viernes, 7 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,14-29


Evangelio según San Marcos 6,14-29
El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:
Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos".
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado".
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.
Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano".
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía,
porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".
Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Por primera vez Jesús está solo y no es el protagonista de la narración. El tetrarca Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, confunde a Jesús con Juan Bautista resucitado. Muchos dirigentes en el mundo siguen confundiendo a Jesús con un dios hecho a la medida de sus intereses.

La descripción del martirio de Juan muestra la crueldad a la que llegan los poderosos para hacer callar la conciencia crítica de los profetas de todos los tiempos. También esta macabra crueldad es un signo premonitorio de lo que les espera a Jesús, a los discípulos y a todos los que se tomen en serio la opción por la vida como base fundamental del reinado de Dios.

Jesús se ha vuelto un personaje famoso y cada cual da su opinión sobre él según sus expectativas.

Y esas opiniones llegan hasta el rey Herodes, que, como muchos, piensa que es Juan Bautista resucitado. La muerte violenta del pariente de Jesús se convierte en un aviso de lo que va a ocurrir con el mismo Jesús y sus discípulos. Su misión les acarreará la hostilidad, la persecución y la cárcel e incluso la muerte violenta.

El Papa Francisco hace referencia con frecuencia a los mártires cristianos de hoy día y afirma que son más numerosos que en los primeros siglos del cristianismo.

¿Por qué hay tanta intolerancia en el mundo? ¿A quién hacen daño los cristianos al practicar su fe rezando y siendo caritativos con los pobres?

Hay muchas clases de martirio, empezando por la incomprensión y crítica de quienes están más cerca de nosotros como son nuestros parientes, amigos y hasta los propios padres. Qué hacer ante quien nos critica o se burla de nosotros. Ciertamente no siempre el plantarles cara y empezar a discutir es lo mejor, pues todos queremos tener razón y saber más que el otro. Como ya nos advierte el mismo Jesús: “por sus frutos los conoceréis”.

Hemos de ser coherentes con lo que decimos, no hablar de una cosa y después hacer lo contrario. Ese es el primer paso que hay que dar. Evangelizar no quiere decir tener éxito, sino dar testimonio y sembrar. Algún día la verdad saldrá a flote y dará su fruto. El amor nunca es estéril. El día y la hora de recoger los frutos sólo Dios la sabe.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 6 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,7-13


Evangelio según San Marcos 6,7-13
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;
que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

El grupo de los doce apóstoles estuvo con Jesús preparándose para predicar y sanar a los enfermos. Han estado ya un tiempo largo con él viendo su modo de actuar. Ahora Jesús los anima a salir de dos en dos predicando la conversión y dando a conocer la oferta divina de salvación. Ante la duda e inseguridad deben poner toda su confianza en la cercanía del Señor y en la fuerza del mensaje que llevan. Este un punto es muy importante también hoy día, pues todo evangelizador sabe que quien da luz a la mente y cambia el corazón no es él, sino la palabra de Jesús que transmite a los hermanos.

El testimonio de pobreza, sencillez y atención a las necesidades del pueblo debe despertar entre la gente la solidaridad para ayudarse entre ellos. Donde no se manifieste esa solidaridad, hay que sacudir el polvo de las sandalias y marchar a otro lado.

Los discípulos pasan de este modo a una nueva etapa en su formación misionera. El Maestro los envía con poder para anunciar el reino de Dios, pero no para buscar comodidades o beneficios materiales.

El ir de dos en dos es signo de igualdad y apoyo mutuo. Y para que no se sientan superiores a los demás, deben llevar solamente lo estrictamente necesario.

Recordando estas palabras del evangelio de hoy, mi mente siempre vuela a los campos de Paraguay en la zona de Yhú, a las pequeñas comunidades campesinas y a los equipos de catequistas que las servían. Fueron todo un ejemplo y estímulo para nosotros los misioneros que veníamos de España. Viendo los esfuerzos que hacían aquellos hombres y mujeres para prepararse, el tiempo que empleaban para formarse y las horas que dedicaban a su pequeña comunidad por amor a Jesucristo y su evangelio, nos hacían comprender que ellos eran los verdaderos misioneros en aquellas tierras. Para mi este recuerdo es siempre un motivo para dar gracias a Dios por haber podido acompañarles durante catorce años.

Actualmente en España también se está invitando a los laicos a asumir con ilusión el servicio de evangelización en las pequeñas comunidades rurales ante la escasez de sacerdotes que puedan celebrar la eucaristía y estar cerca de la gente. En mi Diócesis de Barbastro-Monzón les llaman “Animadores de la comunidad” y están dando un ejemplo maravilloso de lo que significa estar bautizado y ser discípulo de Cristo para compartir y animar la fe de la comunidad. Animadores y catequistas se llamaban también los hombres y mujeres, adultos y jóvenes, que se comprometían para animar la fe y el servicio dentro de las comunidades del campo en Yhú, Paraguay.

El Papa Francisco no se cansa de repetir que todos los bautizados están llamados a evangelizar, no tienen que esperar a que nadie les dé permiso. Sí, deben conocer las verdades elementales de nuestra fe para proponerla adecuadamente. Pero, como él suele decir, no esperemos a saber mucha teología para hablar de Dios a los demás.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 5 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,1-6


Evangelio según San Marcos 6,1-6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.
Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

La enseñanza en parábolas y la actuación prodigiosa en torno al lago de Galilea o Genesaret culminan con el retorno de Jesús al pueblo donde se había criado. Los habitantes de Nazaret quedan asombrados de sus sabias palabras y comienzan a preguntarse quién le ha enseñado y dónde ha aprendido todas esas cosas que explica.

Era costumbre en la reunión de la sinagoga que un lector leyera el texto de la Biblia, que hoy llamamos Antiguo Testamento y otro lo explicara. En este caso es el mismo Jesús quien lo lee. ¿De qué hablaba dicho texto? Según explica S. Lucas en su evangelio le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje que el mismo Jesús leyó y que decía: “ El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”.

Los habitantes de Nazaret quedan asombrados de su explicación y empiezan a preguntarse por su identidad, como si después de 30 años de vivir en medio de ellos, no supieran quién era. Y su asombro termina en escándalo e incomprensión, porque buscan la respuesta en una dirección equivocada. Creen saber todo sobre Jesús, porque conocen a sus padres y familiares y le han visto trabajar como un joven más del pueblo.

No siempre las personas son lo que parecen, pues llevan dentro de sí riquezas, que no consiguen descubrir quienes sólo se dejan llevar por las apariencias o por lo que dice la gente. No habían captado todavía el “secreto de la persona de Jesús”. Y lo que decía y hacía les resultaba escandaloso. “Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe”.

Para sus vecinos Jesús no había estudiado, había crecido como un muchacho más del pueblo y, por tanto, escucharle hablar de esa manera y enseñar como un maestro les resultaba sospechoso. ¡Qué difícil es juzgar correctamente a las personas! Los prejuicios nos llevan siempre a pensar lo peor y a descalificar a quien se aparta de nuestras ideas y gustos.

En este día 5 de febrero la liturgia nos recuerda también a Santa ÁGUEDA, joven mártir muy querida y festejada sobre todo en las zonas rurales de España. Ella dio gran testimonio de fe con su martirio en la época de los emperadores romanos. Según se cuenta, aquellos hombres tan poderosos no tenían como meta hacer mártires, sino “deshacer cristianos”. Pero con Águeda no lo consiguieron.

El martirio tuvo lugar en la isla de Sicilia, en Italia. El procónsul Quinciano, representante del emperador, la increpa ásperamente:

-"Pero tú, ¿de qué raza eres?”

-“Aunque soy de familia noble y rica, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo. No puedo callar el nombre de Aquel que estoy invocando dentro de mi corazón”.

Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»: ella fue en verdad buena por su identificación con Jesús fuente de todo bien y fuerza de los mártires. Han pasado los siglos, pero el pueblo cristiano no la olvida.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 4 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 5,21-43


Evangelio según San Marcos 5,21-43
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".
Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas".
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Ayer leíamos en el evangelio que los gerasenos pedían a Jesús que saliera de su territorio porque muchos cerdos se habían perdido, aunque un pobre hombre se curó y volvió a su sano juicio. Sí, Jesús hizo un milagro, pero también hubo pérdidas materiales para los dueños de aquellos animales. En el evangelio de hoy leemos que el jefe de la sinagoga, Jairo, le suplica a Jesús que entre en su casa. Y con Jesús entran todas las bendiciones, incluida una imposible para los humanos: la vida nueva para su hijita muerta.

San Marcos en el evangelio nos cuenta lo que pasó: Jesús la tomó de la mano y le dijo: “Talitha kumi, es decir: Niña, a ti te digo, levántate” . La fe del papá, Jairo, unida al amor de Jesús por la vida de aquella niña, dan paso al milagro humanamente inexplicable. Con toda razón se dice que Jesús aparece como el único médico capaz de otorgar al ser humano su genuina dignidad, la vida verdadera y la paz para el cuerpo y para el alma. Resucitando a la hija de Jairo, el poder de Jesús se hace todavía más palpable, porque es capaz de comunicar la vida incluso a quien yace en la muerte.

El otro milagro es la sanación de una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años. Esa enfermedad la hacía legalmente marginada por la impureza de la sangre. Y es que la ley de los judíos en el Antiguo Testamento atribuía a las hemorragias tanto de la menstruación como por enfermedad una maldad totalmente involuntaria. Según esa ley la mujer quedaba impura y herida en lo más profundo de su ser. Jesús se deja tocar por ella, es decir, se hace solidario con su dolor y afirma delante de todos que la fe de aquella mujer ha sido una medicina tan eficaz, que ha sanado su cuerpo y su alma.

Ambos prodigios revelan el poder de Jesús y resaltan el valor de la fe sencilla de una mujer y de un padre desesperado, pero confiado en el poder de Jesús. Ambos se convierten hoy en modelos de fe para todo cristiano. Una fe que no se rinde ante ninguna enfermedad o desgracia.

Otra riqueza de la palabra de Dios en este día la encontramos en la primera lectura que habla del rey David y de la rebelión de su hijo Absalón.

Como su padre David está ya viejo, el hijo está impaciente por ocupar el trono y se levanta contra él. La inexperiencia hace que el joven caiga asesinado en el enfrentamiento de las tropas. Uno del bando del rey corre a contarle a David las últimas novedades:

“El rey le preguntó: «¿Está bien mi hijo Absalón?»

Respondió el etíope: «¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!». Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía: «¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! iHijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!».

Es el ejemplo de un auténtico padre que prefiere él la muerte antes que la de su hijo por más injurias que le haya hecho y maldades que haya cometido.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 3 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 5,1-20


Evangelio según San Marcos 5,1-20
Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.
El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo.
Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él,
gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!".
Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!".
Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos".
Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos".
El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido.
Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.
Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos.
Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti".
El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Tenemos delante un texto del evangelio difícil de entender, pero hay detalles a tener en cuenta. Jesús y sus discípulos están en los alrededores del lago de Genesaret, y consiguen desembarcar en territorio pagano para depositar también allí la semilla liberadora del reino de Dios, que quiere llegar a todos los pueblos y naciones.

El encuentro inmediato con un endemoniado furioso e indómito, cuya morada estaba entre las tumbas, revela la situación del mundo al que Jesús ahora se enfrenta. Es un mundo perdido y bajo el signo de la muerte. Es además un mundo impuro, como sugiere la presencia de una piara de cerdos, considerados animales impuros por los judíos. ¿Podrá hacer algo Jesús?

La situación es difícil, pero el poder del Hijo de Dios supera infinitamente al poder de las fuerzas del mal. Dice el texto del evangelio de hoy: “ Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.» Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos”, que se precipitaron en el abismo del mar. El hombre quedó curado, recobró la paz interior y su dignidad como ser humano.

Esta liberación realizada por Jesús suscita el estupor no sólo de los presentes, sino también de nosotros que leemos hoy este acontecimiento. Y lo más importante es que este hombre tan extraño se encuentra con un Jesús lleno de poder y de amor. No se nos dice cómo se llamaba este enfermo, porque de alguna forma él representa a tantas personas que en su vida también se pueden sentir sometidos a poderes extraños que arruinan su vida.

El Papa Francisco comentando este caso recordaba que: “Todos nosotros hemos tenido en nuestra vida algún encuentro con Jesús, un encuentro verdadero en el que yo sentía que Jesús me miraba. No es una experiencia sólo para santos. Y si no recordamos, será bonito hacer un poco de memoria y pedir al Señor que nos dé la memoria, porque Él se acuerda, Él recuerda el encuentro ”.

Los evangelios nos presentan experiencias que cambiaron la vida de muchas personas: la samaritana, Natanael, Andrés y Pedro, el leproso, la mujer enferma desde hacía dieciocho años…

El Señor nos busca hoy también para tener un encuentro con cada uno de nosotros. Quizá lo olvidamos, perdemos la memoria hasta el punto de preguntarnos: "Pero ¿cuándo yo me encontré con Jesús o cuándo Jesús me sanó?". Cuánto tengo que agradecer al Señor por no haberse olvidado de mí. De bien nacidos es ser agradecidos. Gracias, Señor Jesús, porque tú siempre me ayudas, son las palabras que cada día tenemos que repetir.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 2 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,22-40


Evangelio según San Lucas 2,22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.


RESONAR DE LA PALABRA

¡Fijáos en vuestra asamblea!

Las tres lecturas de este domingo tienen un mensaje común: el Evangelio no es para los poderosos, para los orgullosos, sino para los humildes, para los que se saben pequeños. Es un mensaje que contradice lo que vivimos en nuestra sociedad. De ésta recibimos exactamente el mensaje contrario: sólo siendo fuertes podremos sobrevivir. La historia parece dar razón a esta forma de pensar. Sólo los poderosos parecen haber pasado a la historia. Los débiles han sido borrados. Simplemente no existen. Los medios de comunicación no hablan de ellos. 

Pero, ¿viven realmente los poderosos? ¿Nos defienden las riquezas y las armas de lo que nos amenaza? Precisamente, la historia reciente nos demuestra lo contrario. Hemos descubierto que hasta los países más poderosos y ricos son vulnerables. Que nuestro poder no nos libra del peligro. O que más bien nos expone mucho más a él. Nuestra sociedad desarrollada, tan poderosa, en algún sentido la más poderosa de la historia, ha atraído hacia ella las envidias y los odios de muchos pueblos. Y la búsqueda obsesiva de la seguridad no ha conseguido librarnos de la amenaza. 

Jesús nos propone otra forma de vivir. Cuando proclama las bienaventuranzas, Jesús hace la más radical revolución de nuestra historia. Tan radical que nos cuesta vitalmente aceptarla. Tan radical que dos mil años de historia del cristianismo no ha logrado llevar a la práctica ese mensaje radical. Porque Jesús nos dice que los bienaventurados, los felices, los que viven bien, en el mejor sentido de la palabra, son los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los sencillos, los que siguen creyendo en la justicia, en la misericordia. 

San Pablo remacha ese mensaje, invitándonos a mirar a nuestra asamblea, a nuestra comunidad. No está formada por poderosos ni aristócratas, ni poderosos. Independientemente del dinero que tengan algunos de nosotros, por debajo de las apariencias, somos personas normales, con sentimientos, con dolores, con pobrezas. Somos vulnerables aunque a veces pretendamos aparecer como fuertes e inalcanzables. 

Entonces, ¿dónde está nuestro poder? Pues precisamente en esa debilidad reconocida y aceptada, porque sólo de ahí puede nacer la verdadera solidaridad, el amor comunitario, la caridad fraterna que nos proporcionará la verdadera seguridad. Cuando seamos capaces de amar, de ser misericordiosos sin límite, de quitarnos las corazas en que nos envolvemos, entonces viviremos auténticamente en el Reino de los Cielos. 

Para la reflexión

¿Somos capaces de mirarnos al espejo y aceptarnos como realmente somos: vulnerables y débiles? Cuándo nos relacionamos con los demás, ¿sentimos que nos tenemos que defender o nos mostramos como somos? ¿Creemos de verdad en la revolución de las bienaventuranzas?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 1 de febrero de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,35-41


Evangelio según San Marcos 4,35-41
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La historia de David y su pecado es conmovedora. Él quisiera hacer justicia en su reino, crear un pueblo feliz, evitar los abusos de los poderosos: “el que ha hecho eso es reo de muerte”, exclama con celo de buen gobernante. Pero el profeta le hace ver que “el que ha hecho eso” es precisamente él: poseyendo un gran harén, como cualquier reyezuelo oriental, se apoderó de la mujer de un vecino y a él le hizo morir.

Pero en realidad el tema central del pasaje es otro: con motivo de este suceso, Dios muestra su soberanía y su misericordia, aplicando un castigo más bien comedido: Dios no hará morir a David, “al que ha hecho eso”; se limitará a infligirle un sufrimiento pasajero y pedagógico. Y el propio David nos es presentado como un humilde penitente: “he pecado contra el Señor”. Se subraya el reconocimiento del propio pecado y la generosidad de un Dios, siempre derrochando misericordia. La tradición espiritual atribuyó a David el Sal 51, el “miserere”, suponiendo que lo habría compuesto justamente para esta situación de penitencia y arrepentimiento; allí destaca especialmente el v. 19: “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

La soberanía y la bondad de Dios se siguen manifestando por medio de la acción de Jesús. La narración evangélica de la tempestad calmada quizá tiene tras de sí varias situaciones de apuro en las múltiples travesías de Jesús con los discípulos por el lago. Pero el relato va mucho más allá en imágenes y alusiones. De Yahvé se celebraba hacía siglos: “Tú pisas el mar con tus caballos, el borbotar de las inmensas aguas” (Habacuc 3,15), “tú hendiste con fuerza el mar” (Sal 74,13), “tú acallas el estruendo de los mares” (Sal 65,8); Dios le habría ordenado: “aquí se romperá el orgullo de tus olas” (Job 38,11). La confesión de fe cristológica lleva consigo el reconocimiento de ese señorío; en la historia de Jesús y en su gloria del Resucitado se percibe la inabarcable majestad del Padre convertida en algo cercano, tangible, puesto en favor de los suyos.

La narración en su conjunto parece tomar como falsilla la leyenda edificante de Jonás, que dormía plácidamente en la bodega mientras los marineros luchaban a brazo partido con el oleaje. Sin embargo, existe una diferencia notable: los marineros pidieron a Jonás que invocase a su Dios para que viniese la bonanza (Jon 1,6), mientras que Jesús tiene autoridad propia para “increpar al viento y dar órdenes al mar” (Mc 4,39).

En este cuadro cristológico grandioso, debemos percibir también reminiscencia de las primeras experiencias pascuales: Pedro debió de encontrarse con el Resucitado en medio de faenas pesqueras (cf. Jn 21,7), escenas que luego los evangelistas proyectaron a momentos anteriores: “que yo vaya a ti sobre las aguas” (Mt 14,28). A la pregunta radical “¿pero quién es Este?” (Mc 4,41), la fe y la catequesis cristiana solo pudo y puede responder con un conjunto de imágenes y alusiones, ¡que se quedan muy cortas!

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA