jueves, 30 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 6,44-51


Evangelio según San Juan 6,44-51
Jesús dijo a la gente: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

Tuvo suerte el etíope. La catequesis bautismal no duró lo que sugiere el “Ritual para la iniciación cristiana de adultos”, con sus entregas y plazos marcados. Lo suyo fue llegar y besar el santo. Y bautizarse. Le fue bien con el catequista, un apóstol enviado por un ángel de Dios. Y, sobre todo, tuvo la mente abierta, para poder entender lo que, cuando comenzó a leer, le resultaba incomprensible. Porque no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni persona más tonta, que la que no quiere entender. El ministro quería comprender. Y aceptó la ayuda que un extraño le ofrecía. Por esa disposición de búsqueda, llegó al encuentro con Cristo. Y, en cuanto encontraron agua, se pudo bautizar.

Del Evangelio, algunas frases sobres las que se puede reflexionar, y que me han llamado hoy la atención. La primera, “el que cree tiene vida eterna”. Esa fue la experiencia de este importante personaje. Creyó. Se le abrió un nuevo camino en la vida, en el que ya no importaban tanto las prebendas y la carrera profesional, sino el crecimiento personal y espiritual. Una nueva vida, que no acabó con su muerte. Su historia ha llegado hasta nuestro tiempo. Y sirve de ejemplo para muchos.

Otra frase, “serán todos discípulos de Dios”. ¡Qué importante es que todos – y no solo los curas y monjas – seamos capaces de dar testimonio! En las noticias, en los telediarios, se habla poco de Dios. Así es difícil que la Buena Nueva se expanda. Por eso es tan importante caer en la cuenta de que no necesitamos que un ángel nos lleve de los pelos por los aires a evangelizar. Esto no va a pasar. Es deber de cada creyente, en todo momento, a tiempo y a destiempo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, ser testigos de Dios. Hay mucha gente que no entiende quién es Dios, cómo es, y es nuestra obligación compartir lo que nosotros sí entendemos. Y lo que sabemos, seguramente, lo entendimos gracias a otros.

El neófito siguió su camino “lleno de alegría”. Quizá esa sea la mejor manera de dar testimonio. No se puede convencer de que seguir a Cristo es algo que llene de felicidad, si lo hacemos con una cara triste. Deberíamos ser referencias alegres, sobre todo en estos momentos de incertidumbre y tristeza. Porque Dios está con nosotros, nos busca siempre y nos va llevando, hasta la vida eterna.

Una canción a propósito de las lecturas de hoy. Que, quien canta, ora dos veces.

Nuestro hermano en la fe,
Alejandro. C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 29 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 6,35-40


Evangelio según San Juan 6,35-40
Jesús dijo a la gente: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

Con la muerte de Esteban, comienza una persecución contra los cristianos. Una de las muchas que ha habido a lo largo de la historia. La primera, pero no la única. Desde luego, una situación horrible, pero que, a la larga, no pudo ser más beneficiosa para todos nosotros. No hay mal que por bien no venga, o Dios escribe recto con renglones torcidos. Sin esta persecución, los primeros discípulos no habrían salido de Jerusalén, o habrían tardado más. Intentando acabar con la Iglesia primitiva, los perseguidores consiguieron el efecto contrario. Gracias a ella, por todo el mundo hay cristianos. Gracias a la persecución, muchos lugares “se llenaron de alegría”.

De esta manera, a través de estos “misioneros forzosos”, muchos pudieron conocer la Buen Nueva. Acercarse al Pan de Vida, que se da la vida eterna. Ver para creer. Ver a Cristo, su ejemplo, su vida, escuchar su Palabra, para tener esa Vida. Desde nuestra perspectiva, podemos ser de los que acogen la Palabra, con oración diaria, con acción de gracias permanente, y eso está muy bien; pero debemos ser también de los que llevan el mensaje a los demás. En estos días extraños, cuando no podemos movernos mucho y, por tanto, tenemos más tiempo, quizá podamos convertirnos en apóstoles. En nuestras llamadas, en los mensajes telefónicos, en los foros de conversación, que haya hueco para Dios. Que en nuestros buenos deseos no falte el “cuando Dios quiera”, por ejemplo. Y que se note nuestra esperanza. Esperanza que nace de saberse en las manos de Dios.

Ayer comentábamos que algunos se alegraban de la muerte de Esteban. Se ve que les molestaba. Hoy, por el contrario, algunos hombres buenos procedieron a enterrarlo. Los momentos de crisis sacan lo peor, pero también lo mejor de nosotros. Como en nuestros días, con la pandemia del coronavirus alrededor. Los hay que especulan con los precios de los productos, y otros, sin embargo, lo dan todo, hasta la vida, como el padre Julio Vivas, misionero claretiano, muerto en Valladolid por esta enfermedad. Como tantos otros servidores de Dios. Como tantos trabajadores sanitarios. Los recordamos y oramos por ellos. Que el Señor les dé la vida eterna.

Hoy celebramos la memoria de santa Catalina de Siena. 

Nuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 28 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 6,30-35


Evangelio según San Juan 6,30-35
La gente dijo a Jesús: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".
Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".
Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

“Señor, danos siempre de ese pan”. Quizá ahora, como nunca en los últimos años, hay esa hambre del Pan de Vida. Con las iglesias cerradas, con muchas parroquias celebrando “virtualmente”, queda la Comunión espiritual, a la que están acostumbrados muchos ancianos y enfermos, que no pueden acudir a las iglesias. pero hay hambre de Eucaristía. Los contemporáneos de Cristo no tenían todas las claves para entender estas palabras. Nosotros, veintiún siglos después, sabemos que ese pan es el propio Cuerpo de Cristo. Gran milagro, el que se produce cada día, cuando se nos hace accesible el propio Hijo de Dios. Solo con este pensamiento se podría reflexionar largamente.

Decíamos ayer que la historia de Esteban no pintaba bien. Hoy asistimos a su lapidación. Como todos los mártires católicos, muere perdonando a sus enemigos. Y, a imitación de Jesús, pide que no se les tenga en cuenta ese pecado a sus asesinos. Muerte de profeta. Muerte martirial.

A todos nos molestan los profetas. Profeta no es la persona que adivina el futuro, sino el que nos pone ante la verdad, o mejor, la Verdad de nuestra vida. Lo que deberíamos hacer y no hacemos. O lo que hacemos, y no deberíamos hacer. Son incómodos. Las personas que viven cerca de un profeta deben estar siempre atentas, porque no hay mejor testimonio que el de la propia vida. No es muy difícil recordar a san Óscar Arnulfo Romero, mártir de América, o a santa Teresa de Calcuta, modelo viviente de entrega a los demás. “Admirables, pero no imitables”, dicen los escépticos, con una sonrisa torcida. Son personas que caen simpáticas, pero su estilo de vida “no es para mí”. Pues no. Todos estamos llamados a ese estilo de vida, en fidelidad, con alegría, en cada momento.

Esteban vivió su fe hasta el final, y vio los cielos abiertos, y a Cristo a la derecha del Padre. Como Cristo. No hace tanto que estábamos celebrando la Pascua, y nos alegrábamos de poder mirar la victoria sobre la muerte. Pero no todos viven así. Los hubo que se alegraron de la muerte de Esteban. Como hoy hay gente que sonríe cuando atacan a alguien que se destaca un poco entre la multitud. Que nos es incómodo, que no nos cae bien. Ojalá no nos den miedo. Que podamos dar testimonio de nuestra fe, siempre y en todo lugar.

“A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. “Señor, danos siempre de este pan”. Que, a lo largo del día, repitamos muchas veces estas frases, a modo de letanía, para recordarnos dónde está nuestra fuerza, y Quién nos acompaña a lo largo del camino. Quién nos da el pan nuestro de cada día.

Nuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 27 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 6,22-29


Evangelio según San Juan 6,22-29
Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?".
Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos, paz y bien.

En Navidad, justo después de celebrar el nacimiento de Cristo, la liturgia nos presenta la memoria de san Esteban, mártir. Como diciendo que, al lado de Jesús, se gana el cielo, pero a veces, de manera brusca. Con el derramamiento de la propia sangre. Terminada la Octava de Pascua, nos encontramos con la lectura de los Hechos de los Apóstoles, donde también aparece el bueno de Esteban. Le miraban, y les parecía que tenía el rostro de un ángel. No desvelamos el final de la historia, aunque podemos hacernos una idea. Tiempo habrá en esta semana para reflexionar con la ayuda del primer mártir de nuestra Iglesia.

Creo que de Esteban, sin duda, se puede decir que creyó en Jesús, y que se dedicó a las obras de su Amigo. A las obras del Reino de Dios. El Evangelio de Juan no es de los más “simpáticos” o comprensibles. En ocasiones, parece que a Jesús le preguntan una cosa, y responde otra. Menos mal que la luz de la Pascua nos ilumina. Acabamos de celebrar una Semana Santa, como poco, extraña. En muchos países no se puede salir de casa, o con muchas limitaciones. La palabra de Dios nos da una clave para vivir este tiempo especial. También nosotros buscamos a Jesús, y no lo encontramos. Parece que se ha ido. Pero Él está, y se muestra, y se hace el encontradizo. Y nos dice lo que tenemos que oír, no lo que queremos nosotros.

Es una realidad que todos debemos purificar nuestras motivaciones. Se puede comenzar a seguir a Cristo por muchos motivos, algunos claros, y otros, quizá, inconscientes. Hay mucho entusiasmo al principio, y muchas gratificaciones, y eso está bien. Triste sería comenzar un camino sin alegría. Pero no siempre quedaremos saciados, como los cinco mil que se cruzaron con Jesús. A veces habrá algo de hambre, y a veces, oscuridad total. Todo forma parte del seguimiento de Cristo. Tuvimos un formador en el Noviciado, el ínclito padre Fariñas, que nos decía que los votos perpetuos no se hacían el día de la Profesión Perpetua, sino en el momento en que, pasado algún tiempo, querías comprarte algo y no te daban permiso, o cuando te apetecía hacer algo, y el Superior pensaba de forma diferente, o cuando una chiquilla te pedía atención especial, y tenías que decir que ya estabas comprometido. Es una carrera de maratón, y no un acelerón de solo 100 metros.

En los buenos momentos, hay que cargar las pilas, acumular “calor” para cuando lleguen los momentos de oscuridad, de frío (y de frío sabemos “algo” en Rusia). Y ser firmes en la decisión tomada. Conozco a muchas personas, también en Rusia, que han tenido problemas por haber dado el paso a la Iglesia Católica. Los miran mal. Imagino que, en muchos países, tampoco es fácil ser católico. A Esteban tampoco le fue fácil. Pero fue fiel hasta el final. Como Jesús.

Nuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 26 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 24,13-35


Evangelio según San Lucas 24,13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


RESONAR DE LA PALABRA

De como unos que iban a Emaús volvieron a Jerusalén

Para todo cristiano que quiera vivir seriamente su fe, Emaús ha sido en algún momento de su vida el destino de sus pasos. ¿Quién no ha sentido el fracaso en su vida? ¿Quién no ha tenido la tentación de dejarlo todo y de buscar otros caminos? Son muchas las razones que nos han podido llevar a querer abandonar, a dejar Jerusalén, para buscarnos un lugar más cómodo y menos comprometido para vivir. Pero, y ésa es también una experiencia común, de algún modo en el camino de Emaús nos hemos encontrado con el Señor, hemos sentido que nuestro corazón ardía con su Palabra y le hemos terminado reconociendo al partir el pan. Y hemos vuelto a Jerusalén. 

La historia de los discípulos que, desesperanzados, dejan Jerusalén y se vuelven a sus casas es nuestra historia. Cada uno podría contar su propia experiencia. Las veces que hemos experimentado el desamor, el egoísmo, incluso la traición, y totalmente abatidos hemos pensado que lo mejor era abandonar, retirarnos, dejarlo todo. Nos hemos dicho: “¡Qué luchen los otros, yo ya he tenido bastante!” Pero también podemos contar cómo en ese mismo camino del abandono, del dejarlo todo, nos hemos encontrado con la fuerza que nos ha invitado a empezar de nuevo, a volver a Jerusalén y creer que, con la ayuda del Señor, todo es posible. Muchos matrimonios han vuelto así a vivir con renovada ilusión su amor, muchos cristianos han descubierto de esa manera la fuerza y el poder de la oración, muchos que no esperaban ya nada de la vida se han levantado y han vuelto a caminar.

El camino de Jerusalén a Emaús y de Emaús a Jerusalén es, pues, nuestro mismo camino. Pero hay algunos elementos en este relato que nos pueden ayudar a reconocer mejor a Jesús en nuestros próximos Emaús –los momentos de abandono, de huida, de pocos ánimos–, que vendrán. Primero, hay que estar atentos a los caminantes desconocidos. En ellos, puede estar presente el Señor. De ellos nos puede llegar la Palabra que ilumine nuestro corazón, que lo haga arder con nueva ilusión. 

Segundo, la Eucaristía es el momento privilegiado para reconocer al Señor y descubrir el sentido de nuestra vida como cristianos. En torno al altar nos sabemos hermanos que compartimos el mismo pan. No en vano el momento de partir el pan fue cuando a los discípulos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. ¿No tenemos muchos de nosotros una experiencia parecida de la Eucaristía?

Y, tercero, no hay que tener miedo en compartir con los demás nuestras experiencias de Emaús tal y como hicieron estos dos discípulos. Todos estamos en camino y todos experimentamos cansancio, desilusión y desesperanza. Quizá, en más de una ocasión, simplemente compartiendo nuestra experiencia y ayudando al que está cansado y a punto de abandonar, podemos ser el caminante desconocido que ilusione de nuevo el corazón de un hombre o de una mujer. ¿No es eso ser misionero?

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 25 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,15-20


Evangelio según San Marcos 16,15-20
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.


RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

La situación de los discípulos prefigura nuestra situación de comunidad cristiana. Estamos todos en la misma barca de la existencia humana. Ella se encuentra en medio de las tinieblas, entre la oscuridad del cielo y la profundidad del abismo. Después de un día de luz, con la multiplicación de los panes, los discípulos se encuentran perdidos en medio de la oscuridad. Se sienten abandonados. Puede ser que sea lo que sentimos en estos momentos difíciles.

Pero Jesús está ahí. Así como respondió a sus discípulos, nos dice hoy: “Soy yo, no temáis”. ¡Estoy con vosotros! Los discípulos no fueron capaces de ver, pero en el pan dado por Jesús existe un exceso, algo que los ojos no ven, que solo la fe es capaz de alcanzar. Este algo va más allá de la saciedad material. Es la misteriosa presencia del ausente. En la señal del pan, el mismo Señor se hace visible a nuestros ojos y nos comunica su vida, nos saca del abismo y nos da la fuerza para llegar a la otra orilla.

En este sentido podemos ver la travesía como metáfora de la existencia humana. El Papa Francisco la ha utilizado en su homilía del 27 de marzo, cuando concedió la bendición Urbi et Orbi: “‘Al atardecer’ (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: ‘perecemos’ (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Lo importante es saber que el Señor sigue allí, aun en medio de la oscuridad, cuando el viento sopla fuerte contra nosotros y las aguas de la existencia de encrespan. Por eso podemos pedirle: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, ‘descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas’” (Papa Francisco).

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 24 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 6,1-15

Evangelio según San Juan 6,1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.



RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

El hambre en la tierra es una realidad que acompaña la historia de la humanidad. La pregunta “¿Con qué compraremos panes para que coman estos?” (Jn 6,5) es una preocupación que sigue presente en las estrategias políticas y sociales de todos países, especialmente con la situación de la pandemia que golpea la economía global. Junto a los cuidados sanitarios, casi todos los gobiernos presentaron planes de ayuda económica a las familias, a los pequeños comerciantes, a las personas en paro… Es una respuesta necesaria, que nos lleva a pensar otro tipo de economía. Esto puede ser iluminado con el Evangelio de hoy.

Así como Moisés, Jesús sube al monte. Se trata de una experiencia de alianza. Jesús piensa de inmediato en el alimento de sus seguidores, y aunque sabe lo que va a hacer, interroga primeramente a Felipe. Éste piensa en el gran dispendio que supondría alimentar a tantos. El salario de doscientos días de trabajo no sería suficiente. Interviene Andrés comunicando que allí hay un muchacho que tienes cinco panes de cebadas y dos peces. En el Evangelio de Mateo, Jesús convoca a sus discípulos a participar en la solución: “dadles vosotros de comer” (Mt 14,16). En el Evangelio de hoy no es diferente: los discípulos buscan soluciones, pero son incapaces de ver más allá de lo que es posible humanamente. Lo que queda claro es que todos somos responsables en la solución.

Como en aquel día en el monte, frente al Mar de Galilea, Jesús quiere contar con nosotros, aunque sean solo cinco panes y dos peces lo que tenemos para ofrecer, es decir, Cristo nos llama a repartir la vida, ahí donde estemos, en las pequeñas cosas, las que tal vez ni se ven ni hacen ruido.

No se puede esperar una intervención divina cuando nosotros tenemos la posibilidad en hacer algo, aunque sea para descubrir que tenemos solo cinco panes y dos peces (Jn 6,9). Lo demás Dios se encarga, pues no espera de nosotros soluciones que superen nuestra capacidad humana. Desea que cada uno colabore como pueda. Lo que no puede es eludir de lo que es nuestra responsabilidad.

Junto a las graves consecuencias del COVID-19, vemos surgir una ola de solidaridad en diferentes ámbitos, desde personas que están haciendo la compra a los ancianos para que ellos no tengan que salir de casa, hasta la cooperación entre los diversos países. Desde estos gestos sencillos, Dios va multiplicando los pocos “panes” que disponemos para ayudar a los que necesitan.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 23 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,31-36


Evangelio según San Juan 3,31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra. El que vino del cielo
da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio.
El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida.
El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos.
El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.


RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

El Evangelio de Juan repite incansablemente que Jesús es el enviado del Padre para dar testimonio de Él: “No vine por mi cuenta, sino que él me envió” (Jn 8,42). En su libro Teología de la Revelación, René Latourelle, presenta a Jesús como testigo por excelencia: “Manifiesta lo que ha visto y oído en el seno del Padre, y nos invita a la obediencia de la fe. Forma un grupo de testigos, los apóstoles. Éstos dan testimonio de la vida y de la enseñanza de Cristo. Invitan a todos los hombres a creer lo que ellos vieron, oyeron y experimentaron del Verbo de vida”. El testimonio, según Latourelle, une las almas entre sí a través de la historia. Así mismo, el testimonio vincula también el tiempo con la eternidad.

El cristianismo es la religión del testimonio, porque asegura la comunicación interpersonal y revela el misterio de la persona de Cristo. Por eso, los discípulos, en continuidad a la enseñanza de Jesús, son testigos de que el Padre ha resucitado su Hijo Jesús de los muertos y lo constituyó Salvador del mundo. En este sentido, podemos decir que nuestra religión es fundamentalmente una profesión de fe en Jesús resucitado y en su mensaje.

Como hemos visto en los Hechos de los Apóstoles, los primeros discípulos de Jesús no temen en anunciar las enseñanzas de Jesús y a denunciar los que hicieron alianzas con un sistema de muerte. Por eso, los apóstoles fueron llevados a juicio, interrogados y presos por el sumo sacerdote. Y no dudaran en responsabilizar incluso al sumo sacerdote: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero” (Hch 5,29-30).

¡Qué distinto es la actitud de los apóstoles después de la resurrección de Jesús! Son hombres libres, hablan con firmeza, testimonian la fe con mucha vitalidad. Así debe ser los discípulos de Jesús, renacidos de lo alto. No debemos intimidarnos con las cosas del mundo, sino testimoniar con nuestra vida lo que Cristo resucitado hizo en nosotros. Dar testimonio no es sólo narrar, sino hacer vida con las palabras que decimos, pues el testimonio compromete al testigo. Nuestra palabra debe tener la fuerza suficiente para substituir la experiencia para el que no ha visto. Esta fuerza no es otra que el Espíritu Santo, que “Dios da a los que lo obedecen”.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 22 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,16-21


Evangelio según San Juan 3,16-21
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.


RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

Seguimos con el dialogo de Jesús con Nicodemo. Jesús le presenta la finalidad del envío del Hijo único de Dios: la salvación de todas las personas. Solo cuando se comprende este acontecimiento salvífico se puede comprender el lugar de la condenación y del juicio en la vida de los seres humanos.

Es la primera vez que en el Evangelio de Juan Dios es el sujeto de la oración: “Tanto amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Dios es identificado como origen de la salvación y pone en marcha su plan salvífico por su amor absoluto hacia la humanidad. Esta es la clave de lectura de la vida de Jesús: la manifestación del amor libre y gratuito de Dios por su pueblo. Y, más aún, su amor tiene un sentido universal: ¡Dios ama a todos!

Solo desde su amor es posible comprender la entrega de su Hijo: “entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. La vida de Jesús es vista como don total, libre donación. El Evangelio de hoy presenta la finalidad última del envío del Hijo: la salvación de las personas, no su condenación. El Padre ha enviado su Hijo porque en Él podemos reconocer nuestra identidad de hijos e hijas.

Al utilizar la imagen sencilla de la luz, y su ausencia, las tinieblas, el evangelista Juan nos dice que al que rechaza creer en Jesús es incapaz de reconocer el amor libre de Dios en favor de los seres humanos. No querer el amor Dios es la peor condenación que una persona puede experimentar en su vida.

El deseo de Dios en salvar a todas las personas se hace camino concreto en nuestra realidad personal: creer en Jesús. Él es la Palabra definitiva del Padre hacia nosotros; Él es la luz y la vida de todo ser humano, que se hizo carne para revelarnos el amor infinito y incondicional del Padre. Por eso, creer es más que aceptar un conjunto de doctrinas, es seguir este camino abierto por Dios que da a la vida un sentido y horizonte nuevos.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 21 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,7b-15


Evangelio según San Juan 3,7b-15
Jesús dijo a Nicodemo: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
"¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.



RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

El Evangelio sigue con el dialogo de Jesús con Nicodemo. Hoy nos presenta el tema del nacimiento de lo alto. En el fondo se presenta la necesidad del hombre en participar de las realidades espirituales por medio de la fe.

Para “nacer de lo alto” hace falta una transformación interior del ser humano, abierto a la transcendencia. Esta apertura no significa agotar el conocimiento sobre Dios, sino dejarse empapar por la gracia divina, dejarse tocar por misericordia. Por eso, al utilizar la imagen del viento, Jesús quiere decir que las realidades celestiales permanecen siendo misterio, por lo que no se explican con criterios humanos. Esto se refuerza con la expresión “nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13).

Jesús es el único y verdadero revelador de Dios y lo hace desde su experiencia inmediata con el Padre y en la cruz, signo de contradicción. La cruz se presenta como el lugar por excelencia de la revelación divina, del amor extremo. ¿Pero, cómo comprender esto? La serpiente puesta en un mástil en el desierto (Nm 21,4-9) sirve como una imagen pedagógica para comprender este misterio. Ella prefiguraba la crucifixión del Mesías, pues de maldición pasa a ser instrumento de sanación para el pueblo de Israel. Del mismo modo la cruz, instrumento de condenación y muerte, en Jesús se transforma en símbolo de salvación. Lo que queda evidente es que el amor y el dolor extremos se encuentran en la experiencia del Mesías crucificado.

Muchas personas buscan explicaciones religiosas para lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia y en otras situaciones en las que nuestra vida se encuentra en peligro. Decir que es un castigo de Dios, no es una respuesta que encuentra fundamentación en la revelación que Jesús nos ofrece. Pero, desde esta experiencia que estamos viviendo en todo el mundo, tenemos la oportunidad en hacer una profunda experiencia de encuentro con Dios, pues allí donde el dolor humano se hace fuerte, con más intensidad, el amor y la misericordia de Dios se hacen presentes.

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 20 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 3,1-8


Evangelio según San Juan 3,1-8
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. "
Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?".
Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".


RESONAR DE LA PALABRA

¡Queridos hermanos!

El salmo empieza con un ruido, una sublevación de los reyes, como si la orientación histórica, el futuro de la humanidad, estuviera en manos de los hombres, de los que gobiernan las naciones, incluso en contra de Dios. Lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia nos lleva percibir que el futuro no está garantizado: no somos omnipotentes; nuestros proyectos, programaciones, rutinas… se han escapado de nuestras manos; nuestra finitud se muestra, ahora más que nunca, a flor de piel.

Pero esto no significa que hay que rendirse. El refrán del salmo “Dichosos los que se refugian en ti, Señor” proclama la dicha de quien se acoge a Dios. Buscar refugio o acogida en el Señor es un acto de confianza total en Dios, en cuyas manos están los hilos de la Historia y de nuestra historia particular, de nuestra vida. Lo mismo dice, con la imagen del viento, el Evangelio: “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va”. Él es el “punto omega” hacia el que se encamina todo lo creado.

Por eso, orar con este salmo es situarse ante Dios, deponer la rebeldía y el deseo de omnipotencia y saberse acogido desde nuestra fragilidad en las manos de Dios. Este es, en el fondo, el tema del dialogo de Jesús con Nicodemo, que nos acompañará en los próximos días: ¿la salvación es fruto del cumplimiento de la Ley o es un don gratuito de Dios?

El Evangelio nos sitúa en la noche. Muchos de nosotros nos sentimos como en una larga noche. Necesitamos una luz que alumbre nuestras preguntas, nuestros miedos, nuestras incertidumbres. Nicodemo, trae consigo muchas dudas, pero busca la respuesta. Y la encuentra. No de la forma que buscaba, en un Mesías poderoso, que todo puede solucionar como por arte de magia, sino en el Hijo del hombre elevado en la cruz, prueba suprema del amor del Padre hacia la humanidad.

Para comprender esto es necesario nacer de lo alto, es decir, aceptar la vida como don, del que no podemos disponer por nosotros mismos. Aceptar nuestra existencia como don es, en definitiva, acoger la filiación divina regalada por el Hijo de Dios y vivirla con en fraternidad, que es consecuencia de esta filiación. 

Nuestro hermano en la fe,
Eguione Nogueira, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 19 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 20,19-31


Evangelio según San Juan 20,19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


RESONAR DE LA PALABRA

Ungidos con el poder del Espíritu

La figura de Tomás, el apóstol de la duda nos hace perder de vista al auténtico protagonista de este evangelio y de todos los evangelios de estos domingos: el Resucitado. Centrarnos en Tomás nos lleva a reflexionar una vez más sobre nuestras actitudes, sobre el peso de nuestra fe en nuestra vida. Sin embargo, eso no es lo mejor que podemos hacer durante estos domingos. Pascua no es tiempo de centrarnos en nosotros mismos sino de levantar los ojos y ver al resucitado, de dejar que su presencia y sus palabras nos lleguen al corazón. 

Lo primero que hoy Jesús ofrece a los atemorizados discípulos es un mensaje de paz (¡qué bueno para estos tiempos de turbulencia!). El mensaje sigue siendo el mismo que Jesús había predicado cuando, caminando por los montes de Galilea les había hablado del Reino. La paz que les desea Jesús es el fruto de la presencia poderosa de Dios. Con la Resurrección de Jesús ha comenzado la nueva y definitiva etapa de la historia. El Reino ya está aquí. Si se sienten perseguidos y atemorizados, si nos sentimos nosotros de esa manera, no hay razón para ello. La paz de Dios está con nosotros. 

Pero hay un segundo paso. Jesús no les da la paz para que se queden con ella, felices y encerrados en su casa. La paz no es un regalo que se meta en una caja fuerte, no vaya a ser que se estropee. A los que estaban atemorizados, les pide que salgan y prediquen y den testimonio de lo que han visto y oído: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. La fuerza del Espíritu de Jesús les acompaña en esa misión, que es misión universal, que no conoce fronteras, que es para todos los pueblos, razas y naciones. 

Es importante centrar nuestra mirada en Jesús durante estos domingos de Pascua. Y sentir que Jesús nos devuelve la mirada y en el mismo viaje nos envía a ser sus testigos. Ser luz del mundo y sal de la tierra es la misión del cristiano. Y ni la luz está puesta para ser escondida ni la sal sirve para nada si se vuelve sosa. Ser cristiano es volverse a los hermanos, cercanos y lejanos, y regalarles la mirada con que nos mira Jesús. 

La fe, la experiencia de haberse encontrado con el Resucitado, no es nunca algo que nos deje exactamente igual que antes. La fe nos transforma, nos cambia, nos obliga a salir de nosotros mismos, nos obliga a comunicar a otros lo que vivimos. La fe nos hace entrar en un dinamismo de relación que nos lleva a reconocer a los otros como hermanos y hermanas con los que compartir la experiencia de la fe, la experiencia de que el Reino ha empezado ya en Jesús y de que en él se abre una nueva esperanza para la humanidad. 

Para la reflexión

De que haya misioneros a que la comunidad cristiana entera sea, deba ser, misionera, hay un trecho largo. ¿Qué está haciendo nuestra comunidad para comunicar la fe y la presencia del resucitado a los que, viviendo cerca de nosotros, no lo conocen? ¿De qué modo mi familia es luz y sal para nuestros vecinos y amigos? ¿Escucho la voz de Jesús resucitado que me sigue deseando la paz?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 18 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,9-15


Evangelio según San Marcos 16,9-15
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.
Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.
Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."


RESONAR DE LA PALABRA

Querido Padre Dios resucitador

Sabes muy bien, querido Dios, que nos cuesta mucho encender los ojos de la fe para verbalizar y dar sentido al gran acontecimiento que has realizado en tu Hijo del alma. Buscamos analogía, buscamos metáforas y comparaciones. Pero somos consciente de que la novedad del Resucitado no cabe en nuestra gramática humana. Pero, admítelo, Padre, tus portavoces nos lo ponen difícil y complicado; nos hablan en el lenguaje de su tiempo y de su cultura. Tenemos que reinterpretarlo. A través de ellos, hablas de la resurrección como exaltación: el Hijo humillado en la cruz es ahora exaltado a tu derecha. También te refieres a ella como glorificación de tu Hijo: el rechazado y profanado es ahora el glorificado. El muerto y sepultado es ahora el Viviente, la Vida; el descendido a las entrañas de lo humano es ahora ascendido a los cielos. El crucificado como un esclavo es ahora el Kyrios.

Nos dices también que la resurrección de tu Mesías no es como la de Lázaro. No es la vuelta a esta vida mortal y temporal. No es despertar del sueño. No es despertar después de estar anestesiado. No es revivificación del cadáver. Es la llegada a tu abrazo eterno con su misma humanidad de Hijo.

Pero especialmente en tu carta nos recuerdas que el Resucitado no nos deja solos ni abandonados. Que viene al encuentro de los suyos, les da su Espíritu. Y les confía la prosecución de su misión. Para que no lo envidemos, nos recuerdas una lista de las apariciones del Resucitado a distintas personas: María magdalena, los dos de Emaús, los Once discípulos, que se convierten en testigos. Al mismo tiempo no haces un reproche: la incredulidad. Y es que es tan desbordante, deslumbrante e inaudita la noticia, que necesitamos tiempo para que nuestros ojos se habitúen a esa luz. Y nuestro corazón pueda sentir esa gran esperanza.

Gracias, Padre, por la maravilla de la resurrección de tu Hijo. Él es nuestra esperanza.

Bonifacio Fernández, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 17 de abril de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 21,1-14


Evangelio según San Juan 21,1-14
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.


RESONAR DE LA PALABRA

Querido Dios Padre resucitador

Me encanta lo que me escribes acerca de tu Hijo Jesús. Sabes que lo admiro. Me entusiasman sus palabras y sus vidas. Quiero sentir como él sintió; me encanta experimentar la vida como el la experimentó y vivir desde su corazón filial. Me fascina eso de amar como Él amó.

Hoy de nuevo tratas de hacerme tomar conciencia de la nueva forma de presencia de Cristo, tu Hijo del alma, en nuestra vida e historia humanas. De nuevo nos recuerdas que su resurrección no es ausencia, que tenemos que entrenarnos para nueva forma de presencia. Me cuentas que tu Hijo una vez más se hizo encontradizo con sus discípulos, que tomó la iniciativa Él mismo. Y se apareció junto al lago de Tiberíades, a Pedro y a los otros discípulos.

Ellos se encuentran faenando en el lago. Aparece Él en la orilla. Lo ven y no lo reconocen; “no sabían que era Él”. Para darse a conocer Jesús resucitado les recordó y les puso delante de los ojos, dos signos que había hecho en su etapa terrena: la comida y la pesca milagrosa. Y fue entonces cuando el amor del discípulo amado encendió sus ojos y dijo: “Es el Señor”.

Todos estaban persuadidos de que era Él y no se atrevían a preguntarle. El Jesús viviente rememora el gesto señero de su entrega. “Toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. De esta forma dejó claro cuáles son los signos en los que nos sale al encuentro y se da a conocer y reconocer. La resurrección es una luz que ilumina hacia adelante y hacia atrás. Hacia atrás pone de manifiesto nuevos significados en los gestos históricos de Jesús. Quedan transidos de nuevo significado. Son ahora los signos del encuentro y de la relación con él.

En tu carta menciones al discípulo amado. Fue el que descubrió primero y confesó: Es el Señor. Debo entender que donde hablas del discípulo amado sin darle nombre, quieres que cada uno pongamos el nuestro. Quieres que yo ponga el mío: También yo soy discípulo amado. Y tengo la dicha de haber recibido el don de la fe.

Hoy quiero darle especialmente las gracias por este regalo.

Bonifacio Fernández, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA