo y otras costas.

El ser humano es contradicción. Lo vivimos cada Domingo de Ramos y lo volvemos a palpar frente a la Cruz. El grano de trigo que no crece si no muere. La salud naciendo de la herida. “Mirad a mi Siervo”. Un aparente fracaso y, sin embargo, nuestro Dios. Nuestra Vida. La fuerza de la vulnerabilidad que no se oculta. El que aprendió sufriendo a obedecer, a pesar de ser el Hijo de Dios. Y si esto nos asusta -a mí, te confieso que sí lo hace-, digámoslo con palabras más sencillas: la muerte no tiene la última palabra. El Amor nunca fracasa. Ninguna noche es eterna. Y no es poesía. Es real, aunque cuando estamos en pleno Viernes Santo en la vida, nada nos consuele y sólo nos nazca decir: “Padre, a tus Manos encomiendo mi espíritu”. Si es así, no te preocupes ni te avergüences. Jesús también lo vivió antes.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, Misionera Claretiana

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 9 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 13,1-15


Evangelio según San Juan 13,1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. Hoy es Jueves Santo para todos los creyentes. Este año no celebraremos en la Iglesia (la física y la humana) los Oficios del Triduo. Es una oportunidad para celebrarlo desde dentro, unidos con los creyentes de todo el mundo (no solo con “mis” conocidos), yendo al corazón de cada día, acompañando la Pascua de Jesús y la nuestra propia. La respuesta del salmo 115 puede ser una bonita banda sonora de fondo para nuestro día: agradecer tanto bien recibido de Dios a lo largo de mi vida.

En Jueves Santo celebramos una reunión de amigos. Un brindis por la Vida, por un estilo concreto de vivir. Una confirmación vocacional.

Confirmación vocacional como proyecto de vida que todos, en algún momento, tenemos que elegir si seguir adelante o abandonar. Jesús elige continuar con la misión y vocación que cree haber recibido del Padre. No solo en la Cena celebrando la Pascua ni proponiendo su testamento final. Sobre todo en Getsemaní, a las afueras de Jerusalén, desde donde podría haber huido discretamente. Eligió permanecer. Permanecer. Permanecer. Y cada discípulo también hace esta noche una elección vocacional: ¿permanecer?, ¿abandonar?, ¿esconderse?, ¿avergonzarse? La buena noticia es que casi nada tiene una última palabra; todos pudieron reelegir su vocación de nuevo tras la Resurrección (excepto Judas). ¿Cómo podré agradecer tanto bien?

Un brindis por un modo concreto de vivir: repartiendo la vida con los demás (como Pan y Vino) y lavando los pies al mundo. Vivir desde el amor, desde la fraternidad, desde el servicio… Cada uno llamémoslo como más nos guste. Jesús brinda por ello: ¡haced esto en memoria mia!, ¡así merece la pena vivir y morir! ¡No tengáis miedo a servir, a “re-bajaros” para ayudar a los demás! Y esto no como un momento puntual de voluntariado o un donativo habitual. ¡Es un modo de vivir, una actitud vital! ¿Cómo podré agradecer tanto bien?

Y una reunión de amigos: si me lo permitís, me gusta pensar en la Ultima Cena como la Primera Iglesia. Una reunión de amigos en torno a Jesús. Hombres y mujeres (sí, hombres y mujeres… el modo de contarlo y pintarlo fue posterior, recuerda). Cada uno como es, cada uno eligiendo cómo situarse. Todos iguales. El único que convoca es Jesús. Los demás somos sus amigos y es bastante. De esa amistad profunda nacerá un Anuncio que recorrerá el mundo entero. ¿Cómo podré agradecer tanto bien?

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, Misionera Claretiana

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 8 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 26,14-25


Evangelio según San Mateo 26,14-25
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".
El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?".
El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

El lunes Isaías nos invitaba a mirar (al Siervo). El martes a poner atención (atención, amor, cuidado, enfoque, fuerzas…). Hoy nos recuerda la importancia de escuchar y hablar: “para saber decir al abatido una palabra de aliento…, el Señor me abrió el oído para que escuche”. Me gusta pensar que es una manera de irnos “empapando” de lo que vivimos esta Semana. Sin dejar nada nuestro fuera, con todos los sentidos. Insistentemente. ¿Quizá porque nos cuesta entrar en la Pasión? Creo que sí. Ya sea la Pasión de Cristo, la de otros hermanos o la nuestra.

Dice Isaías que si dejamos que el Señor nos “espabile el oído cada mañana”, además de tener palabras de consuelo con quien lo necesite, reuniremos la fuerza suficiente para no echarnos atrás. Cada uno sabrá cuál es su “atrás” en este momento: ¿mantener la calma en una situación donde me están tratando injustamente?, ¿continuar con un proyecto que me aterra aún sintiendo que es mi lugar y mi momento y que Dios también lo quiere?, ¿tomar la iniciativa entre los más cercanos de casa para poner algo de alegría, esperanza, cariño mutuo... en lugar de quedarme en el sofá con “mis cosas”?

Quizá también me conmueve esta insistencia litúrgica en proponernos ayer y hoy prácticamente la misma escena, desde otra perspectiva: ayer Juan, hoy Mateo. Pero la historia es la misma: la traición, la ruptura.

Traición suena desgarrador. Me es más fácil decir que algo se rompe: la amistad, la esperanza, la honestidad, la justicia, el amor… Algo se te rompe por dentro cuando traicionas porque en el fondo siempre TE traicionas a ti un poco, ¿no?

¿De verdad crees que Judas entregó a Jesús por 30 monedas? No lo creo. Suena a excusa. ¿Por dinero? No lo creo. Cuando rompemos con algo que nos ha dado la vida, que nos ha regalado un proyecto y una ilusión y un horizonte… tiene que ser por algo mucho más profundo. Algo mucho más decisivo que el dinero se nos ha roto por dentro.

Y lo peor no es eso. Lo peor es no ser capaz de parar cuando la tristeza o la desazón interior nos avisan de que nos hemos equivocado. ¿Te imaginas que Judas hubiera cambiado ese “¿seré yo acaso, Maestro?” por un “perdóname, Maestro, y ayúdame, que no sé qué me ha pasado”…?

Siempre estamos a tiempo…

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, Misionera Claretiana

fuente del comentario CIUDAD REDONDA