martes, 28 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,7-15

 

Evangelio según San Mateo 6,7-15
Jesús dijo a sus discípulos:

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.

No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.

Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre,

que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.

Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.

No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.

Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.


RESONAR DE LA PALABRA


Me gustaría ser “palabra de Dios”, como dice Isaías hoy en la primera lectura. Me gustaría saberme “palabra suya”, nacida de su boca y de su corazón y tener así la seguridad de que no volveré a Él vacía. ¡Es tan fácil, a veces, sentir que vamos huecos por el mundo! No el vacío del pobre, del sencillo, del que sabe que nada tiene y todo le es regalado. No. El vacío de quien queda hueco, de quien no profundiza en nada, de quien pasa por la vida haciendo una lectura “por encima”, sin que quede nada dentro.

Y como vivimos, así rezamos... ¡Qué difícil es que nuestra oración sea honda y evangélica cuando pasamos temporadas de superficialidad, crítica gratuita o cerrazón en nuestras propias ideas y pensamientos! Con razón Jesús, que nos conoce bien, nos recomienda en el evangelio no usar muchas palabras al orar. Que es tanto como invitarnos a que nuestra vida y nuestra oración se acompañen mutuamente, se hagan una sola cosa y, así, no volvamos a Dios vacíos, huecos...

No hace falta inventar nada. Sólo decid: “Padrenuestro...” Es la oración de todos los cristianos. Es la oración de la sencillez que, quizá, a fuerza de tanto repetirla mecánicamente, la hemos vuelto hueca y vacía. Decía Simone Weil que “el Padrenuestro es a la oración lo que Cristo es a la humanidad. No cabe pronunciarla con atención plena en cada palabra sin que un cambio, quizás infinitesimal pero real, se opere en el alma”. Ojalá sea cierto. Ojalá Dios nos conceda la gracia de no pasar por la vida y por Él huecos.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 27 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 25,31-46

 

Evangelio según San Mateo 25,31-46
Jesús dijo a sus discípulos:

"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.

Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,

porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;

desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.

Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.

Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.

Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,

porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;

estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.

Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.

Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.

Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".


RESONAR DE LA PALABRA


Tenemos recién estrenada la Cuaresma. Hemos comenzado a caminar por esta Primera Semana y ya la Palabra de Dios se torna sumamente exigente... ¿o no? El Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto fue ayer el pórtico de entrada y, apenas lo hemos pasado, se nos proclama Mt 25, el llamado “juicio escatológico” por algunos.

¿Empezar la semana con un juicio? No, gracias, Señor... ¿podrías ir un poco más despacio? Es que es lunes y se hace muy cuesta arriba...

Y el Señor me mira, y pacientemente, vuelve a leerme la primera lectura del Levítico. Son muchos “noes”: no profanes, no explotes, no maldigas, no mientas, no critiques, no entorpezcas... En todos esos “noes” me puedo reconocer. Pero casi me pasa desapercibida otra frase que se mezcla entre ellos y se repite hasta 5 veces: “yo soy el Señor”. Como bocanadas de aire fresco entre tanta recomendación. Y es entonces, cuando veo con más luz el Evangelio de hoy: la verdad de nuestra fe y de nuestra relación con Dios se confirma en la verdad de nuestras actitudes y modos de andar por la vida, de relacionarnos con los demás. El prójimo no es la otra cara de la moneda de Dios. Es Dios mismo. Y al revés. No porque sean lo mismo, sino porque Dios ha querido unirse con la humanidad en Cristo y eso ya no tiene vuelta de hoja jamás. Por su encarnación, por su voluntad, somos “la carne de Dios”, si se permite la expresión. Tú, yo, los que nos caen mal, los que querrían vernos tropezar, los que nos quieren más que nosotros mismos... y, sobre todo, los más pequeños y pobres son ese lugar privilegiado e inequívoco donde amar, acariciar y esperar al Dios de nuestra vida. Lo sepamos o no, lo que hicimos o dejamos de hacer con ellos, con Él lo hicimos o lo dejamos de hacer... Así de simple.

Nuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 26 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 4,1-11

 

Evangelio según San Mateo 4,1-11
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.

Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.

Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".

Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo,

diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,

y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".

Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.


RESONAR DE LA PALABRA


LAS TENTACIONES DE NUESTROS DESIERTOS

La Cuaresma es el tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones con Dios y con los demás; para abrirnos en el silencio a la oración y a salir del baluarte de nuestro yo cerrado; para romper las cadenas del individualismo y del aislamiento y redescubrir, a través del encuentro y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volver a aprender a amarlo como hermano. (Papa Francisco '23)


TIEMPO DE DESIERTO

Podríamos decir con nuestro lenguaje de hoy que Jesús se toma tiempo para un retiro, para unos ejercicios espirituales.
El desierto en la cultura judía está lleno de resonancias y recuerdos. Es el lugar físico en el que un numeroso grupo de esclavos, de hombres deshumanizados, desenraizados, aprenden a caminar con otros, aprenden a ser Pueblo unido, y aprenden la libertad. Y especialmente aprenden a conocer, aceptar y fiarse de Dios. Tiempo, sudor y lágrimas les costó.
Pero además de ser un lugar físico, es también una situación vital, de encuentro consigo mismo, de revisar y reorientar la vida. Es un tiempo para discernir, para tomar decisiones, para preguntarse hacia dónde camino y con quién. Y en este «con quién» habría que incluir a las personas, a la comunidad creyente y al mismo Dios: ¿Qué pintan realmente en mi vida?
También el desierto puede ser ese «lugar» en el que a veces nos pone la vida. Cualquiera de nosotros podría describir momentos vitales en que se ha encontrado con el corazón hecho un desierto, donde parece que nada vivo puede surgir, donde se han resecado los mejores sentimientos, donde el sol de la vida lo ha dejado todo bastante seco y agrietado.
Son momentos de desierto esas ocasiones en que hay que tomar grandes decisiones sobre la propia vida, y donde, a la hora de la verdad, siempre estamos solos, porque nadie puede ni debe tomar las decisiones en nuestro lugar, y el riesgo, en definitiva, lo asumo yo.

 Es también un desierto el estado de ánimo que nos queda cuando alguien muy querido para nosotros deja de estar a nuestro lado, porque la vida lo lleva a otro lado, porque hubo un malentendido, o porque su vida se apagó para siempre.

Puede ser tiempo de desierto ese día en que hacemos silencio en nuestro interior, y nos preguntamos qué estamos haciendo, qué hemos hecho, cómo estamos viviendo... y nos da la sensación de que nos hemos equivocado grandemente, y a lo mejor no sabemos decir dónde estuvo el error, o cómo corregirlo.
Y es tiempo de desierto cuando nos sentimos tremendamente solos al asumir alguna responsabilidad, algunas decisiones, algunas opciones, que otros no comparten, o ni siquiera entienden, o que desconocen.
Como también podemos hablar de de desierto cuando el resultado de nuestros trabajos no se corresponde con el esfuerzo hecho. Cuando esa ilusión que acariciábamos se nos escapa de las manos. O cuando comprobamos que nuestros mejores amigos no lo son tanto, o que, a pesar de estar rodeados de muchísima gente estamos bastante solos. O cuando la paz familiar se fracturó dolorosamente...
Con estas pistas ya podemos poner contexto al Evangelio de hoy. Nos ha dicho el Papa en su mensaje de este año: En este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida. Debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado. Un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración.
Por tanto vayamos al desierto con el Señor. O contemos con el Señor en nuestro desierto personal y eclesial actuales.

LLEGA EL TENTADOR

Cuando todo va estupendamente en mi vida, cuando mis relaciones personales son satisfactorias, mi salud no me da sustos, mi trabajo es aceptable, mis dineros son suficientes, las condiciones sociales, económicas y políticas no son especialmente duras ... pues no hace falta calentarse mucho la cabeza, ni plantearse decisiones difíciles, ni tienen mucho espacio las tentaciones.
Pero aún en tiempos buenos, aunque nuestra vida sea un «jardín de Edén» (primera lectura), tarde o temprano se presenta el Tentador. Y lo hace especialmente en los momentos más difíciles, porque pronto supo que cuando las cosas se ponen negras y andamos debilitados por el cansancio del camino y de la vida, por la confusión y la falta de claridad, o por la falta de reflexión... es cuando viene con sus diabluras, porque más fácilmente caemos en tentación,

 «Tentador» o «diablo», son los dos nombres que usa el evangelista, sin darnos ningún otro dato sobre este personaje. Solo sus intenciones y sus métodos. Pero suficiente para poder reconocerlo y hacerle frente.
El relato del Génesis nos lo pinta bajo la figura de una serpiente, pero tiene múltiples disfraces y recursos para confundirnos (para Jesús, su querido amigo Pedro, fue instrumento de Satanás). Su objetivo siempre es el mismo: que no seamos lo que debemos ser. Que nos apartemos de la misión que Dios nos ha encomendado. Que no aceptemos nuestra condición limitada como criaturas, y nos creamos más listos que Dios. Que los infinitos recursos que Él pone a nuestro servicio se transformen en medios para dividir y enfrentar (contra la pareja, contra la creación, contra Dios mismo), dañar, destruir, crear conflictos, jugar con nuestros deseos de modo que sean ellos nuestro criterio de vida, y no discernimiento entre el bien y el mal. En definitiva su estrategia y su objetivo es: apartarnos del bien.

LAS TENTACIONES

Las tentaciones que acechan a todo hombre pueden resumirse en TRES: tanto las que sufrió Israel como Pueblo cuando anduvo errante por el desierto, como las de Jesús a lo largo toda de su vida y en diversos momentos, como las de la Iglesia misma (en esta etapa sinodal se presentan no pocas tentaciones para no avanzar e incluso dar marcha atrás), como las de cada uno de nosotros.

+ La primera es hacernos dudar de lo que realmente somos: hijos de Dios, imágenes suyas, instrumentos de Dios para hacer el bien: «si eres hijo de Dios...», es el estribillo que acompaña a cada una: convierte estas piedras en panes, bájate de la cruz, usa tus talentos y recursos solo para ti mismo, para satisfacer tu hambre, tus necesidades. En definitiva se llama egoísmo y se llama olvidar quién soy realmente y de dónde (de Quién) vengo. Esto me ocurre fácilmente cuando dejo fuera de mi vida su Palabra. Precisamente es la Palabra de lo que se sirve Jesús para rechazar cada tentación.

 + La segunda es pretender que Dios se ponga a mi servicio, usar a Dios para mis intereses, ponerle a prueba para que me resuelva mis problemas. Es una tentación muy sutil. Precisamente segundo mandamiento se refiere a ello: «usar el nombre de Dios en vano», que Dios bendiga lo que nada tiene que ver con Él, exigirle que intervenga en mi favor. Esperar que las soluciones a mis problemas vengan de fuera, de otros. Es acercarme a la oración para darle instrucciones a Dios de lo que me interesa y conviene que haga... en vez de preguntarme en su presencia lo que tengo que hacer para no tropezar y caer, cuál es su voluntad.

+ Y la tercera vendría a ser la ambición desmedida, «todo esto te daré»... Claro, siempre queremos más, siempre queremos lo mejor, nunca estamos satisfechos con lo ya conseguido, queremos triunfar, que nos admiren a cualquier precio... y por ese camino terminamos postrados a los pies de los señores de este mundo: el beneficio, la imagen, el prestigio, el consumismo depredador de la naturaleza y de los más pobres, el usar del otro para mi ventaja, etc.

En tiempo de desierto (Cuaresma) debemos estar atentos a estas tentaciones, revestidas quizá con otros ropajes, pero siempre las mismas, para plantarles cara y vencerlas.
El Papa nos ha subrayado en su mensaje que el camino cuaresmal tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Y que a Jesús hemos de seguirlo juntos, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje.

No me alargo más. Al comienzo de esta Cuaresma: si te pilla en medio de algún desierto... este Evangelio es una oportuna ayuda para discernir lo que Dios quiere de ti, y cuáles son las tentaciones que te acechan. Si no estás ahora en momento de desierto... es la ocasión mejor para hacer unos ejercicios espirituales de 40 días... revisando tu vida para poder responder más y mejor a la misión que Dios ha querido encomendarte, aunque tengas que hacerlos en medio de tu vida cotidiana.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 25 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 5,27-32

 

Evangelio según San Lucas 5,27-32
Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme".

El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.

Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?".

Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.

Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Otra vez Jesús escandalizando. La novedad radical de su mensaje sobre Dios y la Salvación del hombre le llevaba a romper continuamente con las estructuras y costumbres de la religión judía de su tiempo. Se acercaba a los que más sufrían; enfermos, pecadores, publicanos, prostitutas eran sus preferidos; con ellos compartía la vida, a ellos ofrecía la curación y el perdón, a ellos llamaba a la conversión, a ellos invitaba a seguirle. Y con ellos –el colmo de los colmos–, se sentaba a comer. Compartir la misma mesa para los judíos es el mayor gesto de amistad y acogida que se puede tener con alguien: es símbolo de que se quiere compartir todo, hasta la propia suerte y destino, con aquellos con quienes se comparte el pan y el vino. También nosotros, pecadores como aquellos, nos acercamos invitados por Jesús a compartir el Banquete de la Eucaristía: en él, el Señor nos declara su amistad, se encuentra con nosotros, nos entrega su vida y nosotros recibimos su perdón, su Palabra, su Amor, la Vida Nueva.

Ante aquel espectáculo de fiesta y comida compartida con pecadores indignos, vuelven de nuevo a la carga los judíos observantes: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”. No conseguían entenderlo: si realmente Jesús venía de parte de Dios tendría que sentarse a la mesa con los puros y perfectos, como ellos. No comprendían que también ellos, quizás más que nadie, eran pecadores necesitados del amor y el perdón de Dios. La respuesta de Jesús no se hace esperar: Él ha venido a sanar y salvar corazones y vidas; Él ha venido para atender precisamente a los pecadores, a los que necesitan la Salvación de Dios. El problema de aquellos escribas y fariseos era el no querer reconocer que también ellos eran pecadores, necesitados por tanto del amor salvador que Jesús había venido a traer. Pero no eran conscientes de ello: se creían justos. Y así, Jesús no podía hacer nada por ellos.

Líbrenos Dios de esa terrible ceguera que nos impide ver que no somos mejores que nadie, que el pecado mancha también nuestro corazón, y que necesitamos como el que más que Jesús nos mire, nos perdone, nos ame, nos sane, nos libere, nos salve. ¡Qué inmensa felicidad cuando te das cuenta de que a pesar de no ser digno Él te invita a la mesa, te regala su vida, te perdona, te ama, transforma y convierte tu corazón y te llama a seguirle!

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 24 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,14-15

 

Evangelio según San Mateo 9,14-15
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".

Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Hoy le toca el turno al ayuno. De las tres propuestas que la Palabra de Dios nos hacía para vivir con intensidad la Cuaresma, nos centramos este primer viernes de Cuaresma en ésta. Podríamos generalizar un poco y aplicar lo que las lecturas nos dicen al esfuerzo ascético, a los sacrificios. El Evangelio recoge la queja que los judíos “observantes” plantearon a Jesús. Al parecer, sus discípulos no hacían ayuno, lo que les convertía en sospechosos de ser poco observantes para los fariseos y judíos cumplidores de la Ley. Hoy, igual que entonces, a veces juzgamos a otros sólo por las apariencias. Jesús, que siempre mira el corazón, sabía bien de las renuncias y sacrificios que aquellos discípulos habían hecho por seguirle. Lo habían dejado todo por Él y por su causa, el amor, en especial a los que más sufrían. Ese es el verdadero sacrificio que Dios quiere: la entrega de nuestra vida por Jesús y por su causa. Por eso, ¿qué importancia podía tener para ellos el ayuno, cuando habían dejado ya todo por amor a Jesús?: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. El ayuno cristiano sólo tiene sentido si se hace por amor: como un gesto de amor que te une a Jesús en la Cruz, dando su vida por todos; y como un gesto de amor que te une a tantos crucificados de hoy en cuyos sufrimientos Cristo sigue padeciendo y muriendo.

¿No tienen valor entonces la ascesis, el sacrificio, el ayuno? Claro que lo tienen, pero sólo si son expresión de amor. Sólo si nacen del amor y nos llevan a amar más. Pobres de nosotros sí nos empeñamos en sacrificarnos sólo porque nos lo mandan así (porque lo manda la ley), o porque así voy a ser “mejor” que otros. “El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne”. Sólo cuando van unidos al amor el sufrimiento, la renuncia o el sacrificio tienen sentido: cuando nacen de tu amor a los que más sufren, a quienes quieres entregar tu vida, y de tu amor a Aquél que entregó la suya en la Cruz para salvarnos. Así, tu sacrificio, que nace del amor, se convertirá en energía y fuerza que te impulsará a amar cada vez más. Y esto se aplica a todo en el campo de la ascesis: desde el pequeño sacrificio del ayuno de un viernes o de dejar de fumar (sacrificio no tan pequeño, por cierto, que mucho es lo que cuesta) hasta la entrega completa de toda tu vida.

Cuando decidas a qué renuncias en esta Cuaresma como gesto de sacrificio, o qué pequeños o grandes sufrimientos que ya te está dando la vida vas a asumir y aceptar con buena cara, plantéate sobre todo hacerlo por amor a Jesús y por amor a los que más sufren. Que sea un medio para amar más. Ese es “el ayuno que Dios quiere”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 23 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,22-25

 

Evangelio según San Lucas 9,22-25
Jesús dijo a sus discípulos:

"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.

Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Acabamos de comenzar la Cuaresma. Ayer mismo recibíamos la ceniza y nos recordaban la llamada de Jesús: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Y nada más comenzar, a través de sus palabras, descubrimos que la Cuaresma es acompañar al Señor en el camino hacia la Cruz. Le acompañamos, como los discípulos, camino de Jerusalén, donde “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Nos cuesta comprenderlo y más aún llevarlo a nuestra vida, pero su camino es el de la entrega por amor hasta el final, hasta dar la vida en la Cruz. Nos mostró el camino yendo por delante de nosotros, como Buen Pastor: negándose a sí mismo, aceptando su Cruz, dando la vida por amor. Y al final del camino, esperándole, la Resurrección y la Vida.

A sus seguidores, a quienes creemos en Él, nos invita a vivir como Él vivió. No hay otro camino. “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Seguirle es entregar la propia vida, es olvidarse de sí mismo, hasta la cruz; en definitiva es amar, amar de verdad, como Él amó. Y en clave de amor es como se entiende la radicalidad del texto evangélico de hoy: el que encerrado en sí mismo, con los ojos y el corazón puestos en su propio ombligo, quiera salvar su vida, la perderá; el que, olvidándose de sí mismo y rompiendo con su yo egoísta, pierda su vida por amor a Jesús y a los hermanos, ese la salvará. No se puede ser más claro.

Iniciamos el camino siguiendo a Jesús por los caminos que conducen al Calvario. ¿Qué vas a hacer para negarte a ti mismo, perder tu vida por la causa de Jesús, abrazar tu cruz, por amar como Él nos enseñó, por seguirle? Empieza con pequeñas cosas, con pequeños gestos, con pequeñas entregas. Del Evangelio de ayer podemos sacar pistas de por dónde empezar: Oración, limosna y ayuno. Intensifica tu encuentro con el Señor en la oración y los sacramentos, haz gestos concretos de ayuda a quien más lo necesite, haz algún pequeño sacrificio, … Poco a poco. Quizás así esta Cuaresma sea distinta de otras que ya has vivido. Y cuando llegue la Pascua de Resurrección sentirás entonces estallar de alegría tu corazón con la Vida Nueva que el Resucitado te regala. Adelante… Él te llama… Él te ayudará a hacerlo. No tengas miedo.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 22 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18

 

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18
Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,

para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,

para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Miércoles de Ceniza: comienza la Cuaresma. Escuchamos la llamada de Dios a la conversión. Una llamada que Jesús concreta en el Evangelio de hoy en la limosna, la oración y el ayuno. Formaba parte del núcleo de la predicación de Jesús, y lo repetía doquiera que fuera y a todos los que se encontraba: “El Reino está cerca: convertíos y creed la Buena Noticia”. La llamada de Jesús parte de un anuncio, de una alegre noticia: el Reino está cerca de vosotros. En Él se personifica y con Él comienza, extendiéndose como la levadura a través de los que le sigan hasta fermentar toda la masa. No se puede entender la llamada a la conversión que el Señor nos lanza sin haber sido tocado primero por esa gran noticia de la presencia del Reino que se inicia con Jesús. Por eso, lo primero es descubrir en Jesús el Amor inmenso del Padre y su Plan de Salvación, que comienza con Él. Sólo el que se deje inflamar por el Amor de Dios en Cristo Jesús podrá iniciar un verdadero camino de conversión. Por eso, nuestro primer esfuerzo cuaresmal necesariamente ha de ser el de la oración: el encuentro personal con el Señor en los Sacramentos, en la Liturgia y en la oración personal y comunitaria. Eso sí, vividos no como pura rutina, ni para aparentar, ni como un mero esfuerzo narcisista de voluntad, sino desde el corazón, con la humildad del que se abre para dejarse hacer por el Espíritu de Dios.

Y entonces sí, cuando nos dejamos hacer por Él, nuestro corazón se vuelve a Dios, se “con-vierte” a Él. La Cuaresma es la gran oportunidad que la Iglesia nos ofrece para convertir realmente nuestro corazón a Dios. Y esto es algo que sólo Dios mismo puede hacer en nosotros si nos dejamos transformar por Él. La conversión es un don de Dios, que hay que pedir insistentemente, con “determinada determinación”. Lo único que nosotros podemos hacer es dejarnos transformar por el Espíritu, cooperando con la gracia y quitando obstáculos a su acción, especialmente los que nacen de nuestro yo egoísta y volcado sobre sí mismo. Y aquí encuentran su verdadero sentido las otras dos propuestas penitenciales de la Cuaresma: la limosna y el ayuno. La renuncia a uno mismo se verifica y realiza en actos concretos: en actos de entrega por amor a quiénes más te necesiten, en renuncias a caprichos por ofrecer una ayuda económica a los más pobres, en pequeños sacrificios, como el ayuno, con los que negarte un poco a ti mismo para amar más a Dios y al hermano.

Y cuidado, que todo nazca del corazón y todo sea por amor y para amar. Que no sea por orgullo, por sentirme mejor que otros, por aparentar, o por mero cumplimiento de leyes y normas. Nuestro yo egoísta estaría volviendo a la carga sin dejar sitio a Dios y sin dejarle convertirnos de verdad.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

martes, 21 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 9,30-37

 

Evangelio según San Marcos 9,30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,

porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".

Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".

Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Continúa el movimiento imparable hacia Jerusalén. Jesús y sus discípulos atraviesan Galilea, el lugar de la primera llamada, del primer amor, allí donde Jesús les salió al encuentro y les propuso estar con Él para hacerles partícipes del proyecto del Reino. En un lugar geográfico especial, cargado de significado para los discípulos, Jesús continúa forjando el corazón de sus seguidores en una clara relación de intimidad (no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos). En el camino de la vida les hace el segundo anuncio de su Pasión. La reacción, la esperada, una vez más la incomprensión y el miedo. ¿Quién puede entender que Dios se atreva a entregar en nuestras manos al Hijo del Hombre aún a sabiendas de lo que íbamos a hacer con Él? ¡Es tan humana la reacción de los discípulos! Es la nuestra. Las palabras del libro del Eclesiástico vuelven a ser bálsamo para nuestro frágil corazón: Hijo, prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, no te angusties… pégate a él y no te separes… confiad en él… amadlo y vuestros corazones se llenarán de luz.

Sin embargo, el dramatismo de la situación se agudiza aún más. Los discípulos son incapaces de conectar con el drama que Jesús estaba sufriendo y, acto seguido de su confesión, no tienen otra cosa mejor que hacer que ponerse a discutir sobre quién era el más importante.

Así somos de insensibles y desconcertantes. O tal vez es que el miedo y la incomprensión eran demasiado grandes para reaccionar de otra manera.

Y de nuevo la paciencia de Jesús que se sienta, otra vez en la intimidad de la casa, que llama de nuevo a los Doce para recordarles que la elección ha sido incondicional y gratuita, y explicarles de nuevo quién es realmente el primero en su Reino. Aún seguimos sin entender.

Te sugiero que leas el Oficio de Lectura del santo que hoy nos propone la liturgia: san Pedro Damiani. Termino haciendo míos para ti sus deseos: Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la alegría, en tu boca la acción de gracias.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 20 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 9,14-29

 

Evangelio según San Marcos 9,14-29
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas.

En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.

El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?".

Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo.

Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".

"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo".

Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.

Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió,

y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos".

"¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree".

Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe".

Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más".

El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto".

Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie.

Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".

El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Nos encontramos ya en la segunda parte del Evangelio de Marcos donde, al ritmo de las tres predicciones de la Pasión, se nos va desvelando el verdadero rostro de Jesús, rostro que quedará definitivamente revelado en la Cruz y reconocido explícitamente en la profesión de fe de un personaje menor y pagano, el centurión romano: ¡Verdaderamente éste era HIJO de DIOS! Llegar a este reconocimiento y a esta profesión de fe es el hilo de oro que recorre todo el Evangelio marcano.

El sábado pasado nos dejamos a los discípulos más íntimos de Jesús en el Monte Tabor donde, después del primer anuncio de la Pasión que los había sumido en el desconcierto, la voz del Padre les revela la verdadera identidad de Jesús: Éste es mi HIJO, el amado; escuchadlo.

Al comienzo de esta VII Semana del Tiempo Ordinario tal vez podríamos preguntarnos: ¿Cómo vamos haciendo este camino con Jesús? ¿Vamos adentrándonos en el conocimiento interno de Cristo, nuestro Señor?

Jesús es parte esencial implicada en este proceso. Es más, sabemos que pacientemente acompaña nuestros torpes pasos en la vida de fe. Es elocuente el dinamismo en el que Jesús introduce a sus discípulos. Lo podremos disfrutar a lo largo de toda la semana. Se trata de un signo distintivo del Evangelio de Marcos, en el que Jesús modela el corazón de sus discípulos en dos circunstancias espacio-temporales: el camino y la casa, el movimiento y la quietud. Jesús recorre con nosotros los vericuetos de nuestra vida cotidiana, poniéndonos, cada amanecer, en una actitud de salida continua para situarnos en el corazón de la existencia humana, allí donde le gusta revelarse misteriosamente, tan misteriosamente que tiene que recurrir a la intimidad de la casa para explicarnos lo que somos incapaces de entender por nosotros mismos. Y allí, en la intimidad de la casa, a solas con Él, poder preguntarle todas nuestras dudas… dejar en Él todos nuestros fracasos, todos nuestros sueños… ¡Cuánta paciencia! ¡Cuánta ternura!

Y es que, como dice el sabio autor del libro del Eclesiástico, toda sabiduría viene del Señor…la fuente de la Sabiduría es la Palabra de Dios que, en el tiempo culminante, se hizo carne para explicarnos en palabras y en gestos humanos que todo es posible para el que tiene fe. Esta frase que sale de labios de Jesús es el corazón del Evangelio de Marcos. Y… ¡qué necesidad tenemos de creérnosla! Quizás tengamos que suplicar, y no de cualquier forma, sino como el protagonista del Evangelio de hoy, gritando: ¡creo pero ayuda mi falta de fe! Puede ser que, en ocasiones, también nosotros nos sintamos amordazados por un espíritu mudo y sordo que no nos dejar hablar…Tenemos a nuestro alrededor demasiados hermanos vapuleados por espíritus inmundos que les impiden estar en pie de acuerdo a su condición preciosa de hijos de Dios.

Las palabras que Jesús dirige a sus discípulos son durísimas: ¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Menos mal que sabemos de su paciencia siempre inquebrantable.

Después de una jornada tan intensa no es difícil imaginar la necesidad que tendrían los discípulos de entrar en casa a solas con Jesús. ¡Qué regalo! Ojalá, nosotros sepamos disfrutarlo.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

domingo, 19 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,38-48

 


Evangelio según San Mateo 5,38-48
Jesús, dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.

Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;

y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.

Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;

así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?

Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


RESONAR DE LA PALABRA


VENCED A VUESTROS ENEMIGOS... AMANDO

 Dicen que el culmen del mensaje evangélico está recogido en estas palabras: «amad a vuestros enemigos...para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». Sería lo más difícil que se puede pedir al hombre.
La palabra «enemigo» es una palabra fuerte, y seguramente la usemos pocas veces referida a alguien concreto. No pocos dirían tranquilamente: «Yo no tengo enemigos». Aunque los últimos tiempos destacan por la costumbre de buscar culpables y enemigos de todo por todas partes, especialmente desde el mundo de la política (naciones, partidos...), pero no sólo.
Quizá nos resulte útil para comprender el reto que nos plantea Jesús en estos versículos del Sermón de la Montaña el darnos cuenta de quiénes pueden ser considerados «enemigos»... aunque no nos refiramos a ellos con esta palabra, para darnos cuenta con quiénes y en qué se tiene que notar que somos hijos de nuestro Padre celestial.

Ciertamente un enemigo es alguien que no nos quiere bien, que nos rechaza, que busca hacernos daño, que nos tiene declarada la guerra, que nos hace sentirnos incómodos en su presencia, que están en contra de nosotros, que nos han provocado algún tipo de heridas.
 Sin entrar en descripciones, y de manera breve, podríamos enumerar a los que nos hacen sentir incómodos, mal: El otro, es decir, el que tiene distinto carácter, criterios, ideas, intenciones... y procura imponerlas; el adversario, que me hace la competencia en mi trabajo o entre los amigos, que se sitúa en el otro bando, que me lleva por sistema la contraria, que intenta ponerse por encima, salirse con la suya; el pesado que me quita tiempo, que me repite las cosas ochenta veces, que es inoportuno, que quiere vencerme o humillarme... me cansa, me aburre, me agota; el chismoso que va haciendo comentarios a mis espaldas, que me desprestigia, me critica, y me pone verde; el hipócrita que tiene varias caras y ocultas intenciones; el antipático, el que me cae mal y es «borde» conmigo; el arrogante, el aprovechado, el celoso, el que me la ha jugado, el que me ha dejado «colgado» cuando más lo necesitaba, aquel que tiene posturas, decisiones, opciones que están totalmente en contra de mis más profundas convicciones y creencias...
A todos estos, en distintos grados, nos resulta muy difícil amarlos. Preferimos evitarlos, que no anden por medio, que estén cuanto más lejos mejor. Pero SI andan cerca, nos sale muy espontáneamente el tratarlos -como poco-, de forma desagradable, poco amable. Nos salen espontáneamente palabras, actitudes, gestos violentos...
Y qué decir de los asesinos, de los terroristas, de los violadores y abusadores, de la gente sin escrúpulos que arruina la vida de otros, de los traficantes de drogas o de armas, o....
El caso es que -quizá sin darnos mucha cuenta-, les estamos damos «poder» sobre nosotros, les «permitimos» que nos hagan sentir mal, nos llenamos de su basura, que decidan cuál debe ser nuestro estado de ánimo, actitudes, comportamientos... Y entramos en una espiral de violencia, reproches... que no termina nunca, y que hace que todo vaya peor. Y nos hace daño sobre todo a nosotros mismos: la ira, el rencor, la venganza, las ganas de revancha...

Hace no sé cuánto tiempo, en una de tantas guerras, unos soldados fueron hechos prisioneros por las tropas enemigas. Los soldados pasaron años en una celda minúscula, donde apenas tenían espacio para caminar. Durante esos años, se hicieron grandes amigos, hablaban a menudo de sus familias y se apoyaban mutuamente para sobrevivir.
Cada cierto tiempo, uno de los guardias los sacaba de la celda y llevaba a una sala de interrogatorios, en la cual a veces recurrían a métodos poco convencionales, para intentar que revelaran información relevante.
Los soldados jamás confesaron, pero fueron unos años infernales, entre burlas y humillaciones. Aquel guardia era su peor pesadilla.
Un buen día, la guerra entre ambos países terminó y fueron liberados. Los dos soldados se dieron un gran abrazo de despedida y cada quien tomó su rumbo.
Al cabo de diez años, los soldados volvieron a encontrarse. A uno se le veía visiblemente recuperado, casi feliz. Los dos hombres se pusieron al corriente de sus vidas.
Y , lógicamente, al rememorar los años que habían pasado juntos en cautividad, uno de ellos preguntó al otro:
- ¿Has perdonado a aquel guardia?
- Sí, me ha costado, pero finalmente he logrado pasar página.
- Yo no he podido, sigo guardándole rencor. ¡Lo odiaré mientras viva!
- Entonces aún te tiene prisionero – se limitó a responder con tristeza su compañero.

Jesús nos dice que tenemos que amarlos y rezar por ellos. Y nos pone por delante su propio ejemplo: Al apóstol que lo ha vendido, cuando le besa/traiciona en el Huerto, todavía le llama «amigo». Aún más «fuerte»: Desde la cruz, a los soldados que le clavan, insultan, que se burlan... los perdona y ¡los disculpa!: «No saben que lo que hacen».
Esta manera de reaccionar de Jesús, no tiene justificación desde planteamientos, razonamientos y esfuerzos humanos. Sólo si anda Dios por medio se puede entender que un ser humano sea capaz de amar y disculpar a quien le traiciona y le mata. Por eso rezamos por ellos, para que la "oración" que elevamos al cielo, nos una con el Señor, purifique nuestra mente y corazón de pensamientos y sentimientos dictados por la lógica de este mundo y nos permita ver al malvado con los ojos de Dios, que no tiene enemigos. Habrá que contar, por tanto, mucho, muchísimo, con la ayuda del Dios de la misericordia.
 No es, por tanto, compatible ni aceptable desde el mensaje de Jesús amar sólo a los nuestros, a los de nuestro pueblo, grupo afín (nada de xenofobias, homofobias ni loquesea-fobias), etc. Ni podemos dejar de amar al criminal o al que sea pecador según nuestras leyes morales y religiosas, o al distinto. Otra cosa distinta es la justicia civil o legal, que tendrá que actuar debidamente ante el mal o crimen cometido. Aquí Jesús se está dirigiendo y refierendo a nuestra actitud personal como discípulos suyos. Y ese «amar a los enemigos» no supone que sintamos por ellos algún cariño o les invitemos a cenar a casa, ni nos olvidemos del daño que hayan podido hacernos... porque no somos «dueños» de lo que sentimos... aunque procuremos controlarlo.

También me parece oportuno recordar que las palabras sobre el "poner la otra mejilla" no deben interpretarse como una invitación a dejarse humillar, a que otros se aprovechen de su «poder», a la pasividad ante quien nos agrede, o «aguantarnos». En la cultura judía, un revés, cachete o bofetón que se inflige con el reverso de la mano suponía llamarle blasfemo, insultarle en su honor, humillar o injuriar a quien lo recibe: era un desprecio grave hacia esa persona. Y en el contexto de las bienaventuranzas en que nos encontramos cabe entenderlo en relación al «cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa...». No hagáis frente ni renunciéis a vuestros principios y no devolváis mal. Así hizo Jesús cuando le abofeteaban en su juicio antes de la Pasión.

Hace pocos días los Claretianos recordábamos a nuestros mártires, entre ellos al Seminario mártir de Barbastro. Me parece que su testimonio es la mejor explicación de lo que he venido diciendo:

«Muero contento. Me tengo por feliz como los Apóstoles, porque el Señor ha permitido que pueda sufrir algo por su amor antes de morir. Espero confiadamente que Jesús y el Corazón de María me llevarán pronto al cielo. Perdono de todo corazón a los que nos injurian, persiguen y quieren matarnos, y puedo decir con Jesucristo, moribundo en la cruz, al Eterno Padre: Padre, perdónalos, porque realmente no saben lo que hacen; los ciegan sus dirigentes y el odio que nos tienen. Si supieran lo que hacen, ciertamente no lo harían. Ya hemos rogado todos por su conversión todos los días, al menos nosotros dos. Yo les tengo verdadera compasión y desde el cielo espero conseguir que Dios Nuestro Señor les abra los ojos para que vean la verdad de las cosas y se conviertan. Francamente, no tengo ninguna dificultad en perdonarles ¡Si supieran que me están haciendo el mayor bien, a pesar del odio que me tienen!» (Esteban Casadevall).

Y después de esto, no me atrevo a decir nada más. Que me falta muchísimo para alcanzar las metas del maestro... pero al menos sé lo que me está pidiendo.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 16 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,27-33

 

Evangelio según San Marcos 8,27-33
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".

Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas".

"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías".

Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;

y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.

Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Pedro respondió acertadamente: "Tú eres el Mesías". Pero ni él ni sus compañeros sabían cabalmente qué quería decir eso de ser el Mesías; por ello Jesús se esfuerza en enseñarles "con toda claridad" de qué se trata su mesianismo (Mc 8,32). Pedro sabía que Jesús era “el Cristo”, lo cual implicaba reconocer que Jesús tenía un poder sobrenatural, un sentido de misión divina y una unión especial con Dios. Posiblemente hasta allí llegaba el entendimiento del apóstol, pero aún no se imaginaba que todo terminaría en la cruz.

Jesús clarifica a Pedro, y al resto de los discípulos, que su mesianismo es diferente al que esperaban. El mesianismo de Jesús estará marcado por el sufrimiento hasta la muerte en cruz. Esta idea de mesianismo que plantea se sale de la lógica de aquel momento histórico. Esa claridad sobre el camino del dolor como vía de redención ofusca los ojos de Pedro el entusiasta, quien, como si se tratara de un acto de caridad, reprende a Jesús a solas. Jesús corrige en público a Pedro seguramente porque entendía que, aunque Pedro hubiera tomado la iniciativa, sus ideas no eran sólo suyas sino que las compartían un poco todos.

Jesús hoy, lanza la misma pregunta a cada uno de los bautizados. Nosotros que nos hacemos llamar los “nuevos discípulos” de Jesús estamos invitados a responder con nuestra propia vida, con nuestra forma de actuar, con nuestra manera de intervenir en el mundo, a la pregunta ¿Quién es Jesús para nosotros? Sólo cuando seamos libres de las ideas extrañas de Dios que tenemos en nuestra cabeza y aceptemos con corazón sincero el Dios que nos revelo Jesús, podremos decir que somos verdaderos seguidores de Jesús de Nazaret y pro seguidores de su causa hasta la muerte.

Gracias a Cristo, la cruz ha venido a ser la fuente de la cual emana todo tipo de gracias y bendiciones para todo el que quiera creer: liberación de hábitos de pecado, prudencia para llevar una vida recta y libertad de los poderes de las tinieblas. ¡El instrumento de muerte ha pasado a ser el vehículo que nos da la libertad y la vida!

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué significa para ti aceptar la cruz? Las dos preguntas van de la mano, porque un Mesías crucificado ha de tener seguidores crucificados. ¿Asumes tú la batalla interna de decir “no” a los razonamientos de egocentrismo o prepotencia del mundo para avanzar en la vida espiritual enraizada en la realidad? ¿Crees en las verdades de tu redención y le pides a Dios fortaleza para vivirlas en la práctica? ¿Haces oración diaria teniendo la mirada fija en Jesús, tu Salvador crucificado?

Permite hoy que el Espíritu Santo te conduzca a la cruz, para que allí sane tu corazón y se renueve tu mente para que actúes conforme al maestro de la vida.

¡Qué Dios nos ayude! ¡Solos es imposible!

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 15 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,22-26

 

Evangelio según San Marcos 8,22-26
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara.

El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?".

El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan".

Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

En la curación del ciego en Betzaida vemos que Jesús siempre es fiel y compasivo. El Señor no se contenta con vernos caminar con heridas y traumas a medio sanar; él quiere darnos vida en abundancia en todas las cosas, y no solo para la vida eterna en el cielo, sino desde ahora mismo. El Señor quiere ver que el corazón se nos transforme por efecto de su amor y que nuestro organismo recupere la salud completa, probablemente más de lo que nos imaginamos nosotros mismos.

Es el único pasaje de curación en dos etapas, es un proceso de recuperación. Poco a poco la saliva de Jesús está sanando nuestra vida. Hasta que veamos claramente el plan de Dios y nos enamoremos de él.

Esta curación del ciego de Betzaida, es un símbolo que dice mucho al cristiano de hoy, porque vivimos la misma situación de éste ciego. A veces pensamos que por el simple hecho de realizar prácticas religiosas, de asistir a la Eucaristía, o hacer ejercicios de piedad, ya vivimos libres de cegueras. El cristianismo está lleno de hombres y mujeres ciegos, que no queremos ver la novedad de la propuesta y de la acción de Jesús. Y poco le apostamos a un proceso, pues la conversión se da por etapas, tal como sucedió con el ciego de la curación.

Llegar a la visión total del proyecto de Jesús es acción del Espíritu Santo y es decisión nuestra, de pasar de la ceguera a la visión clara y transparente de nuestro ser cristianos de verdad. Es igualmente un proceso en el que la fe activa, madura y responsable nos devuelve la visión de la realidad en la que no movemos y existimos. Pero solo la mano de Dios nos devuelve ésta capacidad de ver bien, el proyecto de vida de Jesús.

¿Crees, que realmente ves claro el proyecto de Jesús?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 14 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,14-21

 

Evangelio según San Marcos 8,14-21
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.

Jesús les hacía esta recomendación: "Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes".

Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.

Jesús se dio cuenta y les dijo: "¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida.

Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan

cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: "Doce".

"Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?". Ellos le respondieron: "Siete".

Entonces Jesús les dijo: "¿Todavía no comprenden?".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Hoy celebramos el santo de dos grandes misioneros: Cirilo y Metodio. Fueron los evangelizadores de los pueblos eslavos. Su fiesta, y las lecturas de hoy, nos sirve para pensar en algo que es siempre una tarea urgente para la Iglesia y para todos y cada uno de los que la formamos: la tarea de evangelizar, de anunciar el Evangelio a los que nos rodean, de dar testimonio del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús.

Hay quien piensa que evangelizar es dar catequesis, construir iglesias y cosas por el estilo. Todo eso es parte de la evangelización. No hay que dudarlo. Pero resulta que tengo una religiosa conocida que lleva más de treinta años viviendo en un país musulmán. Allí por ley están prohibidas las conversiones. No sólo. Es que la gente es muy poco receptiva al anuncio del Evangelio. ¡Están convencidos de que su religión es la verdadera! Eso es razón suficiente para que no se quieran pasar a otra. En todos esos años han tenido muy pocas conversiones. ¿Qué que han hecho? Pues sencillamente vivir y trabajar en medio de la gente, tener su casa abierta para ayudar a todos los que lo necesitan, relacionarse con todos y no excluir a nadie. Ella y sus hermanas de comunidad aman mucho y hablan poco. Y hablan menos de Jesús. Y están evangelizando. No lo dudo.

Así que evangelizar es vivir dando testimonio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Evangelizar es acoger a todos sin excepción. Evangelizar es ser y vivir como discípulo de Jesús. Evangelizar es hacer lo que dice el Evangelio de hoy: poneos en camino y, cuando entréis en una casa, desead la paz. Y hacer presente el reino de Dios. A veces con palabras y a veces sin ellas. Recordemos la anécdota de Francisco de Asís despidiendo a dos de sus frailes que iban a tierra de musulmanes y diciéndoles: “Evangelizad siempre pero hablad sólo cuando sea necesario.”

Ayer, hoy y mañana, hace falta que los cristianos vivamos así, evangelizando siempre y hablando sólo cuando sea necesario. No vaya a ser que se nos vaya la fuerza por la boca y no hagamos lo que tenemos que hacer: amar.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 13 de febrero de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 8,11-13

 

Evangelio según San Marcos 8,11-13
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.

Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".

Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Caín y Abel, triste episodio, el de le envidia de Caín. Por estar desconectado de Dios, se deshumaniza. Es toda una catequesis que explica lo destructivo del pecado de los celos, de le envidia especialmente cuando no se sabe valorar al ser humano. Es una sensación de estrechez. No le basta ningún espacio, ninguna ganancia. Los perores asesinos están fuera de sí, están tan insatisfechos que no caben, ni están satisfechos. Se expanden más allá de sus posibilidades. Esto lleva al punto de que necesitan ser los únicos, los insustituibles. Entran en un proceso de exterminar a todo lo que está en su espacio. Los grandes soberbios, como Alejandro Magno, Napoleón, Hitler y otros de éste tiempo son seres insaciables. Pero el ser humano está hecho para el infinito, Dios. No para otra cosa.

Hoy como ayer, pedimos signos y señales del cielo para creer en Dios. Desde siempre se ha asimilado a Dios con el poder, con lo mágico y con los portentos. No estamos diciendo que Dios no tenga poder. La señal del cielo está en la tierra, en Jesucristo, Dios con nosotros, cercano. Además Cristo está dentro de nosotros mismos, dentro de nuestra propia historia, en el recorrido de nuestros acontecimientos, en el cada día.

Lo que el Evangelio a través de Jesús, presenta es que la lógica de Dios es muy diferente, porque la gloria de Dios está en la manifestación plena de Jesús Crucificado. Es en el Cristo colgado en la Cruz, donde Dios muestra su potencia y su gloria. En la vida cristiana nos da miedo hablar de la debilidad de Dios manifestada en Jesús de Nazaret, el Crucificado. Estamos invitados a reafirmar nuestra espiritualidad desde la idea de Dios que Jesús de Nazaret nos reveló. Hemos de vivir experimentando a Dios como Jesús lo experimentó: en la simplicidad, en la normalidad, en la impotencia. Jesús se resistió a dar señales portentosas de Dios. Lo manifestó como un Dios sencillo.

Estos le piden a Jesús una señal. Él no se presta para esto. La fe no es un espectáculo. Cristo se da media vuelta ante los que lo desafían, no como acto soberbio, sino como invitación al conocimiento de sí mismo, a quedarse sin lo espectacular, y los fariseos se quedan solos consigo mismos, con sus propias realidades de etnocentrismo, teocentrismo, egocentrismos y todos los centrismos que destruyen la comunión con Dios y con los hombres.
¿Estamos dispuestos a experimentar a Dios desde el sin-poder, tal como Jesús lo hizo?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA