miércoles, 30 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,1-8

 

Evangelio según San Mateo 9,1-8
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad.

Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados".

Algunos escribas pensaron: "Este hombre blasfema".

Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué piensan mal?

¿Qué es más fácil decir: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate y camina'?

Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".

El se levantó y se fue a su casa.

Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Hay algunas historias de la literatura y del cine que nos acercan a los entresijos de la existencia humana, contándonos algo de lo que todos vivimos en el camino de la vida, de una u otra manera. La Biblia, Palabra de Dios en palabra humana, está llena de esas historias. Por eso, al leer sus páginas, podemos decir: “esta historia es nuestra historia”, “esta historia es mi historia”.

La primera lectura de estos días nos está recordando la historia de Abraham. Todo un relato en el que vernos también reflejados: estar en tierra extraña; ser llamado por Dios para salir de esa tierra hacia una tierra nueva; hacer camino con otros; las dificultades y divisiones por el camino; la dificultad de engendra vida más allá de uno mismo, y lograrlo al fin, como don de Dios…

Hoy se nos cuenta el pasaje en el que Abraham llega al límite de la fe, al extremo de la confianza: cuando se le pide que vaya a hacer un sacrificio, sin llevar otro ser vivo que a su propio hijo (aquél que tanto le había costado, la gran ilusión de su vida)… se vuelve a poner en camino. Y cuando su hijo le pregunta, dice “Dios proveerá…”.
Grande es la fe de Abraham. Hace vida lo que después dirá el Evangelio: “gratis lo recibisteis, dadlo gratis”. Por eso, aunque no entiende, ni comprende… confía. Y no se ahorra a su propio hijo.

La historia de María -la mujer que confía- y la del mismo Jesús, tiene sus raíces en el Padre de Israel: Abraham. Él es el padre de los creyentes, el ascendiente común de judíos, cristianos y musulmanes. Su historia también puede ser nuestra historia…
Hoy puede ser un buen día para chequear qué tal andamos de confianza. Y ante todas las oscuridades de nuestra vida, abrir nuestro corazón al Señor para decir, en pura fe: “Dios proveerá…”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 29 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,28-34

 

Evangelio según San Mateo 8,28-34
Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino.

Y comenzaron a gritar: "¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"

A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo.

Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara".

El les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.

Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados.

Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.


RESONAR DE LA PALABRA


Las lecturas de estos días parece que siguen una misma dirección. Todas de una manera o de otra hablan de salir y de lo que puede pasar en el camino. Salir es siempre arriesgado. El que sale se tiene que enfrentar a lo desconocido y eso siempre nos resulta difícil. Preferimos atenernos a lo conocido, al ámbito en el que nos sentimos seguros y a salvo.

A veces las circunstancias de la vida nos empujan a salir de nuestro ámbito de seguridad, de nuestra casa. Es el caso de Agar y su hijo. Abraham se ve forzado, aunque eso no le exime de culpa, de su casa por los celos de Sara que quiere asegurar el futuro de su hijo: pretende que sea el único heredero. Situados en la perspectiva del Reino, quizá debamos pensar que se perdió en aquel momento una magnífica oportunidad para que los pueblos viviesen unidos. Quizá si Agar se hubiese quedado en la casa de Abraham con su hijo, que convivía normalmente con el hijo de Sara, hoy serían diferentes las relaciones entre los israelitas y los árabes. Quizá. Porque son dos pueblos que son hermanos (¡qué pueblos no son hermanos si partimos de la base que todos somos hijos de Dios!).

Pero eso es hacer política ficción. Lo cierto es que Agar se ve empujada al desierto con el agua justa para sobrevivir. Llega a una situación de desespero. Pero, como dice el refrán: “Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana.” En el mismo desierto en el que pensaba morir, se encuentra con un poco que le da la vida. Dios no deja que mueran ni ella ni el niño. En el camino ha encontrado la esperanza. Lo desconocido se torna amigable para ella. Se ha encontrado con el Dios de la vida donde ella esperaba ya sentada la muerte.

Claro que no siempre nos gusta que nos saquen de nuestra seguridad. Los gerasenos vivían muy tranquilos. Sus endemoniados eran un problema pero lo tenían localizado al haberlos encadenado en el cementerio. Los gerasenos vivían tranquilos. No habían pensado que para Jesús, el enviado de Dios, la salud, la vida, de aquellos endemoniados era más importante que todos los cerdos del pueblo. Quizá fuera posible que los gerasenos deseasen verse libres de los endemoniados. Pero no al precio de perder su riqueza, su comodidad, su seguridad. Era preferible que aquellos hombres sufriesen si ése era el precio a pagar por vivir bien. Lo que hace Jesús no les gusta. Por eso, le echan del país. Sin contemplaciones. Sería interesante examinar en qué zonas de nuestra vida no queremos que entre Jesús porque, aunque un poco endemoniados, preferimos no movernos de donde estamos.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 28 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 16,13-19

 

Evangelio según San Mateo 16,13-19
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".

Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".

"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".

Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Cerramos el mes de junio con la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Uno de los himnos de la Liturgia de las Horas hace una hermosa semblanza de ambos:

Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.

Pedro, llaves; Pablo, andanzas.
Y un trotar por los caminos
Con cansancio en las pisadas.

¿No os llama la atención el hecho de que la liturgia celebre en un mismo día a estos dos apóstoles tan distintos? Tenemos elementos históricos suficientes para saber que entendieron y vivieron el seguimiento de Jesús con estilos diversos. Y, sin embargo, los recordamos juntos. ¿Qué significa esto? Cada uno de nosotros estamos llamados a buscar alguna respuesta. A mí me parece que con esta fiesta se nos invita a no separar dos formas de vivir el evangelio y de construir la iglesia. Pedro representa la referencia permanente a Cristo, como roca, la necesaria unidad de todas las comunidades de seguidores. Pablo simboliza la fuerza centrífuga, la esencial apertura de la iglesia más allá de sí misma, en una continua fidelidad al Espíritu que la empuja. Pero uno y otro han experimentado en carne propia que la gracia ha vencido a la ley. Uno y otro saben que Jesús no es patrimonio de los judíos circuncisos sino un tesoro para toda la humanidad. Uno y otro saben que la obediencia y la libertad son dos caras de la misma moneda. Y uno y otro han rubricado con su martirio la fidelidad a un amor que ha transformado sus vidas de principio a fin. Dos estilos, sí, pero también una misma pasión, y un mismo Cristo en el centro de sus corazones.

Cuando pienso en Pedro no pienso sólo en el Obispo de Roma. Cuando pienso en Pablo no me limito a imaginar un propagador de la fe. Todos somos herederos de Pedro y de Pablo. Circula en todos nosotros sangre de Pedro y sangre de Pablo.

En el supermercado de opiniones sobre Jesús, todos nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

En la encrucijada de tentaciones, cada uno de nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 27 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,18-22

 

Evangelio según San Mateo 8,18-22
Al verse rodeado de tanta gente, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla.

Entonces se aproximó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré adonde vayas".

Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".

Otro de sus discípulos le dijo: "Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre".

Pero Jesús le respondió: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Hoy mucha gente expresa ideas y pensamientos a través de las redes sociales. Se han convertido en algo habitual y cotidiano.

En el tiempo de Jesús no existía internet, pero el Evangelio, en muchas ocasiones, se expresa por medio de mensajes breves que se pueden quedar en la mente de quienes los escuchan. Así lo hacían muchos maestros de su tiempo (y en todos los tiempos), y así lo hizo Jesús.

Hoy en el Evangelio aparecen dos de esos dichos. Ante uno que se le ofrece a seguirle, Él le responde: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». No le dice que no venga. Más bien, ante la ingenuidad primera del que cree que podrá salvar el mundo, le advierte que su camino es un camino que pasa por la cruz.

Y ante otro que le pide ir a enterrar a su padre antes de seguirle, le responde: Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos». Parece una frase dura. En realidad, el pasaje se parece a otro pasaje de la historia de Israel: cuando Eliseo le hizo a Elías una similar petición cuando éste lo llamó a sucederlo. En aquella ocasión, Elías se lo permitió. Jesús, con su respuesta, quiere poner de manifiesto la urgencia del Reino que viene a traer, y la necesidad de despegarse de los apegos que nos impidan un seguimiento radical. Especialmente si esos apegos son de muerte.

El Evangelio, por medio de mensajes breves, quiere iluminar nuestra vida y alentar nuestro seguimiento auténtico y entregado al Señor. Ojalá encuentre en nosotros unos oídos atentos y un corazón abierto.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 26 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 5,21-43

 

Evangelio según San Marcos 5,21-43
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.

Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,

rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".

Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.

Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.

Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,

porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".

Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".

Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".

Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.

Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".

Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas".

Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,

fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".

Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.

La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".

En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,

y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.


RESONAR DE LA PALABRA


¿QUIÉN ME HA TOCADO?

Jesús iba camino de la casa de Jairo. Centenares de personas se apretujaban alrededor para poder oírlo. Casi no le dejaban avanzar. Es el típico y conocido barullo de la gente que quiere cotillear, curiosear,

chismorrear. Muchos se acercaban a aquel “Maestro-Rabino” para luego poder contar que lo habían visto, o tocado. Es el acercamiento «superficial» que tantas veces se da entre nosotros mismos: nos acercamos, nos miramos, nos decimos algo, nos damos la mano o un abrazo pero no ha ocurrido un auténtico encuentro. Y también nos pasa con el Señor: nos reunimos en su nombre, le decimos lo que sea, oímos su Palabra, lo recibimos en la Eucaristía... pero nada o casi nada cambia en nosotros.

Un encuentro «auténtico» con un hermano o con el mismo Dios... es aquel que produce en nosotros algo nuevo, algo bello, que nos hace crecer, que nos hace mejores, que nos cambia de alguna manera. No por estar juntos, ni por hacer cosas juntos, ni por estar en el mismo lugar... nos encontramos realmente.

En esta escena, entre tantos que le rodean, le miran y le admiran, le oyen, le apretujan y le empujan... Entre tantos... realmente solo una persona se «encontró» realmente con Jesús. Sólo una mujer se le acercó silenciosamente, y por detrás le tocó el borde del manto. Había en ella mucha necesidad y mucha confianza. Llevaba años sufriendo por culpa de sus hemorragias. Iba cargada de humillaciones y de dolor por una enfermedad vergonzosa que la hacía despreciable para la gente: ¡impura!

Tenía prohibido participar en cualquier reunión. Nadie podía tocarla. Y también se volvía impuro todo lo que ella tocara. Incluidas las personas. Eso decían las normas sociales y las sagradas leyes religiosas escritas en la Biblia. «Impura» significaba también que su enfermedad era una señal de su alejamiento de Dios. Es decir: que se consideraba una pecadora. ¡Doce años! sin recibir una caricia, un abrazo, un beso... (Qué bien la entendemos todos después de esta pandemia y sus «distancias» físicas). Había buscado la ayuda de especialistas inútilmente, hasta gastárselo todo y gastarse ella. Su último recurso era aquel Maestro de Nazareth que decían que hacía milagros.

Se parece esta mujer a tantas personas que se sacrifican por otros, ponen sus bienes a disposición, siempre disponibles para lo que haga falta, ofrecen su tiempo... pero lo que inconscientemente y realmente andan buscando es reconocimiento, que les tengan en cuenta, que les hagan caso. Pretenden comprar lo que no se compra. Todos conocemos a personas que se nos acercan para contarnos achaques, problemas, complicaciones y desgracias... Siempre les pasa algo malo. Es su modo (inconsciente) de buscar nuestra atención, que les hagamos caso, aunque sólo sea un rato. No necesitan ayuda, ni consejos, ni... ¡Necesitan no sentirse tan solas!

Pero al final, pocas veces encuentran lo que necesitan, y se sienten vacías, usadas, agotadas, tristes... Ya no saben qué dar o qué hacer o qué contar para que alguien las atienda.

Cuando aquella mujer anónima alargó su mano para rozar el borde del manto del Señor, salió de ella toda una corriente de soledad, de impotencia, de vergüenza, de culpa... Pero para lograr alcanzar el borde de su manto, para abrirse paso, tuvo también que tocar a la gente, haciéndola impura. Como también Jesús quedó «manchado» con su impureza. Se había saltado las normas religiosas que seguramente conocía muy bien. E intentó ocultarse en el silencio y entre la gente. El caso es que sus hemorragias se habían detenido.

“¿Quién me ha tocado?”.

Jesús notó que allí había alguien «diferente», que se le había acercado de otra manera: con sinceridad, discretamente, sin molestar, sin interrumpir, pero con todas sus miserias, su dolor, su tristeza, su incomprensión. Sin palabras, sin pedir nada. Sólo un gesto de confianza (¡y atrevimiento!): tocarle. Y de él brotó un chorro de comprensión, de paz, de gracia, ¡de vida!

Jesús pregunta: «¿quién ha sido?». Busca a la persona: un rostro, una palabra para dialogar. Quiere que recobre también su dignidad personal, su autoestima, y no sólo la salud. No va con Jesús la «caridad anónima».

Ella aún se escondía, tenía vergüenza, estaba asustada y temblorosa. Temía, con toda razón, que le reprocharan su atrevimiento por no respetar las leyes sagradas.

Pero lo que se encuentra en el Señor es ternura, acogida, respeto, comprensión, diálogo. La saca de su miedo, de su vergüenza, de su anonimato y de su exclusión de 12 años. Jesús la llama «hija», ¡nada menos!, declarándola familia de Dios, y alabándola por su fe, por su confianza, aunque se haya saltados las normas religiosas.

La persona y su dolor están por encima de cualquier regla religiosa o social. Y el Señor le dirige una palabra de ánimo: Vete en paz y con salud.

Comentaba el Papa Francisco:

Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para fortalecernos en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y, con Él, todo peso se vuelve ligero (Cfr 30), porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, aquella que permanece aún en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémoslo cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y nos sentiremos consolados por Él. (Julio ‘17)

Hoy, en esta Eucaristía, cuando extiendas tu mano para recibirle, tocarás al Señor. No sólo el borde de su manto. Sino a él en persona.

Ojalá que sientas que te restaura la vida, esa que a veces se te escapa a chorros o que te quitan otros. No importa si estás así desde hace muchos años. Él no va a reñirte, ya lo has visto.

A Jesús le bastan la sinceridad y la confianza... y que seas un poco atrevido. Confía en ti mismo, y en él. Te hará mucho bien.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 25 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,5-17

 

Evangelio según San Mateo 8,5-17
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":

"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".

Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".

Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.

Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace".

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.

Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos".

en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes".

Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento.

Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre.

Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.

Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos,

para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Hoy el texto del evangelio nos presenta dos escenas de sanación. Son encuentros con Jesús que ayudan a recobrar la salud. En este caso se trata de enfermedades físicas, pero en otros lugares del evangelio, las curaciones tienen un alcance más profundo y humanamente inexplicable.

La primera curación es para que veamos que el amor de Dios no tiene fronteras ni razas preferidas, sino que está abierto a ayudar a toda persona que sufre. La raza o la posición social no cuentan ante el amor misericordioso del Padre del cielo. Y Jesús ha venido a demostrarlo.

El centurión romano era un militar del Imperio romano cuyas legiones habían invadido Palestina y suprimido las libertades cívicas de los judíos. El emperador de Roma era el emperador de toda la población judía. Y su autoridad se hacía sentir sobre todo a través del cobro de los impuestos, que no se quedaban en Palestina para cubrir sus necesidades, sino que el dinero iba a engrosar las arcas de Roma, que era la capital del Imperio.

El centurión (jefe de cien soldados del ejército romano), además de pertenecer a otra religión, representaba a la potencia militar de Roma; doble motivo para convertirse en una persona mal vista. Pero por su fe entra en la nueva comunidad de los seguidores de Jesús y se convierte en figura ejemplar: su gesto y sus palabras denuncian a los que se resisten a creer y rechazan a Jesús. La forma de comportarse de este soldado es como un anuncio de que muchos como él se unirán a los amigos de Jesús en la comunidad cristiana.

En el caso de la suegra de Pedro hay un detalle interesante: en cuanto ella se sintió curada «se levantó y se puso a servirle». Se sentía tan agradecida a Jesús y tan honrada por la visita y por la salud recobrada, que inmediatamente se puso a servir a Jesús y sus acompañantes.

En este caso y para esta mujer la sanación es mucho más profunda, pues la hace crecer en su espíritu de servicio y solidaridad. Y si antes ya era muy servicial, ahora lo será mucho más con la gracia de la curación.

También podemos pensar que en este pasaje el evangelista está indicando la dignidad recobrada de las seguidoras de Jesús y su protagonismo en la vida de las comunidades cristianas

Es muy hermoso ver a personas que al verse favorecidas por el Señor por la curación de un hijo o una hija, descubren que la mejor forma de agradecer a Dios sus favores, es sirviendo a otras personas que necesitan ayuda o a su comunidad.

Hay un hermoso texto de Gabriela Mistral, chilena, premio Nobel 1945 de Literatura que dice:

“Toda la naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú. Sé el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones y las dificultades del problema.

Hay la alegría de ser santo y de ser justo; pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir. ¡Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender!

Pero no caigas en el error de pensar que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar a una niña.

Aquel es el que critica, éste el que destruye. Sé tú el que sirve. Servir no es sólo tarea de seres inferiores. Dios, que da el fruto, la luz...sirve. Pudiera llamársele así: EL QUE SIRVE. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: “¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre? “

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 24 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,1-4

 

Evangelio según San Mateo 8,1-4
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.

Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".

Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.

Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

El evangelio de hoy nos cuenta que al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.

Se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.»

Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «quiero, queda limpio.» Y en seguida quedó limpio de la lepra. ¿Pero Jesús quedó contaminado? Así era la opinión de la gente de aquella época: la lepra se contagiaba por contacto. Es decir, el que tocaba a un leproso inmediatamente se contagiaba de su enfermedad. Quedaba impuro.

Yo me acuerdo de haber vivido encuentros con leprosos cuarenta años atrás en los bosques de Paraguay. Y el miedo que experimentaba cuando alguno de ellos con el muñón de la mano envuelto en trapos, te la alargaba para saludarte. Negar la mano es un desprecio. Y eso yo no quería hacerlo de ninguna manera. Por eso luego yo instintivamente, cuando el leproso no me veía, me restregaba la mano sobre el pantalón para evitar el posible contagio. Jesús en cambio, nos dice el evangelio de hoy, que “extendió la mano y lo tocó”. Este “tocar” no es un vulgar y corriente saludo dándose la mano. Es ponerse al nivel del enfermo ante las personas que lo estaban viendo. ¡Jesús se identificaba con el enfermo, pero la gente reaccionaba haciendo el vacío alrededor de él!

En la época de Jesús el juicio sobre la lepra (¡y sobre los leprosos!) no podía ser más negativo: a la repugnancia física y peligro de contagio, se sumaba la exclusión. Por eso el enfermo no podía convivir con las demás personas, pues el leproso era considerado como un maldito de Dios. ¡Era una desgracia sobre otra! ¡La peor de las enfermedades!

Jesús dice que él ha venido a buscar y salvar lo que otros dan por perdido. Hoy sabemos que la lepra no tiene ningún origen sobrenatural, sino que es una enfermedad más. Pero lo que Jesús sabe muy bien es que los leprosos de su época son víctimas de una doble desgracia: a su dolor físico se añade el injusto rechazo social y religioso; y ambas cosas quiere Jesús que queden superadas. Por eso su acción no es una mera curación física: al leproso curado lo envía al sacerdote para que levante acta de su curación y quede reintegrado en la comunidad de los que rezan en el templo y de los que caminan por calles y plazas. Jesús derriba muros y crea vida en fraternidad.

Según el cuarto evangelio, la misión de Jesús tiene por objeto “que tengamos vida y la tengamos abundante”. Por tanto, el auténtico seguidor de Jesús tiene que ser un creador y distribuidor de vida, destructor de barreras y aliviador de dolores, activo inconformista con todo tipo de sufrimiento y de división.

¿Brota con frecuencia de nuestro interior la acción de gracias por tantos bienes recibidos? ¿O sólo nos lamentamos ante Jesús de lo que nos falta? ¿Agradecemos la luz del sol que gratuitamente nos regala Dios cada día? ¿Damos gracias por la salud, por las maravillas de la amistad y la ternura que no se pagan con dinero?

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 23 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,57-66.80

 


Evangelio según San Lucas 1,57-66.80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;

pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".

Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.

El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Hoy es un día de gran fiesta en muchos lugares. San Juan Bautista es un santo muy querido por todos y muy festejado por el pueblo sencillo con muy variadas celebraciones, incluidas las comidas típicas.

Las lecturas que nos propone la liturgia comienzan con el profeta Isaías. Nos habla del siervo encargado de llevar adelante el proyecto salvífico de Dios sobre el pueblo de Israel y sobre el mundo entero. El profeta Isaías dice: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre para que le reuniese a Israel.”

En los Hechos de los Apóstoles acompañamos a Pablo y Bernabé que están evangelizando en la ciudad de Antioquía de Pisidia, territorio de la actual Turquía. Los apóstoles se dirigen primero a los judíos para anunciarles que antes de que llegara Jesús, Juan Bautista predicó un bautismo de conversión para estar preparados y acoger a Jesús como Salvador.

Pablo les asegura que ese Salvador ya ha venido y es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado.

Los judíos que le escuchaban no aceptaron lo que enseñaban Pablo y Bernabé. Pero lo extraordinario del caso de Antioquía de Pisidia fue que muchos paganos sí lo entendieron.

Pablo ve en la conversión de los no judíos otra profecía que se cumple, tal como había escrito el profeta Isaías: «Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Celebrar la fiesta de S. Juan Bautista es recordar momentos muy bellos de mi vida como misionero.

Los últimos 6 años que viví e
Paraguay fui Párroco de la Parroquia de S. Juan Bautista de Lambaré. Guardo hasta hoy impresiones y sentimientos muy profundos de aquella Parroquia. Recordarlo me produce una gran alegría. En aquellos festejos veía cómo se cumplían las palabras del evangelio: “Todos se alegrarán con el nacimiento de este niño”. En las seis capillas que integraban la Parroquia se festejaba al Santo Patrono San Juan. En esta gran participación de la feligresía yo veía dos cosas muy importantes en toda Parroquia, a saber, cómo la unión de las personas hace crecer la comunidad parroquial y cómo uniéndose son felices.

El ángel le había dicho a Zacarías, padre de Juan Bautista:

—“No temas, Zacarías, que tu petición ha sido escuchada y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien llamarás Juan. Te llenará de gozo y alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento. Será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el vientre materno y convertirá a muchos israelitas al Señor su Dios…así preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto”.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 22 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,15-20

 

Evangelio según San Mateo 7,15-20
Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?

Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos.

Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.

Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego.

Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La lectura  bíblica de hoy nos quiere ayudar a conocer  los comienzos del pueblo de Israel. La fe en Dios del patriarca Abrán es el punto clave de todo este pasaje. Yo admiro la confianza con que Abrán habla con Dios como si fuera  el mejor de los amigos, el que nunca le va a defraudar. Sí, tendrá que pasar por momentos de prueba, de sufrimiento. Sí, es cierto, se sentía bendecido por la abundancia de bienes materiales que poseía, pero no tenía heredero. El Señor le dijo: «Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.» Y añadió: «Así será tu descendencia.» Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber”. El Señor hizo alianza con Abrán y le dijo: “A tus descendientes les daré esta tierra”.

En el evangelio Jesús nos habla sobre quiénes son los verdaderos amigos y qué hace falta para estar seguro de ellos. Dice: “Por sus frutos los conoceréis”.  Las palabras pueden ser muy finas y bonitas, pero lo que convence son las obras, el comportamiento. Y para aclarar mejor su enseñanza, añade: “Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos”.

Vamos a aplicar estas enseñanzas  a la vida de cada día. Decía un sabio sobre su vida: “De joven yo era un revolucionario y mi plegaria consistía en decirle a Dios: Señor, dame fuerzas para cambiar este mundo tan perdido”. Cuando me hice mayor, me di cuenta de que había pasado media vida sin haber conseguido cambiar ni a  una sola persona.

Entonces cambié mi oración y empecé a pedir: “Señor, concédeme la gracia de transformar a todos aquellos que se pongan en contacto conmigo, aunque sean sólo mi familia y mis amigos, con esto me conformo. Ahora que soy viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única plegaria es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo, aunque sólo sea un poquito”. Si hubiese rogado de esta manera desde el principio, no habría perdido tanto tiempo en mi vida.

Por su parte, Ester Mari, añadió: “Escuché el testimonio de una señora casada y con dos hijos,  que decía: Yo antes siempre me enfadaba con mi marido y también con Dios, porque yo era tan fiel  y buena, no salía de mi casa, sólo le pedía a Dios que mi marido cambiara...Ahora el Señor sí que me escuchó, porque he comprendido que para que cambie mi marido, tengo que empezar a cambiar yo y dejar de reprocharle.

Y entonces su amiga Mirta contó: “Yo me enfadaba con mi marido porque todos los fines de semana se iba a cazar con sus amigos, lloviera o hiciera calor. El me invitaba a acompañarle, pero yo por despecho, no quería ni oír hablar del asunto. Siempre estábamos en peleas...Hasta que un día, aconsejada por una buena amiga, decidí no sólo no reprocharle más nada, sino tener ya el jueves toda la ropa preparada para que él pudiera  ir a pasar tranquilo el fin de semana con sus amigos. Lloré mucho mientras le preparaba todo y recé para que él comprendiera que yo también lo necesitaba. Y sucedió el milagro: ¡Desde ese día mi marido no ha ido más a cazar los fines de semana!”.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 21 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,6.12-14

 

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.

Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.

Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.

Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Hoy también seguimos escuchando la historia de Abrahán en el libro del Génesis. En estas narraciones bíblicas asistimos al nacimiento del pueblo de Isarel, pueblo elegido por Dios en las personas de Abrán y de sus descendientes. La decisión de Abrán y Lot de separarse, dado que el territorio en que se encontraban resultaba pequeño para contener a ambos. Además las continuas disputas impedían que hubiera paz entre ellos.

Al parecer, la cantidad de ganado que ambos poseían necesitaba un mayor espacio de tierras para pastar. Abrán dijo a Lot: «No haya disputas entre nosotros dos, ni entre nuestros pastores, pues somos hermanos, (en realidad eran parientes). Tienes delante todo el país, sepárate de mí; si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda.»

Por fin, el patriarca puede escoger definitivamente el lugar del territorio donde fijará su residencia y donde colocará también su propia tumba, en el encinar de Mambré, en Hebrón, donde además erigió un altar al Señor.

El Evangelio de hoy nos está invitando a encontrar el camino seguro que nos llevará a la felicidad. Nos dice lo siguiente: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.

Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición. ¡Y qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida, a la felicidad! Son pocos los que caminan por él. Y es que el bien siempre es cuesta arriba, mientras que para el mal pareciera que todo sirve.

Siempre se nos ha dicho que no somos cristianos para llevar una vida sin dificultades ni conflictos. Y cuando llegan los sufrimientos, tenemos siempre la certeza de que no estamos solos para luchar. Jesús, el amigo que nunca falla, nos tiende su mano y nos enseña que la unión con Él consiste en pensar primero en los demás y no en uno mismo. Así nos preparamos para entrar un día en el cielo, como nos enseña la siguiente fábula:

Durante un sueño un Maestro fue llevado por su ángel de la guarda al mundo del más allá. Primero entró en una gran sala donde muchos hombres y mujeres estaban sentados a una mesa llena de exquisitos manjares. Pero el problema era que los cubiertos para tomar la comida eran tan largos que era imposible llevar un pequeño pedacito a la boca.

Llenos de rabia y disgusto las personas se impedían el uno al otro comer y así, a pesar de tener tan cerca manjares tan apetitosos, se morían de hambre, enfurecidos unos contra otros.

-"Esto es el infierno", le dijo el ángel al Maestro.

En otra gran sala apareció una escena semejante: las mismas mesas con riquísimos manjares, aunque los cubiertos para tomarlos eran también larguísimos.

Pero aquí había alegría y paz, porque cada uno de los comensales no pensaba primero en sí mismo sino en el otro, y así le hacía llegar al que tenía enfrente los ricos manjares, de modo que cada uno recibía del otro lo que necesitaba y lo hacía feliz.

-"Esto es el cielo", dijo el ángel.

Siempre nos han dicho que el cielo es el reino del amor. Y si queremos entrar en él debemos ejercitarnos en amar de verdad empezando a practicarlo en esta tierra. Y Jesús nos enseña cómo hacerlo.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 20 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,1-5


Evangelio según San Mateo 7,1-5
Jesús dijo a sus discípulos:

No juzguen, para no ser juzgados.

Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?

¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Deja que te saque la paja de tu ojo', si hay una viga en el tuyo?

Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos

En esta semana se comienza la lectura del libro del Génesis, que es el primer libro de la Biblia. Nos cuenta la vocación de Abrahán. Es importante caer en la cuenta de que la apersona de Abrahán es clave para el judaísmo, para el cristianismo y para el islam. Estamos hablando de millones de creyentes en el mismo Dios que se apareció y llamó a Abrahán. Se le llama “nuestro padre en la fe”. Él es como nuestra raíz espiritual. Conocer bien la Biblia nos ayuda a dialogar como personas de buena voluntad que buscan servir a Dios según se va revelando a la conciencia de cada persona. Así, pues, aunque tengamos tradiciones religiosas diferentes, procuramos servir a Dios tratándonos como hermanos y no como enemigos. Dios nuestro Padre a todos nos quiere tener como hijos felices de servirle y de cumplir sus mandamientos.

Tenemos que huir siempre de todo fanatismo, pues nadie es mejor que otro, si su conducta no le lleva a respetar la vida y la libertad del prójimo. Y como veíamos la semana pasada, el amor y el perdón deben guiar siempre los pensamientos y las acciones de quienes nos llamamos cristianos y queremos serlo de verdad.

Hoy Jesús en el evangelio nos dice: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”.

Ya desde el Concilio Vaticano II, allá por los años de 1960 se decía que:

“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida", en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen” (Documento del Concilio Vaticano “Nostra Aetate, 2” .

Bernardo, un sacerdote colombiano joven, fue enviado a África como misionero con tres Hermanas Misioneras de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta. Era una región en la frontera entre Somalia y Tanzania totalmente de religión musulmana. Al parecer aquellas gentes no tenían ningún interés en que unos extranjeros cristianos vivieran entre ellos. Por eso nadie les ofrecía hospedaje ni un terreno donde construir sus casitas.

Entonces decidieron instalarse en unos contenedores que habían conseguido transportar hasta allí, pero hacía tantísimo calor dentro de ellos, que apenas podían dormir por la noche.

El sacerdote, para ayudar a la gente pobre, recorría en bicicleta la región, pues no tenía dinero para comprar un coche o una moto. Las Hermanas recorrían a pie visitando las casas donde había personas enfermas para poder ayudarles.

Un día al regresar en la noche a casa se encontraron con que les habían prendido fuego a los contenedores y todo lo que tenían se había quemado.

Bernardo se desesperó y cayendo de rodillas le dijo a Dios:

-“Señor, ¿por qué todo esto? Nosotros estamos aquí para servirles. Todos los días recorremos la región visitando a los enfermos, ayudando a los pobres”. Y empezó a llorar.

De lejos, la gente miraba…

Al día siguiente sucedió el milagro. Dios tocó el corazón de familias buenas que veían lo que aquellos Misioneros hacían y les ofrecieron sus casas para vivir.

Incluso les ofrecieron terreno para construir sus casitas y huertas.

El misionero esparce la buena semilla, pero es Dios quien la hace crecer. Y el Padre del cielo nunca abandona a sus hijos. Y de lo que parecía la mayor desgracia, nació en una gran bendición. Había nacido la fraternidad en el Dios de Abrahán.

Nuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 19 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,35-41

 

Evangelio según San Marcos 4,35-41
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".

Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".


RESONAR DE LA PALABRA


EN MEDIO DE LA TEMPESTAD

El miedo llamó a mi puerta.

La fe fue a abrir.

No había nadie. (M Luther King)

Se ve que a Jesús no le gustan las barcas paradas, amarradas. No tiene afición a los puertos. Ni a quedarse siempre en el mismo sitio. Le interesa la otra orilla (pagana), las periferias existenciales (Papa Francisco). Y empuja a sus discípulos al mar.

A nosotros se nos da bien «subirnos a la barca»:

Iniciamos un proyecto, una empresa, una relación de pareja, un camino de oración, una comunidad cristiana, unos estudios, un programa de formación en la fe...

Pero con frecuencia nos quedamos amarrados en el puerto contemplando el mar, y las gaviotas, el cielo y el horizonte... O sí, tal vez nos montamos en la barca, pero dispuestos a dar un salto a tierra firme tan pronto como se agiten un poco las olas o nos dé el viento en la cara.

Sin embargo, la palabra del Señor Jesús ha sonado hoy muy clara: ¡PASEMOS A LA OTRA ORILLA!

Nos sentimos tranquilos y seguros cuando creemos dominar la situación. Cuando conocemos la barca y la manejamos con soltura y seguridad. Y así procuramos apañarnos por nuestra cuenta, con nuestros propios recursos. Preferimos no tener que contar con nadie, no pedir ayuda. Tampoco al Señor...

Los discípulos, avezados pescadores del Lago, son los que manejan la barca. Ya han navegado muchas veces, «ya saben». Les da tranquilidad ver que hay otras barcas alrededor, haciendo lo mismo que ellos. Seguramente se sienten tranquilos porque llevan a Jesús a bordo. «No vamos solos», se dicen. Y como no le necesitan (¡qué nos va a decir él!), el Maestro se despreocupa. Y se les queda dormido. Va con ellos en la barca. Pero... como si no fuera.

El caso es que en todo mar (en todo proyecto, en todo viaje...), siempre es posible la tormenta. Y se agitaron las olas, se oscureció el sol, el viento les sacudía... ¡también por dentro! Pero como hemos dejado que el Señor se duerma... ¡ahora no nos atrevemos a despertarlo!

El Señor suele embarcarse con nosotros, porque quiere llevarnos más lejos:

+ Cuando te casaste en la Iglesia, él aceptó estar a bordo. Cuando te bautizaste, te confirmaste, él se subió a bordo.

+ Cuando comenzaste tus estudios o tu trabajo profesional... él quería viajar contigo.

+ Cada vez que le pides perdón y te reconoces pecador, le estás invitando a subirse de nuevo a bordo.

+ Cuando te reúnes con otros para contruir la comunidad cristiana, él hace tiempo que está ya en cubierta.

+ Cada vez que te acercas a él en la oración y le dices «aquí me tienes, ¿qué quieres de mí?» Pues quiere que vayas más allá de lo que te planteas.

+ Cuando quieres amar y servir con él y entregarte a fondo perdido, es porque él va a bordo.

Pero si no contamos con él, si no le preguntamos nada, si no cuenta en nuestros planes... Pues se quedará dormido

Y entonces, nerviosos y asustados le damos un grito: «Maestro. ¿No te importa que perezcamos?». ¿No te importa que nos vayamos a pique?

Hasta le echamos la culpa. La barca la llevábamos nosotros, nos habíamos olvidado de él, y ahora...

¡Él tiene la culpa de que nos hayamos metido en la tormenta y de nuestro miedo! Haz algo, ¡calma la tormenta! ¿No fuiste tú quien nos mandó que fuéramos a la otra orilla? Si nos hubiéramos quedado en el muelle, seguros, sin arriesgarnos...

Para sorpresa de los discípulos, es él quien les reprocha: «Pero, vamos a ver: ¿No voy con vosotros en la barca? ¡Pues fíate! ¿Por qué no confías? ¿Es que no tienes fe?» (Lo opuesto a la fe es... el miedo).

Algo que podemos aprender de esta escena evangélica es que tenerle en nuestra barca, no significa que estemos seguros «a pesar de la tempestad»,

sino que todo marcha bien ‘en medio’ de la borrasca, que sólo se llega a la otra orilla venciendo las borrascas.

Que no podemos quedarnos donde siempre, en lo seguro, en lo ya conocido...

Como nos ha dicho hoy San Pablo: «El que vive con Cristo, es una creatura nueva. "Lo viejo" ha pasado, ha llegado lo nuevo».

Tener fe, por tanto, no significa dar por hecho que él calmará todas las tormentas. Tener fe significa confiar en que en medio de la tormenta ÉL VA CONMIGO.

Tener fe es no tener miedo a hundirse, porque Él va a bordo. Cristo murió por todos, para que los que vivimos, ya no vivamos para nosotros mismos, sino para el que murió y resucitó por nosotros.

Por eso, que no sea el miedo quien nos apremie: sino que nos apremie el amor de Cristo.

Tener fe no es esperar que él calme la tormenta (aunque algunas veces lo haga), sino ir fiados del Padre, y saber que la tormenta nos dará pericia, nos hará fuertes y podremos llegar a otro puerto al que Él nos conduce, a esa otra «orilla» que no conocemos, a esos que no son de los nuestros, a esas periferias que no le interesan a nadie... ¡Pero a él sí! y necesita (¡nosexige!) que vayamos con él.

Y al final de todas nuestras travesías tormentosas, él nos esperará «en la Otra Orilla»

A partir de un texto de Dolores Aleixandre

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA