martes, 29 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,57-62

 

Evangelio según San Lucas 9,57-62
Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".

Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".

Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".

Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".

Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".

Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".



RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

Muchas personas, todos los años, se deciden a hacer la experiencia del Camino de Santiago en soledad. La experiencia permite descubrir lo que es salir al camino sin estar seguro de cuál es la meta. Ni siquiera se tenía la seguridad de dónde estaba la meta. Cada mañana se toma la mochila y el bordón de peregrino y se sale al camino. Siempre hacia el oeste.

Estar con Jesús era algo parecido al camino de Santiago. Con la diferencia de que no era para un mes sino para toda la vida. Con Jesús se sabía de dónde se salía pero no a dónde se llegaba. Los discípulos habían dejado atrás sus casas, sus trabajos, sus redes. Con Jesús no tenían nada más que sus propias fuerzas y el polvo del camino. Jesús iba por delante. Todo era posible. Porque Jesús era absolutamente sorprendente. Sus caminos siempre parecen nuevos.

En el Evangelio de hoy, como en el caso de los peregrinos, no es Jesús el que invita a seguirle. Son algunos de los que están con él los que parece que se quieren comprometer a seguir a Jesús, a estar siempre con él. Da la impresión de que se habían encontrado con él, que le habían acompañado unos días. Y que de esa experiencia había brotado el deseo de quedarse en la compañía de Jesús.

Pero no saben donde se han metido. Jesús les pide una entrega y una radicalizad total. Hay que dejarlo todo y encontrarse con nada. Si el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza tampoco los que están con él. Jesús va camino de Jerusalén y allí las expectativas no son buenas. Esos nubarrones terribles también están sobre la cabeza de los que acompañan a Jesús.

Hoy sucede algo parecido. Seguir a Jesús es comprometerse con la justicia, acercar el amor de Dios a los más pobres y marginados, renunciar a la violencia en todas sus formas y abrir caminos a una fraternidad en la que toda la humanidad está invitada a participar sin excepciones ni exclusiones. En ese camino no hay vuelta atrás. Y no hay otro camino para encontrar la vida de verdad.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 28 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,47-51

 

Evangelio según San Juan 1,47-51
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez".

"¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera".

Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".

Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees . Verás cosas más grandes todavía".

Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

En la lectura continuada que venimos haciendo del libro de Job y del evangelio de Lucas, hoy la liturgia nos propone un paréntesis con la celebración de los Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

Los tres textos de este día están unidos exteriormente por los personajes de los ángeles, si bien tratan temas diversos. La primera lectura habla del triunfo de Cristo y sus seguidores sobre sus enemigos, el salmo responsorial es una acción de gracias a Dios por sus expresiones (misericordia, fidelidad, gloria, etc.), y en el evangelio se condensa la teología joánica: Jesús es rabí, Hijo de Dios, Rey de Israel.

Volvamos al punto de unión, los ángeles. Son seres que adquirieron un protagonismo excepcional en la literatura sagrada y profana del pueblo hebreo, conocida como apocalíptica, entre los siglos III a.C. y II d.C. Había ángeles buenos y malos, de rango inferior y de grado superior, novatos y veteranos. Capaces todos ellos de dominar cualquier situación o criatura mundana o semimundana. Se les veía generalmente en los espacios celestes sosteniendo luchas perpetuas acompañadas de los más extraordinarios fenómenos atmosféricos o de cualquier otro orden imaginable. Y por encima de todo estaba el Dios supremo, el dueño de todo y conocedor del desenlace de todas las batallas.

¿Por qué este tipo de imágenes? Exactamente no lo sabemos (como ocurre al preguntarnos por la causa de la aparición de un determinado género literario). Lo que sí es cierto es que en esta época Israel, por un lado, y los cristianos por otro, comparten situaciones similares: el rechazo, unas veces directo y otras más encubierto, por parte de las autoridades civiles y/o religiosas, o de cualquier otro grupo influyente. Los grados a los que llegó esta oposición fue muy variado.

La actualización del mensaje es clara: la celebración de los Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos acerca a las situaciones de rechazo individuales o comunitarias, para confiar que el bien tendrá la última palabra en nuestro mundo, y para que esta convicción nos haga ser personas y comunidades de salvación.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 27 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,46-50

 

Evangelio según San Lucas 9,46-50
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.

Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo,

les dijo: "El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande".

Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros".

Pero Jesús le dijo: "No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes".



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Los discípulos de Jesús eran gente normal, muy normal, como nosotros. Y andaban preocupados con las cosas que a nosotros también nos preocupan. La pregunta por quién era el más importante entre ellos era fundamental. Servía para conocer la jerarquía del grupo. Se conoce que ya estaban pensando en el momento en que desapareciese el “jefe”. Y luego estaba el deseo de que el grupo tuviese el monopolio del seguimiento de Jesús, de su sabiduría, de su magia. 

Son dos cuestiones fundamentales. La primera sirve para ordenar las relaciones dentro del grupo. El que está arriba y los que están abajo. Y los mandos intermedios. Se entiende que el que está arriba tiene privilegios. Poder y autoridad y derechos adquiridos. Los otros están para servirle y atenderle. Él ya tiene la responsabilidad de “mandar y organizar”. Es un quebradero de cabeza tan grande que es normal que tenga sus compensaciones. Desde mejores sueldos hasta mayores atenciones y comodidades. Así funcionamos las personas. 

La segunda sirve para poner una distancia entre nosotros y los otros, entre nuestra tribu y la otra, entre nuestra familia y la otra, entre los que hablamos una lengua y los que no la hablan, entre los que han nacido aquí y los forasteros. Las fronteras tienen que estar claras para que todos nos sintamos seguros. Luego, pasamos a ser rivales porque los otros siempre nos termina pareciendo que son una amenaza para lo nuestro. 

Jesús se mueve en otra dimensión. Los que le siguen renuncian al poder y a la jerarquía. “El más pequeño entre vosotros es el más importante”. Por el más pequeño se entiende el más débil, el menor, el ignorante, el pobre, el enfermo. Y todos los demás se mueven a su servicio. El cristiano no es tal para ser servido sino para servir. Las palabras son fáciles de entender pero vivirlo en la práctica es más complicado. Sino miremos a nuestra propia historia. 

Y claro, deja de haber fronteras. Ya no hay distinción entre nosotros y los otros. Ninguna distinción. Para el Abbá todos somos hijos e hijas. Todos iguales. Nadie tiene monopolios ni privilegios. El discípulo no pasa la vida marcando fronteras sino abriendo puertas y tendiendo puentes. El que tenga oídos para oír que oiga.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 26 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 21,28-32

Evangelio según San Mateo 21,28-32

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.

El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.

Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.

¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.

En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".


RESONAR DE LA PALABRA

¿VOY O NO VOY A «MI» VIÑA?

Pongamos el contexto a la escena del Evangelio de hoy, imprescindible para entenderla correctamente.

Jesús se encuentra en Jerusalem, en los últimos días de su vida. Lo primero que Jesús ha hecho, según la versión del Evangelio, después de entrar por última vez en la ciudad, ha sido expulsar del Templo a los vendedores y cambistas (Mt 21, 12-13), manifestando así desacuerdo y enfrentamiento con las autoridades religiosas, que buscarán la forma de acabar con él. En este contexto es donde Jesús cuenta la parábola.

¿Por qué ese conflicto de las autoridades del Templo con Jesús?

Jesús ha presentado con claridad y radicalidad un rostro de Dios que es Padre bueno y misericordioso, que muestra su preferencia y cuidado por los «enfermos», los pobres, pecadores y marginados... Un Dios que pone a las personas por encima de las normas y tradiciones, y cuyas entrañas se conmueven ante los muchos abandonados como ovejas sin pastor (ellos, que son teóricamente sus pastores), un Dios de vida y amor.

Por su parte los sacerdotes y dirigentes piensan y actúan desde un Dios del Templo y de los sacrificios, un Dios que pone montones de condiciones para ganarse su favor, que fundamenta las divisiones y exclusiones, que justifica las marginaciones: el pecador, el leproso, el extranjero, los buenos y los malos, los creyentes y los no creyentes... Es un Dios que excluye y rechaza a unos (de los que las autoridades del Templo pasan a tope) y que lo ordena y regula todo milimétricamente, con ellos como mediadores absolutos.

No pensemos que esto son cosas del ayer remoto, de hace 21 siglos... También hoy, dentro de nuestra Iglesia, aparecen personajes muy similares, con autoridad, que se escandalizan y tachan de hereje a un Papa que se sale de «lo de siempre», y que parece que se salta las sagradas tradiciones y enseñanzas de siempre, que parece muy comprensivo y cercano con comportamientos tradicionalmente inmorales... Y hay un número de cristianos que recuerdan con añoranza a Papas anteriores, a quienes consideran con mayor autoridad moral... sobre todo porque se sentían confirmados en sus opiniones y fastidiados o desconcertados por las del actual. 

Dejando esto a un lado, este Evangelio nos invita (como el domingo anterior) a preguntarnos cuál es nuestra imagen o idea, o rostro de Dios. El real, el que se descubre detrás de nuestras opciones y acciones, ¿coincide con el que nos presentó Jesús?

Repetir en nuestras celebraciones que «creemos en un solo Dios Padre...» tiene poco valor si nuestra «creencia» no va acompañada de un determinado estilo de vida. Según las encuestas, muchos españoles que se reconocen católicos, al mismo tiempo se declaran abiertamente en contra de los inmigrantes, cuando son pobres (= «aporofobia», según Adela Cortina). Un solo Dios y Padre no puede estar muy contento con nuestras fronteras y divisiones. Recordemos que hoy es la 106 Jornada Mundial del migrante y del refugiado.

Ha escrito el Papa para este día:

«La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos «motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad»

Tampoco es aceptable la agresividad con que se expresan algunos hermanos por cuestiones políticas o de cualquier otra índole. No pretendo dar ni quitar razones a nadie, ni organizar aquí un debate. Pero sí tengo que decir que «el tono», actitud y lenguaje con el que muchos expresan sus posturas está bastante lejos del espíritu fraterno y evangélico: no tienden puentes, no tratan con respeto, no ofrecen alternativas... sino que más bien abren heridas, buscan culpables, y provocan divisiones y enfrentamientos... incluso con los más cercanos. Así entiendo las palabras de san Pablo: "No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás". Bueno será revisarse en este punto.

 La parábola de hoy presenta a un «hijo» que desobedece rotundamente a su padre, no le reconoce su autoridad, se siente con el derecho de no hacerle caso. El otro, en cambio, parece todo un modelo: «Sí, padre, lo que tú digas, padre, enseguida...». Pero «¿cuál de los dos hizo lo que quería el padre?».

Aquí es donde se juega lo importante. A lo mejor el desobediente termina por ir a la viña no por la autoridad de su padre, sino por convencimiento: la viña es de su padre, como también lo es suya. Hay que cuidarla, trabajarla, porque si no será también su propia ruina. Puede que sea un insolente, un maleducado y un chulo,... pero le preocupa la viña y se ocupa de ella. 

El otro, en cambio, cuida mucho las apariencias, se muestra disponible, contesta como debe ser, pero se engaña sobre todo a sí mismo. Es un hipócrita. Las palabras, las proclamaciones de obediencia, las supuestas creencias, y el sentimiento de familia se quedan en nada. No ha descubierto que la viña también es suya.

Es más probable que nos reconozcamos en el segundo hijo. A menudo se nos va la fuerza por la boca. Nos cargamos de buenas intenciones, y nos declaramos dispuestos a colaborar en muchas cosas... y luego los hechos desmienten nuestras palabras. Se firman declaraciones y derechos y compromisos en favor de la justicia, del reparto de ayudas, de la acogida de inmigrantes, de desarme, de... ¡Papel mojado!, y pocas veces reclamamos a quienes los firmaron tan solemnemente, poniendo "cara de foto". Se llama «falta de coherencia». Esto daña mucho nuestra credibilidad. No se trata de que seamos perfectos, porque somos criaturas frágiles, y nos equivocamos, nos despreocupamos, nos vencen los miedos... Pero sí se trata de lo que San Pablo nos pedía hoy: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, no os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás, y dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir».

Si Jesús echaba mano hoy de una parábola, invitando a revisar posturas, quiero terminar yo con una anécdota de Mahatma Gandhi:

En la India había hubo una mujer cuyo hijo menor era diabético, y no sólo era un goloso tremendo del azúcar, sino también un admirador de Gandhi. Aquella madre decidió buscar la sabiduría de Gandhi, y tomó un tren con su hijo para encontrarle. Cuando llegaron, tuvieron que esperar bastantes horas hasta que les dieron permiso para hablar con él. Una vez que la madre hubo explicado la historia, Gandhi le respondió: 

- “Por favor vuelve en 15 días.”

Pasado el plazo, volvieron de nuevo donde estaba Gandhi, esperando su consejo. Esta vez Gandhi se puso de pie, tomó al niño por los hombros, y dijo: 

- “Hijo mío, debes parar de comer azúcar.” 

La madre estaba furiosa. 

- “Con todo respeto, hemos hecho un largo viaje para buscar tu consejo, ¿y esto es todo lo que tienes que decirnos?”

A lo que Gandhi respondió: - “Señora, no podía pedirle a su hijo que hiciera algo que yo mismo no podía hacer. Hasta ayer no había sido capaz de apartar por completo el azúcar de mi propia dieta.”



Las palabras y los hechos. Nuestra coherencia. Fraternidad universal, creemos en un solo Dios y Padre, instrumentos de paz, compromiso con la justicia. Quitemos por fin el azúcar de nuestra dieta. El mundo será mucho más sano. Porque la viña es de Dios... pero también es nuestra. ¿Vas o no vas?

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

viernes, 25 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,43b-45

 


Evangelio según San Lucas 9,43b-45
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:

"Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".

Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.



RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos:

Algo importante está en juego. Lo anuncia Jesús por segunda vez, y previene al auditorio con palabras incitantes: “Meteos bien esto en la cabeza”. Otra vez, el tema de su pasión y muerte. Los jefes religiosos lo van a rechazar y, al fin, lo matarán. Pero siempre apunta a la resurrección, que, sin embargo, estaba aún lejos de su posibilidad de comprensión. El dolor, la muerte, la soledad, la enfermedad son misterios dolorosos, siempre presentes en el camino de los hombres, pero nos cuesta comprender este hecho y, sobre todo, aceptarlo. (Por supuesto, aceptar la cruz de Jesús ha de estar a mil leguas de una espiritualidad victimista o dolorista). 

Después de momentos de gloria, como la transfiguración y la curación del muchacho epiléptico, y antes de tomar la decisión de subir a Jerusalén para morir y resucitar, vuelve Jesús sobre el destino que le espera. “Solo ante el peligro” y el destino de ser despreciado y ser ejecutado por sus enemigos, en Jerusalén. La reacción de sus discípulos es desconcertante: no entienden nada, les resultaba un lenguaje oscuro y, apresados por el miedo, no se atreven a preguntarle nada. Siguen agarrados a sus ideas de mesianismos políticos. Pero Jesús es el Mesías de Dios porque es “un ser para la muerte”. Es el Hijo del Hombre, no tanto como juez sino como hombre sufriente. Es el poder y la victoria que se manifiesta en la debilidad. Es la paradoja de la vida de Jesús: es Rey y es siervo; su victoria se cumple en la cruz de los esclavos; su vida es morir, morir y dar la vida por los que ama.

Para “entender” a Jesús, solo cuenta la fe y el abandono en Dios. Solo la fe descubre que en la cruz está la victoria. Aquellos discípulos que no entendían el lenguaje, tras la muerte de Jesús, dieron su vida por él, entre persecuciones y tormentos. El seguidor de Jesús, medianamente coherente, pasa por la cruz. Es que el mandamiento primero es el amor, y el amor siempre lleva aparejado el dolor, el sacrificio por los otros. Hoy tenemos, como expresión clara, tantos cristianos perseguidos; por ejemplo, en el próximo y medio oriente; y qué valientes responden, cuando llega la cruz. En Occidente, ¿entendemos este lenguaje? Junto a cristianos que responden, como los apóstoles, “te seguiré a dondequiera que vayas”, otros creyentes tienen miedo a seguir a Cristo con todas las consecuencias. Tenemos miedo a “ser diferentes”, a ser otra cosa en el mundo, a anunciar los valores evangélicos, que no son los mundanos. Podemos decir sí o decir no; pero seguir a Jesús es seguir al Crucificado.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 24 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,18-22

 


Evangelio según San Lucas 9,18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".

Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".

"Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios".

Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.

"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Han pasado siglos, y sigue resonando esta pregunta de Jesús. Nosotros nos apresuramos a responder con el Credo del catecismo; con las fórmulas acuñadas en los concilios: “Nacido del Padre, antes de todos los siglos”, “Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”, “Bajó del cielo, se encarnó, padeció, fue sepultado y resucitó”, “ Vendrá para juzgar a vivos y muertos”. Son fórmulas exactas, recitadas con fe en la Iglesia, a través de tantas generaciones, dignas de nuestro estudio y amor. También corremos el riesgo de la rutina, casi infantil, al decirlas en la liturgia. Y nosotros sabemos que el objeto de nuestra fe es él, Jesucristo; no, unas verdades abstractas sobre él.

Saber bien quién es Jesús, para tener fe y confianza en él, es tan importante que Jesús lo sitúa en un momento de oración. En la oración, no caben las ideologías que afloran en las reflexiones y discusiones de los hombres. Es que solo la fe tiene la respuesta sobre la identidad de Jesús. La visión clara es: “El Mesías de Dios”. No un Mesías político y triunfador. En el Antiguo Testamento, el Mesías es Rey, libertador del pueblo en toda opresión. Pero el Mesías Jesús va asociado a su pasión y muerte, a su fracaso de varón de dolores. Este es el verdadero contenido de su mesianismo. Con razón, no les cabía en la cabeza. Por eso, Jesús les prohíbe a los suyos que lo digan a nadie. Este evangelio establece el siguiente recorrido, en cuanto a la identidad de Jesús: La gente lo llama profeta, los apóstoles lo confiesan Mesías de Dios y Jesús se autoproclama Hijo del Hombre. Ya está la respuesta redonda.

Este Mesías no quería títulos o poderes mundanos. Y los discípulos no lo entendieron. Querían apartarle del camino de la pasión; más bien, pretendían los primeros puestos y estaban lejos de quedarse los últimos y servidores. Hoy, todavía hay entre los seguidores de Jesús mucho lastre de ambiciones de poder, del carrerismo denunciado por los tres últimos Papas, de escalar dignidades, de acaparar títulos, tan lejos del que se humilló hasta la muerte. ¿Qué hacer? Mirar a Jesús, y confesar nuestra fe. Recordamos un ejemplo: “Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es el Maestro y Redentor de los hombres. Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza. Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida. Fue pequeño, pobre, humillado, ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que todos son hermanos. A vosotros, cristianos, os repito su nombre: Cristo Jesús es el mediador entre el cielo y la tierra, es el Hijo de María. ¡Jesucristo! Recordadlo. Nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra por los siglos de los siglos” (Pablo VI).

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 23 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,7-9

 Evangelio según San Lucas 9,7-9

El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado".

Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado".

Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo.



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

“Tenía ganas de ver a Jesús”, dice el Evangelio de Herodes. Nos recuerda lo de aquellos griegos que le pidieron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”, o de Moisés: “Muéstranos, Señor, la gloria de tu rostro”, o el salmista: “Buscaré, Señor, tu rostro”. Qué buen deseo, ahora corrompido en Herodes, por el recelo y el cotilleo frívolo ante “los milagros” que contaban de Jesús. Se verán las caras en el momento de la Pasión, pero no se saldrá Herodes con sus pretensiones.

El miedo a la fuerza y poder que emanan de la vida misma de los profetas, Juan y Jesús, se apodera del virrey Herodes. Como siempre, el poder mundano pretende utilizar e instrumentalizar, en su provecho, la buena fama de los profetas. Antes, había matado a Juan, para quitarse la pesadilla de la competencia. Este Herodes, distinto del de la muerte de los Inocentes, nació el año cuatro, antes de Jesucristo y murió el año 39 después de Cristo. Abandonó a su mujer para juntarse a Herodías, la mujer de su hermano. Ahora, como antes de la muerte de Jesús, el virrey se empeñaba en calmar su curiosidad con una de esas acciones maravillosas que comentaban del Maestro de Nazaret. Jesús nunca se enfrentó con él, pero se mantuvo firme; incluso, en una ocasión llegó a llamarle “zorro”. La curiosidad de Herodes suscitó el misterio de la identidad de Jesús. Había opiniones para todos los gustos: si era Juan resucitado, o Elías, o alguno de los antiguos profetas. La dificultad venía de la dialéctica entre las esperanzas de un Mesías, político y grandioso, y la sencillez del profeta de Nazaret. De hecho, no consiguieron acertar con su identidad. Pero Jesús nos ha enseñado dónde reconocerlo.

Hoy, la figura de Jesús sigue moviendo la curiosidad y el interés de muchos. Hace más de dos mil años que una losa cerró la entrada a su sepulcro. La mayoría, entonces, creyó que todo había acabado para siempre. Y sigue vivo, y removiendo tantas vidas. Tantos han vivido y muerto por amor a él. También ahora sigue la frívola curiosidad, el despiste, el consumismo religioso fácil. El Cristo hippy o guerrillero, el Gospel, el Jesucristo Super Star, el Cristo de la camiseta, émulo del Che Guevara. Por no hablar del Cristo y sus mensajes terribles de ciertas revelaciones y apariciones que tanto furor, mágico y místico, despiertan. Lo tenemos tan fácil… Leamos, ahondemos, oremos el Evangelio; aquí está la fuente viva de la revelación de Dios a los hombres, aquí podemos dibujar exactamente al Cristo enviado por el Padre. Todo tan sencillo en sus parábolas y milagros, en su Muerte y Resurrección. Nos invitamos, pues, sus seguidores a confesarlo, a amarlo, a seguirlo, a imitarlo, a vivir y morir por él.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 9,1-6

 


Evangelio según San Lucas 9,1-6
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.

Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,

diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.

Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.

Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".

Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.



RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Es el “leit motiv” de Jesús: anunciar y curar. Anunciar la Buena Noticia y construir el Reino de paz, de justicia, de salud, de felicidad. Comenzó ya en la sinagoga de Nazaret donde Jesús hace suyas las palabras del Profeta: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos”. Precisamente hoy es la Virgen de la Merced, advocación que es clamor de liberación, mensaje que se hizo carne tantas veces en la historia. Evocamos un grito subversivo del Obispo Casaldáliga: “Solo hay dos cosas absolutas, Dios y el hambre”. Su amigo y protector, Pablo VI, lo formuló en términos más ortodoxos; puso el absoluto en Jesús y su Reino. Y nosotros lo pedimos en el padrenuestro. “Santificado sea tu nombre, danos el pan de cada día”.

Jesús lo repite tres veces en este texto de seis versículos: “Les dio poder para curar enfermedades… luego les envió a proclamar el Reino y a curar enfermos… fueron de aldea en aldea anunciando el Evangelio y curando en todas partes”. Curiosamente, coloca antes la sanación que el anuncio del Reino; ya sabemos que, en el Evangelio, enfermedad es sinónimo de todo mal, también el psicológico y espiritual. Dios quiere que “el hombre viva bien”. Como que su discurso programático es un discurso de “Bienaventuranzas”. Los discípulos son constituidos en la prolongación de Jesús, continúan su obra y su palabra. Pero no de cualquier manera; el Maestro les indica el estilo. Primero, ligeros de equipaje, como el poeta: “No llevéis nada para el camino”. El apóstol no se instala en los medios sino que mira el fin de su tarea, Dios y su Reino. Luego, insiste en la hospitalidad, que se queden en la casa donde entren. Seguro que habrán de encontrar dificultades, les previene Jesús. Pueden sufrir el rechazo y la falta de acogida, porque Dios deja intacta la libertad del hombre ante su propuesta. Libertad que, por supuesto, va acompañada de la responsabilidad: no puede ser lo mismo optar que no optar por el Reino de Dios y sus valores.

Todos los cristianos somos discípulos y apóstoles, somos misioneros. Es Jesús quien nos envía. Y, si la cosa viene de Jesús, esto nos llena de confianza y nos libera de miedos y preocupaciones. Podríamos señalar esta secuencia: somos elegidos, somos bendecidos, somos constituidos idóneos para el anuncio… y este anuncio nos deja trasformados. El contenido del anuncio es solo el Reino, no la Iglesia, no nosotros. Contenido de palabras y obras. Sin “curar”, nuestra misión carecerá de credibilidad; si anunciamos bien el Evangelio, ineluctablemente llegarán los milagros. Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son los milagros, los signos que hacen más transparente el mensaje de Jesús? El primer signo es nuestro porte apostólico: “sin bastón, sin alforja, sin pan, sin dinero”. No residirá la eficacia en los grandes alardes de medios de comunicación, de multitudinarias concentraciones, de figuras poderosas, sino en la sencillez que nos hace libres y confiados. ¿Qué gloria mayor podemos desear que participar con Jesús en su proyecto, en el sueño del Padre sobre los hombres?

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 21 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,19-21

 


Evangelio según San Lucas 8,19-21
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.

Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".

Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Con lo importante que es la sangre. La ley de la sangre nos hace familia, crea vínculos imborrables, es el fundamento último de amor y seguridad, cuando tantas cosas fallan. La sangre nos trae las palabras más bellas y profundas: la madre, el padre, los hermanos. Entonces, ¿por qué Jesús da ese quiebro desde la sangre a la conducta y actitudes? “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, subraya contundentemente. Pero aplicamos la lupa sobre el texto, y comprendemos que lo que reviste formas de algún rechazo posee un sentido de elogio y alabanza: grande es dar la sangre, pero todavía más grande lo es cuando se da desde la fe y la confianza en Dios. Es decir, en la Madre de la sangre, se verifica, de modo inigualable, esa escucha y cumplimiento de la palabra del Señor. Como en el Antiguo Testamento: no eran pueblo de Dios por la raza sino por la elección amorosa y providente de Dios.

Para una mujer judía lo más grande era la maternidad, era el don y oficio primero. Pero el Evangelio, sin contraposición, pone en primer plano la maternidad desde la fe. “Concebir antes en el corazón que en el vientre”, dirá bellamente San Agustín. Y esto se cumplió en la familia de sangre de Jesús. Por eso, no debe sonarnos a desaire el poner las cosas en su sitio: primero, la escucha y las obras; luego, la concepción y el parto. Como que todo comenzó con las palabras reveladoras: “Hágase en mí según tu palabra”. Una fe nada fácil, una fe de la Virgen en la oscuridad, una fe que iba progresando, al compás de las pruebas y tropiezos. Las palabras del anciano Simeón llenas de negros presagios, el no entender el sentido de “ocuparse en las cosas del Padre”, el desdén de la gente, que tenía a su hijo por loco, el fracaso de la Cruz, todo formaba parte de la espada que le atravesaba el corazón. Si era la Madre del Verbo, de la Palabra, ¿cómo no la iba a escuchar “de todo corazón”? Nosotros, como María, somos seguidores de Jesús, somos la familia de Jesús, somos el Cuerpo de Cristo. No chocan en nosotros la sangre frente al Reino, que es lo primero. Es que, para nosotros, el Reino no es una moral sino una persona, Cristo, el Señor.

Nunca presumió la Virgen de ser Madre de Dios; más bien, de “sierva del Señor”. Como sierva por la fe, al igual que Jesús, estuvo siempre en las cosas del Padre, haciendo siempre las cosas que a este le agradaban. María no se quedó en la biología, con ser tan interesante, sino que desde su libertad, cooperó de forma ejemplarmente humana, Si para la Virgen ser madre no fue primeramente un título, no busquemos nunca otros títulos mundanos a los que tanto se arregostan algunos hombres de Iglesia. El don de la fe es nuestra única distinción y grandeza, nuestra única fuente de derechos; la fe nos iguala a todos. Nuestras relaciones, en la sociedad y en la Iglesia, no se basan en la sangre, en la economía, en los trabajos sino en la comunión de la misma familia, la familia del Reino. ¡Y pensar que contemplamos, con horror, tantas divisiones y desigualdades fundadas en la sangre o en ambiciones mundanas, en países de larga tradición cristiana!

CR

fuente del comentario CIUDAD REDOMDA

sábado, 19 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,1-16a


Evangelio según San Mateo 20,1-16a
porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.

Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.

Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,

les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.

Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.

Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.

Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.

Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,

diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.

El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?

Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.

¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.

Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».


RESONAR DE LA PALABRA

Buscad al Señor mientras se deja encontrar

Así de golpe empieza el oráculo de Isaías. Quizá resulte sorprendente que invite al Pueblo de Dios a buscar a Dios, como si se hubieran alejado de él, como si Dios estuviera ausente. Pero es que en las duras circunstancias en que el profeta hace esta llamada, quiere hacerles ver que su «imagen» de Dios, los rasgos que le atribuyen, las expectativas que de él tienen ni son las más convenientes para salir adelante de su difícil situación en el destierro, ni responden al auténtico rostro de Dios. Por eso su llamada supone una conversión, un cambio de mentalidad, para abrirse al Dios que les quiere acompañar en una renovadora experiencia de Éxodo, de vuelta a su tierra. Los caminos de Dios no son los caminos de su pueblo. Van por distinta autopista.

Me parece oportuno reocger aquí lo que decía San Agustín: “Aquel a quien hay que encontrar está oculto, para que lo busquemos; y es inmenso, para que, después de hallarlo, lo sigamos buscando”.

Nunca podemos decir que «ya hemos encontrado a Dios», que ya le conocemos, que ya sabemos definitivamente su voluntad. Como tampoco podemos decir que «ya tenemos conseguido el amor de alguien» (menos si ese Alguien es Dios). Porque el amor no es una «cosa» que se encarga, se compra o se consigue, se tiene, se posee, se controla... sino algo que hay que sembrar, trabajar y cuidar cada día. Como una viña: al comenzar el día, a media mañana, a media tarde y al anochecer...

Como puede ser engañoso pensar que «ya hemos encontrado el sentido de nuestra vida», porque la vida es algo cambiable e incontrolable, imprevisible, sorprendente, que pide a cada momento que vayamos reorientando, corrigiendo, adaptando, interpretando, discerniendo lo que ella nos va trayendo. El sentido de la vida es algo dinámico, en continuo movimiento. Como la vida misma.

Ni conviene dar por hecho que «yo me conozco muy bien» y ya no es necesario andar mirándome por dentro, escucharme, sentirme. Hace ya más de veinticinco siglos, Tales de Mileto afirmaba que la cosa más difícil del mundo es conocerse a uno mismo. En el templo de Delfos podía leerse aquella famosa inscripción socrática: «conócete a ti mismo». Hasta el último día de tu vida, hasta el último momento, no podrás decir: me conozco, sé quién soy. Por tanto en tantos aspectos de la vida y en todas nuestras relaciones personales... hay que estar siempre buscando, renovando, adaptando

Isaías lanzó su reto al Pueblo de Dios, al de entonces y al de ahora: «Buscad al Señor». No asegura que lo encontremos. Pero hay que buscarlo, porque «se deja encontrar». ¿Tú le buscas? ¿Dónde, cuándo, cómo, y sobre todo con quién? 

Hay quien busca a Dios en la Naturaleza: ante el mar inmenso, en una elevada montaña, en los prados de su pueblo... Hay quien le busca con técnicas de meditación y relajación de todo tipo, practicando el silencio y la contemplación. Hay quien le busca en algunos lugares especiales: una ermita, una determinada capilla, la inmensidad de una catedral, un cierto santuario, un rincón lleno de recuerdos... Hay quien le busca en la belleza y la estética de la música, la danza, la arquitectura, el arte en general. Hay quien le busca en los ritos y ceremonias especiales, donde se cuidan los gestos, los inciensos, el órgano, el coro, la solemnidad... Hay quien le busca en los libros de teología, meditación o devocionales. También la Ciencia ha sido un camino de búsqueda para algunos... 

Pero ninguno de ellos «garantiza» la experiencia de Dios, el encuentro con el auténtico rostro de Dios. 

Además, para el cristiano es muy relevante «buscar con otros». «Buscad», no simplemente «busca». Es un rasgo seguro del rostro de Dios su opción y su progresiva revelación por medio de un pueblo, de una comunidad, de una Iglesia. La fe cristiana es comunitaria: nos llega por medio de otros, madura con otros, se mantiene viva compartida con otros. Y también nos ayuda a purificar nuestras obsesiones, limitaciones y bloqueos en esa búsqueda. 

Por otra parte, San Agustín, por propia experiencia, afirma que aun encontrando, no se termina la búsqueda. Porque nosotros cambianos, porque la vida cambia, porque la sociedad cambia. Es el Dios que se esconde para que le sigamos buscando; es el Dios que no nos quiere acomodados. Es el Dios siempre nuevo y sorprendente, distinto al de ayer, porque nuestro hoy y lo que yo soy hoy... no es como ayer. Se oculta para que lo busquemos. La tarea del hombre es buscar y buscar siempre ... Cuando dejamos de buscar... empezamos a morir.

Pero si los caminos de Dios no son nuestros caminos, puede ocurrir que por donde caminamos pretendiendo encontrarlo... no es el mismo camino porque el que anda Dios. Hay estilos de vida, actitudes, costumbres, ideas, ideologías que bloquean, impiden el encuentro con Dios. El individualismo, el egoísmo, la falta de compromiso por construir un mundo más justo, menos contaminado, más fraterno; la superficialidad, la falta de silencio, el no saber valorar y agradecer... Al Dios de Jesús se le encuentra entre los débiles, los pobres, los necesitados, los marginados... y no en lugares (o grupos) cómodos, seguros, protegidos, ala defensiva... Lo diremos mejor con las mismas palabras de San Pablo: «Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo». 

El contexto de esta frase importa, para comprender su significado. Pablo se encuentra en la cárcel, cansado, le empiezan a pesar los años, y su «cuerpo» le pide ya dejar la tarea apostólica y prepararse para el encuentro definitivo con el Señor. Es lo que más le apetece. Aunque depende en buena medida del juez que lo libere o le condene. Pues bien, en ese contexto no «elige» lo que le pide el cuerpo, sino que Cristo sea glorificado, pase lo que pase. El dilema entre su propio bienestar y el servicio a las comunidades cristianas a las que tiene que seguir educando y acompañando, se resuelve por lo segundo: quedarse con ellos y seguir. «Para mí vivir es Cristo», podríamos traducirlo también: "para mí vivir es entregarme a vosotros como hizo Cristo". Ya se nota que conocía bien a su Señor. Y una vida digna del Evangelio de Cristo es aquella en que nos convertimos en Buena Noticia (Evangelio) con nuestra entrega diaria hasta el final.

La parábola del Evangelio nos aporta algunas luces importantes para conocer y experimentar al Dios que buscamos:

+ Primero: que es más bien el propio Dios quien sale a buscarnos. Quiero contar con nosotros. Me busca él. Y es él quien decide a qué hora me llama.

+ Segundo: nos invita a trabajar en su viña (el mundo, el Reino). Esta viña tiene que ser importante para nosotros. Para aquellos trabajadores de las primeras horas, la viña no importaba nada: les importaba «lo suyo». Y se sentían con más derechos que los demás. 

+ Tercero: conviene ser conscientes de quién nos llama, y procurar sintonizar y vibrar con él, con su sorprendente rostro, con su preocupación de que a nadie le falte lo necesario, aunque haya trabajado poco. Trabajar para quien nos ha invitado a su viña significa dejarse transformar por él, parecerse a él. Siempre me ha estremecido esta oración de Claret: «Guárdame, no sea que anunciando a otros el Evangelio, quede yo excluido del Reino». En otra de sus parábolas Jesús afirma que los trabajadores... acabaron expulsados de su viña. 

Cuando olvidamos todo esto... estamos presentando un falso rostro de Dios. Y se hará expecialmente urgente "salir a buscarlo".

Busquemos. Juntos. Contamos con la ayuda del Espíritu de Dios. Dejemos que Dios nos busque y vayamos a su viña.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

viernes, 18 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,4-15

 


Evangelio según San Lucas 8,4-15
Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:

"El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.

Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.

Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.

Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".

Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,

y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.

La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.

Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.

Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.

Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.

Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.

 

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Parábola del sembrador, tan literariamente bella, tan profunda en su sentido, tan importante como para que sea el mismo Jesús quien la explique a los suyos. Un sentimiento agridulce nos envuelve. Hoy “revive” la Palabra: el sínodo reciente sobre el tema, la pasión frecuente en torno a la Lectio Divina, la presencia de la Biblia en muchos foros. Pero el sabor amargo nos acucia: qué mala prensa tienen nuestras homilías (“no me eches sermones”, igual a “no me aburras”), qué escaso fruto detrás de tantas catequesis o clases de religión. ¿Cuántos leen los documentos de los Obispos?

El mismo Jesús lo clarifica. Dios es el sembrador, la semilla es la palabra y la tierra es el corazón del hombre. Es la palabra que estuvo en el principio de la creación y de la historia, que se reveló en Jesucristo, Verbo de Dios y palabra en el tiempo, que se escucha y ora en la Iglesia, que se siembra a raudales en la tarea misionera. Una nota peculiar de la siembra es la abundancia; cae sobre todos los terrenos, los fecundos y los baldíos, sobre tierra mullida y sobre zarzas. Jesús habló para todos; para los que, fascinados, le escuchaban y para los que no le querían. Luego, ante tan buena siembra, la respuesta del hombre es muy diversa. Es el misterio de la libertad del hombre. Dios solo nos propone sin imponer nada. ¿Por qué unos se abren generosamente a la palabra, mientras otros se cierran en la indiferencia? ¿Por qué?

Pues hay que ser optimistas, según el texto de la parábola. Esta apunta que “la mayor parte” cayó en tierra buena, y dio el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno. Dicen que, aun en las buenas cosechas de entonces, no salía más del siete por ciento. Ojalá este optimismo nos empuje a promover mucho el estudio y la oración de la Palabra. Por otra parte, aun sabiendo que el fruto es don del cielo, sabemos que nosotros somos el cauce por donde discurre la semilla. Nos preguntamos: ¿cómo vivimos nosotros la palabra, antes de comunicarla a los demás? No olvidamos que en nosotros también hay zarzas y pedregales; nuestras perezas, frivolidades, mundanidades, antivalores evangélicos, durezas de corazón, pueden sofocar la semilla. Y, al revés, si nos acompaña la profundidad de vida espiritual, la cosecha estará más segura. Siempre estamos preguntándonos, ¿cómo está nuestro corazón sobre el que se derrama la palabra de Dios? Hagamos como María, la Madre de Jesús, que escuchaba, guardaba y ponía por obra lo que quería su Hijo. Solo así, lograremos que, como en los profetas y apóstoles, arda nuestro corazón de discípulos de Jesús y apóstoles del Evangelio.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

jueves, 17 de septiembre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 8,1-3


Evangelio según San Lucas 8,1-3
Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce

y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;

Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:
Muchas mujeres. Comienza el evangelista hablando de “algunas”, y, en seguida, nos advierte de que eran “muchas que le asistían con sus bienes”. Esta escena era, para aquel tiempo y aquella cultura, insólita y llamativa. No cabía en la cabeza de los jefes religiosos. Nosotros nos hemos acostumbrado a encontrarlas, en primera fila, en el Calvario, junto a la Cruz de Jesús, o en la mañana de la resurrección, como pregoneras. Pero, en aquel tiempo, solo podía ser cosa del Maestro de Galilea. Solo él podía romper tantos prejuicios y barreras.

El Evangelio lo dibuja con claridad meridiana. Nos habla del número, nos cita sus nombres -Susana, Juana, María Magdalena-, y nos ofrece informaciones interesantes. Alguna estaba casada (más insólito todavía), otras habían sido sanadas por Jesús, otras “muchas” compartían sus bienes generosamente y -¡lo más importante!- pertenecían a la comunidad de Jesús, junto con los apóstoles. Aquí podemos traer a la memoria y repasar a tantas mujeres que desfilan por las páginas de los Evangelios. Y todas son tratadas con afecto, también las que han sido pecadoras. Es que Jesús es un hombre tan lleno de libertad como vacío de prejuicios y convencionalismos. Acudamos a un solo acontecimiento, el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, junto al pozo de Sicar. Sus mismos discípulos se sorprendieron de verlo hablando con una mujer. Y con razón: era mujer, a solas, estaba hablando de religión, la mujer era extranjera y pecadora. ¿Qué más quebrantos podían acontecer? Jesús estaba afirmando con su conducta lo que, más tarde, nos diría el discípulo Pablo. Todos somos iguales en Cristo; iguales judíos y gentiles, iguales hombre y mujer. 

Os invito a alegrarnos todos. Alegrarnos al mirar a estas mujeres acompañando al Maestro. Mujeres misioneras, mujeres en la comunidad de Jesús. Vamos a desnudarnos de prejuicios sexistas, y preocuparnos más del sentido de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Seamos los primeros en horrorizarnos, y luchar contra la violencia de género, contra la disminución de los derechos humanos en ámbito femenino, contra las mutilaciones vergonzosas, contra la muerte violenta de tantas mujeres, aun en países llamados desarrollados, etc. No apliquemos a las mujeres sofismas que se caen; por supuesto que, en la Iglesia, no hay que buscar el poder sino el servicio, pero, ¿no debe aplicarse este criterio evangélico también a los hombres, y no solo cuando se habla de la presencia de la mujer en la Iglesia? Para acallar las voces, quejosas con la escasa presencia de la mujer, se nos llena la boca proclamando que una mujer, María, es la más grande criatura; entonces, ¿por qué albergar reticencias, al situar a la mujer en la Iglesia? (Y, por supuesto, no nos metemos en berenjenales hablando de sacerdocio femenino y asuntos parecidos). Más bien, hacemos memoria de tantas mujeres que han dado a luz, han alumbrado tanta vida en la Iglesia. Las conocidas: mártires, como Cecilia; místicas, como Teresa de Jesús; madres y educadoras como Joaquina Vedruna; mujeres de la caridad, como Luisa de Marillac. Sin olvidar a todas las mujeres anónimas que, en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en organizaciones diversas están haciendo brillar un magnífico y fecundo testimonio cristiano. Estas mujeres hacen caso al Papa Francisco que reclama el genio y carisma femenino.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA 

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 7,36-50



Evangelio según San Lucas 7,36-50
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.
Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él.
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?".
Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien".
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos.
Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies.
Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor".
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados".
Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?".
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Solo la finitud humana puede explicar tanta ceguera. La palabra y el comportamiento de Jesús son claros como el día. El Dios que nos revela Jesús es el Padre de la compasión. El evangelista Lucas ilumina, como ninguno, esta convicción con parábolas, signos y sentencias que salen de la boca de Jesús. En un solo capítulo, el 15, confirman este juicio las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo. 

Basta con fijarnos en el modo de moverse los personajes en escena. Primero, la mujer pecadora. De improviso, irrumpe e interrumpe a los comensales. Entra decidida, sin mediar palabra, sin rubor, aunque conocida por su mala fama. Se dirige al Maestro, y lo colma de atenciones: se coloca a sus pies, a los que baña con sus lágrimas, los enjuga con su cabellera, los besa y los llena de perfume. Es la mujer agradecida a la bondad de Jesús. En esta pecadora pública sorprendemos a todas las personas excluidas en la vida: leprosos, pecadores, homosexuales, recaudadores, extranjeros. Salta, en seguida, Simón, el fariseo. De entrada, ha tenido el gesto de invitar a Jesús, pero pronto aparece la vena moralista; queda horrorizado de que tal mujer se atreva a tocar a Jesús. ¡Cómo va a ser profeta! Es incapaz de enternecerse y mirar las lágrimas agradecidas; al revés, juzga la conducta de Jesús, le puede la ley, la norma de siempre. Miremos, pues, a Jesús. Empezó aceptando la invitación “del enemigo”, y ahora no siente escrúpulo de que una pecadora le abrace. Ve el corazón, y el amor y gratitud que atesora. Es el profeta de la compasión, sencillamente la ama, la perdona, admira sus gestos.

Jesús siempre está a punto para el perdón. Un perdón sin condiciones. Solo nos queda abrirnos a su amor, y experimentar su clemencia. Para ello, como la mujer pecadora, hemos de sentirnos necesitados de la misericordia de Dios. El fariseo soberbio de la parábola bajó del templo no reconciliado. Si, como Simón, nos creemos dueños de la verdad y, en actitud moralista, juzgamos y condenamos a los otros, ¿cómo vamos a estar dispuestos al perdón? Escuchemos a Jesús que nos dice “Vete en paz”. Esta paz es fruto del encuentro con Jesús. El amor de Dios borra y purifica todo lo malo que pueda socavar la bondad en nosotros. Si así lo sentimos, miraremos a los demás con los ojos de Jesús, incluso a los pecadores. Y nos sorprenderemos de cuantas cosas buenas habitan en el corazón de la gente; como la gratitud de la mujer pecadora. Todos caben en la Iglesia; a nadie vamos a apartar o excluir. No hagamos caso a esos que gritan en el anonimato de Internet: “Que se vayan”, “Que los echen de la Iglesia”. De hecho, Jesús comenzó citando al Levítico: “Sed santos como yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” y remató su discurso proclamando: “Sed compasivos. Como vuestro Dios es compasivo”.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA