lunes, 3 de junio de 2019

Meditación: Juan 16, 29-33

Tengan valor: yo he vencido al mundo.
Juan 16, 33

Carlos Lwanga (1861-1886) catequista católico de Uganda, bautizado en 1884 por San José Mukasa, comenzó a trabajar a los 20 años en la corte del rey Mwanga y por su inteligencia y porte atlético fue nombrado jefe de los pajes del rey. Consciente de que el monarca tenía el vicio de la homosexualidad, Carlos mantenía lejos de aquél a todos los pajes, lo cual disgustó al rey en gran manera.

Viendo que aumentaban los cristianos en su reino, el rey Mwanga comenzó una severa persecución para que los recién convertidos por los “padres blancos” (misioneros europeos), abandonaran su fe, y ejecutó a muchos anglicanos y católicos entre 1885 y 1887.

Los misioneros habían llegado a Uganda hacia 1880, y desde un principio censuraron el comercio de esclavos que se practicaba en el país, razón por la cual fueron expulsados en 1882, dejando una comunidad cristiana nativa totalmente desamparada.

Después de la masacre de cristianos perpetrada en 1885, el padre José Mukasa, residente en la corte, reprochó al rey por esta acción, por lo que éste lo mandó decapitar y luego encarcelar a todos sus seguidores. El joven Carlos Lwanga asumió la misión del padre Mukasa y bautizó en la cárcel a los catecúmenos Kizito, Gyavira, Mugaga y Mbaga Tuzinde el 26 de mayo de 1886.

Los 26 mártires de Uganda, con Carlos Lwanga a la cabeza, fueron canonizados por el Papa San Pablo VI, que en la liturgia de canonización expresó: “¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua y el gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Lwanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo. Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.”

En realidad, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, ya que hoy día hay en Uganda más de 13 millones de católicos.
“Señor, Dios nuestro, concédenos que el campo de tu Iglesia, fecundado por la sangre de San Carlos Lwanga y sus compañeros, siga produciendo una abundante cosecha de cristianos.”
Hechos 19, 1-8
Salmo 68 (67), 2-7

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

domingo, 2 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 16,29-33

Los discípulos le dijeron a Jesús: "Por fin hablas claro y sin parábolas.
Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios".
Jesús les respondió: "¿Ahora creen?
Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo".

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

Estamos acabando el tiempo pascual. Jesús lleva algunos días despidiéndose de sus amigos, y ha aprovechado para recordarnos quién es Él. Se nos ha presentado como Buen Pastor, puerta para las ovejas, luz, camino, amigo (no os llamo siervos, sino amigos), y se ha despedido diciendo que os conviene que Yo me vaya.

La ausencia de Jesús (acabamos de celebrar su Ascensión al cielo) seguramente desarmó a los Apóstoles. Tendrían que aprender a vivir sin Jesús, pero, por otra parte, estimula nuestro deseo de verle de nuevo. Y ese deseo nos ayuda a crecer en la fe.

Porque nuestra fe no puede ser siempre la misma. No vale la fe de los 8 años cuando tienes 28, 38 o 78. Como no vale la ropa de niño cuando somos adultos. En la primera lectura lo hemos podido ver. Hay una evolución en el conocimiento de Cristo, que tiene que notarse en nuestro compromiso. En cómo vivimos.

Si nos tomamos en serio el seguir a Cristo, seguro que tendremos problemas Con nosotros mismos, en primer lugar, y con los demás, después. Pablo estuvo tres meses dialogando con algunos, para convencerlos. Seguro que lo hizo con paz, a pesar de todo. Porque Cristo estaba con Él, y Cristo ha vencido al mundo.

Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente.

¿De modo que te has convertido a Cristo?
Sí. 
Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació? 
No lo sé. 
¿A qué edad murió? 
Tampoco lo sé. 
¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció? 
Pues no... No lo sé. 
La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo... 
Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos, mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida, no tenemos deudas, nuestro hogar es un hogar feliz, mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!

(El Canto del Pájaro p. 146. Anthony de Mello S.J. Sal Térrea. Santander 1982)

En África han muerto muchos cristianos, a lo largo de la historia. Como san Carlos Lwanga y sus compañeros. Y siguen muriendo. Tengámoslos presentes en nuestra oración.

Nuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

Meditación: Hechos 1, 1-11

Meditación: Hechos 1, 1-11

Jesús fue levantado y una nube lo envolvió y no lo volvieron a ver. (Hechos 1, 9)

Jesucristo ha ascendido a la derecha del Padre y ahora ocupa su trono en la gloria de los cielos. Tan elevada dignidad ya le correspondía por derecho propio, porque es el Hijo de Dios; pero Jesús renunció a ese derecho, y luego lo ganó de nuevo por su obediencia al Padre y por su amor a los pecadores, concretado en su propio sacrifico redentor. Por eso, habiendo cumplido su misión mesiánica a cabalidad con una entrega admirable, ascendió a las alturas.

Después de ver a Cristo ascender al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén llenos de alegría porque ahora estaban más convencidos de que su amado Señor estaba vivo y glorificado, y el corazón les ardía de alegría. Todo esto demuestra la bondad de Dios, que hace realidad nuestros sueños más profundos del modo más sorprendente, y hace que todas las cosas actúen para el bien de aquellos que depositan su confianza en Dios (Romanos 8, 28), porque del mal el Señor saca el bien, de la muerte la vida y del dolor y el sufrimiento la gloria.

Ahora, los creyentes vivimos con la esperanza de que las palabras de Jesús se hagan realidad para nosotros: “Donde yo estoy, allí estarán ustedes también.” Mientras tanto, tenemos una tarea que hacer: evangelizar, predicar la buena noticia de la salvación y ser testigos de Cristo en nuestro mundo.

“La Ascensión del Señor nos dice que, en Cristo, nuestra humanidad es elevada a las alturas de Dios; así cada vez que rezamos, la tierra se une con el cielo. Y como el incienso cuando se quema hace subir hacia lo alto el humo suave y perfumado, así cuando elevamos al Señor nuestra fervorosa oración llena de confianza a Cristo, ésta atraviesa los cielos y alcanza el Trono de Dios, y es por él escuchada y aceptada. Entonces, él no nos dará solamente lo que le pedimos, o sea la salvación, sino también lo que él ve que sea conveniente y bueno para nosotros, aún si no se lo pedimos’.” (Papa Benedicto XVI).
“Amado Señor Jesús, sabemos que hoy estás ascendido junto al Padre pero al mismo tiempo estás entre nosotros hasta el fin de los tiempos.”
Efesios 1, 17-23
Salmo 47 (46), 2-3. 6-9
Lucas 24, 46-53

fuente DEVOCIONARIO CATOLICO LA PALABRA CON NOSOTROS

Meditación: Hechos 1, 1-11

Jesús fue levantado y una nube lo envolvió y no lo volvieron a ver. (Hechos 1, 9)

Jesucristo ha ascendido a la derecha del Padre y ahora ocupa su trono en la gloria de los cielos. Tan elevada dignidad ya le correspondía por derecho propio, porque es el Hijo de Dios; pero Jesús renunció a ese derecho, y luego lo ganó de nuevo por su obediencia al Padre y por su amor a los pecadores, concretado en su propio sacrifico redentor. Por eso, habiendo cumplido su misión mesiánica a cabalidad con una entrega admirable, ascendió a las alturas.

Después de ver a Cristo ascender al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén llenos de alegría porque ahora estaban más convencidos de que su amado Señor estaba vivo y glorificado, y el corazón les ardía de alegría. Todo esto demuestra la bondad de Dios, que hace realidad nuestros sueños más profundos del modo más sorprendente, y hace que todas las cosas actúen para el bien de aquellos que depositan su confianza en Dios (Romanos 8, 28), porque del mal el Señor saca el bien, de la muerte la vida y del dolor y el sufrimiento la gloria.

Ahora, los creyentes vivimos con la esperanza de que las palabras de Jesús se hagan realidad para nosotros: “Donde yo estoy, allí estarán ustedes también.” Mientras tanto, tenemos una tarea que hacer: evangelizar, predicar la buena noticia de la salvación y ser testigos de Cristo en nuestro mundo.

“La Ascensión del Señor nos dice que, en Cristo, nuestra humanidad es elevada a las alturas de Dios; así cada vez que rezamos, la tierra se une con el cielo. Y como el incienso cuando se quema hace subir hacia lo alto el humo suave y perfumado, así cuando elevamos al Señor nuestra fervorosa oración llena de confianza a Cristo, ésta atraviesa los cielos y alcanza el Trono de Dios, y es por él escuchada y aceptada. Entonces, él no nos dará solamente lo que le pedimos, o sea la salvación, sino también lo que él ve que sea conveniente y bueno para nosotros, aún si no se lo pedimos’.” (Papa Benedicto XVI).
“Amado Señor Jesús, sabemos que hoy estás ascendido junto al Padre pero al mismo tiempo estás entre nosotros hasta el fin de los tiempos.”
Efesios 1, 17-23
Salmo 47 (46), 2-3. 6-9
Lucas 24, 46-53

fuente DEVOCIONARIO CATOLICO LA PALABRA CON NOSOTROS

sábado, 1 de junio de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,46-53

Evangelio según San Lucas 24,46-53.
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

RESONAR DE LA PALABRA

El día de la despedida

Entre la Pascua de Resurrección y la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, la Iglesia sitúa la solemnidad de la Ascensión. Es un momento más del proceso por el que pasan los discípulos después de la muerte de Jesús. Los que salieron corriendo, llenos de miedo, cuando Jesús fue detenido, juzgado y clavado en la cruz, fueron confortados por el encuentro con el Señor resucitado. Ahora, suficientemente firmes en la fe, Jesús se despide de ellos. Pero les deja una nueva promesa: la promesa del Espíritu Santo. 

La venida del Espíritu dará fuerzas a los discípulos para ser testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (primera lectura). El Espíritu será “la fuerza de lo alto” de la que se revestirán los discípulos (evangelio). Pero para que llegue el Espíritu es necesario que Jesús se vaya. Es necesario que por un tiempo los discípulos aprendan a vivir por sí solos.

Podríamos decir que esta fiesta nos habla de la pedagogía de Dios con los hombres. Jesús tomó a unos pescadores ignorantes. Los fue enseñando a lo largo de tres años. Así nos lo relatan los Evangelios. No fue suficiente. A la hora de la cruz, todos, menos Juan y unas pocas mujeres, salieron corriendo. Después, los discípulos pasaron por la experiencia de la resurrección. No les fue fácil al principio aceptar que Jesús estaba vivo. Necesitaron su tiempo. Ahora hasta aquella presencia misteriosa desaparece. Jesús les promete el Espíritu, pero por un tiempo tienen que aprender a estar solos. A tener la responsabilidad de su fe en sus manos. Hasta que llegue el Espíritu que les dará la fuerza para ser testigos del Reino. 

La fiesta de hoy nos tendría que hacer pensar en cómo vivimos nuestra fe. Deberíamos aprender a tener con nosotros y con nuestros hermanos la misma paciencia que Dios tuvo con los discípulos y que tiene con nosotros. Como los buenos libros necesitan ser leídos varias veces para apreciar todo su valor, así la fe necesita tiempo, estudio y oración para que llegue a hacerse vida en nosotros. Nuestra comunidad cristiana crecerá en la medida en que todos crezcamos también en la escucha del Señor. Como los discípulos, habrá días en que sintamos la presencia de Dios cerca de nosotros y otros en los que nos sintamos solos. Todo es parte del proceso que nos llevará a vivir en plenitud nuestra fe, a ser testigos del Reino en nuestro mundo. La fiesta de hoy nos tiene que ayudar a poner nuestra confianza en Jesús. Aunque nos parezca que estamos solos, él nos ha prometido su Espíritu. Y Jesús no falla nunca. 

Para la reflexión

¿Hemos sentido alguna vez a Dios ausente de nuestra vida? ¿Qué hemos hecho en esos momentos? ¿Confiamos en Dios y creemos que nos enviará su Espíritu? ¿Cómo damos testimonio de nuestra fe en Jesús en nuestra comunidad y en nuestra familia?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

Meditación: Juan 16, 23-28

Meditación: Juan 16, 23-28

Cuanto pidan al Padre en mi nombre,
se lo concederá.
(Juan 16, 23)

Esta es una promesa clara y específica que hizo el Señor en la Última Cena a todos sus discípulos, sin restricciones ni condiciones más que la fe. ¿Crees tú que estas palabras son ciertas? ¿No te paree que es una prueba para tu fe? Quizá uno de los obstáculos más grandes de la vida cristiana es creer que Dios escucha nuestras oraciones y nos protege, incluso cuando aparentemente no hay respuesta. En la vida espiritual hay cosas que nunca podremos explicarnos, porque somos criaturas limitadas e imperfectas, que tratan de descubrir y entender la voluntad de un Dios infinito y perfecto. Ahora, la interrogante que nos preocupa es: ¿Cómo podemos seguir teniendo una fe firme en el Señor cuando no obtenemos lo que pedimos?

Si estamos convencidos de que nuestro Padre es bondadoso, tierno y compasivo y que nos ama incondicionalmente, debemos creer también que todo lo que él nos concede es para nuestro bien. Por eso, si le pedimos al Señor lo que necesitamos, debemos hacerlo a partir de la verdad de que él es Dios. Debemos aferrarnos a esta verdad, aun cuando nos parezca que las circunstancias indican lo contrario. Lo cierto es que Dios nos escucha, conoce bien hasta los rincones más profundos de nuestro corazón y siempre responde a nuestras oraciones de una manera provechosa para nuestro bien.

En efecto, si dejamos que la vida divina crezca en nuestro ser, las peticiones que hagamos irán gradualmente adoptando una nueva dimensión. Adoptaremos “el modo de pensar de Cristo” (1 Corintios 2, 16) y le pediremos al Padre con una humildad como la de Jesús; el Espíritu Santo nos hará como niños y nos librará de los deseos egoístas y prepotentes de la naturaleza caída. Con el tiempo, empezaremos a desear lo mismo que el Padre, principalmente que el Reino de Dios se propague en la tierra.

El Señor quiere que confiemos en su sabiduría hasta en las cosas que no consideramos espirituales, como un trabajo distinto o un carro nuevo, porque él se preocupa de todos los aspectos de nuestra vida y quiere concedernos todo buen don que nos ayude a imitarlo mejor. Confiemos, pues, en Dios y aceptemos humildemente la sabiduría que él tiene para cada uno.
“Padre celestial, sé que me conoces y que jamás me abandonarás. Te pido por todas mis necesidades y por las de mis familiares y seres queridos.”
Hechos 18, 23-28
Salmo 47 (46), 2-3. 8-10

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Meditación: Juan 16, 23-28

Cuanto pidan al Padre en mi nombre,
se lo concederá.
(Juan 16, 23)

Esta es una promesa clara y específica que hizo el Señor en la Última Cena a todos sus discípulos, sin restricciones ni condiciones más que la fe. ¿Crees tú que estas palabras son ciertas? ¿No te paree que es una prueba para tu fe? Quizá uno de los obstáculos más grandes de la vida cristiana es creer que Dios escucha nuestras oraciones y nos protege, incluso cuando aparentemente no hay respuesta. En la vida espiritual hay cosas que nunca podremos explicarnos, porque somos criaturas limitadas e imperfectas, que tratan de descubrir y entender la voluntad de un Dios infinito y perfecto. Ahora, la interrogante que nos preocupa es: ¿Cómo podemos seguir teniendo una fe firme en el Señor cuando no obtenemos lo que pedimos?

Si estamos convencidos de que nuestro Padre es bondadoso, tierno y compasivo y que nos ama incondicionalmente, debemos creer también que todo lo que él nos concede es para nuestro bien. Por eso, si le pedimos al Señor lo que necesitamos, debemos hacerlo a partir de la verdad de que él es Dios. Debemos aferrarnos a esta verdad, aun cuando nos parezca que las circunstancias indican lo contrario. Lo cierto es que Dios nos escucha, conoce bien hasta los rincones más profundos de nuestro corazón y siempre responde a nuestras oraciones de una manera provechosa para nuestro bien.

En efecto, si dejamos que la vida divina crezca en nuestro ser, las peticiones que hagamos irán gradualmente adoptando una nueva dimensión. Adoptaremos “el modo de pensar de Cristo” (1 Corintios 2, 16) y le pediremos al Padre con una humildad como la de Jesús; el Espíritu Santo nos hará como niños y nos librará de los deseos egoístas y prepotentes de la naturaleza caída. Con el tiempo, empezaremos a desear lo mismo que el Padre, principalmente que el Reino de Dios se propague en la tierra.

El Señor quiere que confiemos en su sabiduría hasta en las cosas que no consideramos espirituales, como un trabajo distinto o un carro nuevo, porque él se preocupa de todos los aspectos de nuestra vida y quiere concedernos todo buen don que nos ayude a imitarlo mejor. Confiemos, pues, en Dios y aceptemos humildemente la sabiduría que él tiene para cada uno.
“Padre celestial, sé que me conoces y que jamás me abandonarás. Te pido por todas mis necesidades y por las de mis familiares y seres queridos.”
Hechos 18, 23-28
Salmo 47 (46), 2-3. 8-10

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros